jueves, 4 de diciembre de 2025

 

Un día, una circularidad. (18)

                                                    La vida, no es la que uno vive,

                                                    es en realidad la que uno recuerda, y como la recuerda para contarla.

Gabriel García Márquez.

                                               Aun las personas que vivimos con la pluma en la mano día a día, con ese gusto de documentar lo vivido y saber que al hacerlo encontramos una felicidad más duradera al volver y releer, la realidad nos dice que es más bien el gozo de dejar parte de nosotros en los demás y nunca está ausente el deshallo que tomado como aprendizaje, nutre. Bien claro lo dice García Márquez, la vida no es exactamente lo que vivimos. La energía que va quedando de las vivencias cuando nos encontramos con otros seres, son momentos invaluables. Nos queda clara la diferencia de seres que ven los encuentros como una interacción social más, de la cual sacar alguna canonjía, y los otros seres que saben compartir el cariño.  

Siempre, todos los humanos llevamos en nosotros momentos de vida que hay que recomponer, es decir volverlos al círculo virtuoso de la percepción, y del recuerdo. Esa terquedad de poner por escrito lo que uno vive, (que yo la tengo desde muy niña, y hoy día mi nieto a sus 7 (siete) años la ha descubierto y la practica también) va a permear todo, desde lo que se piensa y sueña tomando diferentes significados, hasta lo que es vivencia concorde, es decir que nos refleja empatía. En los diarios personales directamente, es más común encontrar pasajes que son fidedignos y puntuales, llevan la fuerza del día a día, eso que deja un buen limo de experiencia.

Varios diarios personales he leído de otros congéneres. Me encanta entrar a esos escritos con el pie derecho, mis seres cercanos lo saben, me los regalan, me los proponen y a veces hasta los compartimos en las conversaciones. Algunos son de escritores de épocas distantes a la nuestra, otros más cercanos y de los que tengo en casa iré compartiendo, como lo he venido haciendo con el del filósofo, Amiel.  Amiel vivió con muchos tormentos en el alma.

 Con mucha puntualidad escribe observaciones interiores de él mismo, de los congéneres que trató. Nos lleva por caminos muy interesantes.  Básicamente refleja como el siglo XIX tiene muchas cosas que son exactamente iguales a lo que se vive hoy: discrepancias políticas, religiosas, movimientos de cambios y luchas.  

No he concordado con todo lo que dice, obviamente, pero cada que le leo me doy cuenta cuantas realidades puede haber en el alma humana. Es profundo por momentos este autor, y muy claro y cercano a sus realidades cotidianas en otros casos. Aunque sus escritos tambien llevan un sello de negatividad y pesimismo, jamás son en vano.

A mediados del año 1873 afirma -Todo se repite por analogía y cada pequeño rincón de la tierra reproduce bajo una forma reducida y universal todos los fenómenos del planeta-. Básicamente nos aclara que no hay nada nuevo, los asombros en realidad son producto de una voluntad creativa, y cuando esto lo comparamos con lo que dice el autor de Cien Años de Soledad, pues nos damos cuenta que las bases para interpretar lo que vivimos, son las mismas. Los tiempos y épocas es claro que tienen sus modos específicos, pero es interesante ver lo que un humano de años pasados piensa y como puede ser tan actual.

- ¿Como dudar de que nuestra muerte sirva tanto como nuestra vida y que nada se pierda de lo que es prestado? El préstamo mutuo y el servicio temporal parecen la ley de la existencia-. Nos dice. Y, así mismo podremos pensarlo cada uno, hoy. La existencia esta permeada por nuestras mentes que se conservan serenas si somos fieles a lo que creemos. En el caso del católico, siempre sabiendo que el cuerpo es tan solo ese préstamo temporal, y que la vida posterior a la muerte tendrá sentido.

Así es que Amiel nos afirma: -Lo que debe ser, es-.  Creo que la paz es invaluable.

Hoy día se habla mucho de que nos hemos vuelto tan individuales que perdemos la perspectiva global, ya hasta los estudiosos de la geopolítica nos dicen que la globalidad ya es un concepto obsoleto. Desde este nuevo siglo, el individuo ha vuelto a tener preponderancia, así como el sentido de los nacionalismos. Lo que habremos de analizar es que esto sería más cuerdo si fuera equilibrado el asunto: Si no hay individualidad circular, esa que nos aterriza y centra, nos podremos encontrar con más vacíos de los pensados. Y ¡cuidado!, que un vacío abre otro.

 Hoy día que la mentira ha tomado una delantera inimaginable, mucho más.   Amiel, nos afirma: -Cuando no se siente la individualidad y no se cultiva el amor propio o ese respeto por lo que somos como individuos, es casi imposible ser compactos, es decir consecuentes con una manera de ser y sentir que nos defina y en el actuar ni se diga-. (Paraf.)

Los que somos creyentes y tenemos claro al Dios que nos rige dentro de una vertiente de religiosidad, sí que nos sentimos como que, vigilados (¿?), y habremos de tener claro que Dios no está con los ojos puestos encima de nadie. Ha dado sentido a la creación a partir de otorgarla y desde ahí, todos los que somos parte y las creaturas en activo hemos venido a hacer uso del buen sentido. Nada más.

Dice Amiel -Nada se puede sin la fe; por lo tanto, no tengo fe en lo desconocido; detesto el azar y no me siento ni llevado ni sostenido por la Providencia-. Aquí vemos un desconcierto tremendo en lo que cada uno de esos conceptos le significan, porque hoy día sabemos que ante todo si queremos fe, tendremos que confiar en lo desconocido las más de las veces, y más allá en la Providencia. Claro que es un asunto mental y de voluntad el querer hacerlo, mentalizarlo. No es que lo desconocido nos encante, ni mucho menos queremos entrar a algo que podría ser nefasto, pero si la fe se permea bien en nosotros (eso que a otros podría parecer desconocido) para el católico se torna en paz, al tener claro que Dios nos ha creado con un propósito. Parte de lo propio en relación con Dios es sabernos adjuntos a ese sentir de que somos contingentes en esencia y que volveremos a la grandeza de donde hemos venido.

Es verdad que todo está sustentado en la teoría y ésta debe resonar. Al igual que las palabras, lo teórico ha de tener contexto, si no es así, es como paja al viento. Tomar teorías por utilizarlas como unto de la Magdalena es lo más temerario que hay, porque es lo que lleva a forzar la realidad. Nos dice Amiel -La teoría, la vida del pensamiento, como decía Aristóteles, pertenece a unos pocos privilegiados. Pero son esos raros individuos los que hacen que la humanidad sea progresista y, después de todo, superior a las otras especies-. Es un hecho que nos debemos sentir muy bien puestos en esta tierra porque se nos ha dado todo para vivirla en armonía, aunque esto en ninguna era de la humanidad se haya logrado en la totalidad.  Tal vez por eso lo más cuerdo, como decía el portal del Oráculo de Delfos: Saber que: eres mortal y hay límites en cada ser.

Redefinir en cada etapa vivida, no es poca cosa. Esto de tomar nuevas definiciones en la mente nos trae la base del crecimiento espiritual.

Nos continúa aseverando Amiel -En los pueblos muy sociables, el individuo teme, por, sobre todo, al ridículo, y el ridículo consiste en ser encontrado original. Nadie desea formar bando aparte; cada uno quiere estar con todo el mundo-. Los excesos de pensamiento obtuso es claro que pertenecen a quien no se sustenta con crecimiento, pensar cómo piensa el resto del grupo nos da pertenencia que hay que saber llevar y no caer en borreguismos. Así, se va encontrando la medida del pensar y del hacer. Claro que en las grandes urbes todo fluye más sencillo en los ámbitos de los miedos sociales, porque las personas se adecuan a su grupo de referencia y van como miel sobre hojuelas. El mundo pequeño de los pueblos y provincias está mucho más atento al: SE, es decir él se viste, él se llama, él se pasea, y este SE parece tener siempre la razón-. El SE, la base del chisme también. Es el grupo de individuos que dan pauta y los demás tienden a seguirla. Este SE dice Amiel -tiene tres bocas. La primera boca declara lo que SE dice, lo que Se hace y toma el nombre del uso. La segunda declara lo que SE piensa, y eso es la opinión; La tercera declara lo que SE encuentra bien o bello, y es la moda-.

Es muy bello cuando le escuchamos decir como si nos hablara de cerca y apelase a nuestra época: -La multitud es una fuerza material; la muchedumbre da a una proposición fuerza de ley; pero el pensamiento sabio, maduro, que tiene en cuenta todo y que, por consiguiente, posee la verdad, no fue engendrado jamás por la impetuosidad de las masas. Estas son la materia de la democracia; pero las forma, es decir, las leyes que expresan la razón, la justicia y la utilidad general, es producida por la sabiduría, que no es en modo alguno una propiedad universal-.

Cuánto contenido que se visualiza actual. Cuando creemos que la multitud podría tener los aciertos a considerar, habremos de tener claro que si esa misma multitud no cultiva la parte sabía, en cada ser, no hay camino. Vayamos con pie firme, con esa sabiduría que se nos otorga cada día y que tal vez por estar inmersos en la globalidad y en las propuestas que llegan de pronto, no tan pensadas, se nos escabulla como un pedazo de jabón mojado entre los dedos.

Continúa Amiel: -Se puede suponer que el equilibrio entre la fe y la razón es el estado deseable para el individuo, el que representa la suma de vida más intensa; pero no se puede decir que esté en la esencia de la fe buscar la luz, ni en la esencia de la razón abdicar de la fe-.

Nunca olvidar que la fe es objetico elegido, y en la mente está presente. Adosado con la premura de que creemos en el misterio, (que no por serlo se esconde de lo que nos puede dar claridad) aunque no todo se pueda ver. No todo lo que habremos de vivir ha de ser absolutamente visible, y la razón cambia con premura. Si caemos en las garras de una serie de premisas severas, nos puede llevar la mente a abismos insondables, esos que en mucho vive el mundo hoy día.

Es verdad, nos dice este noble pensador, que -Son los pensadores, los filántropos, quienes encuentran las fórmulas de lo mejor; son las gentes honestas quienes las aplican; son los adultos quienes las aprovechan. La invención de la colmena pertenece a Dios; La miel es elaborada por las abejas; pero son los zánganos los que se comen la mayor parte-.

Zánganos habrá en todas las épocas de la humanidad, lo sabemos. Es a los adultos a quienes nos toca evitar ese modo que conlleva rapacidad, desde la infancia se permea la vida y se puede enseñar a los críos que, si bien todo se produce en sociedad, habremos de encontrar el nicho preferencial para ser creativos y no meros absolutos depredadores. La honestidad anda hoy como con somnolencia.  

En algunos ámbitos hasta se piensa que el ser honesto es de  tontos, como si fuera algo inteligente engañar. La cultura del trabajo cada vez se ha mal entendido.

 Conforme pasan las eras, siempre hay generaciones que creen que, porque sus antepasados les dieron todo, a ellos solo les toca consumir.

-El progreso secular consiste solamente en el aumento de lo útil-. Pero no porque lo útil sea viable fácilmente, es parte de la vida sin esfuerzo.

-Solamente el hombre generoso, noble, devoto, colabora directamente en la gran obra-. Nos aclara Amiel.

-Planear sobre la propia historia, adivinar el sentido que tenemos en el concierto universal, y en el plano divino, es el comienzo de la felicidad-. (Paraf.)

-Dios es justo, y si concede la supervivencia, no da la felicidad a quien no la mereció; pero puede conceder la dispensa de ser, al que ha maldecido ser. Por esta institución se respetaría la libertad de almas, la justicia divina estaría intacta, y las aspiraciones de la criatura a la felicidad podrían ser satisfechas. El infierno se habría cerrado y un paraíso final, sería posible-.

Algunos momentos este gran pensador nos desconcierta. Nos dice ante todo respecto de la justicia de Dios, que ésta se otorga. Los renglones torcidos de Dios es claro que tienen sentido, más hay que tener claro que, solo por la libertad de pensamiento es que puede llegar la verdadera felicidad. Solo somos felices cuando la mente se encamina digna y claramente hacia la luz.

¿Cuándo se maldice al ser?, esto es algo delicado, pero claramente no es una maldición verbal, es tan solo el haber elegido un camino que, al no correspondernos, el mal llega como si nada. Por eso hay que tener muy claro el sentido de la dignidad. Lo que somos originalmente tiene todo para la felicidad, solo hay que saber el cómo.

La justicia divina es algo que tambien se aprende a detectar. Nunca es lo que para muchos representa la voluntad de un Dios que hace o deshace, más bien es una consecuencia que se otorga unida al Espíritu Santo y a la Gracia. Continuará.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario