Día a día, es el reto (13)
La convicción de tener claridad,
ayuda en lo que creemos, para hacerse parte de la vida y percibir la nitidez en
lo activo del día a día. MJ
Eso que creemos, jamás se va de nosotros. Lo que ha formado y forjado
nuestra mente siempre será parte contante y sonante. Esa felicidad que se vive
proviene de los valores aprendidos, que pueden transformarse sin mayores
cambios, aunque lo del día sea fuerte y parezca que nos rompiese. Despejar lo
que vale la pena y tener una lucidez voluntaria y no impuesta, y así aportar lo
nuestro. Nutrir la mente con nuevos puntos de vista. Es como lluvia que limpia
y da aromas de frescor al pensamiento, nunca cejar. Acciones concretas que se reflejan, que dan
nuevos sentidos. El problema mayor del ser humano como ese homo que no
ha terminado de conocerse, ha sido creer en ideologías en demasía, colgarse de argumentaciones
teóricas que cree viables en la realidad y que no lo son siempre. Está muy bien
hacer lectura de pensamientos y postulados de todo tipo, tanto científicos como
espirituales, y no olvidar que mucho antes y como asiento, están las realidades.
Lo decía hace unos días un psiquiatra en entrevista, y la frase me quedó clara
en la mente: - ¡Cuidado por favor!, con eso de estarnos haciendo ideas en la
cabeza…- Nunca se trata de dejar de pensar, obviamente, sino tener claro lo que
llevemos en el pensamiento. Cuidar que -la conciencia no esté a la intemperie-,
como bien dice Juan Manuel de Prada, el filósofo y escritor español que hace
poco comencé a seguir con temas variados y que comenta con personas preparadas.
El asunto de concientizar y el fenómeno de la conciencia dejada al aire libre,
no solo se está dando ahí en la península Ibérica, sino que abarca a todo el
mundo. Las grandes corporaciones mundiales lo que quieren es que el homo,
mejor no piense y que la parte sapiens se duerma.
Mientras más dormidos, más manejables seremos. Más
implantados en corrientes que no son de la esencia de un devenir que siempre proponga.
Es de lo tradicional que se nos dan las bases, eso que se nos queda en el tuétano
interno de la vida real, y que a veces descuidamos y nos centramos en el
esqueleto recompuesto por ideas que pueden confundir.
El feminismo se dio a partir de que mujeres valientes
decidieron hablar más fuerte. Decir y plantear los dolores enconados en la historia.
Muy válido.
Encontrar la manera genuina no ha sido lo más fácil y
todos sabemos que se ha dado un efecto adverso, que ya no es tan original, más
bien es el producto de la rabia, y para poder enderezar entuertos icónicos, sí
que hay que pensar, más que rabiar.
En polvo es en lo
que suelen convertirse algunas ideas sin base. Una de estas mujeres pensadoras a
quien leí poco en mi juventud y de quien estoy investigando un poco más en los
dias de adultez, es Rosario Castellanos.
En una entrevista
que le hicieron hace muchos años, televisada en días actuales, ella dice: -La
forma de vida que queremos vivir se adopta, porque no se puede ser una mujer
desgarrada, lo que pretendemos con las conciencias de la nueva visión de la
feminidad es que la mujer viva como un ser en la plenitud de sus posibilidades-Lo
posible no siempre es estruendoso y mucho menos algo que tenga que ser destructivo.
Podemos aspirar a la plenitud, y esto lo logra en cada ser desde las trincheras
que nos pertenecen y mucho más desde la posición personal que nos ha tocado
vivir. Como mujeres, primero siendo conscientes
de que venimos de la Eva mitocondrial, y luego haciendo vida la elección que
muchas hemos tomado desde la vocación.
Lo vocacional existe, y es tarea de los padres ir dando
los pasos con los hijos para esas vidas con acierto. Ya sea la elegida de estar
en casa o de salir y ser líder de alguna posición social o política, da lo
mismo el ámbito, mientras el desarrollo sea genuino y aporte.
Mi esposo siempre me había hablado de la novela titulada El Gatopardo, referente
a la vida italiana del siglo antepasado. Simboliza un parteaguas en la historia
de Italia. En estos días que releo, descubrimos la serie y la vimos. En verdad
que me motivó conocer mejor la novela y la leí. Que interesante ha resultado gozar
de una literatura tan determinante, que habla de una época que habría de
concluir. Lampedusa, quien es el autor escribió con mucho acierto esta historia
de no pocas aristas.
Lo primero que se asienta, es la conciencia del temor a
los cambios. Cuestan, hasta que no se entienden con la parte del bien que
traen. El Príncipe protagonista, los percibe, los siente en la neblina de su
pensar y en los hechos vivos y vibrantes que tiene ante los ojos. La figura del sobrino será determinante, un
chico inquieto y observador del cual él es admirador y le cuesta mucho aceptar
que este joven tenga que ser el que de los pasos del cambio. Los aceptó con resignación
primero y luego dando todas sus aprobaciones a lo que el joven prometía y
habría de vivir. Se había enlistado en los grupos que socialmente ya estaban
haciendo los movimientos en Sicilia, y este personaje tendría que aprender a
como desencartonarse de la vida burguesa y cómoda que hasta entonces había
llevado. Con susto, pero al final se da cuenta que solo ese chico instigado y
conducido por él como un padre (su hermano, el padre del joven había sido un
bandolero y había dejado al sobrino solo, y sin bienes) es bastión como el
detonante de una estabilidad irreal, que ya se sentía perdida.
Es así que, aunque se plantea como algo natural el enamoramiento
del sobrino con una de las primas, hija del Príncipe, el joven decide acercarse
a la hija del alcalde, personaje en total ascenso social y no digamos
económico. La hija del príncipe poco a poco se va desencantando de que ese
primo del que estaba tan enamorada, no es para ella, él tendría que seguir los
pasos que le dieran posibilidades en política, mucha más en ámbitos de fortuna
material, aunque era claro que los bienes de nueva adquisición eran en parte
mal habidos.
Es muy interesante el concepto de Gatopardismo, se
refiere básicamente a una conceptualización de un modo de vivir y responder a
la vida, que traerá la fuerza observada en ese felino y con un temor tremendo a
que se pierdan canonjías, aunque éstas ya estén más que obsoletas.
El Gatopardo es la efigie de un felino que se yergue en
el centro del escudo de familia de príncipe de Salina. El Gatopardismo tiene
sus funciones en actitudes, en costumbres, en modos de responder tanto en el
modo de vivir como de morir. En la casa del Príncipe había principios
inamovibles, como el rezo del rosario en grupo, las horas estipuladas para las
actividades internas de comidas así coma las externas que básicamente eran las
del campo o la caza. No es que nada de esto estuviera mal, pero daba pie a que
no se progresase con y por lo requerido.
Un Gatopardo real es de pelaje amarillo del tono de la
arcilla, con dos franjas largas más oscuras que van desde la frente del animal
hasta el final de su espalda, con manchas en toda la piel de color pardo
oscuro. Es un felino admirado y que representa la fuerza y el vigor.
Quien escribe este libro es el príncipe de Lampedusa, su nombre completo
es: Giorgio Bassani. Era un caballero alto y corpulento que observa los cambios
de su patria y como éstos se reflejan en las vivencias sociales. Era taciturno,
nadie se esperaba que pudiera lograr tan acertada obra literaria.
En 1958 escribe: -Sabemos que la vida es musical, sobre
sus temas fundamentales, sobre sus frases más intensas no le gusta detenerse-.
La novela se sitúa en mayo de 1860.
Una frase muy singular de pronto impacta en los primeros
renglones: - ¿Por
qué entonces salía el sol todos los días? - Si esto sucedía, ¡tendría que
avalar una vida como uno la imagina! y no como en realidad se ha de dar, y se
exige.
En la mente gatopardista de la época, la fuerza del Rey
era básica y se seguía añorando su presencia icónica como centralidad de vida.
Italia ya tenía otra realidad social y debía volverse unificada, todos los
reinos se tendrían que unir en uno solo.
Y, dice el príncipe de Salina: - ¿En este estado de
cosas, que se podía hacer? ¿Agarrarse a lo que ya se tiene en una mano y no
meterse en camisa de once varas? -.
Y a continuación de éste primer pensamiento ya como una
cuestión inevitable, en plática con el sobrino le dice:
-Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo
cambie-.
Es decir, ¿tal vez simular los cambios para que nada cambie?
Y, comenta esto con el presbítero de la casa, éste le
dice: -Excelencia, la eficacia de la confesión, no reside en solo exponer los
hechos, sino en arrepentirse de todo mal que se ha cometido-. Y esta base de un
catolicismo real es lo que plantea que, en todo cambio de realidad, ha de
revisarse bien lo que conlleva la búsqueda de mejoras. Sin mejoras reales no
hay progreso, el sacerdote las tendría un tanto más claras, avaladas por la
religión bien llevada. Si solo se dicen, no se logran. Si solo se mantienen
como ideas, tampoco. Se debe actuar en la realidad y así transformar para
bien.
El príncipe le contesta: -No somos ciegos querido padre,
solo somos hombres-. Vivimos en una realidad móvil a la que tratamos de
adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar-.
En la novela y la serie, se presenta la casa de campo de
la familia, una casa esplendida. Construcción enorme del estilo de la época, gran
escalinata de entrada, jardines bien cuidados, llena de todo lo más lujoso del
campo y de las comodidades de la época. Es una casa ficción, representativa. Antes
de entrar a esta mansión campirana, la costumbre era escuchar un Te Deum
en la iglesia del recinto.
Era el mes de octubre de 1890, y habían venido las
lluvias. A la postre se había llegado a la sequía y la llegada de la familia a
la casona se había dado entre polvorientos recorridos por enormes campos, se percibe
al sol como situado en su trono absoluto. Si hay un sol dominante, es seguro
que lo que se vive será estático, sin cambios. ¿quién querría cambios? (paraf).
El texto tiene pasajes bellos como: -El calor confortaba
sin ardor. La luz era autoritaria, pero dejaba sobrevivir los colores, en la
tierra apuntaban tréboles y desmirriadas hierbabuenas cautelosas, y sobre los
rostros aparecían suspicaces esperanzas-.
En la calle las revueltas. En la casa seguían las mismas
rutinas y costumbres.
El sobrino, se pasaba las horas hablando de lo que venía,
de lo que ya se veía cambiar. Los textos que llegaban a la casa se leían y
directo se iban a los cajones. No era en la mente lo que se daba como más
importante, aunque si lo fuera en la realidad.
La esposa del príncipe ronda en su cabeza sin más,
asuntos banales. Ella trata de conllevar y de encontrar la capacidad de aceptación,
no creía que esa hija del alcalde fuese de la alcurnia del sobrino. Eso la
traía muy preocupada. A la casa se le había invitado a la madre de la futura
esposa y jamás hizo presencia, porque solo acudían el alcalde y la hija que
tanto prometía. Ellos eran los necesarios.
El príncipe manifiesta una dualidad muy conveniente: Por un
lado, está feliz de que se renueve en su familia lo económico y ni que decir
las posiciones políticas que alcanzará el sobrino, sin embargo, cuando se le
pregunta dice: -Mi sobrino se ha vuelto loco…, pero existe un dios protector de
los príncipes, se llama Buena Crianza y a menudo interviene para salvar de un
mal paso a los Gatopardos-.
El Gatopardo traía entre pecho y espalda una sensación
que había venido sintiendo inevitablemente. Sabia como las cosas terminan por
ser otras, y eso, aunque le molesta, lo acepta como algo irremediable. Daba
largas caminatas con su hija por los
esplendidos jardines, como queriendo consolarla, y hacerle ver que día a día ha
de tener más claro que lo suyo es quedarse en esa casona, junto a sus hermanas.
Sacudir de vez en vez en los grandes ventanales esas alfombras finísimas que
ahora solo cargaban las penurias y el polvo. Acumulación de ideas cerradas y
ahora obsoletas.
El texto que da inicio al séptimo capítulo de la obra, es
elocuente.
Hablando del príncipe de Salina, se dice: -Hacia decenios
que sentía como el fluido vital, la facultad de existir, la vida, en suma, y
acaso también la voluntad de continuar viviendo, iban saliendo de él lenta pero
continuamente, como los granitos se amontonan y desfilan uno tras otro, sin prisa,
pero sin detenerse ante el estrecho orificio de un reloj de arena-. (Continuará).
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