sábado, 15 de agosto de 2020

El Color Azul.

 Colores.

El color Azul.

                       El color Azul, es el único primario que es frío.

                       Es el Azul, un color muy especial. 

Preferido por muchos de nosotros a veces sin saber exactamente el porque, podríamos decir que la primera respuesta, es el hecho que denota confianza.

Nuestra bóveda celeste en su tono azul claro, nos brinda una sensación de protección que aun sintiéndolo o no, esta presente.

                       En lo personal este color se me hizo verdaderamente presente hasta la edad adulta. De pronto sentí que lo veía con mas frecuencia a mi alrededor, y cual fue mi sorpresa que fue desterrando al verde que preferí durante toda mi infancia. 

                       El Azul, es un color sereno.

Es un color asociado a dos elementos naturales como: el agua y el viento.

Todo lo que comienza, esta asociado con el color Azul.

                       El Azul es principio.

                       El color Azul en el mar, se forma de las longitudes de onda de los  colores rojo y naranja emitidos por el sol. Las proyecciones son absorbidas por el agua. El mar tiene los tonos de Azul mas variados y bellos dependiendo de la latitud de que se trate. Uno de estos tonos, el verde/azul profundo, es muy característico dando la sensación de ser un aguamarina muy oscuro. Ya hablaremos de esto.

En estos lugares profundos del mar, se nota el verde y se nota el Azul combinados.

                       Montse Osuna en su libro de los siete colores nos dice: (paráfrasis)

                       La Energía considerada Divina esta asociada al color Azul.

                       Esta energía esta relacionada con el génesis, o con la génesis de todo.

Todo el origen, que proviene de lo natural se asocia a este color y con la fuerza que tiene cada cosa y aspecto que emerge.

                        El Azul da fuerza a la palabra.

Si apelamos a nuestra naturaleza de origen, y a como van las palabras tomando asiento en nosotros, este tono tiene todo que ver con lograr que se desarrolle nuestro ser genuino y como lo expresamos.

Lo interior y lo exterior de cada ser, es el reflejo de su energía profunda. Deben estar acordes para lograr una armonía personal. Estos dos aspectos se alimentan mutuamente.

                        El Azul esta relacionado con la ley de la correspondencia, esto es:

Como es abajo, exactamente es arriba.

                       El Azul esta relacionado también, con la ley mental:

Todo lo que se pone en la mente, puede manifestarse en la realidad.

                       El Azul , tiene todo que ver con la voluntad.

Si la fuerza de voluntad es un bien activo en el ser, sera mucho mas fácil vivir lo que nos corresponde y que ademas esto se refleje en la realidad. La fuerza de voluntad es algo que debe practicarse con conciencia.

                       Cuando se vive con mucho entusiasmo, la fuerza de voluntad se hace mucho mas patente y fácil de descubrir para llevar los deseos creativos a la acción.

Nunca se debe dar lugar al agobio.

Cuando la vida se percibe muy pesada, es hora de revisar.

A veces es necesario bajar los ritmos y hasta hacer los cambios necesarios para fluir de otras maneras.

Crear un derrotero de acción acorde con uno mismo, no siempre es fácil mas si debe ser necesario.

                        La acción de meditar esta asociada al color Azul.

Si tienes esa costumbre para recoger tu ser y lograr flujos de pensamiento asertivo, siente el Azul a tu alrededor, eso ayudara. 

El verbo decretar esta asociado al Azul.

Esto es: definir los caminos claros, o lo mas claro posible y saber que los vamos realizando acorde a lo que planeamos, (no importa si hay que hacer ajustes),  lo importante es tener la linea de camino y de sentido, bien clara . MJ


















                       


sábado, 8 de agosto de 2020

El Color Violeta.

 Colores.

08 Agosto 2020


Color Violeta.

                                 El violeta o morado es un color compuesto por un color cálido y otro frío: 

el rojo y el azul respectivamente. Ambos son primarios.

En términos no tan  estrictos se puede decir que esa dupla se complementa, ya que al unirse dan una coloración muy especial y única.

En términos estrictos cada uno tiene su propio complementario. Siendo el complemento del violeta:

el amarillo.

El violeta tiene una vibración muy especial.

Muchas personas se sienten atraídas por sus variados tonos, casi sin saber porque. Aquí trataremos de aclarar algunos aspectos.

                              En lo personal, yo creo que el violeta es un color muy divertido.

Es un color directamente asociado al cambio y cuando uno vive cambios, se da esa doble sensación: felicidad y temor.

El cambio mas fuerte que yo experimente en mi vida fue el de cambiar de ciudad, en la adolescencia. Llegue a creer que nunca lograría superar los temores que esto trajo.

 Fue algo que me movió de fondo. La primera parte fue de temor a lo desconocido.Con los años llegaron a concretarse las partes felices: Sin esos movimientos nada de mis intereses personales se hubieran concretado y mucho menos el camino que decidí darle a mi vida. 

El violeta es así: Por un lado asusta, mas por el otro concreta y conecta lo novedoso como algo muy posible de bien. 

                           Así definimos de base a este color: El color de los cambios.

También se relaciona a este respecto, el sentido de la transfiguración: acción de cambar la figura. El aspecto.

Pareciera que al definir este concepto no se estuviera refiriendo al cambio profundo, mas  habremos de recordar que cuando algo cambia de forma, algo interno ocurre también.

                         El diccionario al respecto del concepto de cambio nos dice:

                         Convertir o mudar algo en otra cosa.

Cambio, asunto que se muda en otra cosa, nos lleva de la mano a otro concepto: Crecer.

El ser humano esta en constante crecimiento. Tanto en lo global como en lo personal.

                         Montse Osuna, en su libro de los siete colores nos dice: (paráfrasis)

El violeta es un color que propicia la libertad. Se podría decir que rompe y recrea todo lo mental, todo lo emotivo y todo lo físico y todo lo espiritual, según sea el caso.

Todo se establece progresivamente, por lo que habremos de comprender en la idea de progreso, una apertura que puede afectar al ámbito tecnológico, humano, mental y espiritual.

La Fuerza de la supervivencia se asocia a esta fuerza interior del cambio.

                       Para los cambios también son importantes los influjos de las tradiciones, muchas vinculadas a los seres de mayor edad en la tribu, en la comunidad.

                      Todos los cambios de las eras de la historia humana, están marcados por conocimientos que nos han permitido evolucionar. Parecería que son a veces imperceptibles, pero a la larga se notan cuando se comparan con los momentos del pasado.

Lo mas bello e importante de los cambios es comprenderos como parte natural del ser. Aunque nos cueste a veces, es necesario saber que traen mejores momentos.Todo se lo debemos a nuestra capacidad de adaptación tan especial y única de la especie a la que pertenecemos: homo sapiens.

                      La fuerza del violeta libera.

Nos ayuda a comprender que ataduras hemos de soltar.

Que nuevos conceptos adosar a nuestra creatividad.

                      Transmutar también es un verbo unido a este color. Transmutar es la cualidad del cambio que renueva. 

                      El violeta nos puede ayudar a ser mas comprensivos con nosotros mismos y a mantener la apertura de esos nuevos conocimientos a los que a veces les tememos, y que hemos de convertir en parte de nuestra sabiduría.

                     La situación de mutabilidad en el universo se asocia a cambio.

Nada es estático, todo es un movimiento continuo. La actitud en el ser humano que hay que revisar para  lograr cambios deseados, es la de los apegos. Un apego, es algo que vivimos y que nos acomoda tanto que lo percibimos eterno y perfecto, mas hay que saber que a veces no es lo mas conveniente para crecer. La vida en su continuidad nos lleva a ataduras que parecen buenas, hay que valorar que tanto.

                     Mucho de lo que vivimos puede caducar.

Lo caduco produce sufrimiento innecesario.

El dinamismo de nuestro pensar puede manifestar pesares que tal vez haya que trabajar para comprender mejor. Encausar nuevos retos.

                    El formato del pensamiento, lo que muchos de nosotros conocemos como cosmovisión, debe ir en concordancia con nuestro ser en crecimiento. Las dificultades, los rencores, los dolores, hay que transformarlos en flujo positivo. Son tan solo avisos de que no se esta comprendiendo en su total potencial, la dinámica que se vive.

                    Es un hecho que la evolución de nuestra especie es un continuo.

Tiene una manifestación global y otra individual, ambas se influencian y se conforman. Lo que mejor se logra es lo que esta bajo el halo del sentido de adaptación. La capacidad de vivir una experiencia de calidad se vuelve imperativo.

                    Implicados en lo que nos demanda el mundo, es seguro que los cambios nos darán nuevas herramientas.

                    El pasado nos sustenta.

                    El pasado no necesariamente fue mejor.

Habremos de valorar en la aleatoriedad del flujo, cuales son las acciones que nos llevan a concentrarnos en mejores habilidades, las que nos servirán para los nuevos ordenes imperantes. MJ




















viernes, 31 de julio de 2020

El Color Naranja.

Colores.

31 Julio 2020

Color Naranja.

                       ¡Como puede ser tan determinante este color! 
Si, de entrada sabemos que esta compuesto por dos colores cálidos, que ademas son dos Primarios:
El amarillo y el rojo.
Es el naranja un color por determinación, de sentido fuerte.
Es un color decidido y con nada más y nada menos que la atribución de ser considerado como la Fuerza de Dios. La Fuerza de Dios proviene de nuestra paz bien trabajada, que nada tiene que ver con quietud: es esa paz que encontramos con todo lo que hemos aprendido y por todo lo que estamos abiertos a aprender.
Nunca estancarnos.
Estar abiertos a soltar viejos paradigmas para concretar nuevos valores.

                        Este color en mi caso personal, nunca llamó mayormente mi atención. 
No fue sino hasta la madurez que llegue a comprender su dimensión tan bella.
Existe una anécdota de mi vida de niña que les voy a relatar.
                       Toda mi primera infancia conviví con un objeto de porcelana (o algo así como un granito fino, no recuerdo muy bien el material) mas o menos de 40 cm de volumen. Era una especie de jarrón /platón en el que se ponían papeles en tránsito y llaves. Este objeto se compro ex profeso para el lugar que ocupaba en nuestra casa: Mi padre le pidió a mi madre que lo buscara de ese específico color. _Un objeto anaranjado_ le dijo, como se conoce coloquialmente a ese color.
 Es así, que asentado y silencioso dio su tono fuerte a todo Dios que pasaba por ahí,  en el vestíbulo de entrada de la casa, amplio, lleno de luz y que tenia una linda repisa de madera veteada que le atravesaba de pared a pared y en el extremo mas interno, ahí estaba este objeto. He de decir que mi madre nunca entendió eso que compro. Era en realidad un encargo en el que ella solo fue un medio para adquirir algo, que resulto de una forma caprichosa y modernista, no fácil de entender en si mismo. 
Solo decía: _A mi, me encargaron un objeto muy naranja... y aquí esta_.
Es mas, creo que hasta le parecía muy feo.
Mi casa, una casa muy moderna que se construyó en los años 50s, tenia coloridos muy bien escogidos, en varias paredes y objetos.
Del color naranja, este es mi único recuerdo real.
Robaba la mirada de cualquiera que entrara en ese recinto.
Por supuesto que vi miles de puestas de sol y otras mas cosas de este color, pero nunca me dijeron mayor cosa.
Montse Osuna, en su libro, la magia de los siete colores nos apunta:
                       La composición del color naranja se forma de dos colores: Un rosa y un amarillo dorado. Como vemos es mas especifico el concepto, y seguro porque este color que surge de estos dos que ella menciona, tiene otras connotaciones de interés. De entrada en el camino de estar mas relacionado con la fuerza que tiene sobre nosotros.

Volvamos a la Paz. 
La Paz es el estado anímico que añoramos todos, a fin de cuentas.
Es el valor más fuerte para poder ser quienes somos. 
La verdadera Paz, solo nos llega si proviene de nuestra percepción de Dios. 
La Sabiduría máxima aunada al Amor máximo.
Más, seguro que cuando vemos los naranjas extendidos en el firmamento en un atardecer, este color nos habla de Paz. nunca esta puro  ahí en la naturaleza, así se expresa en el cielo: con combinaciones de rosa, amarillo y hasta violetas.
                         Y volviendo a las palabras de esta autora, un texto nos vienen ahora a completar: 
"Cada color es como un camino iniciático lleno de pruebas". 
Y claro que el naranja no es la excepción.
y ¿porque?
Porque es un color activo.
Tal vez aunque no nos demos cuenta, nos atrapa. 
Porque es canal de Pensar y sentido de Ser en la vida.
Conjuga en sus amarillos la Sabiduría y en sus rosas el Amor.
Y, aunque suene cursi, así es, todo lo rosa se relaciona con la parte emotiva, como ya vimos, cuando hablamos del color rojo.
Aun sin tenerlo del todo en conciencia, los colores afectan nuestro desempeño diario.
Es así que Montse dice: 
El naranja es un color asociado a la provisión.
y define el concepto así: "el derecho que tiene todo ser vivo a que no le falte nada".
Obviamente sabemos que esto en la realidad no es así. 
La forma como se entiende cuales son las verdaderas necesidades de los seres humanos, nos ayuda a saber que en realidad...  todo esta en la mente ...porque todos en realidad ya tenemos lo que necesitamos,  y si no es así, es porque algo está desordenado o desequilibrado o peor aun: Mal entendido.
La naturaleza mundana es muy exigente, nos hace creer que necesitamos mucho más de lo que en realidad se necesita para una vida armónica. 
Y nos dice la autora: "cuanto más rico sea nuestro interior, mas rico sera nuestro mundo exterior a todos niveles"
                    Así es. Todo esta en la mente.
No debemos exigir a nuestra vida.
 Mas bien debemos dejar que se muestre el camino que hemos de  llevar. Si la mente no se ordena, puede jugar las peores pasadas, en los desconciertos y en las exigencias vanas.
Todo es mucho mas sencillo de lo que en realidad creemos.
El mundo desarrollado nos hace creer muchas cosas que en realidad son falaces, porque el mundo del consumismo es feliz exigiendo y buscando que las personas relacionemos  estas exigencias con la felicidad.
                      La prosperidad, se sabe que inicia en la mente.
No tiene nada que ver con cantidades, sino mas bien con la calidad de la experiencia que vivimos.
Es así, que vemos incongruencias tales como gente llena de cosas  y  totalmente infeliz.
Ser generosos es un don del corazon.
Es una actitud que va de la mano de la prosperidad: en la medida que das, en esa misma medida te llega.
                      Desear es muy fuerte.
Si se desea adecuadamente, sabremos que hay un flujo naranja en eso que se da.
Habremos de tener cuidado con lo que deseamos, porque a veces los deseos no genuinos se vuelven amarguras o en el peor de los casos adversidades insospechadas.
Elegir, es un verbo que no debe conjugarse a la ligera.
Decidir a veces, puede ser muy duro. Si se decide desde la Sabiduría, y se tiene bien desarrollada la intuicion, seguro estamos por buen camino.

                     Concentrados, y estando en lo que estamos, la fuerza de Dios se manifiesta en nuestra vida.
Nunca hay buena o mala suerte, eso jamas. 
Son las condiciones de cada ser, bien o mal encaminadas las que concretan los hechos.
Lo genuino puede y debe, ser un motivo de análisis en cada vida.
Solo en lo genuino hay seguridad de que se fundamente la paz.
La energía, suele escaparse cuando nos distraemos en asuntos en los que queremos encajar a fuerzas  y no son parte de nuestro sentido creativo.
                    El alma humana es muy clara. 
El alma humana encuentra su camino en la concentración.
Si estamos seguros de algo, por ahí es.
A veces darle demasiadas vueltas a los asuntos, hace que se de mas confusión.
¿Has escuchado de pronto que alguien dice: _esto no me late_?
Pues bien, a veces esos sentires llevan mucha razón.
La luz de la verdad es personal.
                    La luz del color naranja, como hemos apuntado, es fuerte.
Tiene todo que ver con los aspectos mas definitorios de la existencia.
Es una luz que yo percibo como muy necesaria.
Es como la luz del sol: Con medida da vida, si se toma a la fuerza o en exceso, quema.
Todo camino con sentido debe de ir con la máxima del agradecimiento.
Si vamos agradecidos, es seguro que aun antes de obtener el bien deseado, este estará muy claro en su devenir.
El color naranja bien entendido es un factor que diluye las dudas.
                   Después de entender la fuerza del color naranja solo nos restan dos colores a saber: 
El Violeta y  El Azul.
Ya vamos cerrando este "Circulo Cromático de Reflexión" para lograr que los colores hagan su parte en nuestras vidas. MJ 

 
























      

viernes, 24 de julio de 2020

El Color Verde.

Colores.

24 Julio 2020

Color Verde.
                       El Verde, como parte de las coloraciones del Círculo Cromático, se define como la combinación de dos colores Primarios: El amarillo que es un cálido y el Azul que es un frío.
                       No en vano se asocia este entrañable color con la Sanidad. En su seno interno habita ese equilibrio tan especial.
                       El verde nos rodea.
Nos llena la pupila de esa absoluta fortaleza de la Naturaleza.
En realidad todo lo que vemos, tal como lo vemos, es producto de la combinación de los rayos de luz que al combinarse con el entorno, nos permiten que la pupila perciba ese magno color.
                        Montse Osuna en su libro las virtudes de los colores, nos asienta lo siguiente: (paráfrasis).
                        El Verde, es Vida.
Y, cuando hablamos de vivir...
También hablamos de morir.
Porque la muerte no es tan solo ese último suspiro que nos llevara a otra dimensión.
Todo el tiempo estamos muriendo a los procesos que se cierran en nuestras vidas, abriéndonos a las posibilidades nuevas que llegan.
Cuando cerramos ciclos, estamos haciendo que la Sanidad sea la que impere con nuevos bríos.
Los nuevos momentos son los que nos hacen avanzar. La fuerza de la sanidad es el impulso que motiva todo.
De qué sirve creer que lo que ya tenemos es algo grande, si no comprendemos que dejara de serlo.
"Cuando vagabundeamos por el sufrimiento", tan solo estamos teniendo la oportunidad de fortalecer nuestra sanidad, renaciendo.
                        Los estados mentales se curan.
No tenemos que vivir eternamente cargando con lo que no nos corresponde. Con eso que adoptamos como nuestro y que de pronto nos queda claro que no lo es.
En nuestro mas profundo trabajo personal, es más  importante y digno velar por nuestro estado personal sano y cambiar esquemas.
Renovar patrones de vida.
Fluir y soltar.
Hay personas que pasan por nuestra vida para nunca más volver. Han cumplido su ciclo, y eso hay que aprender a aceptarlo.
Ninguna persona es eterna en la vida de nadie.
                         La conciencia de que en el instante que tenemos algo...ya esto entra en proceso de cambio y tal vez de deterioro y muerte, es básica.
A veces la frase: No son  nuestros  logros el bien...más bien lo es, la capacidad de levantarnos cada vez que sea necesario, para implementar nuevos modos.
                         Solo sanamos en un camino  de trabajo interior.
                         "Hay verdades que son inamovibles."
Una de estas, es saber que todo es efímero y cambiante.
Y con esto podremos decir que la tarea personal es comprender estas energías coloridas en nuestras vidas.
Hoy, hacer que el color verde nos inunde.
                          En el caso del Color Verde, ahondare respecto a sus influencias en mi persona.
Desde niña fue mi color favorito.
(hoy tengo otros).
Tuve la bendición de convivir mucho con la naturaleza de mi medio ambiente. Playas, costa en general, montes de la Península (acompañando a mi padre de caza), así como los entornos arbolados que hay en estas tierras peninsulares.
Estuve expuesta a personas creativas, entre otras mi propio padre que como Ing.Civil tuvo una destacada labor que unió a sus dotes de arquitecto por adopción.
Practico la acuarela en su estudio de proyectos constructivos y luego en algunos otros diseños.
Ahí, en su estudio y entre los restiradores de dibujantes que le ayudaban yo me vi muchas veces expuesta a los colores y ayudando a veces a plasmar en esos momentos en tiempos de su trabajo.
                        De niña la terraza de mis juegos era de cemento verde oscuro.
Era un lienzo perfecto para trazos certeros con pincel y agua, mismos que se volvían efímeros y que permitieron volver sobre el mismo lienzo, una y otra vez. Una especie de arte efímero.
Con el paso del tiempo otros colores han tomado la delantera en mis preferencias.
Hace algunos años tuve una experiencia sorprendente.
Conocí al Arquitecto Miguel Angel Reyes ( q.e.p.d), quien observando mis propuestas de cómo percibo los días de la semana ( con un color y dinamismo especial que logre representar) me dijo: "todo esto tiene que pasar al lienzo".
Y así fue.
Sus palabras calaron y lo hice realidad.
Fue gracias a él y a mi marido Camilo Otero Rejón, que en ese entonces esculpía y tenía en puerta una expo en los recintos de la Uady su alma mater, que los realice en tecnica de acrilico  y en lienzos de 1m x1m.
Estas obras me descubrieron a mi misma que de los siete días de la semana, cuatro de ellos los concibo y percibo en diferentes tonos de verde.
Juntos, mi esposo y yo en 2009,  presentamos nuestros trabajos en la Uady.
 El título de la muestra fue: Los Trabajos y los Días.
(mi obra plástica esta en dos sitios: FB como Maria Roche y en Instagram como: majorochearte, para quienes quieran conocerla).
                         El verde, es un hecho: en lo personal me marcó.
Y, así sucede.
Es bueno ir descubriendo qué colores no van dejando una huella de bien en la vida.
Ya sea que lo queramos, o no.
Ya sea que lo sepamos, o no.
Los colores tienen injerencias profundas en nosotros.
Tienen una energía que hay que aprender cada dia a descubrir.MJ






                     






                          .










miércoles, 22 de julio de 2020

Anécdotas de una década. Revisado, aumentado y terminado en julio 2020.


UAYMITUN
SIETE  DÍAS

ESA MAÑANA DE  LUNES
                                                                                                                                  Le noté preocupado.
A mis pocos años  de edad,  no sé aún  con claridad,  qué es bien a bien  eso de preocuparse. Si sé,   que el tío Víctor está muy pendiente  de  nuestra seguridad. Cuando se nos acerca y nos habla del proceder ahí  en  los alrededores del cocal, no sabe cuánto está permeando  en mi esa imagen, hablándonos del  peligro de los cocos. Yo, abstraída viendo los destellos de luz amarilla que llegan fuertes y penetrantes,  en este  día soleado, le veo pensativo y listo para prevenirnos.
Se levanta de su sillón, y  parsimonioso  apaga la música que está  escuchando.  Él sabe que solo esperamos la hora mágica: de ponernos los trajes de baño e irnos al mar,  nos llama: _chiquitos  acérquense un momento aquí, _   y nos dice:
_ Niños, escuchen bien:   los cocos caen de las palmeras a cada momento,  es inevitable, les pido que no jueguen cerca de las palmeras, porque no quisiera una frente herida, una coronilla abierta._
_ ¿Lo entendiste Josefa?_
Creo que nota, que mi mente deambula por otros lares, y con sus palabras me ha hace concentrarme en las de él.
Sin emitir palabra asiento con la cabeza, y veo como se esboza su amplia sonrisa.
_ ¿Ya lo entendieron?_
Todos estamos escuchando  callados.
 El, es un segundo  papá  para mí.
                                                                               El día está  ya  listo para las  varias  actividades. Sentada con la vista  hacia el horizonte que tanto me intriga, porque no termino de entender si acaba o no, o hasta donde llega,  espero el momento de entrar a ese mar que nos convierte las medias mañanas en algo muy divertido. Me encanta ver esa línea que separa los colores. Azul muy fuerte en donde estoy segura nadan grandes peces. Verde de varios tonos. Me gusta mucho el verde. Pensando en los bajos cristalinos ahí donde rompen las olas, en mi mente se regocija el gusto por disfrutar del agua fresca. Todos los días lo hacemos. El baño de mar es lo más sagrado de estas mañanas.
                                           Así de sencilla, así de natural se desenvuelve la mañana en el Rancho. Antes de comenzar las actividades caminamos   entre  los viejos  cipreses que han dejado  una cama de hojas después de las ventiscas de los Nortes,  esa alfombra  en color café oscuro nos atrae, se apelmaza en montones de varitas,   nos encanta pisarlas  fuerte, tiene  frutitos que truenan y que también pinchan  los pies a los que nos encanta andar sin zapatos.  Recogemos esos pequeños frutos  con puntas  que dejan pequeñas marcas en la planta de los pies,  los ponemos  en  trastes de plástico ya que servirán  para adornar los pasteles de arena y agua  que  casi todas las mañanas hacemos  en una cocina improvisada sobre el  pretil,  ahí en el corredor  de la enorme casa Verde .Es grande esta casa , sus varios y bien dispuestos  cuartos  nos acogen  a niños y nanas por igual.
                                                                                        Al paso del aire canta la paja en un murmullo. A veces, esos sonidos del viento me asustan. No los he aprendido a sentir bien cerca de mí,   me queda claro  que dan mucho miedo,  sobre todo por las noches. Son como silbidos intermitentes que bajan y suben de tono.  De rato en rato los ojos de todos los niños se dirigen a la parte alta de las techumbres, en la  palma bien amarrada hay misterios para todos,  ¿Alacranes? , ¿Tarántulas? sepa Dios.  Por las noches al irnos a dormir nos enrollamos en cocuyos bien formados  en las hamacas, es como una protección natural. La sábana sobre mi cara me hace sentir tranquila. 
                                         Todos estamos listos para las actividades  que bien sabemos se irán dando.                                                                                                                      Silvia ira marcando las pautas.
No encuentro el par de mis sayonaras, esas chancletas que la mayoría utilizamos a diario y que hemos escogido cada quien en su color predilecto. Se ha perdido una de las mías,  son de  ese color verde bandera que escogí, en la tienda de Don Alfredo. Fui   hace unos días antes de venir a la playa. El dueño de la tienda de la esquina me ayudo a elegirlas muy bien. Es un señor calvo y amable con el que seguido habla mi mamá  y le hace pedidos de mercancía, por teléfono.  El dueño de  la miscelánea  de la Colonia México, nos conoce a todos los chiquitos que deambulamos por ahí. Nos deja firmar en un papel de estraza, en el que enlista una serie de cosas que compramos. Yo no perdono una docena  de chicles motita, esos que vienen envueltos en papel  rojo. Ya elegidas las chanclas Don Alfredo no cabe en su asombro de que sean número 4, _Yo creo que son para tu mamá _me dice, y hace que yo ahí mismo me las pruebe, _tienes razón chiquita, te quedan muy bien esas _me dice. A renglón seguido   él me recuerda cuanto  me gustan esos dulces, y los  envuelve para mí. En esta ocasión pedí a mi nana que fueran veinte o más unidades, sé que ahora me voy por varias semanas, debo llevar muchas provisiones de esas que todos gozamos,  me encanta compartirlas con mis más queridas amigas que cada verano  son como mis hermanas:  Madó y Marieli .   
                                                                                                  Quien sabe que paso durante  la noche. Tal vez,  alguien  habrá pateado mi chancleta  en la oscuridad  y estará debajo de algún mueble.     Tía Carmencita  viene a la casa Verde cada  mañana  a ver que estamos haciendo, y hoy  escucha que estoy buscando esa  chancla. Antes de que se aclare lo del cáliz…  me dice: _ Josefa, anda a buscar las sayonaras  blancas que tengo ahí  en la Casita Azul, te las presto mientras aparece la tuya. __ Josefa,  _ le comenta tía Carmencita  a la tía Ana Ma,  _ que en una silla de extensión y  lona a  rallas de colores naranjas, verdes y azules,   comparte con Margarita su prima y  su amiga, las noticias del Diario de Yucatán que compraron la tarde anterior en el pueblito  _esta niña,    ¡sí que tiene pie grande!,  a sus diez años calza el mismo número que yo._ Ella no sabe lo gloriosa que me siento cuando me presta sus chanclas,   me siento la más afortunada. También, en el fondo me pregunto porque mis pies son tan grandes, mucho más que los de mis compañeras de juegos.
                                                            Decididas las tres compañeras que rara vez nos separamos,  Madó, Marieli  y Josefa,   vamos a buscar esas sandalias de plástico suave, y una vez en mis pies, estamos listas para andarnos  por entre  el pinar.  Nos divertimos  con brincos decididos y coordinados pisando  y apachurrando  los frutitos esparcidos por el suelo, truenan con un sonido muy característico, no sabemos que será inolvidable. Madó propone la primera actividad: _vamos a hacer pasteles de arena_, nos dice.  Sabemos, que al rato ya nos iremos al mar. 
                                                                                                        Marieli nos recuerda  que esta mañana, le toca a Silvia lavar el baño de la casita Azul. _ ¿Se acuerdan que nos dijo que le ayudáramos?_ _Hoy, no._ nos dice con mucha seguridad Madó, tenemos muchos pasteles que hacer _. A las tres nos encanta ayudar a Silvia, nos deja jugar mucha agua con jabón, misma que esparcimos por el suelo y nos lanzamos sobre ella yendo de un extremo a otro del cuarto.
                                                                                                              El ingenio hace su aparición.   En un momento  todo el pretil del corredor de la casa Verde se llena  de arena, es  una  gran pastelería, las niñas somos las más  felices. Los varones  andan en lo suyo.
No sabemos con claridad  que hacen los varones, ellos tienen sus actividades cerca de nosotros, y son diferentes. No nos interferimos.
              Fernandito tal vez ha hecho sus primeros pasteles, aunque nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que sí  es un hecho, es que la tarde pasada por andar buscando tres pies al gato,  levanto un ladrillo suelto del pretil, y un alacrán colorado se dio gusto en sus deditos. Los gritos llegaron hasta la casa de Benito  y  vino  a ver que estaba sucediendo con tanto alboroto. El,  que sabe muy bien de picadas inesperadas nos dice: _que le pongan saliva a ese chiquito, con eso sana._  Como habitante y encargado del Rancho, sabe de esas lides. Fernando, que es un crío apenas,  se acerca a mí y me dice _tengo algo en mi lengua _ Elda, la nana de los Fortuny entra al quite y le aclara, _no te preocupes niño, que eso pasa cuando un alacrán te pica, se te entume la boca _.
                                                                                  Alonso,  Chente, Carlos, Eduardo  y compañeros   hacen caminos muy bien delineados en el arenal.  Ahí, correrán sus jeeps de colores chillones. Alonso es experto en trazo de senderos en la arena, para lograr que queden  bien se tiende en el suelo,  así  logrará  bien formada y ancha su carretera. La traza, va  por entre las sombras anchas que vienen de las hojas de las palmeras.   En ese gran arenal interminable, hará   esos recorridos fantásticos, cochecitos y soldaditos de plástico que hacen las delicias de su imaginación.  Todos ponen su parte. Hacen su aparición  Adonay y Nacho, que en un pequeño cubito de plástico traen infinidad de coches de  juguete,  que serán parte de todo este circuito matutino.
                                                                                                  El pretil que da al mar ya está ocupado. Patty que también es como una hermana mayor,    se acerca  a ver qué hacemos  sobre los ladrillos de pasta marmoleada. _ Vamos a hacer muchos pastelitos hoy, _  le dice Marieli su hermanita. A ella le gusta leer, tiene un cuento que le regalo Lita su abuelita.  Difícilmente dejará que caiga en  manos de las más chicas. Lo cuida, lo disfruta. Las demás tal vez leamos los monitos del periódico del domingo, cuando los tíos lo sueltan por ahí,  una vez que han terminado de leerlo.
Me encantan esos ladrillos,  con diferentes tonos de verde. Ahí, cada una tiene su sección. Las divisiones las hacemos contando los cuadrados  que le tocarán a cada quien. Es un buen espacio para voltear los moldes y tener miles de pasteles de diferentes formas y tamaños.    
                                                                                Las más chicas,   Anette,  Mayu,  Leticia,  Ileana,  Tany  y Gota,  van por sus cubos y palas, para llenarlos de agua… agua y arena… arena y agua…
                                                                                                     Sentado en una silla de lona colorida,  junto a la   mesa del corredor, ahí   donde tío Víctor escucha cada noche en su  tocadiscos  portátil: _ Farolito que alumbras apenas mis calles desiertas_   esta Franz. A él le vemos como el  hermano mayor, tiene varios años más que todos y  nos dice  comentarios que no siempre entendemos. A él, el tío, si le permite tocar algún disco de vez en cuando. También,  le gusta preguntarnos _ ¿saben ustedes  cómo se dirá en chino: _estoy en una playa muy bonita_? Silencio total.   Él, está estudiando varios idiomas y eso le entretiene.   No sabe aún, que esa niña, la  de los  chorritos marrones que le caen por  la frente y  que por ratos extraña a su mamá, a su nana y  a su gato siamés, Leticia,  que es del grupo de las más  chicas, será su compañera en la adultez. Mientras esto sucede,  Franz, tiene mucho que leer, que aprender de esos idiomas que tanto le atraen. A todas, nos llama mucho la atención ver sus bolsillos llenos de libritos, son  muy chiquitos, quien sabe cómo los lee porque apenas y se pueden sostener con un par de dedos. Él  dice que son diccionarios. No sabemos  aun lo que es eso,  notamos  como  los cuida mucho. 



UN SOLEADO MARTES
                                                                                                           Esta mañana amaneció en rosados.
El sol se dejó  ver muy temprano cuando salimos al corredor. Tío Víctor se mece en un vaivén acompasado  en el sillón de vaqueta. Desde las siete y media está saboreando su primer café. Nos ve llegar y nos dice  _ Por poco me mato ahí en el rincón, dejaron tirados los Jackses  ayer_ precisamente a eso salimos, a jugar un rato ese juego que tanto nos divierte. Antes de desayunar.
                                                               De pronto todas nos fastidiamos de hacer y hacer formas nuevas con la arena y el agua  y  nos vamos a las  hamacas. Nana Mech nos advierte: _ sacúdanse bien esos pies chiquitas, antes de meterse en las hamacas, están llenos de arena_.   A nosotras no nos importa mucho el asunto.  Ella sabe muy bien como luego nos quejamos porque nos pica todo el cuerpo. Ahí, antes de ir al mar, nos encanta escuchar la  radio que Silvia enciende  a todo volumen mientras recoge la casa  y nos advierte que quien no se ponga el traje de baño a tiempo, no estará lista para el baño. Oyendo la música, pateo y pateo la pared, mi hamaca se mese a un ritmo muy divertido, ¡Como nos gusta mecernos  así! de pronto chocan las hamacas, nos morimos de la risa.
                                                                                                           Antes de levantarme  de mi hamaca mis ojos están clavados   viendo el verde de las  ventanas. Hay mucho verde por aquí, por allá, es un color que me gusta tanto, creo que es mi preferido. Me encanta lo fuertes que son  estas  maderas pintadas y combinadas en color blanco. Aun no se claramente, que tanto las recordaré con gusto, por el momento  gozo  los colores, no soy consciente de eso, solo sé,  que  los contemplo por horas, me encantan esos rayos de luz que se cuelan por las rendijas, así como  el verde obscuro. Observo los  herrajes de bronce.
No soy consciente de lo afortunada que soy. Tampoco de lo que todo este vivir me marca  para siempre.
 Tan solo,  siento como está  dejando una huella  profunda. En estos momentos es lo último que me importa.
                                                                      El aire que viene de todas partes, nos pega de  pronto. Antes de que entre la brisa, estaremos gozando del agua salada, cuidándonos de los Bagres  en las orillas y gozando de las mil y un Agujas,  esos alargados peces con brillos  de plata sobre  su  cuerpo, que  vienen,  se acercan, nos dan un poco de pendiente, sabemos que no hacen nada.  Cuando nadamos desprevenidos nos rodean formando  círculos. Nos fascina  entrar al mar, hay alegría cuando lo hacemos, siempre escuchando las indicaciones de Silvia.
                                                                                      La casa  ya  tiene  todas  las  ventanas abiertas.  Eso nos indica un  tiempo,   y que ya va llegando el momento de ponernos los trajes de baño.  Una vez más,  nos preparamos para el baño de mar.
_Oye, Marucha, _   me dice Silvia: _ ¿ya apareció tu chancla?_
_Anda a asechar allá, inclínate  debajo de la mesa de los quinqués, creo que por ahí me pareció verla._
Dirigiéndose a todo el grupo  nos dice:   _Hay que ir por las llantas._
Silvia es la que da todas las indicaciones. Siempre le esperamos que termine de hacer la limpieza y sabremos que sigue en el rol del día.
_ ¿Quién las va a buscar hoy a la terraza  de la capillita?_
_Yo voy _  dice Villo. Sale corriendo para apoderarse de la más grande.  Esa,  que es la preferida de  todos, y que él tanto disfruta. En estos momentos no sabemos muy bien lo que significa compartir, Silvia nos ayuda a comprenderlo. El, podrá tenerla y gozarla el tiempo que quiera,  y sabe  también muy claramente que habrá de dársela a alguno de nosotros. No le gusta mucho la idea, lo notamos. Silvia tiene palabra entre los niños que somos, y siempre le escuchamos atentos. La llanta más grande suele ser para varios al mismo tiempo, la utilizamos como un barco, como una balsa.   
 _Vayan por las llantas_ repite Silvia.   _que yo voy a ver que todos tengan sus trajes de baño  puestos, hay que irnos ya, porque al rato el sol estará demasiado fuerte ._  Víctor en el ínterin,   está  contándole a Franz  que un chiwo   cayó  durante la noche cerca de su hamaca  y que tiene el pendiente de por donde se habrá  escondido.  _Ya saldrá en su momento, _ le dice Silvia  _deja de pensar en Chiwos y ¡muévete!  ¡Muévete! ¡Niño ¡ Que ya mero nos vamos al mar…!_
                                                                                                           El baño de mar está en mi cabeza. En el nervio revestido de gozo que implica entrar al gran océano que nos fascina. Mi panza se llena de mariposas.
No me gusta mayormente el sol, me deja muy agotada, más es parte que ni se cuestiona, si nos quema, pues ya habrá Caladryl para sanar esos ardores. Seguro, Nana Mech llegará por la noche con su frasco de Park Davis y nos pondrá mucho de ese líquido rosado que tanto nos gusta. Nos quita el dolor de la piel quemada.  
                                                                            Antes, de ponernos los trajes  de baño, los revisamos. Es fuerte el estremecimiento que siento ante la idea  de encontrarme  con un alacrán. No me ha tocado ver ninguno muy cerca. Los que he visto, se escabullen rápido.  
  Observo como Patty ha volteado al revés  su traje de baño, su nana Elda  le ha dicho que lo haga,  _no vaya a ser  que un alacrán huero haya decidido pasar la noche dentro de tu traje_ Le dice. Todos sabemos cómo a los alacranes les gusta lo húmedo, lo hemos aprendido sin más. Silvia nos advierte de tener cuidado con esos bichos y nos recuerda: _ A  Fernando, por curioso lo picaron  ayer_. Todos  hemos visto que le dolió mucho, estamos muy alertas. Nadie quiere un piquete, aunque sabemos que  es parte de estar en Uaymitun  .
                                                                                                           Nos encanta la libertad de la playa.
Sentir el aire en la cara. Poco sabemos que esta  gran aventura  marcara a todos a futuro.
                                                                           Somos muchos niños  en fila india. Vamos hacia la playa.
 _ Aléjense de las palmeras, no les vaya a caer un coco._ Dicen las nanas. Seguro han sido advertidas por el tío Víctor.
                                                                                                  Mi mirada esta fija en el camino blanco. Se siente fuerte el calor.  Me encanta ver las rayitas que deja el rastrillo de Beni, él que recoge las hojas de las  palmeras que caen por la  tarde y alisa todo con ese instrumento que parece una araña.  Siempre las escuchamos caer, es un ruido muy fuerte,  sonoro, ya lo conocemos.  Silvia,  hace una parada intermedia bajo una sombrita  y cuenta para ver si estamos completos. Observa que junto a ella  vamos todas las niñas, y  que vienen empujoneandose más atrás todos los varones.  Todos jugaremos con ella, nos cuida, a mí me gusta bañarme cerca de ella, sé que soy miedosa y que aunque yo esté viendo el fondo marino, siempre puede haber sorpresas que nos pueden  asustar.  Somos un grupo grande, Silvia nos cuida muy bien a todos.
                                                                             Una vez más,  entro a  mi mundo fantástico del color.
Ese que suele absorberme.  No puedo evitar que el verde claro del agua me encante, además de que son tantos los destellos de luz sobre las olas, que casi me absorbe el mismo  mar, y yo ni en cuenta.  Aguamarinas, amarillos claros, los brincos y saltos van cambiando los tonos. A Marieli le entro mucha agua de sal por la nariz _ ¡!!uay ¡!! Ya trague mucha agua_ nos dice, Silvia le responde, _ No importa, no pasa nada, te va a limpiar la garganta._
                                                                                     Gozamos mucho, como lo más natural del mundo. Brincar al pasar  las olas,  es algo que no puede faltar.
                                                                               Regresamos felices a enjuagarnos con agua dulce.  Bajo el  gran tubo, iremos pasando uno a uno. Alto, fuerte, esa fuente enorme  de agua  viene  del  pozo.  Es  vigoroso ese  chorro, hasta sentimos que nos empuja. Es muy divertido  cuando se está debajo de  este gran volumen  de agua, vamos pasando  a quitarnos el agua de sal, así los regaderazos  adentro en el baño,  serán más rápidos  y todos estaremos listos para gozar de un buen frijol con puerco.
                                                                                                         Antes de comer, yo estoy pensando.
  No me gusta el tomate y tengo miedo de que Silvia me diga que _  ni modo Marucha te lo tienes que comer_.  Ya a la hora de la verdad, a ver qué pasa. Mientras,    nos recostamos  en las sillas de rallas de colores en forma de hamaca. Huelen  muy rico, es un olor entre algodón y sal. A mí, personalmente me encanta, porque sintiendo  lo extendido de la tela que me cubre la espalda,   me da seguridad.
                                                                   _Óyeme Madó, ven acá_   le dice su mamá: _ ¡! Carambas, ambas  ¡!_  
_ ¿No entiendes que no quiero que te sigas asoleando así?_
Veo a  Madó, que es una hermana para mí,  como solamente  mira a su mamá, sabe que a su madre le choca el sol sobre sus hombros, pero ¿Cómo le vamos a hacer?, me pregunto en el silencio. El sol está por todas partes. El asunto se torna difícil, y más pronto que tarde, averiguamos la solución,  cuando Silvia nos llama y nos dice _ Ya no estén  más ahí afuera, ahora a jugar adentro. _  Creo, que todos tenemos muy claro lo diverso de los juegos dentro de casa, tenemos varias opciones que gozamos mucho: Lotería, Palitos Chinos y ni que decir de la Pirinola que nos mantiene felices viéndola girar por varias horas.  
                                                                                                                       _Silvia _ dice la  tía Carmencita: _ hazme el favor que el baño de mar, mañana se termine más  temprano_  su voz es clara los hielos de su vaso de agua chocan entre sí, y ella  la mira gozando de ese líquido frío. ¡Como goza la tía tomar agua  muy helada! Creo que es algo que a mí también me encanta.    _ Ya más tarde está muy fuerte el sol, _ continua, _se están quemando mucho estas chiquitas._ Josefa ya tiene ampollados los muslos. Hay que ponerle Caladryl._ Afirma.  La rotundez de la tía, me da mucha paz. Es una madre, hasta para los que no fuimos paridos por ella.
                                                                                   Sabemos que el baño de  mar es solo por un rato. Antes del  mediodía. Es tan divertido estar ahí dentro del agua, que se nos hace cortísimo siempre.   Entre que tenemos que entrar con cuidados extremos, como el de no chocar con las rocas que sabemos son muy  filosas,  sintiendo el calor fuerte  del sol. Se nos pasan las horas.  Nunca es  demasiado largo. Nadie sabe que ese  sol produce efectos acumulativos que nos dañan la piel para siempre.  Nadie lo imagina siquiera, aunque quemarse y desquemarse,  es algo que se nos da de lo más normal. Es  verdad que la piel se ampolla. Con la misma, se le deja secar y a otra cosa mariposa.
                                                                                  Como niños no sabemos nada de la temporalidad.  Tampoco nos importa mucho,  porque somos así,  estamos en la época del no tiempo.  Las horas se marcan con las actividades, cuando Silvia nos dice que es lo que  toca hacer. Nadie tiene ni por casualidad un reloj de pulsera. El baño marino de  hoy fue como siempre para todos: muy corto, porque nunca queremos que termine, aunque las yemas de los dedos parezcan pasas de uva seca. No podemos entender  más gozo, sin saberlo conscientemente.  
                                                                                                                                                   Por todo el cocal encontramos  los carapachos  vacíos de las cigarras que han cambiado de piel. De  tono amarillento ámbar, es asombroso verlos agarrados a los troncos de las palmeras.   ¿Qué serán?   No se  entiende  muy claramente como  vibran sin vida cuando les pasa  la brisa por encima. Al desprenderse con las manos temerosas,  se sienten firmes, secos, sin vida, se deshacen como un polvorón de azúcar. Creo que todos nos preguntamos  ¿porque está vacío este cuerpo transparente? ¿A dónde se fue el dueño?  Alargados,  tienen unas patitas secas  que  pinchan al tocarlas. Las cigarras  cantan muy fuerte, las escuchamos muy seguido, es la música de nuestras mañanas tardías.  Jamás he visto a ninguna cigarra  viva. Menos  cuando deja su vestido viejo. Y se va.
                                                                                                      
                                                                                                     Me imagino un cielo lleno de cigarras.
Sus cantos ahí han de ser muy bellos. Algún día nos reuniremos con ellas, y Uaymitun, será un lugar bello de reencuentro en cada corazón.




MUY DIVERTIDO  MIÉRCOLES
                                                                                             Las rocas están más visibles que otros días.
Las rocas que están dentro del mar, son parte importantísima de este paisaje. Dan  nombre al lugar:
Uay, quiere decir: brujo, en maya.
Tun, es piedra.
Piedras de mar, embrujadas.
 En estos tiempos  que relato, no sé  nada de esto y menos mal, porque mi concepción de las brujas me produce  un miedo espantoso. Esas rocas nos dan pie a paseos muy interesantes.
Algunos días al amanecer como hoy,  las rocas se ven con todo su color. Cuando salimos al corredor  aun con los chemes de la mañana, ese paisaje  nos roba la mirada a todos, _! ¡Uay ¡! Miren!  Hoy se ven claritas las rocas_ dice Mado._ Hay bajamar_  dice tía Ana  _y seguro los pescadores preparan sus redes en la terraza  frontal de la Capilla_ Alonso, Chente, Villo, Carlos, Eduardo y todo Dios que se quiera acercar, salen corriendo  porque son muy entretenidos los pescadores.  Nos encanta ver como desenredan sus redes de plástico, sus cordeles de pescar,  mientras lo hacen  mil cuentos salen de su imaginación  que a cada uno  nos deja con la boca más abierta. En el fondo de mí, deseo que alguno de ellos  hable  de algún monstruo marino que se haya aparecido en esos días en los que todos sabemos ellos viven a mar abierto. Pero esa historia nunca llega. A lo más, Gras con el que pasamos grandes ratos, solo nos deja asombrados, porque sabemos que es fuerte pasarse,  días enteros en el mar. Esos, no son cuentos, ellos lo viven así. Me impresionan las hendiduras que Gras tiene en la frente, me da la impresión que el sol, se ha quedado a vivir en su piel.
                                                                            En las noches, desde el corredor de la casa Verde, cuando tenemos miedo de la oscuridad, es muy bonito ver como brillan las pequeñas luces dentro del negro mar. Son los calamareros que están en su trabajo. Yo, no entiendo cómo se puede estar en un barquito tan chico dentro del inmenso mar, y además,  de noche. Pero me aguanto las ganas de preguntarlo. He escuchado muchos cuentos de Gras, en lo profundo admiro su valentía.
                                                                                            Las rocas, visibles o escondidas por el agua,  son mencionadas cuando entramos al mar. Silvia nos dice: _caminen hacia allá chiquitos, alejémonos,  ya nos  acercamos demasiado a las rocas_. ¡Cómo nos intrigan esas rocas! , ¿Qué será  lo que esconden dentro de esas sombras ondulantes e inquietas? En las tardes de bajamar aparecen  todos sus  secretos : Al caminar sobre ellas, vemos  erizos morados, cangrejos coloridos con profundos naranjas dentro de sus frágiles caparazones de ojos saltones y miradas penetrantes que caminan de lado, conchitas rosadas y blancas que hacen de nuestros días y  de nuestro sencillo vivir,  una gran alegría. En esas tardes especiales, recogemos las conchitas  que llamamos  Rosadas, unas bivalvas que ya abiertas y separadas se esparcen escasamente por ahí. Esa escasez, las hace muy preciadas. Tienen ese color único que tanto nos llama la atención. Es como una cuestión  de competencia y vamos viendo quien puede encontrar más. Las lavamos con agua dulce y las ponemos en frasquitos de cristal, en cajitas de cerillos.  Silvia, está muy feliz, porque ella lleva el récord de haber encontrado la más grande.  La mía, nos dice, _es la del rosado más fuerte_  y varios pares de ojos  nos acercamos a sus manos, donde con sumo cuidado la resguarda, para luego pasar a ser parte de su colección.
                                                                                                                                  Mientras el olor y el color de la tela a rayas de las sillas de extensión  me hace muy feliz,  ni idea tengo de que mi mente vuela con pensamientos  diversos. Estoy anticipando el gozo de la media tarde  cuando la Lotería haga su aparición, y todos estemos reunidos en torno a un  quinqué de gas morado, y los gritos  aparezcan así: _ ¡¡aquiiii… con ¡¡ El Borracho!! ._
                                          Veo fijamente esa imagen de una de las cartas que sirven para el canto de la Lotería. Es un hombre cayéndose pegado a una pared, que sostiene una botella entre sus manos, y me pregunto ¿Qué es eso que hace tanto mal a un ser humano para dejarlo así de tambaleante? Es una imagen que me denota tristeza.
                                                                                       No faltará quien diga al mismo tiempo: ¡Lotería!   Y la tapita de plástico rojo,  que es el bote de monedas preciadas y deseadas por todos  (monedas de cinco centavos, con la efigie de D Josefa Ortiz de Domínguez) habrá de compartirse. Compartir esas moneditas nos hace muy dichosos a todos. Estamos aprendiendo a dar y recibir. Compartimos y disfrutamos, sin que nadie se imagine cuanto dejará este tiempo tan sano en cada uno de nosotros.



ESTE JUEVES
                                                                                                                             La comida está servida.
                                                                                                  Lo sabemos porque las tripas ya nos chillan. Porque Victoria ha venido a decirnos que ya dejemos los cubos y palas, ya es hora de almorzar. Yo, sufro, porque no como de todo, y aquí, Silvia sí que se encarga de que lo hagamos. No hay tu tía ni melindre que cuente, cuando nos sirven el plato es a comer. Y eso es todo.
Quiero mi vaso de Coca Cola, eso sí que lo sé, muy claro.
                                                                            Casi todos, estamos seguros que nos tocara sentarnos en el mismo lugar de siempre,  de una mesa que me encanta por sus varios colores en el mantel.  
 Es una mesa muy alegre, no solo por su colorido mantel, sino porque todos nos divertimos cuando estamos ahí. Bien puesta, los platos asentados en orden y alineados  en cada lugar. Llegamos como jauría hambrienta, corriendo y a empujones que hacen muy divertido el asunto. Yo, aunque aún  no lo sé,  tengo problemas  con el asunto de comer, menos mal que ni idea tengo en estos momentos.  Lo quiera o no, como lo que me dan con mucha aceptación.
Aquí, nos nutre la naturaleza. Nos alimenta el estar cerca del mar.
                                                                 Silvia da las órdenes de cómo nos dispondremos en la mesa. Previniendo problemas de que  dos de nosotros podamos   querer el mismo sitio, está pendiente, y aunque no hacemos mucho caso a sus palabras porque el hambre aprieta,  todos sabemos qué lugar nos toca. Instinto de niños.  
Ily y Anettita  se intercambian los vasos que Elda su nana   ha puesto enfrente de ellas.
Han notado que cada una tiene el refresco que la otra desea.  _ ¿Qué están haciendo ustedes dos?_ Pregunta enfática  Valeria, la autora de todos estos guisos que nos dan vida a la hora de los almuerzos. _ No vayan a derramar la sidra_ Les dice.  Ellas muy decididas  han intercambiado sus vasos, para tener el del sabor que prefieren.  Elda,  supervisa la operación, porque se puede derramar ese líquido.  Felices,  han optado por tomar el que le tocó a la otra, son las  preferencias de esos sabores que hacen las delicias de un medio día en la playa, líquidos  de  colores vivos, como:   Negra,  Mandarina o  Cristal Naranja, básicamente la preferida de todos. Leticia y Mayú, están muy contentas  en buena platica,  con sus vasos llenos de Cristal sabor Uva. Alonso está pidiendo que le sirvan otro tanto, porque es tanta su sed, que el primero que le dieron  ya se lo tomó. Víctor José le dice que ya no le darán más, porque él sabe muy bien que cuando se toma  todo el refresco  antes de comer… ¡Queda  claro! ,  con el gas que estos líquidos contienen, es obvio que no se podrá beber todo lo que se sirve y menos cuando nos espera un buen plato de frijol con puerco.
                                                Se hace un vacío de silencio porque  todos comemos muy hambrientos. Estoy tranquila porque Silvia si me hizo caso hoy,  no quería mi  plato con chiltomate , _ Marucha, me dice,  tu sí que eres melindrosa, ¡tan rico que queda esto con la salsa de tomate! _ creo que ve que me sonrió con gusto, aun no logra que yo lo coma.
_Gasten bien sus platos_  dice Silvia con la voz firme que todos le conocemos _ hay una sorpresa para el final de la comida._  Yo creo que ella nota, cuanto  se nos va el tiempo a los que comemos más despacito .
Yo, que no soy muy dulcera, ni me inmuto por eso que viene después de comer. Ni idea tengo que será un rico chocolate, que en lo personal, eso sí que me hace ilusión.
                                                                                    Calienta mucho el sol sobre el caminito de arena. Los reflejos son fuertes y pegan en los ojos cuando uno voltea a ver por ahí.  Mas, ya la vemos venir,  Tía Carmencita trae algo entre sus manos  y todos sin ver, ya adivinamos.
¡Los chocolates ¡Vaquita! ¡Que ricoooo ¡
 En fila, conforme vamos terminando de comer,  ella nos regala ese dulce que todos apreciamos mucho.
                                                                                                                        Se nos hace agua la boca. Guardo la mitad de la tableta que me toco, para comérmelo al rato, ya que vayamos a las hamacas, a la hora de la siesta.  No todos dormimos, solo  sabemos que hay que esperar en los cuartos  hasta  que baje el sol.
                                                                          Carlos, Eduardo, Adonay  y Nacho, así como Margarita,  se van corriendo por el otro lado del comedor. Ésta última, está muy  intrigada por lo que ha llamado la atención de sus hermanos y primos. Entran a la cocina: los gritos de la cocinera nos asustan   _ ¡un cangrejo se metió!_  Nos dice.  Con sus ojos grandes  y negros que se ven totalmente por fuera de su cara,  todos estamos pegados a la pared. _Se ha ido al rincón_ dice la mujer. El pobre animal está mucho más asustado que el mismo miedo que nos da. Eusebia, la nana más viejita de los primos necesita que termine está lidia con el bicho, porque ella duerme ahí en ese cuarto. Dice:   _ que llamen a Benito Chico para que lo saque._  Una vez terminado el barullo, todos se reúnen otra vez cerca de la tía Carmencita, algunos esperan aun su chocolate.
                                                                                                  ¡Cómo nos encanta desenvolver  el dulce! Es muy bonito ese papel brilloso  que lo cubre. Me encanta alisarlo,  lo guardamos para poner dentro de un cuaderno.
Cobertura verde de papel  que semeja un pastizal… donde come  una vaca blanca y negra. Por dentro envoltura  de papel de plata.  
                                                                             El  almuerzo de nosotros  los chiquitos ha terminado. Ahora sigue el turno de los adultos.
_ Por favor, _  nos pide Silvia: _ya váyanse  y déjenme poner la mesa, el que no obedezca, no juega Lotería._
Todos salimos corriendo.
Es un asunto bien sabido: Nadie se pierde la Lotería.
                                                                           Ya dentro de mi hamaca,  siento un hueco  en la panza. No es hambre, solo es que estoy pensando  en donde estarán mis papás. No entiendo porque me pasa eso, porque nada me falta, pero mis papás brillan por su ausencia.  





 LUZ DE VIERNES
                                                                                                         Vamos a ver la luz, de los quinqués.
                                                                Silvia, antes de que empiece a oscurecer, cuando  va preparando los quinqués de gas morado, nos pide que le ayudemos.
_ A  ver, _  nos dice,
 _ Que cada una traiga un quinqué  a la mesa de afuera,  agárrenlos con las dos manos firmemente de la base, Los vamos a rellenar de gas morado y a  encenderlos._
                                                                                   
                                                                                   
                                                                                  Encender los quinqués es todo un acontecimiento. 
                                                                                                                     Que emoción siento en mi pecho, porque me encanta todo esto de la preparación de la luz. El olor del gas morado es inconfundible.  Nos hace saber que la noche se acerca.   Ella, Silvia   prepara el cucurucho de papel periódico por donde se rellena  cada una de las bases  en  forma de calabaza  de estos  recipientes. Los veo, los vuelvo a ver, y ni idea tengo en este momento lo fuerte que están calando  en mí, bellos recipientes de vidrio que  me llaman mucho la atención, es un hecho que me encantan.
                                               _¡Jala Marucha! anda a buscar los fósforos ahí en las repisas blancas _  me dice Silvia, cuando me ve repantingada y absorta,  con los codos en la mesa viendo como asienta la gran lata de gas morado que huele muy  fuerte .¡ Uay! , pienso,  ¡qué grande esta esa lata de gas!  
                                                                                               En el corazón, se siente una emoción única. Inexplicable y profunda. Van tomando forma las flamas de cada uno. Estoy tentada a girar la rosquita de metal que mueve a la flama,      ahora    naranja, amarilla y en el centro azul y blanco, y si uno se fija bien, hasta destellos verdes emite.   Me cuido de no hacerlo, porque sé que no debo. Estos asuntos son de mayor peligro, porque está el fuego y el gas de por medio. Todos lo estamos aprendiendo, no lo sabemos bien, nos fijamos mucho.
 Yo amare por siempre la imagen de un quinqué.
 Ni  siquiera puedo  imaginar en este momento,   que los tendré en el futuro,  de varios tipos y tamaños junto a mí.
 Me traerán  los mejores recuerdos de esta  infancia que al final solo será como una burbuja muy bella, que se va guardando en mi interior.   
                                                                                                Al caer la tarde, se disponen las cartillas. Sabemos que cada quien tiene  la suya. Tratamos de respetar esa propiedad entendida. Percibo que puede haber alguna  discusión al respecto de cómo se dividirán esos cartoncitos tan preciados y que  tan felices nos hacen. Confió en Silvia, ella siempre pone  el orden en el juego de Lotería.
                                                                                                                      Sentimos vibrar la emoción. Sabemos que cada partida es emocionante. Siempre hay  un ganador, y cada uno quiere serlo.
                                                                                                       Dispuestos en semicírculo en el suelo, frente a la puerta del corredor, todos nos sentamos alrededor del  quinqué  que despide un olor entre dulzón y agrio, por el gas morado que ya se quema.  Ya, de antemano   hemos ido al lugar donde cada quien guarda  las mochilitas de monedas, son  el pago  de cada partida de este divertido juego. Cinco centavos pagamos  cada quien. Eso nos cuesta cada mano. Cada partida.
                                                                                                Ni idea de cómo se nos van las horas. Estamos tan pendientes  del que canta
El Pescado
El  Gorrito
 La Chalupa
  Ni sabemos realmente si existe o no un tiempo.  
Solo las barajas del  que canta, se vuelve lo más importante en este momento.
 Sin decírnoslo, sabemos respetar el privilegio de cada quien en escoger la cartilla que más le gusta.
_Dale, Josefa, no porque esté la imagen de  tu tocaya en las monedas vas a dejar de pagar, pon tu monedita al centro, que ya voy a empezar a cantar _ me dice Silvia, cuando  yo, por estar viendo que es eso que sin querer atrajo mi atención. Hay algo negrito que camina por ahí en el filo del ladrillo.  
 Me absorbí  y no pague. Les  tengo mucho miedo a los bichos, nunca me ha picado un alacrán. Nunca.
                                                                                                                 Después de terminada  esta mano,  Silvia propone que revolvamos las cartillas en el centro  para variar  el juego y nos toque una diferente. Es buena idea, pero Marieli dice:
_ A ver ,  a  ver ,  nadie agarre  la del Gorrito arriba a la derecha , que  es la que yo quiero ahorita con esa gane ayer varias veces, me la pasas , Tany , porfa  . _
Se respetan las preferencias.
_ Yo quiero la que tiene a  El Valiente al centro_,  dice Eduardo _y que tiene  La Garza en la fila de abajo_
Se disponen  las cartillas una vez más, las mismas, en manos nuevas. En este nuevo acomodo, al final, todos felices porque sabemos que lo que queremos es que sea mucho más divertido. 
Así, con la cartilla que más me  gusta  frente a mí, observo a todos acostados en el suelo, cómodamente estamos echados en círculo  con un montoncito de frijoles negros, son las fichas para ese apunte de cada figura.
  _¿ Quién canta_? Pregunta Silvia.
Aunque ella,  tiene el manojo de barajas en las manos.
 Dice Madó: __Hoy canto yo. A mí me toca. Ayer quise y no hubo tiempo_  así que  toma el manojo de cartas  y se prepara para Cantar, así con mayúscula.  
A esta hora del canto de la Lotería,  el silencio es total. Absortos todos esperamos.
La figura deseada. La figura que trae la fortuna tan grande de decir: ¡! LOTERIA ¡!
_ ¡Jala ¡ Jala!  , empieza de una Santa Vez_ le dice Silvia, _que ya se está haciendo tarde._
Todos queremos que nos toque Cantar. Vamos por turnos.
Cuando tengo el manojo de cartones en la mano, me fijo como todos están atentos a la palabra que diré. Que Cantaré.
La Damaaaaa!!!
 El    melónnnnnn!!!
 La botellaaaaa!!!
Las jaraaaaaas !!!
_ ¡Aquí con jaras!_    Dice Patty,  _que me pasen todo_.
_Ya lo sabía, esta cartilla me encanta, siempre gano con ella. _
_ ¡¿Cómo va a ser? Ganaste muy rápido_  con su calladita voz le dice Tany.  _ Pues que lo chequen, hice cuadrito al centro._
El pájaro,
 La sandia,
La guitarra, y tantas figuras más que nos hacen  tan, pero tan felices, en esta burbuja sin tiempo.
_¿Es que es  línea  horizontal esta mano?_
_¿O vertical?_   
_O mejor de ¿cuadro, grande o chico?_
Dice Ily .  
_¡ No ¡ _  dice Víctor José , _no has ganado , ¿no escuchaste que estamos jugando cartilla llena?_
_llena, niña, llena, óyelo bien _
_ Ah ¡!, es llena, no me acorde, ¡entonces sigue el juego!_
Seguimos. Mayu, da el grito ganador. _ ¡
¡Cartilla llena!! Listo, Ya gané!._
_  ¿Cómo?_ Pregunta Chente, intrigado.
  _No ha completado toda la cartilla._ Afirma Eduardo.  
_Ya gane, he llenado la cartilla ¡que me pasen la tapita! _ Todos queremos ganar.
                                                                   Las compras en la Casa León, ahí en  el centro de Chicxulub nos esperan cada domingo cuando vamos a la misa de la tarde.    Compraremos:   charritos , chicles motita, Chocolates  Carlos V  y Almonris , mientras la Tía Carmencita le recuerda a Silvia que hay que reponer:   gas morado, mechas, cerillos, pilas para el flash light  y todas las veladoras  que le queden a la señora en esa vitrina de cristal opaco por el salitre.   
                                                                                                             Son para la Virgen de la Capillita.
                                                                                                                      Casi no entramos a esa capillita. No he logrado ver todo lo que hay ahí adentro. Se, que ahí se está en silencio, y hasta miedo me da a veces porque cuando estamos  cerca de la puerta principal, las primas cuentan que han visto el espectro de su Mamagrande  salir de esa puerta. Yo, es lo último que quiero ver, así  que mejor me olvido de esas historias. Me aterran, y no estoy para andarme con esos  asuntos. Esas noches muy oscuras, extraño a Maruch mi nana, que cuando me entra entre pecho y espalda el dolor que produce el miedo, es ella quien me dice que yo haga una oración a la Virgen para que me cuide.
                                                                         A veces,  la puerta grande del recinto sagrado  se abre.  
 Por alguna ocasión especial  eso sucede de vez en vez. Vamos a sentarnos en los pretiles,  Alonso conversa con Gras,  el pescador que siempre está  ahí  por muchas horas.   Al fondo vemos la imagen de la Virgen de Guadalupe que toma la centralidad en su pequeño altar. Siempre hay flores de papel crepé.
                                                                  Mientras pateamos la pared meciéndonos en las hamacas, esperamos la hora de cenar. Silvia enciende su radio portátil  una vez más, las estaciones  americanas se escuchan y nos entretienen.
_ ¿Quieren hacer el favor de callarse por un rato? Nos dice  Silvia ._ Estoy haciendo lo posible por entender todo lo que están diciendo, creo que ha entrado una estación de Belice , y las noticias son buenas ._ Nosotros no sabemos ni donde está , ni que es Belice. Ella siente un especial cariño por esas tierras, creo que es originaria de por ahí. Su bello color de piel de un tono chocolate claro lo dice, y más su pelo ensortijado que nunca se despeina.
                                                                                                                Casi ya llega la hora de la cena.
Por mi cabeza pasan todos los tipos de pan dulce que tanto me gustan. No sé cuál comeré  hoy, tal vez me toque una rica concha blanca llena de azúcar cuadriculada. Me encanta arrancar uno a uno los cuadritos y comerlos despacio.  Solo sé que me fascina comer esos panes de El Resbalón, que es la Panadería que tía Carmencita visita en Progreso,  antes de volver en sus idas a Mérida.
                             _Vamos niños, pónganse los zapatos,  hay que cruzar a la cena y no les vayan a picar._ Nos dice Victoria, la otra nana de los Fortuny .
                                                                                                                 El cruce nos parece larguísimo. Yo, ya tengo de nuevo completo mi par de excelentes chanclas de plástico verde. Al fin apareció debajo del mueble de las hamacas.  Me siento muy segura. Por ahí, por el camino al comedor  casi no hay luz. A lo lejos vemos el gran resplandor del quinqué de camiseta, ese, el más grande de todos.  Lo enciende Benito. De base tiene un recipiente que tiene forma de un globo  gris.  Comprendo que es difícil encenderlo, se  requiere de destreza  para manejar ese pedacito de tela frágil de una consistencia especial. Y que hace las veces de foco.  Da una luz blanquecina que ilumina muy bien la mesa. Es el único quinqué que hace ruido, tiene como un soplido interior que es la música de las cenas.
                                                                                           Ya se ve en el centro la gran bandeja de pan.   Le llaman Pan Bueno.
Marieli está  buscando de entre la gran montaña de dulces panes. Ella les pidió  a las tías un pan francés  con queso Daisy,  y quiere ver si se lo trajeron.
                                                           Después de cenar,  no tardamos  en acostarnos en las hamacas. Sentimos el cansancio porque sin poder evitarlo se nos cierran los ojos. _ ¡Uhm! _ dice Silvia, _Ya se le están cerrando las cortinas a Marucha, que se vayan a poner los hipiles de dormir _
Soñamos, porque mañana  será  sábado.



ACTIVO SABADO
                                                                                                                 Silvia nos prometió ir a playar.
 _Llegaremos caminando por  la orilla del mar  hasta el Rancho Dolores, _  nos ha dicho, _así que hay que preparar unas garrafas de agua. Algo de comer. Duerman bien, chiquitos, que mañana todos a cargar las provisiones y acuérdense que vamos a caminar mucho. _
Me da un vuelco el corazón, yo no soy muy buena para pasarme horas bajo el intenso sol, me agobia, me cansa.
¿Qué tan lejos estará ese Rancho al que llegaremos a pie? Me pregunto en el silencio.
Me asusta llegar hasta el Rancho Dolores. He escuchado decir que ahí hay personas malas. Sepa Dios que quiere decir eso, pero lo he oído mencionar. Creo que dentro de mí estoy deseando que mejor playemos por aquí  cerca,  no soy la que lo decide, así que a donde nos lleve el día. Precisamente animo aventurero no tengo, aunque yo sé que por ahí en esos bellos parajes hay mucho muy bello para disfrutar, comenzando ese caminar junto al romper de las olas… que llamamos playar.
Creo que a todos nos encanta playar y playar.
                                              No hay miedo que valga, sabemos que la verdad es que Silvia nos cuida. Y lo hace muy bien.
                                                                                     Mientras pateo la pared y se balancea  la hamaca,  pienso  del  encuentro  con los miles de moluscos bivalvos y caracoles del día siguiente.   Traerlos y lavarlos para hacerlos parte de nuestra vida, es algo común. Jamás, ni por asomo pasa en este momento por mi mente,   qué  feliz me hará en el futuro,  estudiar los moluscos que los ancestros mayas comieron en San Gervasio. Isla de Cozumel.
                                                                                                                            Playar , playar y playar.
Y cerrar un día bello. Viendo, sin entender muy bien cada tarde, como el horizonte se volverá a tragar al gran círculo rojo/naranja que ha dado vida a nuestro día. Ese sol imponente y grande de cada tarde.  Es parte  de la rutina de estos esplendidos veranos: Gozar la puesta del  sol. No puedo dejar de preguntarme a donde se va esa enorme bola de esplendidos coloridos. En el inter, el cielo se convierte en una masa de colores, me asombra mucho el violeta, como se revuelve con los rosas, azules varios y fuertes.
                                                                                                     Siempre he querido ver el Rayo Verde.
Una de mis abuelas se empeñó en eso. En los paseos que dábamos por el Muelle Grande decía: el primero que vea el rayo verde se lleva todos los globos que tiene el globero.
                                                 
                                                                                              Algunos niños  estamos  lejos de los papás.
A ratos extraño mucho a los míos. Lo siento y hago como que  ni me importa para que al rato desaparezca esa sensación. Otros tienen a sus papás  más cerca,  en las otras casitas de este  Rancho: Los Fortuny, con su madre Ana María, los Braga con sus papás Adonay y Margarita. Los demás somos suertudos  de que estos adultos a fin de cuentas se convierten en papás de todos.
 Villo, Alonso, Franz,  Adonay, Nacho,  Carlos, Eduardo, Chente y Fernando, ¡que  es un crío!  Forman  el grupo de los varones.
Madó, María José, Paty,  Maria Elisa,  Mayu, Leticia, Tany,  Ileana, Anette  y Margarita,  somos  las niñas.
                                               Algunas tardes, la actividad  se convierte en una aventura  algo especial.
                                          Benito, quien cuida  de todo este paraje,  amarra a los caballos a la carreta.
 Luego, estos nobles animales mientras esperan, comen los granos que los encargados  les ponen en un sabucán de henequén amarrado al  cuello. Sabemos que iremos por entre los suaves montones de sopluc por la ciénaga. Pasaremos por entre las ramas verdes y amarillas de la Mielasa, esa planta que abunda por estos lares.   Todos los niños nos subimos  en bola a los maderos que forman la cama de este vehículo tan singular. Vamos a   dar el amado  paseo. Ir bastante lejos.
 Olores salitrosos,   hojitas del manglar llenas de blancura que algunas veces pasan por nuestra lengua para sentir el sabor salado,  hacen el camino  muy divertido.  Nos comemos los racimos de uvas rosadas con tonos lila  que cuelgan de hojas redondeadas.  Uvas en pequeños montones  de lo más vistosos, hojas de varios colores entre rojizos, diferentes verdes, marrones y sepias  hacen  la llegada a los recintos más allá del Rancho Uaymitún, algo muy bonito. Hoy, nos bajamos a caminar sobre el piso incierto y huidizo que por acá se le conoce como sopluc, haciendo referencia a su consistencia.  Hundirnos hasta las rodillas en ese fango nos hace carcajearnos.

                   _Que tengan cuidado_, dice Silvia, _esas conchas son muy filosas, no se vayan a cortar_.
Miles de bivalvas grandes y chicas se esparcen por todo el suelo. Magnificas y de colores diversos se plantan ante nosotros. Quietas, aun cerradas, algunas guardan al animal que les da vida dentro.
Habitantes silenciosos del manglar.
                                                                                                                    Volvemos felices al Rancho. Ha sido una tarde muy completa. El cansancio no se hace esperar.
                                                                                                                     La noche hace su aparición. 
                                                                                                                                          Tan nítida como  azul, tan llena de ruidos y  vaivén de las palmeras,  así  como  si nada,   percibimos todos, la  llegada de  la oscuridad, en Uaymitun. Una linda luna ya se ve aparecer.
                                                                                          Nos hablan de su arribo esos bellos quinqués.
 Firmes en su luz de gas morado, los quinqués son los silenciosos compañeros que nos permiten una buena actividad nocturna en las playas alejadas.
                     Sin saber exactamente la hora,  percibimos el color del momento, por la luz del día.  Algo nos dice que el final de la jornada  esta ya junto  a todos.  
                                                                                                           En  la gran mesa de madera rustica, esperan los quinqués enfilados para ser llevados a cada lugar de la casa que les corresponde.  Algunos se cuelgan de un  alambre grueso atado a  las anchas vigas de madera que sostienen la techumbre de paja.
                                                                                                                        Me encantan los quinqués.
 Absorben la mirada. Observo como tiembla la flama, como cambia de color. 
             _Silvia, por favor anda a buscar las mechas que trajimos  ayer_  le dice  tía Carmencita. _Esos quinqués ya necesitan que se les cambie la mecha, desde anoche me di cuenta._ Silvia, joven activa y siempre pendiente de todo como brazo derecho de los tíos, va a buscar el pequeño envoltorio de papel  de estraza  en el que  la tendera  de la Casa León  le entregó las tiras de algodón.
                                     En el corazón de los niños que somos, algo nos aprieta  con ansia inexplicable.
                                                                                              Sabemos que no tener el exacto cuidado puede significar la diferencia entre pisar o no un  alacrán colorado. No siempre es fácil distinguirlos, son medio transparentes y rápidos. También a veces se hacen a los dormidos, enrollados sobre sí mismos.  

                                                                                                             _Por favor, pónganse las sayonaras _   nos recomienda  la nana Victoria, apoyada por la nana Mech con su eterno vestido y delantal blanco impoluto.
                                                                                           A Madó y a mí, nos gana una risita nerviosa.   
                                                                                                          Nos situamos detrás de la gran puerta,   esa que da al corredor de la casa Verde.  El tío  Víctor que escucha las canciones que le fascinan, en  esa  tornamesa portátil, marca Phillips, color crema,  está absorto fumando uno de sus cigarrillos marca Raleigh.   Entre risitas nos preguntamos: ¿Qué es eso de … cuantas  veces me has  visto llorando llamar a su puerta   No tenemos ni idea, de esas bellas letras de las canciones de Lara. Nos queda claro que el tío lo disfruta mucho, y de rato en rato un como foquito rojo anaranjado se enciende junto a su boca.   
                                                                      Pincharse la planta de los pies  no es nada raro por aquí.  Hay mucho xaxnuk.  Me encantan las hojitas de esta planta, parece que se cierran, son dobles de forma semiredonda. Yo, lo sé muy bien, el otro día  en el dedo grande de mi pie izquierdo se me enterró un espino muy profundo. Con destreza, la tía Carmencita me lo saco con una aguja desinfectada con alcohol. Me dolió mucho, pero al fin se deshincho. Ya no podía ni apoyarlo.
                                                                                                        A Leticia le veo haciendo pucheros.
   Y me preocupo. _ ¿Qué te pasa?_   le pregunto.  Ella, un poco  entre las lágrimas que ya le corren fácilmente,   me dice: _es que no quiero que venga el ángel de la guarda que me dijo mamá que me cuida en la noche, porque  me asusta._
Tía Carmencita que  ha escuchado el dialogo entre las hermanas, le dice: _ ningún ángel va a venir, Leticia.  No estés pensando eso, q le den un poco de sidra  a esta niña, para que  se le pase el susto. _   Mientras, la tía  separa los discos de Agustín Lara, los ordena. Ella  y el tío Víctor  disfrutan  mucho  las noches  del corredor.  Algunos ratos, todos los niños también.
                                                                                                                      Estamos esperando la cena.  Mientras, nos recostamos en las sillas de extensión. Yo absorta en el quehacer de Silvia, mientras enciende los quinqués, me levanto a husmear, y ella me dice:
 _ niña, no te  me acerques  tanto,  haz el favor de irte a sentar,  esto de los quinqués no es ya asunto tuyo, me ayudaron, ahora viene la parte de encender y deben alejarse… ¿No ves que estoy cerrando la lata de gas morado, y no quiero pringarte? así que Maruchaparra  aléjate por favor, aunque te guste ver el encendido, no seas metiche.
 Nada más difícil para mí, me encanta y atrae  ver la parte final de la  preparación de los quinqués.
                                                                                   Observar, como el morado obispo del gas líquido toma formas caprichosas  al caer dentro de las bases de cristal transparente.  Embelesada, fijo esa imagen, ni me imagino que se me  quedara para siempre. Participar de toda esa parafernalia del encendido de las luces, es  algo  emotivamente paralizante  me produce un movimiento interior muy especial.  Me doy cuenta, sin entenderlo del todo,  la  mucha  maestría y destreza  de que dispone Silvia, no puedo  dejar de admirarla: antes que nada,  quita la rosca dorada de cada base.  En la boca coloca el cucurucho de periódico y vierte el líquido,  a renglón seguido, cierra   la gran lata de gas que  deja sentir su olor fuerte, una  parte se chorrea por los lados, y hay que limpiarlo. Es un peligro si un fósforo se enciende en mal momento.  Se vierte el líquido de  a poco.  Lo purpura cae haciendo un ruido  de  chorro fuerte consistente.  Cada quinqué , bien lleno y con las mechas bien remojadas al volver a enroscar la parte central metálica que las contiene  y con su tornillo redondo que las sube y las baja según se quiera el tamaño de la flama,  están  listos en un momento para ser encendidos.  Son bellísimos.
                                                                                                              
                                                                                                       Uno  de esos estará  junto a nosotros.
 Hasta la habitación donde dormimos, nana Mech nos encarga transportar un quinqué con sumo cuidado, y a seis manos  Madó, Marieli y yo lo llevamos hasta nuestro cuarto. Hay una mesita blanca en el rincón, ahí se quedará un buen rato.  Nos ayuda a disipar temores. Yo, suelo enrollarme como un taco dentro de la hamaca, eso me encanta. Nunca sabemos a qué hora la nana rueda la rondana de la base metálica del bombillo, y la luz se extingue.
                                                                                                                _Villo, trae los fósforos que te pedí_  le dice Silvia _Esta cajita ya está vacía_. Tras una leve protesta, por haber sido elegido para esa diligencia,   el primo  va corriendo  hacia el estante interior y toma entre sus manos dos cajitas de esos vitales enceres que dan  sentido a la noche, tienen, en la parte posterior de la cajita,  una imagen de la Venus de Milo  que intriga a todos cuando la vemos. Ni idea tenemos que es una escultura famosa.  
                                                               Franz, checa si están completos sus pequeños diccionarios. Viven, dentro de las  bolsas de su short, no vaya a ser que dejo uno por allá por el rumbo del pozo.  Esta mañana fue a ver con el tío Ado, si todo andaba bien cuando estaban arreglando la bomba. Ahí, platico con el tío sobre cuánto le gusta el idioma ruso. El, quiere ser parte de las Olimpiadas, cuando lleguen a México.
                                                                                     El cocal entero canta las delicias de una brisa suave que a ratos impregna de misterio nuestra piel. Los ruidos de la noche son singulares.
 Aún, no ha llegado a estos rumbos  el amarillamiento letal del cocotero. Nadie,  ni por asomo se imagina que eso  va a ocurrir años más tarde.  Se irán todas las palmeras.
                                                                                                           Salimos hacia la reja de la entrada.
 Están avisando que ha llegado esta noche un automóvil con visitas. Pasar frente a la casa de Benito,  intriga, es difícil de entender como un ser así como el, vive todos los días del año ahí en esa pequeña casita, tan rustica, tan especial y tan acogedora a la vez.   
                                                                                                   Admiramos mucho  el  cielo estrellado. Yo miro con interés  hacia arriba, me impacta la bóveda celeste tan enorme, sin lugar a dudas. Me paraliza la inmensidad. Me fascina su tono azul tan profundo. Temo ver algo que no entienda. No sé ni que podría ser, pero prefiero ni averiguarlo. A veces cuando empiezan a contar cuentos de miedo prefiero irme a dormir.
                                                                                                        Esta noche habrá chocolate caliente.
_ ¿Cuántas tazas vamos a servir hoy?_  Pregunta Valeria, porque hay que ir disponiendo los enseres.  
Nadie respinga. Nos encanta el chocolate caliente.
 Unos lo toman con agua, otros con leche. Silvia en su diligencia absoluta, sirve de una jarra bien llena, las tazas de  chocolate con leche, mientras por el otro lado de la mesa Valeria pregunta quien lo pidió con agua.  Una merienda compartida, con panes dulces inolvidables deja  en los corazones una alegría especial.   Se comparte con  sencillez,   sin más que la belleza de estar en medio de la más vital y esplendida naturaleza de las costas yucatecas. Gozamos de  un  entorno muy singular, casi sin saberlo, y de la compañía de otros niños  que nos comparten sus risas infalibles. Somos todo un grupo.
                                                                       En las sobremesas de la noche entra el ingenio de Franz. Como que no quiere la cosa, pregunta: _ ¿Qué harían todos ustedes si aquí en esta explanada se dejara caer una nave llena de las más diversas luces y compuertas?_
Silencio total.
Yo, jamás había oído hablar de OVNIS…
Ni las luciérnagas, que brillan a montones en torno nuestro nos inmutan.    La pregunta me ha dejado parapetada en mi asiento, solo veo los ojos de mis compañeros de juegos, que estarán preguntándose, que es eso que Franz dice.
En lo personal, estoy a punto de irme dentro de mi propia panza, llena de hormigueos inexplicables.
Todos,  muchos ojos inquisidores, sin saber que lo son, se voltean y  se miran. Franz apunta hacia el espacio arenoso lleno  de  luz de luna, allí junto a  nosotros. Ese que Franz ha decidido será la pista para un aterrizaje. ¿De qué tipo?
Queee? ¿? Creo que nos preguntamos a coro silencioso.
La pregunta surge sola,  aislada y concéntrica dentro de mi mente. No tiene respuesta.
 Solo Dios sabe que es lo que motiva a Franz para hablarnos de esas cosas. Las mariposas en mi estómago rondan fuertísimas, y en ese momento preferiría no estar ahí.
                                                                                                                                                 Se pone de pie.   El, que es como un hermano mayor, está gozando ver las caras de susto de todos estos ingenuos que nada sabemos de objetos celestes no identificados.    He de confesarlo, siento  un estremecimiento  en el estómago, soy, tal vez la más miedosa de todo el grupo. Nadie responde, y él  con su cuento apuntando a la gran ensenada de arena que divide  la casa Verde del comedor, nos dice
 ¡¡UN OVNI!!
Nunca llegó ese OVNI.
                                                            Todos, citados por la vida y congregados por los Puerto Peon,   a compartir tantos veranos  ahí  en una costa bella, en un recinto muy especial, somos muy felices.  
  
                                                         Esta tarde, alguien tuvo la idea, creo que fueron todos los varones.  
Vamos, dijeron todos, hagamos una gran casa allí en la playa, con todas estas hojas de palma que están por aquí  en el camino.
                                                            Todos, a uno, recogimos una hoja  para colaborar  en la  obra. Fue algo grandioso, Franz, se molestaba y gruñía   a cada rato porque  la  arena le caía dentro de los calcetines y   zapatos de goma. _ Quítate los zapatos_, le dijimos, _ porque así no vas a estar cómodo_. _Ni caso hace_  dice Patty que le conoce bien, el dirige muy bien la maniobra estando  muy bien calzado, y todos ayudamos en lo que más nos gusta.  Unos, amarrando palos que Benito Chico  ha venido a alisar con su coa, otros, cortando los mecates de hilo de henequén al tamaño adecuado para hace nudos cruzados que serán más fuertes, más seguros, Leticia y Mayú están encantadas trayendo agua del mar en sus cubitos rojos, porque se necesita aplanar la parte interior que será el piso firme de arena dura y mojada.    
La casa ha quedado  espléndida.  Carlos y Eduardo ya quieren traer sus sabanas y quedarse a dormir ahí.
                                   Nos sentimos todos soñados cuando nos sentamos a la sombra de su interior. Si viene  la lluvia, como pasa a veces cuando playamos , ahí  será  el refugio perfecto .
Y, de pronto… Vino más que la lluvia.   Una  gran ventisca, y en segundos quedo hecha trizas toda la paja que utilizamos. No importa, ya nos habíamos divertido muchísimo en la construcción compartida, tan original. Con el techo al descubierto todos nos quedamos atónitos cuando la tarde lluviosa, que va despejándose  nos regala un arco iris tan grande como del tamaño de   toda la bóveda celeste, completito se extendió a lo largo de todo el cielo, abarcando lo profundo del horizonte. Que belleza, Me da la impresión que nadie sabe lo que eso es, nos encanta  esto de los colores en el cielo.  Los gritos de júbilo al verlo no  se hicieron esperar,  yo  corrí a buscar mi  cámara. Gota preguntó  cuántos colores tiene el arco iris, niños al fin ¡qué  vamos a saber! , mejor los contamos, y eso mismo hacemos, para saber que jamás se ven las líneas divisorias aunque allí nos esforzamos por separarlas.
                                                                 Cuando el jeepster, de tapacete de lona, dio la vuelta para entrar directo al Rancho, todos corrimos a sabiendas que en ese vehículo llegaban  muchas cosas. Ahí, llegaba la ropa limpia, los refrescos Cristal de sabores varios que serían de nuevo la gloria de una buena comida, el dulce casero, esa maravillosa cajeta de leche condensada cocida  que hace  las delicias de Alonso. Ya estacionado el auto, el primo merodea las canastas y tenates  que se van enfilando en el pretil, y una vez que detecta la lata que contiene ese manjar, la toma, va por una buena cuchara y se refugia en la terraza. Todo se lo quiere comer él, él solito. La gritería no se hace esperar: ¡_Alonso se llevó la cajeta_! Inmediatamente cruza la nana Mech, _Niño _ le dice _dame esa lata, ¿no sabes que es para todos?   Con una sonrisa de poco convencimiento, la devuelve. Ha comido unas buenas cucharadas. Eso sí.




CONCURRIDO  DOMINGO
Es un domingo, y vendrán visitas.   
                                                                                                                             Ela, ha preparado tinga.
La preparó en la casa de Mérida.
Todos queremos mucho a Ela. Es la mamá de Silvia.  Ella, casi nunca llega a los recintos playeros, se queda cuidando la casa de Mérida. Cuando comemos las delicias que nos manda, hechas por sus expertas manos, siempre pensamos en ella.  La tinga,  ha venido tapada dentro de todo lo que nos mandó este día.  Todos ayudamos a bajar algunas de las muchas cosas  que hay  que refrigerar en el inmenso congelador, ese  de madera blanca recubierto de metal por dentro y  con una gran  marqueta de hielo.   Jamás olvidare su olor interior, de toda la comida allí refrigerada en variados recipientes.
                                                                                                La reja de madera del Rancho  está abierta.  Estará abierta todo el día.  Muchos invitados vienen y  van llegando. Los automóviles se acomodan en batería allí junto a la terraza de la capilla. El baño de mar será  más concurrido, muy divertido compartiendo con los amigos que de pronto se dejan caer.
                                                        Llegan los Mier y Terán Puerto, los Castillo Alcocer, Los Puerto Gutiérrez,  los Espinosa Faller. Entre otros.    Por la tarde los niños vamos a tener un salchichada.
Benito, que pasa junto al corredor  llevando  la pala en las manos,  nos invita a ver como se excavara el espacio para la fogata.  Él, y su hijo están excavando porque debe quedar amplio el agujero. Somos  una multitud de críos los que pondremos a asar  allí salchichas y sunchos. Queda listo en un rato y todos estamos ansiosos para que llegue la tarde. Silvia y las otras nanas están preparando las mesas que se llevarán hasta la playa, los pinchos, vasos y platos de cartón. Tío Víctor está muy preocupado, porque _esos chiquitos están jugando con los alambres, esos tan puntiagudos, no se les vayan a clavar._ Carmen  por favor que les quiten de las manos esos pinchos a los niños , no son juguete y se pueden lastimar . _    
                                                                                                                    La tinga nos encanta a todos. Los tacos no podían estar más  buenos, tanto así, que hasta repetimos varias veces. Y, después de almorzar, la  siesta adormila a todos. El domingo tiene a veces un paseo vespertino, siempre listos para la misa y las compras. Hoy no habrá salida, hay visitas y el jolgorio es en casa.  La reunión será en la orilla del mar.  Este será un domingo diferente, porque hoy nos sentaremos alrededor de la fogata.

                                                                                                         Y a las 6 pm. Se enciende el fuego. 
Han  puesto el carbón, el periódico con un poco de gasolina y ramas secas de  las palmeras. Los pinchos, preocupan a la tía Margarita también   : _niños_ nos dice  _ ¡!cuidado ¡! lleven esos alambres a la mesa. Mejor que los dejen quietos ahí, aun no llega la hora de la cena._  Así se organiza  todo y las salchichas  se asan. Algunos casi no comen a esta hora, sienten un pequeño malestar, nadie sabe, nadie supo. Los sunchos nos hacen olvidarnos un poco de los chot nakes que empiezan a aparecer. Esos retortijones que son aviso de que algo anda mal.
 Y, a las cuatro de la madrugada, cuando el silencio reina, todos nos vamos encontrando uno a uno camino al mismo lugar, el chorrillo está en todo su esplendor, parte de la tinga se descompuso, nadie se percató y la mayoría  estamos  enfermos.
El lunes, tempranito, ya la tía Carmencita  ha administrado varias botellas de Clorostrep.
 Este medicamento es el indicado para estos casos. Es de los laboratorios Park Davis que el tío Víctor distribuye por varias partes de la Península.
 Al mediar la mañana, ya todos se sienten mejor y una semana nueva comienza. Todos felices y contentos.
Así, transcurren las semanas de un verano lleno de vida. Las vivencias  de cada día tienen  un especial encanto.
 Somos los más felices en esta playa. Siento como me cala profundo.
Todo lo que estamos compartiendo,  se está asentando  como un limo espeso y consistente. Abraza la emotividad, cubre al corazón para toda la vida.
El esparcimiento, es eso: Abrir las posibilidades de recrearnos. ¡Cuánto nos estamos recreando  bajo las palmeras de este bello cocal.  

OCTAVO DIA
El eterno recuerdo.
                                                                                                                               Y llegó el octavo día.
Ese momento que perpetúa, y que se sale de las temporalidades establecidas para tan solo tener presente momentos que fueron de un pasado. Los recuerdos y los mil colores, los  sitios y los tantos movimientos, sabores y gozos de eternidad. El eterno recuerdo.
                                                                                                                                  Esas arenas blancas.
 Empezaron a tener el verdadero significado en la vida, los arenales, hasta que de plano estaba ya en la adultez. Así nos pasa, las acciones de una infancia en la que todo se da por sentado, parecen fluir como si nada, cuando en realidad resultan ser, un como si todo.
                                                                      Lo era, para los que fuimos bendecidos con esos veranos. 
Esos dos meses se convertían en un mundo completo. En un todo.
 Ese mundo cerrado del Rancho Uaymitun quedo en nosotros para la eternidad, porque hoy día ya no hay arenales tan extensos en los centros de población, y mucho menos ese modo de disfrutar un verano: con solo la naturaleza de compañera.
                                                                                                                El amanecer regalaba sus luces.
 Eran enormes reflejos rosa/naranja, los que se movían sin cesar sobre la arena.
 Muchos son los colores  que recuerdo en los grandes arenales. Cuando íbamos muy temprano a recoger conchitas ese sol leve de tierno colorido, era como un abrazo que la naturaleza nos regalaba antes de los deliciosos cafés con leche que Silvia nos preparaba con tanto gusto.
                          Esa tarde de los últimos días del verano nos dimos cuenta que ya la lluvia era parte. Había llovido casi en todos los atardeceres y las preocupaciones reales de los adultos seguían siendo las mismas, que fuéramos cuidadosos con los cocos que solían desprenderse con tanta facilidad. Cocos caían por doquier en ese enorme cocal de maravillas, en esos terrenos de montañitas arenosas y suaves que solíamos utilizar para corretear en los juegos y  con carreras entre nosotros morirnos de risa, cuando alguien daba un mal paso y terminaba dentro de una poceta. _Cuidado_  nos decía Benito, _puede haber culebras ahí dentro_. Y aunque nunca vimos ninguna, salíamos despavoridos a otras partes del rancho. Los juegos siempre interminables.
                                                                                                                       Tía Carmencita nos llamó.
 Fuimos las niñas a la casita Azul, quería decirnos que ya era hora de recoger y guardar todo en su santísimo lugar, porque los días de playa ya se veían terminar.
                                                                              Así, como si la lluvia en realidad ya hubiera pasado.
Salimos de la pequeña casita de paja. No la veíamos tan chica como en realidad era, porque es algo que sucede con la percepción de los niños: todo parece más grande de lo que es en la realidad. El doble color azul de sus paredes de fachada y todo alrededor,  siempre había llamado mi atención, una parte en azul más claro y la otra parte con todo el vigor de ese color frío y fuerte, en las latas de pintura tal cual vienen del mercado. Yo sabía que ese colorido denotaba que ese recinto era el de los tíos y que a veces lo compartían con algunos otros amigos mientras las señoras jugaban canasta y los señores tomaban un café viendo la puesta del sol.
                                                                                                                   El sol ya estaba por ocultarse.
 Como había llovido, aun había un poco de agua en el entorno. La magna y especial ventura de ver cada día como se oculta el sol, en este momento no tuvo la menor importancia.
                                                                                Había momentos en los que extrañaba a mis papas.
En mis pensamientos de pronto se formó la gran sonrisa de mi madre, mientras caminaba tratando de ajustar mis pasos y viendo hacia el suelo para no pisar nada indebido. Hacia muchas semanas que no sabía nada de ella y me hacía mucha falta verle sonreír y escuchar todos sus parlamentos infinitos. Mas, esa misma noche supe que ya sería pronto que vendría, y aunque estaba muy lejos, ya llegaba para que nos regresáramos todos. Ya vendría el día de volver a casa. Así convivíamos, porque los primos eran en realidad como hermanos y sus padres unos padres sustitutos.
Ubicarnos en esos espacios lejanos a lo conocido no era fácil para un niño, porque no se sabe muy bien que es tan lejos o tan cerca.
 Este Rancho Uaymitun, en realidad estaba mucho más cerca del pueblo de Chicxulub, aunque nosotros como niños, creíamos que estábamos mucho más allá.
                                    Los tiempos y las distancias en un momento dado en la vida son como eternos.
Como que de pronto los momentos fluyen muy rápido o se hacen más lentos como si la vida fuese algo que nunca terminara. Así se sentían a veces estos veranos, como interminables.
Cuando nos veíamos ya en las preparaciones para abandonar por un tiempo este recinto, entonces si soñábamos con los inicios de los días de clases y volver a ver a las compañeras, aunque sabíamos cuánto íbamos a extrañar todo esto de la costa bendita. Y brillaba la llegada del próximo verano en nuestras mentes. Nosotros fuimos más o menos durante diez años a pasar las temporadas veraniegas con los primos. Fue una gloria.
Esa lejanía, era como estar en una burbuja que nos permitía tan solo pensar en los amaneceres playeros y llenos de juegos en el arenal infinito y blanco de estas playas tan privilegiadas de la Península de Yucatán.
                                                                                                                 La lluvia arrecio de momento.
 Con las sayonaras mal puestas todos arrancamos a correr hacia la terraza de la casa verde, exactamente enfrente de la puerta de la casa de los tíos.  En esos momentos más que un asunto de no mojarnos con las gotas que restaban y volvían a caer fuerte en nuestras espaldas, lo más importante era estar a buen recaudo. Ya se sentía el atardecer nublado,  ya pronto caería la noche de golpe,  y si los quinqués no estaban preparados pasábamos a sentarnos a las sillas de extensión de tela y a escuchar con un poco de susto los ruidos de la naturaleza. Ahí, se podía escuchar el ulular de pájaros que regresaban a sus nidos, así como en la lejanía los maullidos tal vez de tigrillos que en montes no muy lejanos habitaban. Silvia nos advertía que mejor nos quedásemos quietos en esas cómodas sillas.
                                        Uno de los primos volvió a empezar con las historias de sustos y aparecidos.
Les encantaban, cada que se podía volvían a ser parte del convivir,  para mi desgracia total, por lo tan miedosa que yo era.
Como un ovillo me acurruque entre la tela de rallas azules y naranja de mi silla.
Uay… que miedo no me gustaba escuchar esas cosas.
Así, ya hecha bolita me sentí más protegida y comencé a escuchar.
_Acuérdense que a esta hora es cuando Mamagrande pasa de la casa azul a la casa Amarilla_. Dijo en voz llena de carcajadas Víctor. Esas risas nerviosas siempre me parecieron de estar diciendo mentiras, pero lo de la Mamagrande ya lo había escuchado mucho. _ ¡No_! Dijo Alonso, _no pasa por ahí, ella se va a la capilla_. _Si la quieren ver esperen a que este más oscurito y verán como un bulto blanco y suspendido del suelo sale de la puerta azul y pasa bajo los cipreses_… ¡Qué miedo! Pensé.
A Chente le vi muy intrigado.
 No, yo no quería ver a esa señora.
Nadie se percató, pero cerré fuertísimo los ojos y solo pude ver los colores que tanto amaba dentro de mi mente.
 A Doña Benita, la dueña de Uaymitun y la Mamagrande, le había conocido en su casa del malecón. Había sido en muchos momentos como una abuela para todos, hasta los que no éramos nietos consanguíneos. Pasaba Cajita, el eterno y conocido dulcero que era amigo de todos los niños,  y nos compraba las natillas más ricas y dulces, y aunque lo mío era limón-sal-chile (lo dulce no era de mi preferencia) no podré olvidar  esos dulces marrones, así como los pirulís de figuras lindas y coloridas.
Era una matrona esa señora, en toda la extensión de la palabra.
Su pelo siempre recogido en un chongo suelto y  blanco, muy blanco.
Tenía un bigote que nos pinchaba cada que nos mandaban a saludarla con un beso.
Nos abrazaba y se sentía todo su cuerpo debajo como si fuera un enorme colchón muy suave.
 Era un cuerpo tan grande y voluminoso que me costaba trabajo pensar que en los lares del rancho pudiese ahora deambular sin pisar el suelo.
                                                                                                           Qué bonita era esa terraza enorme.
Sus losetas en verde como marmoleadas, jamás se borran de mi mente. Parecía como si los ladrillos tuviesen agua eternamente.
Ya si la Mamagrande pasaba o no flotando, dejo de importar, porque sin más aviso Silvia nos llamó porque ya estaría la cena servida.
Me gustaba muchísimo el olor de la paja mojada.
En su estilo rustico nos cobijaba con olores muy especiales.
El colorido de los maderos que atravesaban de lado a lado me llenaba de asombro. Ya por la tarde casi noche, dejaba de verse en sus varios tonos desde el natural hasta el atabacado oscuro para tomar un tono más neutro. Eran veteados y con las entrecruzadas formas de la madera del campo me encantaba observar los nudos fuertes y bien hechos de soga gruesa y muy nuestra. El cultivo del henequén permitió la existencia de todas estas propiedades y mucho más.
Me angustiaba un poco  pensar que tan bien estarían sosteniendo eso enormes tendidos de paja, que aunque no era muy peinada, (como se vino a estilar en lo futuro) era una paja gruesa, y tenía un tono amarillento cuando apenas tenía unos meses de haber sido colocada. Luego la humedad que guardaba le daba tonos de verdes secos muy peculiares.
                                                          Tía Carmencita a veces durante el año, venia fuera de temporada.
La tía, hacia las revisiones de los techos y le decía a Benito: _Todo este lado de la esquina hay que cambiarlo antes de junio, porque estoy viendo que ya cedió_.   Rustica, muy rustica era la construcción, pero más que nada  llena de aire y luz con la facilidad de que la arena entrase sin ningún problema. De flujos inolvidables.
La paja seca huele diferente a la paja mojada. Esta última se combina con un hedor húmedo y acuoso.
El techo se veía de varios tonos y texturas combinadas, porque con constancia lo arreglaban y volvían a amarrar. Las sogas mohosas se entrecruzaban con las de color natural dando así un toque bicolor y especial a todo.
                                                                                                      A los más chicos hubo que ayudarles.
Siempre estábamos pendientes de ellos, aunque nanas nunca faltaban.
 Volver al arenal, a buscar las chanclas que en las carreras se soltaban. Eran cómodas esas sandalias, pero se salían a la primera carrera mal dada y con lluvia, ni que decir.
Cuantos de nosotros soñábamos con un nuevo par de color o blancas, eran las chanclas de la temporada. Los niños siempre con los colores y los adultos siempre en colores neutros: blancas las señoras y negras o marrón los varones. Esas que en la tienda de la esquina obteníamos por unos cuantos pesos y que nos hacían tan felices. Yo, siempre tan fijada en los colores, solía escoger las de mi preferencia: las verdes. Todas tenían una base blanca y eran estupendas porque siempre se lavaban casi solas con toda la arena que pasaba por ellas. Los pies de los niños y de los adultos estaban así resguardados de pisar algún alacrán, o también de los múltiples xainsnukes que con mucha profusión corrían en forma de lianas y florecitas amarillas por el suelo de los arenales que circundaban en todas partes.
                                                           Los pies,  parte del cuerpo humano que siempre me ha intrigado.
En especial, los pies  de las personas que trabajan exponiéndolos a las inclemencias del ambiente o algún material terroso o acuoso. En estos recintos me asombraban los pies de Gras el pescador. Muy especiales eran los de este hombre de mar.
                              Al día siguiente, después de comer como cada día, pude constatarlo una vez más.
Nos pasábamos un rato conversando con el pescador después del almuerzo, ahí en el atrio de la pequeña capilla de la Virgen de Guadalupe, que tan solo estaba cruzando el arenal del comedor.  Silvia nos vigilaba desde ese comedor abierto mientras preparaba la mesa para los grandes.
                                                                          A las puertas de la Capilla desenredaba sus redes Gras.
A veces había otros pescadores, más este mediodía estaba solo Gras, creo que era el de edad más avanzada.

Alguien le pregunto  _ ¿Y, como ha estado la pesca del mero, ha habido buena temporada?_  _Pues más o menos_. Contesto. Y yo, más que menos me quede pasmada viendo sus enormes pies. Eran como unos lanchones que se habían extendido hacia los lados de sus alpargatas hechas de hule negro, de llanta. Por el empeine todo corrugado y resquebrajado por la sal marina, corría transversal, un pedazo de mecate de henequén que daba la impresión que debía producirle escozor. Uno como niña se lo imagina así, pero cuando Gras se levantaba y caminaba parecía que esos pies estaban a buen recaudo y que nada le preocupaba.
Que maravilloso es estar acorde y armónico con el medio que nos toca vivir.   
                                                                                                                                        Gras se levantó.
Además de pescador, el sabia estupendamente el manejo del cocal, como se bajaban los cocos, donde se ponían a buen recaudo y como se abrían ahí mismo para que le fuera entregada esa pulpa a la cocinera y con eso nosotros pudiéramos algunas veces disfrutar de ese manjar blanco.
Y el dulce que se hacía con eso así mismo se llama por estas tierras: Manjar Blanco.
Una deliciosa gelatina que se hace cremosa y se come con un toque de canela.
                                                                                              La indumentaria de Gras era muy especial.
El, siempre tenía en la cintura de sus pantalones raídos, otro pedazo de mecate. En esta ocasión no lo había atado todo, y pudimos constatar que lo traía muy bien anudado de un lado. Con el torso descubierto, añoso y un sombrero de chit muy desvencijado  por el sol, se dirigió a los escalones de la terracita que era como un pequeño atrio de la capilla y nos dijo: _ ¿Quieren un pedazo de coco?_ _Acabo de bajarlos y voy a sacar la pulpa_. Todos gritamos felices a tal ofrecimiento: _¡Siii!_  y el, muy diligente tomo su coa, y con total destreza de la herramienta tan filosa, empezó a cortar los enormes cocos. Verdes, amarillos, marrones.
                                                             
                                                         Silvia desde la lejanía se percató de que estábamos embelesados.
 Sabía que el coco entre nuestras manos podría volverse un desastre, por lo mucho que mancha esa resina cuando le cae a uno encima. Sin pensar agua va… nos dijo: _Chiquitos cuiden que no les gotee en la ropa, porque esas manchas no se quitan_. Y así era, mucha ropa ya se había echado a perder con esas resinas tan fuertes.
Poco nos importaba la ropa en ese momento, con las delicias de comer un pedazo de ese coco fresco.
 Esos cocales produjeron a mediados del siglo pasado muchísimo de estos frutos. De hecho, se instalaron todos esos ranchos lejos de la civilización con la idea de que se pudieran sembrar muchas de esas altas y garbosas palmeras, esos sembradíos  se conocieron como cocales.
El cocal Uaymitun dio pie a todas estas maravillosas temporadas de esparcimiento veraniego, prácticamente en medio de la nada.

                                                                                                  Las cosas tomaron su curso al amanecer.
Durante el desayuno Chente dijo que el si había visto pasar a la abuela en la penumbra. Yo ya sabía que él algo había observado y fue  en este  momento que nos lo dijo: _Estaba vestida de blanco_, dijo._ A mí no me asusta, me gusta ver que se va a la capillita y seguro reza a la virgen por todos nosotros_. Que buena interpretación, pensé, si esa abuela en sus deambulaciones  por el rancho se paseaba  y no estaba su alma en pena, pues que más podría pasar.
                                                                                                Silvia nos sirvió un espléndido desayuno.
Vimos las canastitas de pan, coloridas y repletas sobre la mesa. Las tazas ya listas y el olor del pan francés tostado y untado con mantequilla azul (por el color de la lata en la que venía) nos hizo correr a sentarnos de una santa vez. _ ¡Me caigo al mar!_ Dijo el tío Víctor que paseaba por ahí, _creo que ya no quedara ninguna pata para mí_.
Nos advirtió Silvia, que ya seria de los últimos desayunos y que comiéramos bien, porque ya las clases  estaban en la puerta.
Le recuerdo saliendo de la oscura cocina situada  al fondo de ese comedor, con los dos picheles llenos de ese humeante café con leche, uno en cada mano. Creo que lo hacía con leche Nido y algunos con leche evaporada. Nadie sabía ni supo hasta mucho tiempo después, de los asuntos de intolerancias a la lactosa y esas cosas. Todos, con unas carcajadas bien puestas hacíamos chuc el delicioso pan de horno de leña.

                                                                                                           Ya las historias de miedo pasarían.
 Un lapso de descanso de esos asuntos de terror y los niños podríamos darnos los increíbles baños de mar que por horas nos dieron el sentido de la vida. Ahí, lo más importante era el juego, el mar nos acogía para gozar llegar hasta las rocas cercanas, nadar haciendo el muertito y disfrutar la competencia de quien podría mirar más agujas y sardinas que nadaban a montones, muy cerca. Estos alargados y casi transparentes pececillos hacían las delicias de los baños. Siempre se acercan a los humanos como inquietas y preguntándose qué hacemos ahí, en esas aguas que son su casa. No hacen nada más que circundar los cuerpos nadando y mirar con grandes ojos plateados y negros que fijan la mirada de una forma muy especial, como fría.
                                                                                                                           Horas bajo un fuerte sol.
Seria seguro que las ardidas espaldas estarían haciéndonos llorar por la tarde, pero todo se mitigaba cuando tía Carmencita decía: _ ¿Quién quiere dar un paseo en la carreta?_ Y, al unísono todos ya estábamos encaramados tratando de encontrar el mejor lugar sobre esos tablones ensamblados que eran una alfombra mágica, sin lugar a dudas. El griterío se podría escuchar hasta Telchac.
Yo, muy miedosa en esos paseos, porque íbamos bastante lejos adentrándonos  en los manglares, prefería sentarme junto a Beni (como le decíamos con cariño al encargado, que nos conducía por estos largos paseos) porque aunque junto a él, el olor profundo y fuerte de los caballos a veces era en realidad insoportable, uno se sentía segura.
Por la tarde a veces la felicidad se redondeaba al regresar del paseo: tío Ado había llegado en su pick up blanca y había traído el preciado pan del Resbalón. Que delicias eran esos panes. Horneados a la leña, inmejorables. Resbalón era para los adultos, porque los niños ni imaginábamos que esas harinas unos años después estarían proscritas y serian consideradas como el peor alimento habido y por haber. Nos las comimos como los mejores manjares de la vida, las conchas con su cubierta de azucares en cuadricula, que se antojaban solo de verlas. Los tutis  llenos de queso daysy en su interior, que nos hacía recordar el naranja fuerte del interior de los hueches, esos animalitos que eran la fascinación de todos, que tan solo sacábamos de la arena para contemplar su concha y forma de cuerpo casi prehistórico. Se sacaba un puño de arena profunda, se esparcía por entre los pies y estos bichitos salían a montones.  Así, gozando del pan y de la caída de la tarde todos nos reuníamos un rato a jugar lotería antes de la cena.
                                                                                                                              Iba llegando la noche.
A horas entre el anochecer y la oscuridad plena, los ruidos se hacían mucho más evidentes.
Parte del asunto para no escucharlos de más, (porque seguro nos darían una especie de miedo emocionado que no sabíamos manejar muy bien) era  necesario hacer caso a la nana Mech que nos llamaba para la lavada de pies. Decía: _chiquitos, vengan rápido aquí junto al tubo, que hay que lavarse los pies antes de ir cenar_. En cola íbamos esperando turno para posar esos arenosos y empolvados pies de todo el día. Por favor, decía nana, _no estén jugando el agua, que no es para eso, el agua hay que cuidarla y lávate por favor rápido_. Nos enseñaba que había que frotar uno contra el otro y así seguro se limpiaba muy bien el empeine que a veces era la parte más sucia. No había realmente suciedad ahí en el entorno, pero estar en el playón seguro nos los dejaba muy opacos. Además, ella, la nana, sufría mucho de ver que las impolutas hamacas que nos esperaban para una placida noche, se llenaran de suciedad y arena.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  Una noche.
Por alguna razón mis sayonaras se quedaron muy lejos de la hamaca. Me levante al baño que estaba al fondo del pasillo, sin zapatos. Nana Mech desde su hamaca me diviso con su ojo avizor y cuidadoso, y con su ronca y asertiva voz me dijo: _ ¿A dónde vas sin chanclas, Marucha?_ _ baño_  le conteste. _Pues vas ver que susto te vas a dar cuando pises un chiwo por andar descalza_. Con rapidez volví al cuarto, me las puse para volver y encontrarme al dichoso bicho (de estos rumbos muy común) plantado en la puerta del baño. Miedosa como era, tuve que ir a buscarla para que con su ayuda,  se le diera a la tremenda araña como era esa, un escobazo para sacarla del recinto. Lógicamente uno después de ver semejante animal, tendrá que tardarse en conciliar el sueño.
La hamaca es una maravilla en estos lares, porque cubre todo con su red infinita, y uno cree que es una cúpula como de cristal que hace las veces de protectora. Así de ilusos podemos ser, pero más en las épocas de esta sagrada niñez entre los primos más queridos que la vida me hubiera podido dar.
                                                                                                                             Y, qué decir de los tíos.
 Personas estupendas, los tíos  que nos dieron cobijo por varios veranos y a quienes podre recordar eternamente. Ellos, con sus silencios solo nos daban la posibilidad de estar rodeados de la mejor naturaleza del mundo y ser unos niños (que estoy segura hasta el día de hoy) llevamos todos bajo la piel esos aires y brisas de un majestuoso y natural paraíso terrenal.
                                                                                                          Uaymitun. Sigue siendo un paraíso.
Mas, lo que se vivió en sus orígenes como Rancho, (y que ya se ha ido) solo quedara en las mentes de unos cuantos.
                                                                                                              Eran los últimos días del verano.
Estábamos emocionados de cerrar un ciclo más,  se sentía en el estómago el devenir ya limitado del tiempo que estaríamos ahí. El regreso a clases era inminente.
                                                                                                                 La tarde nos regaló sus tesoros.
 Ofrendas que saca el mar, y que como niños que éramos, nos hicieron las delicias de la vida.
Las frágiles olas del mar se veían correr sobre el enorme manto de agua que se divisaba más allá de las rocas. Estaba calmo el ir y venir de las olas, a la caída de la tarde.
Por alguna razón se había formado en el playón una especie de bahía que nos invitó a pasar sobre su cristalina y muy leve agua. Ahí, caminamos todas las niñas acompañadas de Silvia que nos pedía que por favor, quien encontrase una conchita rosada se la diera. De pronto frente a mí no hubo una conchita… hubo miles de conchitas rosadas que por alguna razón que no podíamos entender el mar las había traído hasta esa sencilla laguna de mar, formada  sobre la playa. Sin zapatos y gozando mucho ese caminar sobre el arenal cubierto de agua,  viendo correr a los pequeños cangrejos que asustados se alejaban de nosotros, nos acercamos a los sencillos montículos que albergaban estos tesoros que nos hacían tan felices y dije: _¡Hay muchas! Hay conchitas rosadas para todas_. La emoción puede ser indescriptible, pero tratare de contarla: Todas a una, nos fuimos a tomar algunas de esas maravillas que serían parte de nuestra vida siempre. Así, con algún cuidado extremo, porque estas conchitas son muy frágiles, las fuimos tomando y poniendo en lugar seguro. Recuerdo que cada una tomamos varias y nos sentimos felices de verlas todas juntas en nuestra manos. Silvia, más feliz que nadie nos dijo: _Cuídenlas, que esto ha sido un regalo inesperado, las conchitas rosadas es verdad que son parte de este entorno, pero no siempre están por aquí_. Como verdaderos tesoros nos las llevamos. Las lavamos y las contemplamos sobre el enorme pretil del corredor. Cada una las tomo después y nos fuimos a dormir, porque los días se habían terminado, pero en nuestros corazones tan solo comenzaba la aventura de valorar los tiempos idos, que con o sin lo que nos hizo felices aún pueden hacernos la vida muy agradable con tan solo rememorar. MJ

En Marzo de 2016 termine la primera parte de estos textos. Uaymitun 7 días.
En Julio de 2020 añadí: Octavo día. El Eterno Recuerdo.
Texto de: Maria Jose Roche.




Glosario
Nortes. Vientos que provienen de ese punto cardinal. Muy conocido en estos rumbos.
Sayonaras. Chanclas de hule que tenían ese nombre de marca, y así se les conoció.
Jackses. Pequeños objetos de metal en forma de flor que sirven para un juego infantil que se     realiza con una pequeña pelota y se van recogiendo con una secuencia preestablecida.
Chiwo. Tarántula negra y a veces con un toque rojo.
Chemes. Lagañas.
¡Uay!. Expresión del maya que denota sorpresa. Tanto positiva como negativa.
Chiltomate. Salsa de tomate que se licua con cilantro y chile habanero.
Sopluc. Parte del suelo que es suave. Típico de la ciénaga.
Mielasa. Tipo de planta suculenta de la costa, que tiene como una miel que le escurre.
Mecha. Pedazo de algodón tejido que sirve para la flama de los quinqués.
Sidra. Refresco de gasificado.
Fósforos. Cerillos
Sunchos. Malvaviscos.
Poceta. Agujero hondo que se hace para la plantación de las palmeras de coco.
Xainsnuck. Tipo de planta de la playa que tiene flores amarillas y espinos muy escondidos. Se extiende por el suelo.
Chit. Tipo de palma que sirve para tejer sombreros.
Pata. Tipo de pan dulce.
Chuc. Acción de remojar el pan en el líquido caliente o frio que se bebe.







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