Un día, una circularidad. (18)
La vida, no es la que uno vive,
es en realidad la que uno recuerda, y como la recuerda para contarla.
Gabriel García Márquez.
Aun las personas que vivimos con la pluma en la mano día a día, con ese gusto
de documentar lo vivido y saber que al hacerlo encontramos una felicidad más
duradera al volver y releer, la realidad nos dice que es más bien el gozo de
dejar parte de nosotros en los demás y nunca está ausente el deshallo que
tomado como aprendizaje, nutre. Bien claro lo dice García Márquez, la vida no
es exactamente lo que vivimos. La energía que va quedando de las vivencias
cuando nos encontramos con otros seres, son momentos invaluables. Nos queda
clara la diferencia de seres que ven los encuentros como una interacción social
más, de la cual sacar alguna canonjía, y los otros seres que saben compartir el
cariño.
Siempre, todos los humanos llevamos en nosotros momentos
de vida que hay que recomponer, es decir volverlos al círculo virtuoso de la
percepción, y del recuerdo. Esa terquedad de poner por escrito lo que uno vive,
(que yo la tengo desde muy niña, y hoy día mi nieto a sus 7 (siete) años la ha
descubierto y la practica también) va a permear todo, desde lo que se piensa y
sueña tomando diferentes significados, hasta lo que es vivencia concorde, es
decir que nos refleja empatía. En los diarios personales directamente, es más
común encontrar pasajes que son fidedignos y puntuales, llevan la fuerza del
día a día, eso que deja un buen limo de experiencia.
Varios diarios personales he leído de otros congéneres.
Me encanta entrar a esos escritos con el pie derecho, mis seres cercanos lo
saben, me los regalan, me los proponen y a veces hasta los compartimos en las
conversaciones. Algunos son de escritores de épocas distantes a la nuestra,
otros más cercanos y de los que tengo en casa iré compartiendo, como lo he
venido haciendo con el del filósofo, Amiel. Amiel vivió con muchos tormentos en el alma.
Con mucha
puntualidad escribe observaciones interiores de él mismo, de los congéneres que
trató. Nos lleva por caminos muy interesantes.
Básicamente refleja como el siglo XIX tiene muchas cosas que son
exactamente iguales a lo que se vive hoy: discrepancias políticas, religiosas,
movimientos de cambios y luchas.
No he concordado con todo lo que dice, obviamente, pero
cada que le leo me doy cuenta cuantas realidades puede haber en el alma humana.
Es profundo por momentos este autor, y muy claro y cercano a sus realidades
cotidianas en otros casos. Aunque sus escritos tambien llevan un sello de
negatividad y pesimismo, jamás son en vano.
A mediados del año 1873 afirma -Todo se repite por
analogía y cada pequeño rincón de la tierra reproduce bajo una forma reducida y
universal todos los fenómenos del planeta-. Básicamente nos aclara que no hay
nada nuevo, los asombros en realidad son producto de una voluntad creativa, y
cuando esto lo comparamos con lo que dice el autor de Cien Años de Soledad, pues
nos damos cuenta que las bases para interpretar lo que vivimos, son las mismas.
Los tiempos y épocas es claro que tienen sus modos específicos, pero es
interesante ver lo que un humano de años pasados piensa y como puede ser tan
actual.
- ¿Como dudar de que nuestra muerte sirva tanto como
nuestra vida y que nada se pierda de lo que es prestado? El préstamo mutuo y el
servicio temporal parecen la ley de la existencia-. Nos dice. Y, así mismo
podremos pensarlo cada uno, hoy. La existencia esta permeada por nuestras
mentes que se conservan serenas si somos fieles a lo que creemos. En el caso
del católico, siempre sabiendo que el cuerpo es tan solo ese préstamo temporal,
y que la vida posterior a la muerte tendrá sentido.
Así es que Amiel nos afirma: -Lo que debe ser, es-. Creo que la paz es invaluable.
Hoy día se habla mucho de que nos hemos vuelto tan
individuales que perdemos la perspectiva global, ya hasta los estudiosos de la geopolítica
nos dicen que la globalidad ya es un concepto obsoleto. Desde este nuevo siglo,
el individuo ha vuelto a tener preponderancia, así como el sentido de los
nacionalismos. Lo que habremos de analizar es que esto sería más cuerdo si
fuera equilibrado el asunto: Si no hay individualidad circular, esa que nos aterriza
y centra, nos podremos encontrar con más vacíos de los pensados. Y ¡cuidado!,
que un vacío abre otro.
Hoy día que la
mentira ha tomado una delantera inimaginable, mucho más. Amiel, nos afirma: -Cuando no se siente la
individualidad y no se cultiva el amor propio o ese respeto por lo que somos
como individuos, es casi imposible ser compactos, es decir consecuentes con una
manera de ser y sentir que nos defina y en el actuar ni se diga-. (Paraf.)
Los que somos creyentes y tenemos claro al Dios que nos
rige dentro de una vertiente de religiosidad, sí que nos sentimos como que, vigilados
(¿?), y habremos de tener claro que Dios no está con los ojos puestos encima de
nadie. Ha dado sentido a la creación a partir de otorgarla y desde ahí, todos
los que somos parte y las creaturas en activo hemos venido a hacer uso del buen
sentido. Nada más.
Dice Amiel -Nada se puede sin la fe; por lo tanto, no
tengo fe en lo desconocido; detesto el azar y no me siento ni llevado ni
sostenido por la Providencia-. Aquí vemos un desconcierto tremendo en lo que
cada uno de esos conceptos le significan, porque hoy día sabemos que ante todo
si queremos fe, tendremos que confiar en lo desconocido las más de las veces, y
más allá en la Providencia. Claro que es un asunto mental y de voluntad el
querer hacerlo, mentalizarlo. No es que lo desconocido nos encante, ni mucho
menos queremos entrar a algo que podría ser nefasto, pero si la fe se permea
bien en nosotros (eso que a otros podría parecer desconocido) para el católico
se torna en paz, al tener claro que Dios nos ha creado con un propósito. Parte
de lo propio en relación con Dios es sabernos adjuntos a ese sentir de que
somos contingentes en esencia y que volveremos a la grandeza de donde hemos
venido.
Es verdad que todo está sustentado en la teoría y ésta
debe resonar. Al igual que las palabras, lo teórico ha de tener contexto, si no
es así, es como paja al viento. Tomar teorías por utilizarlas como unto de
la Magdalena es lo más temerario que hay, porque es lo que lleva a forzar
la realidad. Nos dice Amiel -La teoría, la vida del pensamiento, como
decía Aristóteles, pertenece a unos pocos privilegiados. Pero son esos raros
individuos los que hacen que la humanidad sea progresista y, después de todo,
superior a las otras especies-. Es un hecho que nos debemos sentir muy bien
puestos en esta tierra porque se nos ha dado todo para vivirla en armonía,
aunque esto en ninguna era de la humanidad se haya logrado en la totalidad. Tal vez por eso lo más cuerdo, como decía el
portal del Oráculo de Delfos: Saber que: eres mortal y hay límites en cada ser.
Redefinir en cada etapa vivida, no es poca cosa. Esto de
tomar nuevas definiciones en la mente nos trae la base del crecimiento
espiritual.
Nos continúa aseverando Amiel -En los pueblos muy
sociables, el individuo teme, por, sobre todo, al ridículo, y el ridículo consiste
en ser encontrado original. Nadie desea formar bando aparte; cada uno quiere
estar con todo el mundo-. Los excesos de pensamiento obtuso es claro que
pertenecen a quien no se sustenta con crecimiento, pensar cómo piensa el resto
del grupo nos da pertenencia que hay que saber llevar y no caer en
borreguismos. Así, se va encontrando la medida del pensar y del hacer. Claro
que en las grandes urbes todo fluye más sencillo en los ámbitos de los miedos
sociales, porque las personas se adecuan a su grupo de referencia y van como
miel sobre hojuelas. El mundo pequeño de los pueblos y provincias está mucho más
atento al: SE, es decir él se viste, él se llama, él se pasea,
y este SE parece tener siempre la razón-. El SE, la base del chisme también. Es
el grupo de individuos que dan pauta y los demás tienden a seguirla. Este SE
dice Amiel -tiene tres bocas. La primera boca declara lo que SE dice, lo que Se
hace y toma el nombre del uso. La segunda declara lo que SE piensa, y eso es la
opinión; La tercera declara lo que SE encuentra bien o bello, y es la moda-.
Es muy bello cuando le escuchamos decir como si nos
hablara de cerca y apelase a nuestra época: -La multitud es una fuerza
material; la muchedumbre da a una proposición fuerza de ley; pero el pensamiento
sabio, maduro, que tiene en cuenta todo y que, por consiguiente, posee la
verdad, no fue engendrado jamás por la impetuosidad de las masas. Estas son la
materia de la democracia; pero las forma, es decir, las leyes que expresan la
razón, la justicia y la utilidad general, es producida por la sabiduría, que no
es en modo alguno una propiedad universal-.
Cuánto contenido que se visualiza actual. Cuando creemos
que la multitud podría tener los aciertos a considerar, habremos de tener claro
que si esa misma multitud no cultiva la parte sabía, en cada ser, no hay camino.
Vayamos con pie firme, con esa sabiduría que se nos otorga cada día y que tal vez
por estar inmersos en la globalidad y en las propuestas que llegan de pronto,
no tan pensadas, se nos escabulla como un pedazo de jabón mojado entre los
dedos.
Continúa Amiel: -Se puede suponer que el equilibrio entre
la fe y la razón es el estado deseable para el individuo, el que representa la
suma de vida más intensa; pero no se puede decir que esté en la esencia de la
fe buscar la luz, ni en la esencia de la razón abdicar de la fe-.
Nunca olvidar que la fe es objetico elegido, y en la
mente está presente. Adosado con la premura de que creemos en el misterio, (que
no por serlo se esconde de lo que nos puede dar claridad) aunque no todo se
pueda ver. No todo lo que habremos de vivir ha de ser absolutamente visible,
y la razón cambia con premura. Si caemos en las garras de una serie de premisas
severas, nos puede llevar la mente a abismos insondables, esos que en mucho
vive el mundo hoy día.
Es verdad, nos dice este noble pensador, que -Son los
pensadores, los filántropos, quienes encuentran las fórmulas de lo mejor; son
las gentes honestas quienes las aplican; son los adultos quienes las
aprovechan. La invención de la colmena pertenece a Dios; La miel es elaborada
por las abejas; pero son los zánganos los que se comen la mayor parte-.
Zánganos habrá en todas las épocas de la humanidad, lo
sabemos. Es a los adultos a quienes nos toca evitar ese modo que conlleva
rapacidad, desde la infancia se permea la vida y se puede enseñar a los críos que,
si bien todo se produce en sociedad, habremos de encontrar el nicho
preferencial para ser creativos y no meros absolutos depredadores. La honestidad
anda hoy como con somnolencia.
En algunos ámbitos hasta se piensa que el ser honesto es de tontos, como si fuera algo inteligente engañar.
La cultura del trabajo cada vez se ha mal entendido.
Conforme pasan las
eras, siempre hay generaciones que creen que, porque sus antepasados les dieron
todo, a ellos solo les toca consumir.
-El progreso secular consiste solamente en el aumento de
lo útil-. Pero no porque lo útil sea viable fácilmente, es parte de la vida sin
esfuerzo.
-Solamente el hombre generoso, noble, devoto, colabora
directamente en la gran obra-. Nos aclara Amiel.
-Planear sobre la propia historia, adivinar el sentido que
tenemos en el concierto universal, y en el plano divino, es el comienzo de
la felicidad-. (Paraf.)
-Dios es justo, y si concede la supervivencia, no da la
felicidad a quien no la mereció; pero puede conceder la dispensa de ser, al que
ha maldecido ser. Por esta institución se respetaría la libertad de almas, la
justicia divina estaría intacta, y las aspiraciones de la criatura a la
felicidad podrían ser satisfechas. El infierno se habría cerrado y un paraíso
final, sería posible-.
Algunos momentos este gran pensador nos desconcierta. Nos
dice ante todo respecto de la justicia de Dios, que ésta se otorga. Los
renglones torcidos de Dios es claro que tienen sentido, más hay que tener claro
que, solo por la libertad de pensamiento es que puede llegar la verdadera
felicidad. Solo somos felices cuando la mente se encamina digna y claramente
hacia la luz.
¿Cuándo se maldice al ser?, esto es algo delicado, pero claramente
no es una maldición verbal, es tan solo el haber elegido un camino que, al no correspondernos,
el mal llega como si nada. Por eso hay que tener muy claro el sentido de la
dignidad. Lo que somos originalmente tiene todo para la felicidad, solo hay que
saber el cómo.
La justicia divina es algo que tambien se aprende a
detectar. Nunca es lo que para muchos representa la voluntad de un Dios que
hace o deshace, más bien es una consecuencia que se otorga unida al Espíritu
Santo y a la Gracia. Continuará.