Estar, en lo que estamos. (8)
La mente
es como un faro,
y como tal, no siempre presenta la cara de luz. MJ
La verdadera luz está
dentro de nosotros. Ir descubriendo la luminosidad que todos tenemos, puede ser
el reto más tenaz que pueda proponerse el ser humano. Los textos que leemos y
los que podemos leer, así como todo lo que a diario aprendemos en el vivir
cotidiano, es parte de esa luz, toma carices coloridos, formas nuevas, jamás se
extingue. Si por momentos dejamos de percibirla, es porque puede estar en proceso
de afinación o está en momentos específicos para tomar fuerza.
No importa que esa luz que nos habita no sea visible todo
el tiempo, tal como gira la luz de un faro costero, tenemos la certeza que su
redondez dará la vuelta y estará con todo su esplendor. Para sobrellevar los
momentos que interconectan luz y oscuridad la mente tiene todo que ver estando
observante y si surge la presión, tomar unas respiraciones es lo preciso,
aunque haya obstáculos seguimos por el camino correcto.
Volviendo a la centralidad del Zen, como venimos
comentado, por ahora las reflexiones serán más en lo que percibimos como las tensiones
de la vida.
Hay un tipo de tensión emotiva en los seres humanos que
es recomendable aprender a detectar con tino. Para esto los gatos son maestros
y si tenemos uno en casa, es el momento de observar cómo estos animales saben
tomar los tiempos sin mayores objeciones. Cada maullido de un gato, una
expresión única y concreta. He escuchado que los gatos, maúllan más que nada a
los seres humanos, entre ellos es menor esa expresión.
Es los humanos esta tensión motivante es clave. De entrada,
habremos de tener en claridad: lo que es
presión para una persona puede no serlo para otra.
En la religiosidad se habla de un término muy
interesante: La Bienaventuranza.
Este término se
refiere a prosperidad o felicidad de espíritu. Si somos asertivos en el manejo
de las tensiones nos podemos mantener con el ánimo más alto. Ese buen manejo de
lo que nos presiona, es el logro que nos acerca a lo bienaventurado.
La vida laxa no conduce a nada positivo. Estar siempre
ocupados es un buen principio de creatividad y estar en actividad no
necesariamente significa agotamiento, ejercitar un talento puede darnos certeza
y hasta consuelo si así lo necesitamos, si todo va dirigido a lo que estamos
creando, esas tensiones pueden ser motivos genuinos. ¿No les ha pasado que
cuando están felices haciendo algo solo quieren continuar en ese momento? Acciones
liberadoras, las podremos llamar, ese es el fin. Las tensiones bien manejadas
son positivas, de estas nadie se salva, así que más vale saber distinguir lo
positivo y de esto lo bueno.
Reconocer, ser conscientes de lo que hemos comprendido
como positivo, que ha de convertirse en bueno, a su tiempo. Lo positivo lo vamos
acumulando cómo experiencia, y eso nos trae calma, mas esto no garantiza de
fondo que estemos en toda la bienaventuranza que es posible. Conseguir
bienaventuranza conlleva: En primera, tener lo más claro posible el
conocimiento de uno mismo, de ahí detectar el alcance de lo positivo y esto
mismo nos puede remitir a los momentos o actos buenos. Es lo que hacemos al
estar en lo que estamos. Amiel dice que en una ocasión hizo una pregunta: ¿En
qué se convierte usted, le dijo a un amigo? Y la respuesta fue: -no me
convierto en nada; me contento con ser. -
Ya cuando una
acción es buena, es seguro que pasaremos a otro nivel que puede llevarnos a lo
que es diciplina, es decir algo que podremos repetir.
Exacto como es el proceder al meditar cuando nos sentamos
y observamos la mente, de esa misma manera ante las tensiones podremos reaccionar
observantes.
Entre
los principios Zen más importantes existe uno que bien a bien nos vendría de
perlas practicar: No responder con impronta. No reaccionar sino hasta que
seamos cuestionados tres veces, (obvio que no es tan literal) más bien
se refiere a tomarnos un pequeño lapso de tiempo.
Aplicarnos a poder
poner en modo observante eso que se nos cuestiona y saber responder. Cuando la
gatita de casa pide salir al jardín (a pesar de que tiene una salida fluida por
una puerta pequeña batiente, a veces elige la que está cerrada) emite un
maullido muy característico que prácticamente está pidiendo: -abran la puerta-,
cuando uno lo hace, ella medita sentada por un minuto, a su debido tiempo
emprende la salida. Jamás sale corriendo y mucho menos precipitada.
Nos han hecho creer
que el tiempo apremia y se nos olvida que es una dimensión que nosotros
podremos percibir y administrar para nuestro mejor desempeño.
Cuando ya somos más experimentados en la observación de
nosotros mismos, no reaccionamos tan fácil ni tan rápido, nos volvemos cautos y
en reserva segura. De ser posible, no responder a nada con inmediatez.
Cuando nos dejamos de aferrar a cosas que no tienen tanta
certeza de ser parte de nuestro bagaje personal, los tiempos de Dios aparecen y
los tiempos del mundo toman su lugar.
Nuestras experiencias, somos nosotros mismos. No está
aparte de nosotros eso que experimentamos.
La fuerza que tomamos en la meditación y cuando estamos más
atentos, nos permite no estacionarnos en sucesos pasajeros, es como aquel dicho:
Seremos más capaces de ver el bosque completo, aunque sea un solo árbol el que
tengamos enfrente.
Aprender que la vida ni es espectáculo, ni drama. Solemos
no darnos cuenta cuando optamos por actitudes dramáticas, esas dejémoslas a los
artistas del escenario.
¿Emociones mal interpretadas y dejadas al azar? es seguro
que tendrán efecto negativo en nosotros, cuando aprendemos a observarnos
estamos abriendo una puerta a la sensatez y con esto a la tranquilidad de espíritu.
¿A qué le llamamos lo positivo?
A todo aquello que sentimos que de una manera u otra implementa
para bien. Hay situaciones positivas que no son buenas en el momento que se dan.
Las reservas de la
mente siempre están, son parte de la parte iluminada para hacer uso de ellas a
su debido tiempo. Si se trastocan los momentos, podremos enredar, aunque la
intención sea buena. Hay un dicho que parece obvio pero que no es tan sencillo
como parece: -Una cosa a la vez-.
Lo que experimentamos con bien, deja como un limo que se
cuaja para siempre y nos da asiento para implementar por ahí. Si no nos queda
el saco, ¿para qué nos lo probamos?
Se habla mucho hoy día de soltar, las personas nos
confundimos pensando a que se refiere eso de dejar ir, en realidad cada uno lo
tenemos claro, como decía mi madre: si… -nos hemos metido un alacrán en el
zapato- hay que salir de ese inconveniente lo más rápido posible, puede
referirse esto a una acción mal emprendida o también a una persona que llegó y
ya cerró su ciclo con nosotros.
Algunas veces por buscar lo mejor, perdemos lo bueno que
tenemos. Hubo en la ciudad un Restaurante que se encontraba muy cerca del centro
histórico. Solíamos ir porque era muy acogedor, pequeño y una comida francesa
sin igual. Les iba tan bien, que creyeron que poniéndolo en un espacio el doble
de grande y a las afueras del centro iba a ser un verdadero éxito y no fue así.
Lo acogedor se perdió, y mucho del encanto ya no volvió jamás. - ¡Cuidado! Lo mejor (o que lo parece) puede
convertirse en enemigo de lo bueno-.
Mi hija tuvo una experiencia muy singular hace algunos
años. Creo que la he narrado antes, ahora hare un resumen: Fue de intercambio a
Filadelfia en los Estados Unidos. La casa que le asignaron parecía de lo mejor
y uno de los asuntos positivos fue porque podría practicar la equitación que en
ese tiempo era su pasión. Resultó, que quienes le acogieron no estaban
convencidos del programa de intercambio, tuvieron dudas. Al final la cambiaron
de casa a una buena, creyendo que no era la perfecta resulto que sí, aun sin la
práctica del deporte que le hacía tan feliz. No paso nada, solo que todos sus
implementos de ese deporte se quedaron en la maleta. Llegó a la siguiente
estación: una casa en donde fue muy bien acogida. La señora se apellidaba
Roche, como yo. Todo fluyó como lo esperado desde un principio, ella podría ir
al colegio que quedaba cerca. Para mí, compartir el apellido con la madre
sustituta de mi hija en los Estados Unidos fue un signo, y no estuve equivocada.
Entre las muchas
cosas positivas estuvo una muy concreta:
les gustaba cocinar. Ella tomó
tanto gusto por esa actividad que hoy día disfruta mucho cuando tiene tiempo y
entra a la cocina, yo aprendo de ella, esos menesteres no se me dan fluidos.
Mas adelante, la hija de la familia norteamericana paso una temporada en casa,
vino unos meses a aprender español. En ese viaje su madre me mando una libreta
de regalo, la numeré como la numero 70 (setenta) es una libreta hermosísima,
forrada con tela en tono beige claro y textura como de lino grueso y tiene la
imagen de unas manos juntas, como orando.
Empezaba el año 2006.
La verdadera vida se vive cuando percibimos lo bueno, y
nos quitamos las inquietudes y reproches de lo que creemos pudimos haber
hecho mejor. Es por eso que habremos de estar atentos a los cambios, disfrutar
de los buenos recuerdos.
Nunca he pretendido que las libretas que resguardan mis
líneas y líneas manuscritas y que revelan una vida diaria bastante prolifera,
se distingan por bonitas, la mayoría son libretas comunes y corrientes,
la esencia de lo que he escrito tan solo quiere revelar lo que hacemos en el
día y cómo podemos lograr que eso se transforme el algo extraordinario, es
decir con la máxima significancia para nosotros mismos, y ya está. La primera vez que escuche que uno lo podría
lograr tan solo con la mente conjuntamente con el buen desempeño y enfoque que
le damos a la vida, lo leí de un libro que puede volverse de cabecera, de Sarah
Ban Breanach:
-El encanto de la vida simple-.
¿Qué es la reverencia?
Pregunta en una de sus páginas Sarah Ban B. y nos dice a
renglón seguido:
-Un estado alterado de conciencia, en el que se conjunta:
asombro y admiración-.
Para continuar y concretar, dice Dame Rebecca West:
-Mi memoria está en mis manos-.
Y nos queda claro que así es, lo que puede producirnos
reverencia es algo que nos da sustancia en el alma, tener presente los buenos
momentos vividos, así como inclinarnos ante nosotros mismos y honrar las buenas
decisiones que podemos tomar. (Continuará).