Estar, en lo que estamos. (17)
La perseverancia del mundo abate todo. Santa
Teresa de Jesús.
Nunca me ha convencido la frase
de que tiempos idos fueron mejores. Es normal que tengamos a veces sentimientos
nostálgicos de esos momentos pasados, mas el mundo lo cambia todo y es seguro
que algunos recuerdos nos traigan a la memoria asuntos que ya no existen como
tales. Es bueno ver en que se han transformado las vivencias, esas que
conocimos y que ya no son. También hay que ver que cuando algo se vivió es porque así se
requería y tal vez lo que hoy día pide la vida es muy diferente. En lo personal
trato de que todo pensamiento del pasado me sirva para hacer más vivificante el
presente.
En la perseverancia del mundo, se presentan las cosas como si fueran las mejores, y tal
vez en algunos casos, se hacen cambios en lo que se espera. Lo realista se
impone y a veces cuesta aceptar, puede tomar su tiempo en ser asimilado.
Hasta hace unos años me parecía que los niños, los de mi generación más
que nadie, crecimos como con un sentido de haber sido como trofeos que nuestros
padres tuvieron a bien traer al mundo. Como que esa generación que dio a luz en
las décadas de los años cincuenta tenía como un deber el de procrear y
no se hacía tanto énfasis en los aspectos educativos por sí mismos, éramos
guiados con la naturaleza de tíos cercanos, abuelos, así como otras personas. Eso
era lo que se esperaba que sucediera, hubo casos en los que hasta se parió en
demasía. No soy nadie para juzgar, por
eso es tan solo de mis percepciones de lo que hablo y de lo que comento. Como
que había un sentimiento de que lo que daba valor a la vida era el monto de
pequeños que una pareja podría tener y dar así un sentido especial a su vida
personal. Si eso les hizo mejores o peores personas no lo sabemos, es tan solo
lo que cada ser tiene como propósito de vida. Así se dio.
No se pensaba que una mujer pudiera tomar caminos
diferentes a los establecidos para ella o que decidiera no procrear, el
matrimonio básicamente con hijos era parte del vivir. Es bueno reflexionar en
lo visto y vivido, porque podremos avanzar mejor.
Cuando yo era niña y mi abuela materna estaba con
dolencias, inmediatamente mi madre se comunicaba a la casa de Las Siervas de María
e íbamos a buscar a una de ellas para que pasara la noche junto a la cama de la
enferma.
Me llamaba poderosamente la atención entender qué clase
de ser humano eran esas mujeres entregadas, vestidas de impoluto blanco, risueñas,
y que lo que más me perturbaba era que no iban a pegar el ojo en toda la noche,
así es, ellas velando por el enfermo sin dormir, y cuidando de alguien que ni siquiera
era su familiar. Las madres eran muy cariñosas desde que llegábamos a
recoger a quien vendría a la casona de Montejo a dar su noche como un servicio al
otro.
¿A quién consideramos como el otro? ¿Un ser
cercano o alguien que no tiene nada que ver con uno mismo? Conforme va
avanzando la vida más plena de consciencia, nos va quedando claro que el otro podemos
ser nosotros mismos, el familiar cercano, el vecino que no se conoce tanto o
cualquier persona.
Con platica amena mi madre se dirigía a las siervas,
fluía la conversación durante el trayecto en el automóvil, yo trataba de
fijarme en lo que se intercambiaba en ese diálogo. Varias
veces vino Sor Modesta, una española que aún hablaba con acento y ese asunto me
mantenía mucho más atenta. Me preguntaba en silencio qué clase de nombre era
ese para una mujer. Pues sí, era una mujer que hacía honor a su nombre,
modestísima era su esencia. Mujer menudita de voz fuerte y contundente con una
sonrisa que le ocupaba prácticamente todo el rostro, y como yo siempre me he
fijado en los dientes de los seres humanos que de pronto me quedan cerca, (creo
que hablan en silencio de quien es ese ser) pues los de esta Sor eran hermosos,
como también puede suceder cuando vemos las manos de alguien como
interlocutoras de un lenguaje corporal impecable. Cuando nos bajábamos en casa
de la abuela, lo que más me llamaba la atención era el enorme crucifijo que
colgaba de su cuello, me dejaba tocarlo, yo lo observaba con la eterna pregunta
que me he hecho ¿Qué hace un ser humano clavado en una cruz? para confirmar
dentro de mí misma que me costaba entender.
Y tras esa pregunta que me ha llevado años comprender,
volvía a mi ese porqué de ¿Qué es ese servir al otro?
Así me lo decía mi
madre, -estas madres se dedican al servicio a los otros-.
Al día siguiente se le recogía a la Sor temprano por la
mañana, me quedaba claro que también nosotros le servíamos a ella, porque
íbamos a devolverle al convento, otras veces el chofer de la abuela hacía ese
servicio. Me he enterado por una muy querida amiga, que ya las Siervas de María
han abandonado la ciudad, estas santas mujeres se han ido. Hace poco mi querida
amiga Paloma Bello las ha entrevistado y esta magnífica e interesante conversación
está aquí mismo en este periódico, Estamosaquí.
Dar un cariño así con tanta incondicionalidad es algo que
habla de seres de otra cepa, seguir su ejemplo en el día a día seria grandioso.
Como niña yo crecí con todo lo que necesitaba para mi
vida normal y corriente, pero según dice mi marido, estuve con déficit de
cariño expresado, y creo que tiene razón en parte, no era muy frecuente
el contacto físico entre padres e hijos porque así era el modo, el afecto mayor
era dando lo que se necesitaba en la vida, pero nunca con abrazos y besos. Al salir de viaje, no había mayores
parafernalias de despedida, se decía en el momento un adiós, sin más. Mi padre,
como ingeniero/arquitecto iba muy seguido a la isla de Cozumel con proyectos de
construcción y solíamos dejarle en el aeropuerto como si nada. Cuando
regresaba, que era generalmente un domingo nos sentíamos felices de volver a
verle y nos traía de la isla chocolates, y perfumes a mi madre y a mi hermana y
a mí ya cuando crecimos.
Mas adelante, las siervas de María también nos ayudaron
algunas noches con mi madre. Fue algo que jamás olvidare. La paz y confianza
enorme que proveía la presencia de ellas es seguro que será extrañada por
quienes también las vimos laborar en recintos hospitalarios. Ángeles terrenales
de indudable admiración.
¿Faltaría más ese
tipo de educación, en nuestros días? Yo creo que todo al cambiar ha dado nuevos
modos, tal vez hoy día los que asisten con esa incondicionalidad ya se sitúan
en la Residencias para la tercera edad. No es cuestión de modas, es asunto de
relevancia práctica, no solo porque ya somos más personas y con vidas más
activas, sino porque las ciencias de la salud nos lo prueban, los seres de
edades avanzadas que comparten en un recinto se dan apoyo aun en sus silencios.
Cuando
pienso que crecí con todo lo que necesitaba y a veces hasta en demasía, el
agradecimiento se hace claro, comprendo mejor las sequedades, y ahora más, cuando
después de la pandemia preferimos no estarnos saludando tan de cerca, es mucho más
sano. He oído que los japoneses no abrazan ni a su propia madre, es algo de su
cultura para no pasarse gérmenes.
Comento todo esto, porque, aunque la vida de hoy está muy
acelerada y pareciera que ya no nos importamos unos a otros, creo que siguen
existiendo personas de buen corazón, y eso cuenta mucho más que las expresiones
físicas pasajeras. Una amiga muy querida que estuvo hace poco en el extranjero
en una casa como hoy en día se acostumbra de Airbnb, se dio cuenta de un señor homeless
a la vuelta de la esquina y cuando se iban a ir pensó que sería bueno dejarle
las cosas que no utilizaron de comida cerrada y nueva, y cuál fue su sorpresa
cuando lo expuso a alguien de la ciudad que le dijo que no lo hiciera por
ningún motivo, con el argumento muy válido de que esas personas se pueden
sentir afectadas en negativo y hasta molestas si se les regala algo. Cuesta
entender esto, son las nuevas maneras de existir en el mundo. El
asistencialismo debe ser puntual de quien lo da, si es necesario.
No sé qué tanto se dé hoy día el convivir con tías de
edad avanzada, pero en mi época de niñez y adolescencia eso era parte de la
vida. De hecho, hasta me iba a pasar temporadas con la hermana mayor de mi
padre en Nueva York, durante los meses que ella vivía ahí. Era una mujer de
carácter fuerte, le llevaba a mi padre diez años y su temple era muy
determinado. No se puede negar de esas señoras estaban muy pendientes de que
como niños comiéramos bien, nos aseáramos y nos comportáramos. Había ese
constante hacer ver al peque en custodia, qué era lo que estaba bien y qué
estaba mal. Era muy chistoso el asunto, porque yo iba en el viaje casi siempre
con una amiga de mi tía y era fumadora empedernida, viajé en tren con ella y
fumaba en el camarote teniendo que abrir las ventanas a cada rato. Llegando a
NY, se le advertía que nada de cigarrillos. Llegábamos a una casa toda de
madera, cabaña en los bosques altos de Westchester county. No me parecía nada
agradable el papel que me tocaba jugar, de estar pendiente cuando la tía venia
y yo estaba con la petición de la amiga para que ese cigarrillo se apagase
rápido y no fuera detectado. Una vez, fue obvio el olor que delataba que se
había fumado en el cuarto, así que se dio una lluvia de regaños que nos cayó a
las dos. En otra ocasión, la fumadora guardo la cajetilla de cigarros en una
vasija muy preciada en lo alto de un mueble, se sintió feliz de que nadie se
enteraría y con las carreras de guardar el objeto de las disputas, todo se cayó
y se hizo añicos, ese fue el fin de las etapas de fumar. Me divertía con ellas.
No me dejaban despegarme de ellas, a donde fuera, así
fuera el Restaurante más elegante de la ciudad a los que solíamos ir, la tía
fumadora me acompañaba casi costurada a su vestido. No me puedo quejar con esos años compartidos
con tías mayores.
Reflexioné en mis
textos de la diferencia que hay entre hacer esfuerzos para los logros más
deseados, y lo que es el oportunismo que no requiere mayor esfuerzo. A veces
uno cree que hay personas a quienes les fluye la vida como un rio sano y
bondadoso, y otros que tienen que bregar muchísimo contra corriente para
obtener lo mínimo, casi levantando piedras que obstruyen los caminos, y al cabo
nos damos cuenta que hay de todo, como cuando una cajera de una tienda
departamental me dijo un día, que le pregunte - ¿cómo estás? -y me dijo,
-trabajando, porque si no, no como-. Depende de lo que cada persona es, que es muy
válido el esfuerzo que se hace siempre, así como saber que de pronto la vida se
abre y nos da oportunidades.
El oportunismo despiadado es el que algunas veces no es válido,
es cuando por lograr algo pasamos encima de valores tales como el respeto a lo
que es el otro, el conocer mejor a las personas y no creer que son meros
trampolines para nuestros deseos más despiadados.
En los ámbitos de la convivencia humana aún falta mucha educación.
Seguimos sin comprender que somos un todo y que hasta la mínima basurita que
tiramos y la mala actitud que puede darse, no solo perjudica a otros sino a
nosotros mismos.
La mundanidad se
percibe, es algo positivo que hay que aceptar.
No importa
si llegamos a la vejez con dudas, no pasa nada. La duda es parte, pero lo que
si es conveniente es tratar de comprender y así mismo perdonar si es necesario
o pasar página si así lo pide la existencia.
En el mundo, cuando uno detecta tanto desamor, podremos
recurrir a los místicos. En lo personal me ha hecho mucho bien ir y volver a
San Juan de La Cruz y regreso a Santa Tersa de Jesús cuanto es necesario,
porque estos seres nos dan los términos espirituales que son como gasolina para
nuestro motor interno.
Dice Santa Teresa: -Ninguna acción queda impune, y menos
ante Dios-.
Existe en nuestra mente una dimensión objetiva que hay que alimentar. No
es la misma para todos, ni se logra de un plumazo, es un sentimiento que se
nutre depurando de a poco y poniendo en la palestra del vivir, lo que vemos y
vivimos, no lo que oímos por ahí y mucho menos en las redes sociales.
(Continuará)
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