miércoles, 20 de agosto de 2025

 

Un día, una circularidad. (3)

                                                        Percibir la fuerza que transforma cada día, pondera la actitud que conlleva la encomienda.  MJ

                             

                           Lo que a cada ser humano se le encomienda, lleva dos sentidos: el primero, basado en la actitud que se desdobla en la acción y el segundo es percibir la fuerza inmersa en el devenir del día. Nada sucede solo porque sí.  La connotación del día en presente es propuesta hoy como lo más importante, mas lo que ya pasó, tiene una parte aglutinante y significativa que dará mejor pie a lo que viene. Cerramos y estamos listos para el nuevo día y si quedasen resabios de asuntos a resolver seguro habrá fluidez si todo lo percibimos en redondez.

                             Mucho antes de ser personas, somos seres involucrados en ciclos. Saber que éstos son irreversibles, nos puede causar pesar, y hasta ansiedades que no son fáciles de comprender, mas lo que sí es mucho muy necesario, es saber que esa misma situación cíclica nos da fuerzas.  Quien se logra visualizar como persona completa, nada tiene que temer, de todas las especies somos los que nos podemos apreciar desde afuera, sabiendo que contamos con un lenguaje para comunicar y transformar. Lograr lo que somos como individuos sin dejar de contemplar al grupo.  Saber que lo circular nos da entereza.

No se puede vivir de otra manera: para que las cosas que amamos perduren, hay que aceptar que viven en constante transformación y que a veces lo que se deja atrás es un limo que aporta, con la experiencia. Poder distinguir cómo queremos transmitir y cuándo hacerlo, es lo que los lingüistas y estudiosos nos proponen:  puede ser la clave en donde asentar la paz redonda. Amar curativamente.

En la vida de relación esto se suaviza muchísimo cuando acordamos. Se hacen acuerdos para todo, con los padres, con uno mismo, con la pareja, con los hijos o con quienes son parte de nuestro día a día en una forma más cercana.

Si en los matrimonios no se logran acuerdos y se vive mediante esos postulados, es seguro que el ciclo este cerrado más pronto que tarde y habrá que pasar a otras acciones y modos de vida. Es parte de la cultura aceptar lo que se cierra.

A los 55 (cincuenta y cinco) años de vida y unos 30 (treinta) años de convivir con mi marido, nos llegó un tiempo de acordar. Las premisas andaban un tanto por el aire, no por otras cosas sino por los mismos cambios que la vida siempre propone.

 Los hijos ya iban tomando los caminos naturales y eso mismo nos daba pie a nuevas rutas. Ya no había la fuerza rectora de apoyar directamente a los hijos, mas sí abrir nuevos retos, para uno, para todos. A los hijos, mientras vivan los padres, éstos tienen la encomienda de dar certidumbres, tal vez cuando ya maduros son más de orden mental. Con los caminos definidos somos mucho más capaces de aportar.

 En realidad, una parte muy importante de estar en el mundo es para dar apoyos y certezas, porque la vida social del wiri wiri, hay que aceptar que es harina de otro costal, así como el pan puede ser delicioso, tambien es dañino en exceso.  Algunos seres tienen esa necesidad para sentirse vivos y ¡qué bueno!, sin perder el rumbo del espíritu.

                                               Hacía muchos años que quería retomar una actividad propuesta por mi madre desde la infancia y que yo sabía me hacía muy feliz: el tejido de crochet. Me avoque a averiguar de alguna persona que tejiera y diera clases y que pudiera darme certidumbre para lograr esta actividad tan noble.  Encontré a una señora con una discapacidad de poliomielitis, vivía en un lugar lejano, al sur de la ciudad en un rumbo muy humilde. Le fui a visitar y en el pequeño recinto de su casa, sentí el sentido del amor. En una pequeña casa apenas con lo necesario e indispensable, no faltaba el calor humano, éste se percibía en el aire como parte del todo, en lo amoroso de las miradas, los gestos cómplices y propositivos. Acordamos ir por ella hasta ahí y que nos reuniéramos unas amigas y yo unas tardes para hacer de esas sesiones de tejido algo muy valioso, y así lo fue.   La maestra de carácter encomiable y admirable, siempre salía con una gran sonrisa y felicidad apoyada en sus dos fierros que le daban estabilidad física. Casi nos decía a las que le escuchábamos en sus enseñanzas: -señoras no olviden que hay tiempo para todo-. Daba algunas recomendaciones a su esposo a quien notábamos entregado y atento a las indicaciones precisas que ella pausadamente le dejaba, él que habría de velar por los hijos aun niños, hasta que ella regresara.

 Ella podía trabajar por las mañanas en una mercería del centro de la ciudad. Logré revalorar lo que mi madre me había transmitido de la actividad y lo que implica tejer, hacerlo con ánimo y gusto y tomar confianza para hacer lo que uno se propone. Tenía en mente rediseñar unos pequeños zapatitos que mi madre guardaba provenientes de La Habana, Cuba, ciudad en la que se bordaba y tejía con mucha calidad en los años de la primera parte del siglo pasado.  Reinventé varios modelos con esa base de zapatitos para bebé.

Es así que llegamos a la revisión de la libreta número 84 (ochenta y cuatro).

Comienzo con una frase clara y serena:

Hay olores que nunca se van.

Guardo muchas cosas hechas a mano por mi madre, y huelen a ella. Cuando las saco le siento presente, esas sencillas telas guardan olores infinitos y como que mi madre regresa y está ahí conmigo. Aún no sabía de la importancia del olfato como centralidad para una vida equilibrada. Los olores pueden perdurar en nosotros nítidamente, tienen el lenguaje de lo eterno. El más evidente es el de las viandas que se cocinan en casa, y como esos olores a veces nos remiten a los que vivimos en la niñez. A veces, cuando mi hijo entra a casa con sus hijos, respira profundo y me dice: -aquí en tu casa siento el olor de la casa de la abuela-. (mi madre). Me paralizo porque yo no lo siento tan nítido como él, aunque trato de percibirlo. A los olores de casa no debemos desacostumbrarnos, son parte de nuestro equilibrio. Cada ser humano tenemos un olor muy particular y de pronto sin que ni para que, podemos recordar el olor de alguien con quien hemos convivido. A veces esos olores regresan en los sueños y uno los vive como si… la personaestuvierarealmentepresente. ¡como un todo! Circular.

Los olores tambien son lenguajes. Desatan pensamientos nobles.

Cuando sentimos de pronto el olor de nuestra madre, aunque ésta ya no esté en este mundo… (¿Y, como puede suceder esto?) tal vez por el perfume que usaba a diario y se quedó impregnado en algunas cosas que tocó.

Los sueños nocturnos son parte actuante de la circularidad del día. Abren y cierran portales de recuerdos.  Nunca me preocupo por saber qué significa un sueño. Me he dado cuenta cuánto aporta a los respiros profundos del amanecer, eso que hemos vivido al soñar. No importa si no se recuerda tan nítido.

Uno de los asuntos que tenemos que tener presente siempre es saber quiénes son los que forman parte de nuestra vida como personas cercanas, aun esas que solo viven en los sueños. La percepción del amor de las personas es muy real y eso hay que tenerlo presente a voluntad, traerlo a la palestra del día en su redondez.

Paule Marshall, nos dice:

-A veces una persona tiene que retroceder,

Hasta el punto de partida.

A fin de escribir, de comprender todo.

Lo que ha ganado y perdido antes de seguir adelante-.

Cortes de caja… diría una comadre muy querida. Y, ¡cuánta razón!, sin las buenas revisiones, perdemos vida debatiéndonos en nimiedades de formato, perdiendo lo fundamental en mediocridades que dejan la circularidad trastocada y como desvanecida y no lograr esos respiros profundos que solo con ellos nos reencontramos con lo redondo de un día, claridad en los coloridos.

Una de las situaciones que da el color a la circularidad del día es comprender las personalidades, y mucho mas de quienes consideramos cercanos. Es tarea obligada saber gustos y preferencias. Cuando se revelan tonalidades de las personas, hasta sus sonrisas se perciben diferente, nos habla el silencio. Cuando hacemos grafito, técnica de dibujo que enseña a valorar los cambios nítidos en los tonos, uno se llena de asombro. Hoy los medios tonos, los practico con una maestra que me ayuda a perfeccionar, uno nunca deja de aprender.

El mayor compromiso que se gesta cada día y se hace redondo y rotundo, es el de sernos fieles a nosotros mismos. Lo logrado hasta el día de hoy, es clave.

La nitidez en lo circular de la vida misma nos hace sentir que nada nos falta, aunque la mente y sus juegos a veces nos hagan creer otras tonterías. De seguro hasta la comunicación cambia y a nítida actividad se propicia mayor calma, y así mirar a los ojos del otro, estar atentos a lo que se expresa y si estamos con niños ¡Qué hablen!

Nunca he creído en los modos sacrificados de ser. Lo que se vivía en la antigüedad promovido por el catolicísimo mal entendido, es un asunto que siempre me brincó.

 Hoy mismo ya lo tengo claro: No es el sacrificio por el sacrificio mismo, sino es saber los cuándos y los cómo. Si queremos hacer todo lo que pretendemos de un plumazo, es seguro que nos invada un tipo de angustia y eso mismo no provee para el buen amor, el que cura está asentado en las acciones más pausadas.

 Para ir logrando los tiempos y momentos adecuados, se necesita un don básico: saber esperar. Entonces, sacrificar no significa que vayamos a dagarnos y dejar las cosas sin hacer, aunque no todo sea para nosotros… ¿y si hiciera falta dejar para mañana… lo que no se pudo hacer hoy.? Obviamente, hay que revalorar, porque lo carrereado sale mal. Eso de que todo se tiene que consumar lo más pronto posible, no es parte del modo devocional de resolver. Es así que, teniendo claro que si cada día se vive integro y circular esa parte de la espiral dialéctica nos dará sentido. Exactamente ahí en donde estamos.

                                                                            En el mes de mayo de 2010 escribí:

-Soy muy feliz de haberme dado un nuevo tiempo de reflexión-. Bueno, eso de la reflexión es muy personal, es bueno hacerlo de vez en cuando para no arrastrar, no digamos tristezas, hasta depresión. ¿Por qué interpretamos los hechos vividos de una manera tan singular? Simple y llanamente porque son parte de lo que sí somos.  Colaborar con las premisas de lo que uno piensa, dialogar. Si los pensamientos compartidos son bien recibidos es posible que podamos convivir más cercanamente, con otros seres basta ser amables y sonreír.

El libro:  -Walden, o la vida en los bosques-, jamás ha estado lejos de mí. Me llegó en la adolescencia un sábado por la tarde haciendo unas compras de supermercado en CDMX, mi padre cuando lo tomó (en una edición muy sencilla) solo me dijo: -Te va a gustar-.  No me dijo nada más, ni que fuera para toda la vida, ni nada significativo. Así, me dejó abierto todo. Aun desgastado, ese pequeño libro ocupa un lugar preferencial en mi librero, me encantan esos libros que son verdaderos amigos. Cuando se decide uno por ratos de soledad, la vida se resetea. Exacto como Henry David Thoreau se rehízo a sí mismo. Lo logró durante esos dos años y dos meses que vivió solo y se auto reconstruyó junto al lago Walden.

Saber vivir del sustento de nuestras propias manos es genial y más cuando hasta se pueden construir cosas materiales para compartir, esas mismas que nos benefician en casa o con otros seres. Este norteamericano nos dio una lección de vida y se la dio a sí mismo. Recién graduado de Harvard, vive y escribe en primera persona su aventura de soledad. Él pensaba que el destino no tiene por qué ser una carga heredada. Los frutos delicados de la vida se nos pueden escapar por estar inmiscuidos en preocupaciones innecesarias y hasta artificiales. (Paraf.)

Nos dice claramente: -Las herencias pueden traer desdichas, así como el excesivo afán, nos puede matar-.

El artificio en la vida se cuela como el mismo aire. De pronto ni cuenta nos damos cuan de cartón es el mundo que nos estamos creando, olvidando que la fuerza de cada día cuenta, y que es ahí en finitud bien concertada, donde podremos darle a la vida ese afán tan deseado de lo que sí queremos. Vivir en redondez es así.

No podemos vivir con manso desespero. Es bueno respirar profundo y hacer altos durante el día, ese aire que nos rodea no es poca cosa y así retomar el impulso vital como si fuéramos nuevos aquí en el mundo. Cada día, como recién desempacados.

Ningún trabajo es en vano mientras este aportando al bien común cercano o lejano.

No perder de vista:  todos estamos unidos. (Continuará)

 

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