Escribir, leer, ser. (5)
Todo
hombre tiene como tarea hacer su vida digna, hasta en sus más pequeños
detalles.
Henry David Thoureau.
Cuando los lunes me amanece preparándome
para poner antizarro al lavatrastos, me queda clarísimo que no hay tarea
indigna. Me queda más claro aún, cuando las acciones se relacionan con la
propia casa, es decir ese recinto en el que habitamos. En América Latina hemos contado
frecuentemente con personas que nos ayudan en los menesteres caseros, unas
veces más, otras veces menos. Hoy día en lo personal me pregunto qué pensaría
mi abuela (a quien observo impávida en el altar de difuntos de casa, estos días
en los que recordamos a quienes ya se han ido) y parece preguntar: ¿qué estás
haciendo, tú mi nieta adulta mayor de principios del siglo XXl? Pues bien, en silencio
y esbozando una sonrisa mientras le miro a los ojos, le digo -tan solo haciendo
parte de lo que me corresponde-. Mientras, ella se mantiene oronda con el pelo
bien recogido y no quiero ni pensar cuanto tiempo le llevo lograrlo tan
arreglado, con esos peinados típicos de principios del siglo XX.
Las ayudas de casa ya son de otra cepa y no siempre están
presentes. Es tarea de las generaciones
actuales comprender que los quehaceres nos dignifican de fondo, cuando nos toca
hacerlos, habremos de comprender la verdadera dimensión de la vida misma. Ese
ordenar, es mucho más que un simple trabajo.
Limpiar un recinto no es poca cosa y ha de valorarse como un quehacer
que regresa todo a una nueva ordenación. Mi abuela no supo (ni le tocaba saber)
todo lo de los quehaceres de limpieza de casa y menos imaginó que existiría
diversidad de productos para las faenas caseras y cómo el mercado nos propone
casi uno específico para cada área.
Las misiones que
le tocaron a ella fueron otras. Los tiempos nos determinan en lo que hacemos, y
hoy día, aunque se cuente con ayuda de otras personas para mantener la casa dignamente,
en estos lares en donde yo habito no todas las personas vienen (al trabajo que
se realiza por días) los lunes. De hecho, afirman claramente: -los lunes no voy
a trabajar, vengo el martes-. Y cuando
uno pregunta los porqués, éstos son variados, ese día sin trabajo ya no
es exclusivo del ámbito de los albañiles a quienes hace años se les conoce
porque ellos viven el San Lunes, como algo propio.
En lo personal me encanta arreglar, en mi casa lo hago
cuando es menester y necesario, me ha permitido una comprensión más
realista del vivir de cada día. Dice un
pensador y doctor yucateco a quien a veces escucho en la televisión, El Dr.
Alfredo Jalife Rahme: -Quien se desliga de la realidad, es seguro que más
pronto que tarde desarrolle neurosis-. Este yucateco ilustre, me parece digno
de escucharse, tiene una preparación tan suigéneris que resulta muy ameno
oírle, es doctor en medicina, experto en geopolítica global y además tiene un
modo muy personal de decir las cosas, ya solo con eso vale el tiempo dispuesto.
En épocas de mi
abuela había que tener limpia una casa muy grande. No fue asunto directo de
ella realizar esa acción, la disponibilidad de las personas que lo harían era
diferente a lo de hoy, la mayoría de las veces venían de las haciendas del
interior en las que se llegaba a conocer muy de cerca a los trabajadores y así
a sus descendientes. Parte de las
féminas del campo venía a la ciudad. En algunos casos eran las ahijadas, ya que
las señoras de la hacienda las habían llevado a bautizar en el pueblito cercano
y luego esas mismas niñas ya jóvenes, venían a servir a la casa grande.
Fueron 9 (nueve) los críos que mi abuela trajo al mundo,
por lo que se contaba ahí en su casona con ama de llaves, mujer de confianza
con la que se mantenía a todo un sequito de servicio funcionando como un
reloj. Cuando lo pienso bien, creo que no me agrada ese modo antiguo que muchas
mujeres añoran hoy, cuando lo escuchan o lo recuerdan de sus propias abuelas,
porque como quiera no era lo más promisorio para esas jóvenes que no podían
pensar en tener una vida propia, hoy día es muy loable y admirable que la
mayoría ya son jóvenes universitarias.
Hace unos dias iba yo al pueblito cercano de donde vivo y
observé a una señora como de mi edad caminando para ese rumbo, paré el auto y
le ofrecí llevarla. Durante el trayecto obviamente hablamos y me contó que su
hija es arquitecta y que trabaja muy bien en un despacho de la ciudad. Uno
siente un respiro profundo de gratitud y felicidad cuando se escucha que la
gente mas humilde se puede preparar y ser profesionistas. Gracias A Dios.
Cuando iba a Nueva York con la hermana de mi padre, me
quedaba asombrada, llegaba la persona (de nacionalidad italiana) a hacer la
limpieza, todo se daba con profesionalismo inmejorable. Era una mujer joven y
bonita, bien vestida, venia en un auto deportivo rojo, elegantísimo.
La primera vez que
vi estacionarse en la puerta ese automóvil, un spider rojo y negro, no
sabía si había venido alguien de visita, hasta que me dijeron que era Carmela
la joven que venía a limpiar. Le abría la puerta su tocaya (mi tía era Carmela
también) y en amena platica por ratos, se dedicaba a toda la limpieza. Era una cabaña
hermosa, con altísimos y frondosos árboles alrededor, en el área de Westchester
County.
En pocos minutos ella se preparaba con un atuendo tipo overall
que completaba con un gorro en la cabeza. Dejaba la casa inmejorable
mientras por ratos también conversaba con nosotros. Alguna vez nos invitaron
sus familiares a comer la comida italiana más rica que yo pueda recordar.
Hacían desde la pasta y tenían sus propios huertos. Esa profesionalización del
trabajo casero es harina de otro costal. Muchos dólares se le pagaban y
con la misma arrancaba los motores, y se iba feliz.
En la niñez de mi
madre había un huerto casero que atender, no faltaba el cilantro, el orégano y
de qué decir de la chaya ente otras verduras. En la cocina había actividad
constante porque ahí se resolvía todo lo de las viandas específicas de los
guisos yucatecos del día a día, desde frijoles refritos negros, arroz blanco
con plátanos fritos, más los guisos de cada día, el sagrado frijol con puerco
de los lunes. La ropa blanca se remojaba en grandes tinas de metal con lejía y
en algunos casos hasta se hervía para una blancura más lograda. Siempre se
traía de la Hacienda una vaca y la leche que se tomaba era ordeñada en casa.
Cuando los varones fueron creciendo, se implementó un
sistema de comunicación: Una madera pulida exprofeso y colocada en la
pared junto a la puerta de entrada, de la que pendían unos cordones que se
movían según fuera necesario, subían y bajaban según fuera que el hijo
estuviera en casa o hubiera salido a alguna diligencia. Para saber quiénes
estaban presentes bastaba saber cómo estaban los cordones, hacia arriba
significaba persona fuera de casa, y hacia abajo era la indicación de que
estaba ahí.
A renglón seguido
después de ocuparme de cierto orden de casa, me siento a redactar estos textos.
La actividad de escribir me ha nacido como algo natural desde muy joven, la
disfruto mucho, hasta pudiera decir que es una de las acciones que me dan más
satisfacción.
Thoureau nos lo dice clarísimo: dignificar la vida con lo
que nos toca realizar y asumir, el presente creativo de hacer para ser. Él
mismo, que vivió en los bosques de Norteamérica, habiéndose construido una
cabaña con sus manos, quiso averiguar qué es eso de vivir prácticamente en
austeridad franciscana.
¡Oh! ¡Dios!, me digo una y otra vez, ¡cuánto nos falta
por comprender a la especie humana! En estos días que escribo, mi percepción de
la dimensión espiritual ha sufrido cambios. Mi hijo el menor, que le encanta la
filosofía y la acción inquisitiva de mil asuntos, averigua. Con constancia
estamos comentando nuevos libros y textos. Me ha compartido últimamente cómo se está
dando hoy día en sectores de la iglesia católica el cuestionamiento: ¿Qué ha
pasado, porqué la iglesia está en desbandada? ¿Por qué los conventos se cierran
a montones en pocos años y se dice que los fieles ya se han ido a otras
búsquedas y latitudes? A veces es largo
este camino de regreso, vale la pena hacerlo y hacerlo bien, como dice uno de los
sacerdotes que está buscando el retorno de la Fe católica con una razón más
fundada y para que no haya más trastabilleos: -Hay que comer el pan con corteza
y ya dejarnos de papillas- Pbro. Calvo.
El conocimiento de
los porqués es básico. Sabemos que no a todos nos interesan los
cuestionamientos. Quienes aprendimos el valor de acudir a las fuentes, nos
gusta encontrarlas, estarnos por las ramas es como comer el pan sin corteza.
Hay, (según dicen los
sacerdotes estudiosos) el problema mundial de haber acogido filosofías que
no lo son. Es comprensible desde que cada día pasan verdades como mentiras
y viceversa.
Hace algunos días, en un programa de entrevistas de la TV abierta, me
toco escuchar a un científico social, y puse mucha atención, esos temas me
pueden fascinar. Se trataba de un científico inglés, arqueólogo de profesión,
como lo soy yo misma y sé bien todo lo que se puede aprender de los vestigios arqueológicos.
La persona que le entrevistó fue Sabina Berman, llevó las cuestiones hacia las
aclaraciones pertinentes de ¿cómo es posible no tener esperanza en las
sociedades modernas? le dijo: -Hemos interpretado la historia de todos los
pueblos del mundo de una manera fatalista-. Eso de catalogar a los grupos de primitivos,
tan solo porque no tenían adelantos técnicos de gran magnitud comparados con
los de la actualidad, es un error.
David Wengrow ha escrito una obra con el título: -El amanecer
de todo-.
Pertenece al College of London y comenta: No siempre
existieron sociedades jerárquicas, y algunas han dado muestras de gran cooperación,
este término cooperar, es la clave en muchísimos estudios de la
antropología moderna, como el asunto a revalorar los tiempos pasados.
Las sociedades más antiguas muchas veces dan muestras de
un gran humanismo y equilibrio. Hay lugares en los que se han excavado casas
habitación que eran enormes recintos de base cooperativista. No es que
las quisiéremos imitar tal cual, cada época tiene sus propias dinámicas, la
enseñanza es observar en donde ha habido vida de relación bien llevada, es un
ejemplo de cómo la realidad enseña.
La moneda se instituye para el orden y nada más, no para
acumular en exceso. El medio de intercambio que necesitábamos para estar en
concordancia unos con otros. Esa hipervaloración de lo monetario es producto
del miedo. Los pillos seguirán existiendo, eso es un hecho que habremos de
aceptar como parte de las limitaciones en la educación y ya se vuelve un asunto
de conciencia.
Cada sociedad por más sencilla que sea (aun habiendo
analfabetas) es una sociedad que podría funcionar sin discriminar, si superamos
quienes somos y que tan solo somos congénere en un mundo que hay que salvaguardar,
no pelearnos por los territorios como si fuéramos bárbaros salvajes.
Se han encontrado sociedades en el Amazonas tremendamente
organizadas, que no provocan la discordia porque saben que no procede, ni en su
mente ni en su realidad.
Se dice que Norteamérica hubo un caso de colonos que se unieron
a vivir con los aborígenes, porque se dieron cuenta de sus modos tan ordenados
de respeto a la naturaleza y a la vida. El sentido de comunidad es lo único que
nos va a salvar.
El mundo dizque civilizado ha creado muchísima
soledad. No es que ésta sea negativa, a veces aislarse es necesario, pero el
aislamiento que se da en los ámbitos de las ciudades hiperpobladas es tremendo,
el ser humano se desubica.
La antropología (no lo olvidemos) claramente nos ha dicho
que no somos agresivos solo porque sí, no está en nuestra naturaleza básica la
riña per-se, la agresión se da por motivos de mentes trastocadas en
situaciones pico o por enfermedad.
Cerré el año 2007 con bastante serenidad.
Vivir
Como agua que corre
Corazones que ahí mismo se empalman
En la parte feliz
En los aspectos trastocados
¿Qué tan falaz, en lo falaz?
Las penas
Los disfraces del ser
¿Qué somos, cuando no somos?
El cauce vital es añoso, se vive
Observante
Lector
Escribiente. MJ
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