Un día, una circularidad. (3)
Percibir la fuerza que transforma cada día, pondera
la actitud que conlleva la encomienda.
MJ
Lo que a cada ser humano se le encomienda, lleva dos sentidos: el
primero, basado en la actitud que se desdobla en la acción y el segundo es
percibir la fuerza inmersa en el devenir del día. Nada sucede solo porque sí. La connotación del día en presente es
propuesta hoy como lo más importante, mas lo que ya pasó, tiene una parte
aglutinante y significativa que dará mejor pie a lo que viene. Cerramos y
estamos listos para el nuevo día y si quedasen resabios de asuntos a resolver
seguro habrá fluidez si todo lo percibimos en redondez.
Mucho antes de ser personas, somos seres
involucrados en ciclos. Saber que éstos son irreversibles, nos puede causar
pesar, y hasta ansiedades que no son fáciles de comprender, mas lo que sí es
mucho muy necesario, es saber que esa misma situación cíclica nos da fuerzas. Quien se logra visualizar como persona
completa, nada tiene que temer, de todas las especies somos los que nos podemos
apreciar desde afuera, sabiendo que contamos con un lenguaje para comunicar y
transformar. Lograr lo que somos como individuos sin dejar de contemplar
al grupo. Saber que lo circular nos da
entereza.
No se puede vivir de otra manera: para que las cosas que
amamos perduren, hay que aceptar que viven en constante transformación y que a
veces lo que se deja atrás es un limo que aporta, con la experiencia. Poder
distinguir cómo queremos transmitir y cuándo hacerlo, es lo que los lingüistas
y estudiosos nos proponen: puede ser la
clave en donde asentar la paz redonda. Amar curativamente.
En la vida de relación esto se suaviza muchísimo cuando
acordamos. Se hacen acuerdos para todo, con los padres, con uno mismo, con la
pareja, con los hijos o con quienes son parte de nuestro día a día en una forma
más cercana.
Si en los matrimonios no se logran acuerdos y se vive
mediante esos postulados, es seguro que el ciclo este cerrado más pronto que
tarde y habrá que pasar a otras acciones y modos de vida. Es parte de la
cultura aceptar lo que se cierra.
A los 55 (cincuenta y cinco) años de vida y unos 30
(treinta) años de convivir con mi marido, nos llegó un tiempo de acordar. Las
premisas andaban un tanto por el aire, no por otras cosas sino por los mismos
cambios que la vida siempre propone.
Los hijos ya iban
tomando los caminos naturales y eso mismo nos daba pie a nuevas rutas. Ya no
había la fuerza rectora de apoyar directamente a los hijos, mas sí abrir nuevos
retos, para uno, para todos. A los hijos, mientras vivan los padres, éstos
tienen la encomienda de dar certidumbres, tal vez cuando ya maduros son más de
orden mental. Con los caminos definidos somos mucho más capaces de aportar.
En realidad, una
parte muy importante de estar en el mundo es para dar apoyos y certezas, porque
la vida social del wiri wiri, hay que aceptar que es harina de otro
costal, así como el pan puede ser delicioso, tambien es dañino en exceso. Algunos seres tienen esa necesidad para
sentirse vivos y ¡qué bueno!, sin perder el rumbo del espíritu.
Hacía
muchos años que quería retomar una actividad propuesta por mi madre desde la
infancia y que yo sabía me hacía muy feliz: el tejido de crochet. Me avoque a
averiguar de alguna persona que tejiera y diera clases y que pudiera darme certidumbre
para lograr esta actividad tan noble.
Encontré a una señora con una discapacidad de poliomielitis, vivía en un
lugar lejano, al sur de la ciudad en un rumbo muy humilde. Le fui a visitar y
en el pequeño recinto de su casa, sentí el sentido del amor. En una
pequeña casa apenas con lo necesario e indispensable, no faltaba el calor
humano, éste se percibía en el aire como parte del todo, en lo amoroso de las
miradas, los gestos cómplices y propositivos. Acordamos ir por ella hasta ahí y
que nos reuniéramos unas amigas y yo unas tardes para hacer de esas sesiones de
tejido algo muy valioso, y así lo fue. La maestra de carácter encomiable y admirable,
siempre salía con una gran sonrisa y felicidad apoyada en sus dos fierros que
le daban estabilidad física. Casi nos decía a las que le escuchábamos en sus
enseñanzas: -señoras no olviden que hay tiempo para todo-. Daba algunas
recomendaciones a su esposo a quien notábamos entregado y atento a las indicaciones
precisas que ella pausadamente le dejaba, él que habría de velar por los hijos
aun niños, hasta que ella regresara.
Ella podía
trabajar por las mañanas en una mercería del centro de la ciudad. Logré
revalorar lo que mi madre me había transmitido de la actividad y lo que implica
tejer, hacerlo con ánimo y gusto y tomar confianza para hacer lo que uno se
propone. Tenía en mente rediseñar unos pequeños zapatitos que mi madre guardaba
provenientes de La Habana, Cuba, ciudad en la que se bordaba y tejía con mucha
calidad en los años de la primera parte del siglo pasado. Reinventé varios modelos con esa base de zapatitos
para bebé.
Es así que llegamos a la revisión de la libreta número 84
(ochenta y cuatro).
Comienzo con una frase clara y serena:
Hay olores que nunca se van.
Guardo muchas cosas hechas a mano por mi madre, y huelen
a ella. Cuando las saco le siento presente, esas sencillas telas guardan olores
infinitos y como que mi madre regresa y está ahí conmigo. Aún no sabía de la
importancia del olfato como centralidad para una vida equilibrada. Los olores
pueden perdurar en nosotros nítidamente, tienen el lenguaje de lo eterno. El más
evidente es el de las viandas que se cocinan en casa, y como esos olores a
veces nos remiten a los que vivimos en la niñez. A veces, cuando mi hijo entra
a casa con sus hijos, respira profundo y me dice: -aquí en tu casa siento el
olor de la casa de la abuela-. (mi madre). Me paralizo porque yo no lo siento
tan nítido como él, aunque trato de percibirlo. A los olores de casa no debemos
desacostumbrarnos, son parte de nuestro equilibrio. Cada ser humano tenemos un
olor muy particular y de pronto sin que ni para que, podemos recordar el olor
de alguien con quien hemos convivido. A veces esos olores regresan en los
sueños y uno los vive como si… la personaestuvierarealmentepresente. ¡como un todo!
Circular.
Los olores tambien son lenguajes. Desatan pensamientos
nobles.
Cuando sentimos de pronto el olor de nuestra madre,
aunque ésta ya no esté en este mundo… (¿Y, como puede suceder esto?) tal vez
por el perfume que usaba a diario y se quedó impregnado en algunas cosas que
tocó.
Los sueños nocturnos son parte actuante de la
circularidad del día. Abren y cierran portales de recuerdos. Nunca me preocupo por saber qué significa un
sueño. Me he dado cuenta cuánto aporta a los respiros profundos del amanecer,
eso que hemos vivido al soñar. No importa si no se recuerda tan nítido.
Uno de los asuntos que tenemos que tener presente siempre
es saber quiénes son los que forman parte de nuestra vida como personas
cercanas, aun esas que solo viven en los sueños. La percepción del amor de las
personas es muy real y eso hay que tenerlo presente a voluntad, traerlo a la
palestra del día en su redondez.
Paule Marshall, nos dice:
-A veces una persona tiene que retroceder,
Hasta el punto de partida.
A fin de escribir, de comprender todo.
Lo que ha ganado y perdido antes de seguir adelante-.
Cortes de caja… diría una comadre muy querida. Y, ¡cuánta
razón!, sin las buenas revisiones, perdemos vida debatiéndonos en nimiedades de
formato, perdiendo lo fundamental en mediocridades que dejan la circularidad trastocada
y como desvanecida y no lograr esos respiros profundos que solo con ellos nos
reencontramos con lo redondo de un día, claridad en los coloridos.
Una de las situaciones que da el color a la circularidad
del día es comprender las personalidades, y mucho mas de quienes consideramos
cercanos. Es tarea obligada saber gustos y preferencias. Cuando se revelan
tonalidades de las personas, hasta sus sonrisas se perciben diferente, nos
habla el silencio. Cuando hacemos grafito, técnica de dibujo que enseña a
valorar los cambios nítidos en los tonos, uno se llena de asombro. Hoy los medios
tonos, los practico con una maestra que me ayuda a perfeccionar, uno nunca
deja de aprender.
El mayor compromiso que se gesta cada día y se hace
redondo y rotundo, es el de sernos fieles a nosotros mismos. Lo logrado hasta
el día de hoy, es clave.
La nitidez en lo circular de la vida misma nos hace
sentir que nada nos falta, aunque la mente y sus juegos a veces nos hagan creer
otras tonterías. De seguro hasta la comunicación cambia y a nítida actividad se
propicia mayor calma, y así mirar a los ojos del otro, estar atentos a lo que
se expresa y si estamos con niños ¡Qué hablen!
Nunca he creído en los modos sacrificados de ser. Lo que
se vivía en la antigüedad promovido por el catolicísimo mal entendido, es un
asunto que siempre me brincó.
Hoy mismo ya lo
tengo claro: No es el sacrificio por el sacrificio mismo, sino es saber los cuándos
y los cómo. Si queremos hacer todo lo que pretendemos de un plumazo, es
seguro que nos invada un tipo de angustia y eso mismo no provee para el buen
amor, el que cura está asentado en las acciones más pausadas.
Para ir logrando
los tiempos y momentos adecuados, se necesita un don básico: saber esperar.
Entonces, sacrificar no significa que vayamos a dagarnos y dejar las cosas sin
hacer, aunque no todo sea para nosotros… ¿y si hiciera falta dejar para mañana…
lo que no se pudo hacer hoy.? Obviamente, hay que revalorar, porque lo
carrereado sale mal. Eso de que todo se tiene que consumar lo más pronto
posible, no es parte del modo devocional de resolver. Es así que, teniendo
claro que si cada día se vive integro y circular esa parte de la espiral
dialéctica nos dará sentido. Exactamente ahí en donde estamos.
En el mes de mayo
de 2010 escribí:
-Soy muy feliz de haberme dado un nuevo tiempo de
reflexión-. Bueno, eso de la reflexión es muy personal, es bueno hacerlo de vez
en cuando para no arrastrar, no digamos tristezas, hasta depresión. ¿Por qué
interpretamos los hechos vividos de una manera tan singular? Simple y llanamente
porque son parte de lo que sí somos.
Colaborar con las premisas de lo que uno piensa, dialogar. Si los
pensamientos compartidos son bien recibidos es posible que podamos convivir más
cercanamente, con otros seres basta ser amables y sonreír.
El libro: -Walden,
o la vida en los bosques-, jamás ha estado lejos de mí. Me llegó en la
adolescencia un sábado por la tarde haciendo unas compras de supermercado en
CDMX, mi padre cuando lo tomó (en una edición muy sencilla) solo me dijo: -Te
va a gustar-. No me dijo nada más, ni
que fuera para toda la vida, ni nada significativo. Así, me dejó abierto todo.
Aun desgastado, ese pequeño libro ocupa un lugar preferencial en mi librero, me
encantan esos libros que son verdaderos amigos. Cuando se decide uno por ratos
de soledad, la vida se resetea. Exacto como Henry David Thoreau se
rehízo a sí mismo. Lo logró durante esos dos años y dos meses que vivió solo y
se auto reconstruyó junto al lago Walden.
Saber vivir del sustento de nuestras propias manos es
genial y más cuando hasta se pueden construir cosas materiales para compartir,
esas mismas que nos benefician en casa o con otros seres. Este norteamericano
nos dio una lección de vida y se la dio a sí mismo. Recién graduado de Harvard,
vive y escribe en primera persona su aventura de soledad. Él pensaba que el
destino no tiene por qué ser una carga heredada. Los frutos delicados de la
vida se nos pueden escapar por estar inmiscuidos en preocupaciones innecesarias
y hasta artificiales. (Paraf.)
Nos dice claramente: -Las herencias pueden traer
desdichas, así como el excesivo afán, nos puede matar-.
El artificio en la vida se cuela como el mismo aire. De
pronto ni cuenta nos damos cuan de cartón es el mundo que nos estamos creando,
olvidando que la fuerza de cada día cuenta, y que es ahí en finitud bien concertada,
donde podremos darle a la vida ese afán tan deseado de lo que sí queremos. Vivir
en redondez es así.
No podemos vivir con manso desespero. Es bueno respirar
profundo y hacer altos durante el día, ese aire que nos rodea no es poca cosa y
así retomar el impulso vital como si fuéramos nuevos aquí en el mundo. Cada
día, como recién desempacados.
Ningún trabajo es en vano mientras este aportando al bien
común cercano o lejano.
No perder de vista:
todos estamos unidos. (Continuará)
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