UAYMITUN
SIETE DÍAS
ESA MAÑANA DE LUNES
Le noté preocupado.
A mis pocos años de edad, no sé aún
con claridad, qué es bien a bien eso de preocuparse. Si sé, que el tío
Víctor está muy pendiente de nuestra seguridad. Cuando se nos acerca y nos
habla del proceder ahí en los alrededores del cocal, no sabe cuánto
está permeando en mi esa imagen,
hablándonos del peligro de los cocos. Yo,
abstraída viendo los destellos de luz amarilla que llegan fuertes y penetrantes, en este día soleado, le veo pensativo y listo para prevenirnos.
Se levanta de su sillón, y parsimonioso apaga la música que está escuchando.
Él sabe que solo esperamos la hora mágica: de ponernos los trajes de
baño e irnos al mar, nos llama: _chiquitos acérquense un momento aquí, _ y nos
dice:
_ Niños, escuchen bien: los
cocos caen de las palmeras a cada momento, es inevitable, les pido que no jueguen cerca de
las palmeras, porque no quisiera una frente herida, una coronilla abierta._
_ ¿Lo
entendiste Josefa?_
Creo que nota, que mi mente deambula por
otros lares, y con sus palabras me ha hace concentrarme en las de él.
Sin
emitir palabra asiento con la cabeza, y veo como se esboza su amplia sonrisa.
_ ¿Ya
lo entendieron?_
Todos
estamos escuchando callados.
El, es un segundo papá
para mí.
El día
está ya listo para las varias actividades. Sentada con la vista hacia el horizonte que tanto me intriga,
porque no termino de entender si acaba o no, o hasta donde llega, espero el momento de entrar a ese mar que nos
convierte las medias mañanas en algo muy divertido. Me encanta ver esa línea
que separa los colores. Azul muy fuerte en donde estoy segura nadan grandes peces.
Verde de varios tonos. Me gusta mucho el verde. Pensando en los bajos cristalinos
ahí donde rompen las olas, en mi mente se regocija el gusto por disfrutar del
agua fresca. Todos los días lo hacemos. El baño de mar es lo más sagrado de
estas mañanas.
Así de sencilla, así de natural se desenvuelve
la mañana en el Rancho. Antes de comenzar las actividades caminamos entre
los viejos cipreses que han
dejado una cama de hojas después de las ventiscas
de los Nortes, esa alfombra en color café oscuro nos atrae, se apelmaza en
montones de varitas, nos encanta pisarlas fuerte, tiene frutitos que truenan y que también pinchan los pies a los que nos encanta andar sin
zapatos. Recogemos esos pequeños frutos con puntas que dejan pequeñas marcas en la planta de los
pies, los ponemos en trastes de plástico ya que servirán para adornar los pasteles de arena y agua que
casi todas las mañanas hacemos en
una cocina improvisada sobre el pretil, ahí en el corredor de la enorme casa Verde .Es grande esta casa ,
sus varios y bien dispuestos cuartos nos acogen a niños y nanas por igual.
Al paso del aire canta la paja en
un murmullo. A veces, esos sonidos del viento me asustan. No los he aprendido a
sentir bien cerca de mí, sí me queda claro que dan mucho miedo, sobre todo por las noches. Son como silbidos
intermitentes que bajan y suben de tono. De rato en rato los ojos de todos los niños se
dirigen a la parte alta de las techumbres, en la palma bien amarrada hay misterios para todos, ¿Alacranes? , ¿Tarántulas? sepa Dios. Por las noches al irnos a dormir nos
enrollamos en cocuyos bien formados en
las hamacas, es como una protección natural. La sábana sobre mi cara me hace
sentir tranquila.
Todos
estamos listos para las actividades que
bien sabemos se irán dando. Silvia ira
marcando las pautas.
No encuentro el par de mis sayonaras, esas
chancletas que la mayoría utilizamos a diario y que hemos escogido cada quien
en su color predilecto. Se ha perdido una de las mías, son de ese color verde bandera que escogí, en la
tienda de Don Alfredo. Fui hace unos días antes de venir a la playa. El
dueño de la tienda de la esquina me ayudo a elegirlas muy bien. Es un señor
calvo y amable con el que seguido habla mi mamá
y le hace pedidos de mercancía, por teléfono. El dueño de la miscelánea de la Colonia México, nos conoce a todos los
chiquitos que deambulamos por ahí. Nos deja firmar en un papel de estraza, en
el que enlista una serie de cosas que compramos. Yo no perdono una docena de chicles motita,
esos que vienen envueltos en papel rojo.
Ya elegidas las chanclas Don Alfredo no cabe en su asombro de que sean número 4,
_Yo creo que son para tu mamá _me dice, y hace que yo ahí mismo me las pruebe,
_tienes razón chiquita, te quedan muy bien esas _me dice. A renglón seguido él me recuerda cuanto me gustan esos dulces, y los envuelve para mí. En esta ocasión pedí a mi
nana que fueran veinte o más unidades, sé que ahora me voy por varias semanas,
debo llevar muchas provisiones de esas que todos gozamos, me encanta compartirlas con mis más queridas
amigas que cada verano son como mis hermanas:
Madó y Marieli .
Quien sabe que paso
durante la noche. Tal vez, alguien habrá pateado mi chancleta en la oscuridad y estará debajo de algún mueble. Tía
Carmencita viene a la casa Verde cada mañana a ver que estamos haciendo, y hoy escucha que estoy buscando esa chancla. Antes de que se aclare lo del cáliz… me dice: _ Josefa, anda a buscar las sayonaras blancas que tengo ahí en la Casita Azul, te las presto mientras
aparece la tuya. __ Josefa, _ le comenta
tía Carmencita a la tía Ana Ma, _ que en una silla de extensión y lona a
rallas de colores naranjas, verdes y azules, comparte con Margarita su prima y su amiga, las noticias del Diario de Yucatán
que compraron la tarde anterior en el pueblito _esta niña, ¡sí que tiene pie grande!, a sus diez años calza el mismo número que yo._
Ella no sabe lo gloriosa que me siento cuando me presta sus chanclas, me siento la más afortunada. También, en el
fondo me pregunto porque mis pies son tan grandes, mucho más que los de mis
compañeras de juegos.
Decididas las tres compañeras que rara vez nos
separamos, Madó, Marieli y Josefa, vamos a
buscar esas sandalias de plástico suave, y una vez en mis pies, estamos listas
para andarnos por entre el pinar.
Nos divertimos con brincos
decididos y coordinados pisando y
apachurrando los frutitos esparcidos por
el suelo, truenan con un sonido muy característico, no sabemos que será
inolvidable. Madó propone la primera actividad: _vamos a hacer pasteles de arena_,
nos dice. Sabemos, que al rato ya nos
iremos al mar.
Marieli
nos recuerda que esta mañana, le toca a
Silvia lavar el baño de la casita Azul. _ ¿Se acuerdan que nos dijo que le
ayudáramos?_ _Hoy, no._ nos dice con mucha seguridad Madó, tenemos muchos
pasteles que hacer _. A las tres nos encanta ayudar a Silvia, nos deja jugar
mucha agua con jabón, misma que esparcimos por el suelo y nos lanzamos sobre
ella yendo de un extremo a otro del cuarto.
El
ingenio hace su aparición. En un
momento todo el pretil del corredor de
la casa Verde se llena de arena, es una gran pastelería, las niñas somos las más felices. Los varones andan en lo suyo.
No sabemos con claridad que hacen los varones, ellos tienen sus actividades
cerca de nosotros, y son diferentes. No nos interferimos.
Fernandito tal vez ha hecho sus
primeros pasteles, aunque nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que sí es un hecho, es que la tarde pasada por andar
buscando tres pies al gato, levanto un ladrillo suelto del pretil, y un
alacrán colorado se dio gusto en sus deditos. Los gritos llegaron hasta la casa
de Benito y vino a
ver que estaba sucediendo con tanto alboroto. El, que sabe muy bien de picadas inesperadas nos
dice: _que le pongan saliva a ese chiquito, con eso sana._ Como habitante y encargado del Rancho, sabe de
esas lides. Fernando, que es un crío apenas, se acerca a mí y me dice _tengo algo en mi
lengua _ Elda, la nana de los Fortuny entra al quite y le aclara, _no te
preocupes niño, que eso pasa cuando un alacrán te pica, se te entume la boca _.
Alonso, Chente, Carlos, Eduardo y compañeros hacen caminos muy bien delineados en el
arenal. Ahí, correrán sus jeeps de colores chillones. Alonso es
experto en trazo de senderos en la arena, para lograr que queden bien se tiende en el suelo, así
logrará bien formada y ancha su
carretera. La traza, va por entre las
sombras anchas que vienen de las hojas de las palmeras. En ese
gran arenal interminable, hará esos
recorridos fantásticos, cochecitos y soldaditos de plástico que hacen las delicias
de su imaginación. Todos ponen su parte.
Hacen su aparición Adonay y Nacho, que en
un pequeño cubito de plástico traen infinidad de coches de juguete, que serán parte de todo este circuito
matutino.
El pretil que da al mar ya está ocupado. Patty
que también es como una hermana mayor, se acerca
a ver qué hacemos sobre los
ladrillos de pasta marmoleada. _ Vamos a hacer muchos pastelitos hoy, _ le dice Marieli su hermanita. A ella le gusta
leer, tiene un cuento que le regalo Lita su abuelita. Difícilmente dejará que caiga en manos de las más chicas. Lo cuida, lo
disfruta. Las demás tal vez leamos los monitos del periódico del domingo,
cuando los tíos lo sueltan por ahí, una
vez que han terminado de leerlo.
Me encantan esos ladrillos, con diferentes tonos de verde. Ahí, cada una
tiene su sección. Las divisiones las hacemos contando los cuadrados que le tocarán a cada quien. Es un buen
espacio para voltear los moldes y tener miles de pasteles de diferentes formas
y tamaños.
Las más chicas, Anette,
Mayu, Leticia, Ileana,
Tany y Gota, van por sus cubos y palas, para llenarlos de
agua… agua y arena… arena y agua…
Sentado
en una silla de lona colorida, junto a
la mesa del corredor, ahí donde
tío Víctor escucha cada noche en su tocadiscos portátil: _
Farolito que alumbras apenas mis calles desiertas_ esta Franz. A él le vemos como el hermano mayor, tiene varios años más que todos
y nos dice comentarios que no siempre entendemos. A él,
el tío, si le permite tocar algún disco de vez en cuando. También, le gusta preguntarnos _ ¿saben ustedes cómo se dirá en chino: _estoy en una playa muy
bonita_? Silencio total. Él, está estudiando varios idiomas y eso le entretiene.
No
sabe aún, que esa niña, la de los chorritos marrones que le caen por la frente y que por ratos extraña a su mamá, a su nana y a su gato siamés, Leticia, que es del grupo de las más chicas, será su compañera en la adultez. Mientras
esto sucede, Franz, tiene mucho que leer,
que aprender de esos idiomas que tanto le atraen. A todas, nos llama mucho la
atención ver sus bolsillos llenos de libritos, son muy chiquitos, quien sabe cómo los lee porque
apenas y se pueden sostener con un par de dedos. Él dice que son diccionarios. No sabemos aun lo que es eso, notamos como
los cuida mucho.
UN
SOLEADO MARTES
Esta mañana amaneció en rosados.
El sol se dejó ver muy temprano cuando salimos al corredor. Tío
Víctor se mece en un vaivén acompasado en el sillón de vaqueta. Desde las siete y
media está saboreando su primer café. Nos ve llegar y nos dice _ Por poco me mato ahí en el rincón, dejaron
tirados los Jackses ayer_ precisamente a eso salimos, a jugar un
rato ese juego que tanto nos divierte. Antes de desayunar.
De pronto todas nos fastidiamos de hacer y
hacer formas nuevas con la arena y el agua
y nos vamos a las hamacas. Nana Mech nos advierte: _ sacúdanse
bien esos pies chiquitas, antes de meterse en las hamacas, están llenos de
arena_. A nosotras no nos importa mucho el asunto. Ella sabe muy bien como luego nos quejamos porque
nos pica todo el cuerpo. Ahí, antes de ir al mar, nos encanta escuchar la radio que Silvia enciende a todo volumen mientras recoge la casa y nos advierte que quien no se ponga el traje
de baño a tiempo, no estará lista para el baño. Oyendo la música, pateo y pateo
la pared, mi hamaca se mese a un ritmo muy divertido, ¡Como nos gusta mecernos así! de pronto chocan las hamacas, nos morimos
de la risa.
Antes de levantarme de mi hamaca mis ojos están clavados viendo
el verde de las ventanas. Hay mucho
verde por aquí, por allá, es un color que me gusta tanto, creo que es mi
preferido. Me encanta lo fuertes que son
estas maderas pintadas y
combinadas en color blanco. Aun no se claramente, que tanto las recordaré con
gusto, por el momento gozo los colores, no soy consciente de eso, solo
sé, que los contemplo por horas, me encantan esos
rayos de luz que se cuelan por las rendijas, así como el verde obscuro. Observo los herrajes de bronce.
No soy consciente de lo afortunada que soy. Tampoco
de lo que todo este vivir me marca para
siempre.
Tan solo,
siento como está dejando una huella profunda. En estos momentos es lo último que
me importa.
El aire que viene de
todas partes, nos pega de pronto. Antes
de que entre la brisa, estaremos gozando del agua salada, cuidándonos de los
Bagres en las orillas y gozando de las
mil y un Agujas, esos alargados peces
con brillos de plata sobre su cuerpo, que vienen, se acercan, nos dan un poco de pendiente,
sabemos que no hacen nada. Cuando nadamos
desprevenidos nos rodean formando círculos.
Nos fascina entrar al mar, hay alegría
cuando lo hacemos, siempre escuchando las indicaciones de Silvia.
La casa
ya tiene todas
las ventanas abiertas. Eso nos indica un tiempo,
y que ya va llegando el momento
de ponernos los trajes de baño. Una vez
más, nos preparamos para el baño de mar.
_Oye, Marucha,
_ me dice Silvia: _ ¿ya apareció tu chancla?_
_Anda a asechar allá, inclínate debajo de la mesa de los quinqués, creo que
por ahí me pareció verla._
Dirigiéndose
a todo el grupo nos dice: _Hay que ir por las llantas._
Silvia
es la que da todas las indicaciones. Siempre le esperamos que termine de hacer
la limpieza y sabremos que sigue en el rol del día.
_ ¿Quién las va a buscar hoy a la terraza de la capillita?_
_Yo voy _ dice Villo. Sale corriendo para apoderarse de
la más grande. Esa, que es la preferida de todos, y que él tanto disfruta. En estos
momentos no sabemos muy bien lo que significa compartir, Silvia nos ayuda a
comprenderlo. El, podrá tenerla y gozarla el tiempo que quiera, y sabe también muy claramente que habrá de dársela a
alguno de nosotros. No le gusta mucho la idea, lo notamos. Silvia tiene palabra
entre los niños que somos, y siempre le escuchamos atentos. La llanta más
grande suele ser para varios al mismo tiempo, la utilizamos como un barco, como
una balsa.
_Vayan
por las llantas_ repite Silvia. _que yo voy a ver que todos tengan sus trajes
de baño puestos, hay que irnos ya,
porque al rato el sol estará demasiado fuerte ._ Víctor en el ínterin, está contándole
a Franz que un chiwo cayó durante la noche cerca de su hamaca y que tiene el pendiente de por donde se
habrá escondido. _Ya saldrá en su momento, _ le dice Silvia _deja de pensar en Chiwos y ¡muévete! ¡Muévete! ¡Niño ¡ Que ya mero nos vamos al mar…!_
El
baño de mar está en mi cabeza. En el nervio revestido de gozo que implica
entrar al gran océano que nos fascina. Mi panza se llena de mariposas.
No me gusta mayormente el sol, me deja muy
agotada, más es parte que ni se cuestiona, si nos quema, pues ya habrá Caladryl para sanar esos ardores.
Seguro, Nana Mech llegará por la noche con su frasco de Park Davis y nos pondrá mucho de ese líquido rosado que tanto nos
gusta. Nos quita el dolor de la piel quemada.
Antes,
de ponernos los trajes de baño, los revisamos.
Es fuerte el estremecimiento que siento ante la idea de encontrarme con un alacrán. No me ha tocado ver ninguno
muy cerca. Los que he visto, se escabullen rápido.
Observo como Patty ha volteado al revés su traje de baño, su nana Elda le ha dicho que lo haga, _no vaya a ser
que un alacrán huero haya decidido pasar la noche dentro de tu traje_ Le
dice. Todos sabemos cómo a los alacranes les gusta lo húmedo, lo hemos
aprendido sin más. Silvia nos advierte de tener cuidado con esos bichos y nos recuerda:
_ A Fernando, por curioso lo picaron ayer_. Todos hemos visto que le dolió mucho, estamos muy alertas.
Nadie quiere un piquete, aunque sabemos que
es parte de estar en Uaymitun .
Nos encanta la libertad de la playa.
Sentir
el aire en la cara. Poco sabemos que esta
gran aventura marcara a todos a
futuro.
Somos muchos niños en fila india. Vamos hacia la playa.
_ Aléjense
de las palmeras, no les vaya a caer un coco._ Dicen las nanas. Seguro han sido
advertidas por el tío Víctor.
Mi mirada esta fija en el camino blanco. Se
siente fuerte el calor. Me encanta ver
las rayitas que deja el rastrillo de Beni, él que recoge las hojas de las palmeras que caen por la tarde y alisa todo con ese instrumento que
parece una araña. Siempre las escuchamos
caer, es un ruido muy fuerte, sonoro, ya
lo conocemos. Silvia, hace una parada intermedia bajo una sombrita y cuenta para ver si estamos completos. Observa
que junto a ella vamos todas las niñas,
y que vienen empujoneandose más atrás todos los varones. Todos jugaremos con ella, nos cuida, a mí me
gusta bañarme cerca de ella, sé que soy miedosa y que aunque yo esté viendo el
fondo marino, siempre puede haber sorpresas que nos pueden asustar. Somos un grupo grande, Silvia nos cuida muy
bien a todos.
Una
vez más, entro a mi mundo fantástico del color.
Ese que suele absorberme. No puedo evitar que el verde claro del agua me
encante, además de que son tantos los destellos de luz sobre las olas, que casi
me absorbe el mismo mar, y yo ni en cuenta.
Aguamarinas, amarillos claros, los
brincos y saltos van cambiando los tonos. A Marieli le entro mucha agua de sal
por la nariz _ ¡!!uay ¡!! Ya trague mucha agua_ nos dice, Silvia le responde, _
No importa, no pasa nada, te va a limpiar la garganta._
Gozamos mucho, como lo más
natural del mundo. Brincar al pasar las
olas, es algo que no puede faltar.
Regresamos felices a enjuagarnos con agua
dulce. Bajo el gran tubo, iremos pasando uno a uno. Alto, fuerte,
esa fuente enorme de agua viene
del pozo. Es vigoroso ese chorro, hasta sentimos que nos empuja. Es muy
divertido cuando se está debajo de este gran volumen de agua, vamos pasando a quitarnos el agua de sal, así los regaderazos adentro en el baño, serán más rápidos y todos estaremos listos para gozar de un buen
frijol con puerco.
Antes
de comer, yo estoy pensando.
No me
gusta el tomate y tengo miedo de que Silvia me diga que _ ni modo Marucha te lo tienes que comer_. Ya a la hora de la verdad, a ver qué pasa.
Mientras, nos recostamos en las sillas de rallas de colores en forma
de hamaca. Huelen muy rico, es un olor
entre algodón y sal. A mí, personalmente me encanta, porque sintiendo lo extendido de la tela que me cubre la espalda,
me da seguridad.
_Óyeme Madó, ven acá_ le dice su mamá: _ ¡! Carambas, ambas ¡!_
_ ¿No
entiendes que no quiero que te sigas asoleando así?_
Veo a Madó, que es una hermana para mí, como solamente mira a su mamá, sabe que a su madre le choca
el sol sobre sus hombros, pero ¿Cómo le vamos a hacer?, me pregunto en el
silencio. El sol está por todas partes. El asunto se torna difícil, y más pronto
que tarde, averiguamos la solución, cuando Silvia nos llama y nos dice _ Ya no
estén más ahí afuera, ahora a jugar adentro.
_ Creo, que todos tenemos muy claro lo
diverso de los juegos dentro de casa, tenemos varias opciones que gozamos
mucho: Lotería, Palitos Chinos y ni que decir de la Pirinola que nos mantiene
felices viéndola girar por varias horas.
_Silvia _ dice la tía Carmencita: _
hazme el favor que el baño de mar, mañana se termine más temprano_ su voz es clara los hielos de su vaso de agua
chocan entre sí, y ella la mira gozando
de ese líquido frío. ¡Como goza la tía tomar agua muy helada! Creo que es algo que a mí también
me encanta. _ Ya más tarde está muy
fuerte el sol, _ continua, _se están quemando mucho estas chiquitas._ Josefa ya
tiene ampollados los muslos. Hay que ponerle Caladryl._ Afirma. La
rotundez de la tía, me da mucha paz. Es una madre, hasta para los que no fuimos
paridos por ella.
Sabemos que el baño de mar es
solo por un rato. Antes del mediodía. Es
tan divertido estar ahí dentro del agua, que se nos hace cortísimo
siempre. Entre que tenemos que entrar
con cuidados extremos, como el de no chocar con las rocas que sabemos son muy filosas,
sintiendo el calor fuerte del sol.
Se nos pasan las horas. Nunca es demasiado largo. Nadie sabe que ese sol produce efectos acumulativos que nos dañan
la piel para siempre. Nadie lo imagina siquiera,
aunque quemarse y desquemarse, es algo que se nos da de lo más normal.
Es verdad que la piel se ampolla. Con la
misma, se le deja secar y a otra cosa mariposa.
Como niños
no sabemos nada de la temporalidad. Tampoco
nos importa mucho, porque somos así, estamos en la época del no tiempo. Las horas se marcan con las actividades,
cuando Silvia nos dice que es lo que toca hacer. Nadie tiene ni por casualidad un
reloj de pulsera. El baño marino de hoy
fue como siempre para todos: muy corto, porque nunca queremos que termine, aunque
las yemas de los dedos parezcan pasas de uva seca. No podemos entender más gozo, sin saberlo conscientemente.
Por todo el cocal encontramos los carapachos
vacíos de las cigarras que han cambiado de piel. De tono amarillento ámbar, es asombroso verlos
agarrados a los troncos de las palmeras.
¿Qué serán? No se entiende muy claramente como vibran sin vida cuando les pasa la brisa por encima. Al desprenderse con las
manos temerosas, se sienten firmes, secos,
sin vida, se deshacen como un polvorón de azúcar. Creo que todos nos preguntamos
¿porque está vacío este cuerpo
transparente? ¿A dónde se fue el dueño? Alargados,
tienen unas patitas secas que pinchan
al tocarlas. Las cigarras cantan muy fuerte,
las escuchamos muy seguido, es la música de nuestras mañanas tardías. Jamás he visto a ninguna cigarra viva. Menos cuando deja su vestido viejo. Y se va.
Me imagino un cielo lleno de cigarras.
Sus cantos ahí han de ser muy bellos. Algún
día nos reuniremos con ellas, y Uaymitun, será un lugar bello de reencuentro en
cada corazón.
MUY
DIVERTIDO MIÉRCOLES
Las rocas están más visibles que otros días.
Las
rocas que están dentro del mar, son parte importantísima de este paisaje. Dan nombre al lugar:
Uay,
quiere decir: brujo, en maya.
Tun, es
piedra.
Piedras
de mar, embrujadas.
En
estos tiempos que relato, no sé nada de esto y menos mal, porque mi concepción
de las brujas me produce un miedo espantoso.
Esas rocas nos dan pie a paseos muy interesantes.
Algunos días al amanecer como hoy, las rocas se ven con todo su color. Cuando
salimos al corredor aun con los chemes de la mañana, ese paisaje nos roba la mirada a todos, _! ¡Uay ¡! Miren! Hoy se ven claritas las rocas_ dice Mado._ Hay
bajamar_ dice tía Ana _y seguro los pescadores preparan sus redes en
la terraza frontal de la Capilla_ Alonso,
Chente, Villo, Carlos, Eduardo y todo Dios que se quiera acercar, salen
corriendo porque son muy entretenidos
los pescadores. Nos encanta ver como
desenredan sus redes de plástico, sus cordeles de pescar, mientras lo hacen mil cuentos salen de su imaginación que a cada uno nos deja con la boca más abierta. En el fondo
de mí, deseo que alguno de ellos hable de algún monstruo marino que se haya aparecido
en esos días en los que todos sabemos ellos viven a mar abierto. Pero esa
historia nunca llega. A lo más, Gras con el que pasamos grandes ratos, solo nos
deja asombrados, porque sabemos que es fuerte pasarse, días enteros en el mar. Esos, no son cuentos,
ellos lo viven así. Me impresionan las hendiduras que Gras tiene en la frente,
me da la impresión que el sol, se ha quedado a vivir en su piel.
En las noches, desde el corredor de la casa Verde,
cuando tenemos miedo de la oscuridad, es muy bonito ver como brillan las
pequeñas luces dentro del negro mar. Son los calamareros que están en su trabajo. Yo, no entiendo cómo se puede
estar en un barquito tan chico dentro del inmenso mar, y además, de noche. Pero me aguanto las ganas de preguntarlo.
He escuchado muchos cuentos de Gras, en lo profundo admiro su valentía.
Las rocas,
visibles o escondidas por el agua, son
mencionadas cuando entramos al mar. Silvia nos dice: _caminen hacia allá chiquitos,
alejémonos, ya nos acercamos demasiado a las rocas_. ¡Cómo nos
intrigan esas rocas! , ¿Qué será lo que
esconden dentro de esas sombras ondulantes e inquietas? En las tardes de
bajamar aparecen todos sus secretos : Al caminar sobre ellas, vemos erizos morados, cangrejos coloridos con
profundos naranjas dentro de sus frágiles caparazones de ojos saltones y
miradas penetrantes que caminan de lado, conchitas rosadas y blancas que hacen de nuestros días y de nuestro sencillo vivir, una gran alegría. En esas tardes especiales,
recogemos las conchitas que llamamos Rosadas,
unas bivalvas que ya abiertas y separadas se esparcen escasamente por ahí. Esa escasez,
las hace muy preciadas. Tienen ese color único que tanto nos llama la atención.
Es como una cuestión de competencia y vamos
viendo quien puede encontrar más. Las lavamos con agua dulce y las ponemos en
frasquitos de cristal, en cajitas de cerillos.
Silvia, está muy feliz, porque ella lleva el récord de haber encontrado
la más grande. La mía, nos dice, _es la
del rosado más fuerte_ y varios pares de
ojos nos acercamos a sus manos, donde
con sumo cuidado la resguarda, para luego pasar a ser parte de su colección.
Mientras el olor y el color de la tela a
rayas de las sillas de extensión me hace
muy feliz, ni idea tengo de que mi mente
vuela con pensamientos diversos. Estoy
anticipando el gozo de la media tarde cuando la Lotería haga su aparición, y todos
estemos reunidos en torno a un quinqué
de gas morado, y los gritos aparezcan
así: _ ¡¡aquiiii… con ¡¡ El Borracho!! ._
Veo
fijamente esa imagen de una de las cartas que sirven para el canto de la
Lotería. Es un hombre cayéndose pegado a una pared, que sostiene una botella
entre sus manos, y me pregunto ¿Qué es eso que hace tanto mal a un ser humano
para dejarlo así de tambaleante? Es una imagen que me denota tristeza.
No
faltará quien diga al mismo tiempo: ¡Lotería! Y la
tapita de plástico rojo, que es el bote
de monedas preciadas y deseadas por todos (monedas de cinco centavos, con la efigie de D
Josefa Ortiz de Domínguez) habrá de compartirse. Compartir esas moneditas nos
hace muy dichosos a todos. Estamos aprendiendo a dar y recibir. Compartimos y disfrutamos,
sin que nadie se imagine cuanto dejará este tiempo tan sano en cada uno de nosotros.
ESTE
JUEVES
La comida está servida.
Lo sabemos porque las tripas ya nos chillan. Porque Victoria ha venido a
decirnos que ya dejemos los cubos y palas, ya es hora de almorzar. Yo, sufro,
porque no como de todo, y aquí, Silvia sí que se encarga de que lo hagamos. No
hay tu tía ni melindre que cuente,
cuando nos sirven el plato es a comer. Y eso es todo.
Quiero
mi vaso de Coca Cola, eso sí que lo sé, muy claro.
Casi
todos, estamos seguros que nos tocara sentarnos en el mismo lugar de siempre, de una mesa que me encanta por sus varios
colores en el mantel.
Es una
mesa muy alegre, no solo por su colorido mantel, sino porque todos nos
divertimos cuando estamos ahí. Bien puesta, los platos asentados en orden y
alineados en cada lugar. Llegamos como
jauría hambrienta, corriendo y a empujones que hacen muy divertido el asunto.
Yo, aunque aún no lo sé, tengo problemas con el asunto de comer, menos mal que ni idea
tengo en estos momentos. Lo quiera o no,
como lo que me dan con mucha aceptación.
Aquí,
nos nutre la naturaleza. Nos alimenta el estar cerca del mar.
Silvia da las órdenes de cómo nos dispondremos en la mesa. Previniendo
problemas de que dos de nosotros
podamos querer el mismo sitio, está pendiente, y
aunque no hacemos mucho caso a sus palabras porque el hambre aprieta, todos sabemos qué lugar nos toca. Instinto de
niños.
Ily y
Anettita se intercambian los vasos que
Elda su nana ha puesto enfrente de ellas.
Han notado que cada una tiene el refresco que
la otra desea. _ ¿Qué están haciendo
ustedes dos?_ Pregunta enfática Valeria,
la autora de todos estos guisos que nos dan vida a la hora de los almuerzos. _ No
vayan a derramar la sidra_ Les dice. Ellas muy decididas han intercambiado sus vasos, para tener el del
sabor que prefieren. Elda, supervisa la operación, porque se puede
derramar ese líquido. Felices, han optado por tomar el que le tocó a la otra,
son las preferencias de esos sabores que
hacen las delicias de un medio día en la playa, líquidos de colores vivos, como: Negra,
Mandarina o Cristal Naranja,
básicamente la preferida de todos. Leticia y Mayú, están muy contentas en buena platica, con sus vasos llenos de Cristal sabor Uva. Alonso
está pidiendo que le sirvan otro tanto, porque es tanta su sed, que el primero
que le dieron ya se lo tomó. Víctor José
le dice que ya no le darán más, porque él sabe muy bien que cuando se toma todo el refresco antes de comer… ¡Queda claro! , con el gas que estos líquidos contienen, es
obvio que no se podrá beber todo lo que se sirve y menos cuando nos espera un
buen plato de frijol con puerco.
Se hace un vacío de silencio porque
todos comemos muy hambrientos. Estoy tranquila porque Silvia si me hizo
caso hoy, no quería mi plato con chiltomate
, _ Marucha, me dice, tu sí que eres
melindrosa, ¡tan rico que queda esto con la salsa de tomate! _ creo que ve que
me sonrió con gusto, aun no logra que yo lo coma.
_Gasten bien sus platos_ dice Silvia con la voz firme que todos le
conocemos _ hay una sorpresa para el final de la comida._ Yo creo que ella nota, cuanto se nos va el tiempo a los que comemos más
despacito .
Yo, que
no soy muy dulcera, ni me inmuto por eso que viene después de comer. Ni idea
tengo que será un rico chocolate, que en lo personal, eso sí que me hace
ilusión.
Calienta
mucho el sol sobre el caminito de arena. Los reflejos son fuertes y pegan en
los ojos cuando uno voltea a ver por ahí.
Mas, ya la vemos venir, Tía
Carmencita trae algo entre sus manos y
todos sin ver, ya adivinamos.
¡Los chocolates ¡Vaquita! ¡Que ricoooo ¡
En fila, conforme vamos terminando de comer, ella nos regala ese dulce que todos apreciamos
mucho.
Se nos hace agua la boca. Guardo la mitad de la tableta que me toco,
para comérmelo al rato, ya que vayamos a las hamacas, a la hora de la
siesta. No todos dormimos, solo sabemos que hay que esperar en los cuartos hasta que baje el sol.
Carlos, Eduardo, Adonay y Nacho,
así como Margarita, se van corriendo por
el otro lado del comedor. Ésta última, está muy intrigada por lo que ha llamado la atención de
sus hermanos y primos. Entran a la cocina: los gritos de la cocinera nos
asustan _ ¡un cangrejo se metió!_ Nos dice.
Con sus ojos grandes y negros que
se ven totalmente por fuera de su cara,
todos estamos pegados a la pared. _Se ha ido al rincón_ dice la mujer. El
pobre animal está mucho más asustado que el mismo miedo que nos da. Eusebia, la
nana más viejita de los primos necesita que termine está lidia con el bicho,
porque ella duerme ahí en ese cuarto. Dice:
_ que llamen a Benito Chico para que lo saque._ Una vez terminado el barullo, todos se reúnen
otra vez cerca de la tía Carmencita, algunos esperan aun su chocolate.
¡Cómo nos encanta desenvolver el
dulce! Es muy bonito ese papel brilloso
que lo cubre. Me encanta alisarlo, lo guardamos para poner dentro de un cuaderno.
Cobertura verde de papel que semeja un pastizal… donde come una vaca blanca y negra. Por dentro envoltura de papel de plata.
El
almuerzo de nosotros los
chiquitos ha terminado. Ahora sigue el turno de los adultos.
_ Por favor,
_ nos pide Silvia: _ya váyanse y déjenme poner la mesa, el que no obedezca,
no juega Lotería._
Todos
salimos corriendo.
Es un
asunto bien sabido: Nadie se pierde la Lotería.
Ya dentro de mi hamaca, siento un hueco en la panza. No es hambre, solo es que estoy
pensando en donde estarán mis papás. No
entiendo porque me pasa eso, porque nada me falta, pero mis papás brillan por
su ausencia.
LUZ DE
VIERNES
Vamos a ver la luz, de los quinqués.
Silvia, antes de que empiece a oscurecer, cuando va preparando los quinqués de gas morado, nos
pide que le ayudemos.
_ A ver, _ nos dice,
_ Que cada una traiga un quinqué a la mesa de afuera, agárrenlos con las dos manos firmemente de la base,
Los vamos a rellenar de gas morado y a encenderlos._
Encender los quinqués es todo un acontecimiento.
Que emoción siento en mi pecho,
porque me encanta todo esto de la preparación de la luz. El olor del gas morado
es inconfundible. Nos hace saber que la
noche se acerca. Ella, Silvia prepara
el cucurucho de papel periódico por donde se rellena cada una de las bases en forma de calabaza de estos recipientes. Los veo, los vuelvo a ver, y ni
idea tengo en este momento lo fuerte que están calando en mí, bellos recipientes de vidrio que me llaman mucho la atención, es un hecho que
me encantan.
_¡Jala
Marucha! anda a buscar los fósforos ahí en las repisas blancas _ me dice Silvia, cuando me ve repantingada y
absorta, con los codos en la mesa viendo
como asienta la gran lata de gas morado que huele muy fuerte .¡ Uay! , pienso, ¡qué grande esta esa lata de gas!
En el corazón, se siente una emoción única. Inexplicable y profunda. Van
tomando forma las flamas de cada uno. Estoy tentada a girar la rosquita de
metal que mueve a la flama, ahora naranja, amarilla y en el centro azul y blanco,
y si uno se fija bien, hasta destellos verdes emite. Me cuido de no hacerlo, porque sé que no
debo. Estos asuntos son de mayor peligro, porque está el fuego y el gas de por
medio. Todos lo estamos aprendiendo, no lo sabemos bien, nos fijamos mucho.
Yo amare por siempre la imagen de un quinqué.
Ni siquiera puedo imaginar en este momento, que los
tendré en el futuro, de varios tipos y
tamaños junto a mí.
Me traerán los mejores recuerdos de esta infancia que al final solo será como una burbuja
muy bella, que se va guardando en mi interior.
Al caer la tarde, se disponen las cartillas. Sabemos que cada quien
tiene la suya. Tratamos de respetar esa
propiedad entendida. Percibo que puede haber alguna discusión al respecto de cómo se dividirán
esos cartoncitos tan preciados y que tan
felices nos hacen. Confió en Silvia, ella siempre pone el orden en el juego de Lotería.
Sentimos vibrar la emoción. Sabemos que cada partida es emocionante. Siempre
hay un ganador, y cada uno quiere serlo.
Dispuestos en semicírculo en el suelo, frente a la puerta del corredor,
todos nos sentamos alrededor del
quinqué que despide un olor entre
dulzón y agrio, por el gas morado que ya se quema. Ya, de antemano hemos ido al lugar donde cada quien guarda las mochilitas de monedas, son el pago de cada partida de este divertido juego. Cinco
centavos pagamos cada quien. Eso nos
cuesta cada mano. Cada partida.
Ni idea de cómo se nos van las horas. Estamos
tan pendientes del que canta
El Pescado
El Gorrito
La Chalupa
Ni sabemos realmente si existe o no un tiempo.
Solo las barajas del que canta, se vuelve lo más importante en este
momento.
Sin decírnoslo,
sabemos respetar el privilegio de cada quien en escoger la cartilla que más le
gusta.
_Dale, Josefa, no porque esté la imagen de tu tocaya en las monedas vas a dejar de pagar,
pon tu monedita al centro, que ya voy a empezar a cantar _ me dice Silvia,
cuando yo, por estar viendo que es eso
que sin querer atrajo mi atención. Hay algo negrito que camina por ahí en el
filo del ladrillo.
Me absorbí
y no pague. Les tengo mucho miedo a los bichos, nunca me ha
picado un alacrán. Nunca.
Después de terminada esta mano, Silvia propone que revolvamos las cartillas en
el centro para variar el juego y nos toque una diferente. Es buena idea,
pero Marieli dice:
_ A ver , a ver ,
nadie agarre la del Gorrito arriba a la derecha , que es la que yo quiero ahorita con esa gane ayer
varias veces, me la pasas , Tany , porfa . _
Se
respetan las preferencias.
_ Yo quiero la que tiene a El Valiente al centro_, dice Eduardo _y que tiene La Garza en la fila de abajo_
Se disponen las cartillas una vez más, las mismas, en
manos nuevas. En este nuevo acomodo, al final, todos felices porque sabemos que
lo que queremos es que sea mucho más divertido.
Así, con la cartilla que más me gusta frente a mí, observo a todos acostados en el suelo,
cómodamente estamos echados en círculo
con un montoncito de frijoles negros, son las fichas para ese apunte de
cada figura.
_¿ Quién canta_? Pregunta Silvia.
Aunque ella, tiene el manojo de barajas en las manos.
Dice Madó:
__Hoy canto yo. A mí me toca. Ayer quise y no hubo tiempo_ así que toma el manojo de cartas y se prepara para Cantar, así con mayúscula.
A esta
hora del canto de la Lotería, el
silencio es total. Absortos todos esperamos.
La
figura deseada. La figura que trae la fortuna tan grande de decir: ¡! LOTERIA
¡!
_ ¡Jala
¡ Jala! , empieza de una Santa Vez_ le
dice Silvia, _que ya se está haciendo tarde._
Todos
queremos que nos toque Cantar. Vamos por turnos.
Cuando tengo el manojo de cartones en la mano,
me fijo como todos están atentos a la palabra que diré. Que Cantaré.
La
Damaaaaa!!!
El
melónnnnnn!!!
La botellaaaaa!!!
Las
jaraaaaaas !!!
_ ¡Aquí
con jaras!_ Dice Patty,
_que me pasen todo_.
_Ya lo sabía,
esta cartilla me encanta, siempre gano con ella. _
_ ¡¿Cómo va a ser? Ganaste muy rápido_ con su calladita voz le dice Tany. _ Pues que lo chequen, hice cuadrito al centro._
El pájaro,
La sandia,
La guitarra,
y tantas figuras más que nos hacen tan,
pero tan felices, en esta burbuja sin tiempo.
_¿Es
que es línea horizontal esta mano?_
_¿O
vertical?_
_O
mejor de ¿cuadro, grande o chico?_
Dice
Ily .
_¡ No ¡
_ dice Víctor José , _no has ganado ,
¿no escuchaste que estamos jugando cartilla llena?_
_llena,
niña, llena, óyelo bien _
_ Ah
¡!, es llena, no me acorde, ¡entonces sigue el juego!_
Seguimos.
Mayu, da el grito ganador. _ ¡
¡Cartilla llena!! Listo, Ya gané!._
_ ¿Cómo?_ Pregunta Chente, intrigado.
_No ha completado toda la cartilla._ Afirma Eduardo.
_Ya gane,
he llenado la cartilla ¡que me pasen la tapita! _ Todos queremos ganar.
Las compras en la Casa León, ahí en el centro de Chicxulub nos esperan cada
domingo cuando vamos a la misa de la tarde. Compraremos: charritos , chicles motita, Chocolates Carlos V
y Almonris , mientras la Tía Carmencita le recuerda a Silvia que hay que
reponer: gas morado, mechas, cerillos, pilas para el flash light y todas las
veladoras que le queden a la señora en
esa vitrina de cristal opaco por el salitre.
Son para la Virgen de la Capillita.
Casi
no entramos a esa capillita. No he logrado ver todo lo que hay ahí adentro. Se,
que ahí se está en silencio, y hasta miedo me da a veces porque cuando
estamos cerca de la puerta principal,
las primas cuentan que han visto el espectro de su Mamagrande salir de esa puerta. Yo, es lo último que
quiero ver, así que mejor me olvido de
esas historias. Me aterran, y no estoy para andarme con esos asuntos. Esas noches muy oscuras, extraño a
Maruch mi nana, que cuando me entra entre pecho y espalda el dolor que produce
el miedo, es ella quien me dice que yo haga una oración a la Virgen para que me
cuide.
A veces, la puerta grande del
recinto sagrado se abre.
Por
alguna ocasión especial eso sucede de
vez en vez. Vamos a sentarnos en los pretiles, Alonso conversa con Gras, el pescador que siempre está ahí por muchas horas. Al fondo vemos la imagen de la Virgen de Guadalupe
que toma la centralidad en su pequeño altar. Siempre hay flores de papel crepé.
Mientras pateamos la pared meciéndonos en las hamacas, esperamos la hora
de cenar. Silvia enciende su radio portátil una vez más, las estaciones americanas se escuchan y nos entretienen.
_ ¿Quieren hacer el favor de callarse por un rato?
Nos dice Silvia ._ Estoy haciendo lo
posible por entender todo lo que están diciendo, creo que ha entrado una
estación de Belice , y las noticias son buenas ._ Nosotros no sabemos ni donde
está , ni que es Belice. Ella siente un especial cariño por esas tierras, creo
que es originaria de por ahí. Su bello color de piel de un tono chocolate claro
lo dice, y más su pelo ensortijado que nunca se despeina.
Casi ya llega
la hora de la cena.
Por mi cabeza pasan todos los tipos de pan
dulce que tanto me gustan. No sé cuál comeré hoy, tal vez me toque una rica concha blanca
llena de azúcar cuadriculada. Me encanta arrancar uno a uno los cuadritos y
comerlos despacio. Solo sé que me
fascina comer esos panes de El Resbalón, que es la Panadería que tía Carmencita
visita en Progreso, antes de volver en
sus idas a Mérida.
_Vamos niños, pónganse los zapatos, hay que cruzar a la cena y no les vayan a
picar._ Nos dice Victoria, la otra nana de los Fortuny .
El cruce nos parece
larguísimo. Yo, ya tengo de nuevo completo mi par de excelentes chanclas de
plástico verde. Al fin apareció debajo del mueble de las hamacas. Me siento muy segura. Por ahí, por el camino
al comedor casi no hay luz. A lo lejos vemos
el gran resplandor del quinqué de camiseta,
ese, el más grande de todos. Lo enciende
Benito. De base tiene un recipiente que tiene forma de un globo gris. Comprendo
que es difícil encenderlo, se requiere
de destreza para manejar ese pedacito de
tela frágil de una consistencia especial. Y que hace las veces de foco. Da una luz blanquecina que ilumina muy bien la
mesa. Es el único quinqué que hace ruido, tiene como un soplido interior que es
la música de las cenas.
Ya
se ve en el centro la gran bandeja de pan. Le llaman Pan Bueno.
Marieli está
buscando de entre la gran montaña de dulces panes. Ella les pidió a las tías un pan francés con queso Daisy,
y quiere ver si se lo trajeron.
Después de cenar, no tardamos en acostarnos en las hamacas. Sentimos el
cansancio porque sin poder evitarlo se nos cierran los ojos. _ ¡Uhm! _ dice Silvia,
_Ya se le están cerrando las cortinas
a Marucha, que se vayan a poner los hipiles de dormir _
Soñamos,
porque mañana será sábado.
ACTIVO SABADO
Silvia nos
prometió ir a playar.
_Llegaremos
caminando por la orilla del mar hasta el Rancho Dolores, _ nos ha dicho, _así que hay que preparar unas
garrafas de agua. Algo de comer. Duerman bien, chiquitos, que mañana todos a
cargar las provisiones y acuérdense que vamos a caminar mucho. _
Me da un vuelco el corazón, yo no soy muy
buena para pasarme horas bajo el intenso sol, me agobia, me cansa.
¿Qué
tan lejos estará ese Rancho al que llegaremos a pie? Me pregunto en el
silencio.
Me asusta llegar hasta el Rancho Dolores. He
escuchado decir que ahí hay personas malas. Sepa Dios que quiere decir eso,
pero lo he oído mencionar. Creo que dentro de mí estoy deseando que mejor playemos
por aquí cerca, no soy la que lo decide, así que a donde nos
lleve el día. Precisamente animo aventurero no tengo, aunque yo sé que por ahí
en esos bellos parajes hay mucho muy bello para disfrutar, comenzando ese
caminar junto al romper de las olas… que llamamos playar.
Creo
que a todos nos encanta playar y playar.
No
hay miedo que valga, sabemos que la verdad es que Silvia nos cuida. Y lo hace
muy bien.
Mientras pateo la pared y se
balancea la hamaca, pienso
del encuentro con los miles de moluscos bivalvos y caracoles
del día siguiente. Traerlos y lavarlos para hacerlos parte de
nuestra vida, es algo común. Jamás, ni por asomo pasa en este momento por mi
mente, qué feliz me hará en el futuro, estudiar los moluscos que los ancestros mayas
comieron en San Gervasio. Isla de Cozumel.
Playar , playar y playar.
Y cerrar un día bello. Viendo, sin entender
muy bien cada tarde, como el horizonte se volverá a tragar al gran círculo
rojo/naranja que ha dado vida a nuestro día. Ese sol imponente y grande de cada
tarde. Es parte de la rutina de estos esplendidos veranos:
Gozar la puesta del sol. No puedo dejar
de preguntarme a donde se va esa enorme bola de esplendidos coloridos. En el
inter, el cielo se convierte en una masa de colores, me asombra mucho el
violeta, como se revuelve con los rosas, azules varios y fuertes.
Siempre he querido ver el Rayo Verde.
Una de mis abuelas se empeñó en eso. En los
paseos que dábamos por el Muelle Grande decía: el primero que vea el rayo verde
se lleva todos los globos que tiene el globero.
Algunos niños
estamos lejos de los papás.
A ratos extraño mucho a los míos. Lo siento y
hago como que ni me importa para que al
rato desaparezca esa sensación. Otros tienen a sus papás más cerca, en las otras casitas de este Rancho: Los Fortuny, con su madre Ana María,
los Braga con sus papás Adonay y Margarita. Los demás somos suertudos de que estos adultos a fin de cuentas se
convierten en papás de todos.
Villo,
Alonso, Franz, Adonay, Nacho, Carlos, Eduardo, Chente y Fernando, ¡que es un crío!
Forman el grupo de los varones.
Madó,
María José, Paty, Maria Elisa, Mayu, Leticia, Tany, Ileana, Anette
y Margarita, somos las niñas.
Algunas
tardes, la actividad se convierte en una
aventura algo especial.
Benito,
quien cuida de todo este paraje, amarra a los caballos a la carreta.
Luego,
estos nobles animales mientras esperan, comen los granos que los encargados les ponen en un sabucán de henequén amarrado
al cuello. Sabemos que iremos por entre
los suaves montones de sopluc por la ciénaga.
Pasaremos por entre las ramas verdes y amarillas de la Mielasa, esa planta que abunda por estos lares. Todos los niños nos subimos en bola a los maderos que forman la cama de
este vehículo tan singular. Vamos a dar el amado paseo. Ir bastante lejos.
Olores salitrosos, hojitas del manglar llenas de blancura que
algunas veces pasan por nuestra lengua para sentir el sabor salado, hacen el camino muy divertido. Nos comemos los racimos de uvas rosadas con
tonos lila que cuelgan de hojas
redondeadas. Uvas en pequeños montones de lo más vistosos, hojas de varios colores
entre rojizos, diferentes verdes, marrones y sepias hacen la llegada a los recintos más allá del Rancho
Uaymitún, algo muy bonito. Hoy, nos bajamos a caminar sobre el piso incierto y
huidizo que por acá se le conoce como sopluc,
haciendo referencia a su consistencia.
Hundirnos hasta las rodillas en ese fango nos hace carcajearnos.
_Que tengan cuidado_, dice Silvia,
_esas conchas son muy filosas, no se vayan a cortar_.
Miles
de bivalvas grandes y chicas se esparcen por todo el suelo. Magnificas y de
colores diversos se plantan ante nosotros. Quietas, aun cerradas, algunas
guardan al animal que les da vida dentro.
Habitantes silenciosos del manglar.
Volvemos
felices al Rancho. Ha sido una tarde muy completa. El cansancio no se hace
esperar.
La noche hace su aparición.
Tan nítida como azul, tan llena de ruidos y vaivén de las palmeras, así como si
nada, percibimos todos, la llegada de la oscuridad, en Uaymitun. Una linda luna ya
se ve aparecer.
Nos hablan de su arribo esos
bellos quinqués.
Firmes
en su luz de gas morado, los quinqués son los silenciosos compañeros que nos
permiten una buena actividad nocturna en las playas alejadas.
Sin saber exactamente la hora,
percibimos el color del momento, por la
luz del día. Algo nos dice que el final
de la jornada esta ya junto a todos.
En
la gran mesa de madera rustica, esperan
los quinqués enfilados para ser llevados a cada lugar de la casa que les
corresponde. Algunos se cuelgan de un alambre grueso atado a las anchas vigas de madera que sostienen la
techumbre de paja.
Me encantan los quinqués.
Absorben la mirada. Observo como tiembla la flama,
como cambia de color.
_Silvia, por favor anda a buscar las mechas que trajimos ayer_
le dice tía Carmencita. _Esos
quinqués ya necesitan que se les cambie la mecha, desde anoche me di cuenta._
Silvia, joven activa y siempre pendiente de todo como brazo derecho de los tíos,
va a buscar el pequeño envoltorio de papel de estraza
en el que la tendera de la Casa
León le entregó las tiras de
algodón.
En el
corazón de los niños que somos, algo nos aprieta con ansia inexplicable.
Sabemos que no tener el exacto cuidado puede significar la diferencia
entre pisar o no un alacrán colorado. No
siempre es fácil distinguirlos, son medio transparentes y rápidos. También a
veces se hacen a los dormidos, enrollados sobre sí mismos.
_Por favor,
pónganse las sayonaras _ nos recomienda la nana Victoria, apoyada por la nana Mech con
su eterno vestido y delantal blanco impoluto.
A
Madó y a mí, nos gana una risita nerviosa.
Nos
situamos detrás de la gran puerta, esa que da al corredor de la casa Verde. El tío Víctor
que escucha las canciones que le fascinan, en esa tornamesa
portátil, marca Phillips, color
crema, está absorto fumando uno de sus
cigarrillos marca Raleigh. Entre risitas nos preguntamos: ¿Qué es eso
de … cuantas veces me has visto
llorando llamar a su puerta … No tenemos ni idea, de esas bellas letras de
las canciones de Lara. Nos queda claro que el tío lo disfruta mucho, y de rato
en rato un como foquito rojo anaranjado se enciende junto a su boca.
Pincharse la planta de los pies no es nada raro por aquí. Hay mucho xaxnuk. Me encantan las hojitas de esta planta,
parece que se cierran, son dobles de forma semiredonda. Yo, lo sé muy bien, el
otro día en el dedo grande de mi pie
izquierdo se me enterró un espino muy profundo. Con destreza, la tía Carmencita
me lo saco con una aguja desinfectada con alcohol. Me dolió mucho, pero al fin
se deshincho. Ya no podía ni apoyarlo.
A Leticia le veo haciendo pucheros.
Y me preocupo. _ ¿Qué te pasa?_ le
pregunto. Ella, un poco entre las lágrimas que ya le corren fácilmente,
me dice: _es que no quiero que venga el
ángel de la guarda que me dijo mamá que me cuida en la noche, porque me asusta._
Tía Carmencita que ha escuchado el dialogo entre las hermanas,
le dice: _ ningún ángel va a venir, Leticia.
No estés pensando eso, q le den un poco de sidra a esta niña, para
que se le pase el susto. _ Mientras,
la tía separa los discos de Agustín Lara,
los ordena. Ella y el tío Víctor disfrutan
mucho las noches del corredor.
Algunos ratos, todos los niños también.
Estamos
esperando la cena. Mientras, nos
recostamos en las sillas de extensión. Yo absorta en el quehacer de Silvia,
mientras enciende los quinqués, me levanto a husmear, y ella me dice:
_ niña,
no te me acerques tanto, haz
el favor de irte a sentar, esto de los
quinqués no es ya asunto tuyo, me ayudaron, ahora viene la parte de encender y
deben alejarse… ¿No ves que estoy cerrando la lata de gas morado, y no quiero
pringarte? así que Maruchaparra aléjate
por favor, aunque te guste ver el encendido, no seas metiche.
Nada más difícil para mí, me encanta y atrae ver la parte final de la preparación de los quinqués.
Observar, como el morado obispo
del gas líquido toma formas caprichosas al caer dentro de las bases de cristal transparente.
Embelesada, fijo esa imagen, ni me
imagino que se me quedara para siempre. Participar
de toda esa parafernalia del encendido de las luces, es algo emotivamente paralizante me produce un movimiento interior muy especial.
Me doy cuenta, sin entenderlo del todo, la
mucha maestría y destreza de que dispone Silvia, no puedo dejar de admirarla: antes que nada, quita la rosca dorada de cada base. En la boca coloca el cucurucho de periódico y
vierte el líquido, a renglón seguido,
cierra la gran lata de gas que deja sentir su olor fuerte, una parte se chorrea por los lados, y hay que
limpiarlo. Es un peligro si un fósforo se enciende en mal momento. Se vierte el líquido de a poco.
Lo purpura cae haciendo un ruido
de chorro fuerte consistente. Cada quinqué , bien lleno y con las mechas
bien remojadas al volver a enroscar la parte central metálica que las contiene y con su tornillo redondo que las sube y las
baja según se quiera el tamaño de la flama, están listos en un momento para ser encendidos. Son bellísimos.
Uno de esos estará junto a nosotros.
Hasta
la habitación donde dormimos, nana Mech nos encarga transportar un quinqué con
sumo cuidado, y a seis manos Madó,
Marieli y yo lo llevamos hasta nuestro cuarto. Hay una mesita blanca en el rincón,
ahí se quedará un buen rato. Nos ayuda a
disipar temores. Yo, suelo enrollarme como un taco dentro de la hamaca, eso me
encanta. Nunca sabemos a qué hora la nana rueda la rondana de la base metálica
del bombillo, y la luz se extingue.
_Villo, trae los fósforos que te pedí_ le dice Silvia _Esta cajita ya está vacía_. Tras
una leve protesta, por haber sido elegido para esa diligencia, el primo
va corriendo hacia el estante
interior y toma entre sus manos dos cajitas de esos vitales enceres que dan sentido a la noche, tienen, en la parte
posterior de la cajita, una imagen de la
Venus de Milo que intriga a todos cuando
la vemos. Ni idea tenemos que es una escultura famosa.
Franz, checa si están completos sus pequeños diccionarios. Viven, dentro
de las bolsas de su short, no vaya a ser
que dejo uno por allá por el rumbo del pozo.
Esta mañana fue a ver con el tío Ado, si todo andaba bien cuando estaban
arreglando la bomba. Ahí, platico con el tío sobre cuánto le gusta el idioma ruso.
El, quiere ser parte de las Olimpiadas, cuando lleguen a México.
El cocal entero
canta las delicias de una brisa suave que a ratos impregna de misterio nuestra piel.
Los ruidos de la noche son singulares.
Aún,
no ha llegado a estos rumbos el amarillamiento letal del cocotero.
Nadie, ni por asomo se imagina que eso va a ocurrir años más tarde. Se irán todas las palmeras.
Salimos hacia la reja de la entrada.
Están
avisando que ha llegado esta noche un automóvil con visitas. Pasar frente a la
casa de Benito, intriga, es difícil de
entender como un ser así como el, vive todos los días del año ahí en esa
pequeña casita, tan rustica, tan especial y tan acogedora a la vez.
Admiramos mucho
el cielo estrellado. Yo miro con interés hacia arriba, me impacta la bóveda celeste tan
enorme, sin lugar a dudas. Me paraliza la inmensidad. Me fascina su tono azul
tan profundo. Temo ver algo que no entienda. No sé ni que podría ser, pero
prefiero ni averiguarlo. A veces cuando empiezan a contar cuentos de miedo
prefiero irme a dormir.
Esta noche habrá
chocolate caliente.
_ ¿Cuántas tazas vamos a servir hoy?_ Pregunta
Valeria, porque hay que ir disponiendo los enseres.
Nadie respinga.
Nos encanta el chocolate caliente.
Unos
lo toman con agua, otros con leche. Silvia en su diligencia absoluta, sirve de
una jarra bien llena, las tazas de
chocolate con leche, mientras por el otro lado de la mesa Valeria
pregunta quien lo pidió con agua. Una
merienda compartida, con panes dulces inolvidables deja en los corazones una alegría especial. Se comparte con sencillez,
sin más que la belleza de estar
en medio de la más vital y esplendida naturaleza de las costas yucatecas. Gozamos
de un entorno muy singular, casi sin saberlo, y de
la compañía de otros niños que nos
comparten sus risas infalibles. Somos todo un grupo.
En las sobremesas de la noche entra el ingenio de Franz. Como que no quiere
la cosa, pregunta: _ ¿Qué harían todos ustedes si aquí en esta explanada se
dejara caer una nave llena de las más diversas luces y compuertas?_
Silencio
total.
Yo, jamás
había oído hablar de OVNIS…
Ni las luciérnagas, que brillan a montones en
torno nuestro nos inmutan. La pregunta
me ha dejado parapetada en mi asiento, solo veo los ojos de mis compañeros de juegos,
que estarán preguntándose, que es eso que Franz dice.
En lo personal, estoy a punto de irme dentro
de mi propia panza, llena de hormigueos inexplicables.
Todos, muchos ojos inquisidores, sin saber que lo son,
se voltean y se miran. Franz apunta
hacia el espacio arenoso lleno de luz de luna, allí junto a nosotros. Ese que Franz ha decidido será la
pista para un aterrizaje. ¿De qué tipo?
Queee?
¿? Creo que nos preguntamos a coro silencioso.
La
pregunta surge sola, aislada y
concéntrica dentro de mi mente. No tiene respuesta.
Solo Dios
sabe que es lo que motiva a Franz para hablarnos de esas cosas. Las mariposas
en mi estómago rondan fuertísimas, y en ese momento preferiría no estar ahí.
Se pone de pie. El, que es como un hermano mayor, está gozando
ver las caras de susto de todos estos ingenuos que nada sabemos de objetos
celestes no identificados. He de confesarlo, siento un estremecimiento en el estómago, soy, tal vez la más miedosa de
todo el grupo. Nadie responde, y él con
su cuento apuntando a la gran ensenada de arena que divide la casa Verde del comedor, nos dice
¡¡UN OVNI!!
Nunca
llegó ese OVNI.
Todos, citados por la vida y congregados por los Puerto Peon, a
compartir tantos veranos ahí en una costa bella, en un recinto muy especial,
somos muy felices.
Esta tarde, alguien tuvo la idea, creo que
fueron todos los varones.
Vamos, dijeron todos, hagamos una gran casa
allí en la playa, con todas estas hojas de palma que están por aquí en el camino.
Todos, a uno, recogimos una hoja
para colaborar en la obra. Fue algo grandioso, Franz, se molestaba
y gruñía a cada rato porque la
arena le caía dentro de los calcetines y zapatos de goma. _ Quítate los zapatos_, le dijimos,
_ porque así no vas a estar cómodo_. _Ni caso hace_ dice Patty que le conoce bien, el dirige muy
bien la maniobra estando muy bien calzado,
y todos ayudamos en lo que más nos gusta.
Unos, amarrando palos que Benito Chico ha venido a alisar con su coa, otros, cortando
los mecates de hilo de henequén al tamaño adecuado para hace nudos cruzados que
serán más fuertes, más seguros, Leticia y Mayú están encantadas trayendo agua
del mar en sus cubitos rojos, porque se necesita aplanar la parte interior que
será el piso firme de arena dura y mojada.
La casa ha quedado espléndida. Carlos y Eduardo ya quieren traer sus sabanas
y quedarse a dormir ahí.
Nos sentimos
todos soñados cuando nos sentamos a la sombra de su interior. Si viene la lluvia, como pasa a veces cuando playamos ,
ahí será el refugio perfecto .
Y, de pronto… Vino más que la lluvia. Una gran ventisca, y en segundos quedo hecha
trizas toda la paja que utilizamos. No importa, ya nos habíamos divertido
muchísimo en la construcción compartida, tan original. Con el techo al descubierto
todos nos quedamos atónitos cuando la tarde lluviosa, que va despejándose nos regala un arco iris tan grande como del
tamaño de toda la bóveda celeste, completito se extendió
a lo largo de todo el cielo, abarcando lo profundo del horizonte. Que belleza,
Me da la impresión que nadie sabe lo que eso es, nos encanta esto de los colores en el cielo. Los gritos de júbilo al verlo no se hicieron esperar, yo
corrí a buscar mi cámara. Gota
preguntó cuántos colores tiene el arco iris,
niños al fin ¡qué vamos a saber! , mejor
los contamos, y eso mismo hacemos, para saber que jamás se ven las líneas
divisorias aunque allí nos esforzamos por separarlas.
Cuando el jeepster, de
tapacete de lona, dio la vuelta para entrar directo al Rancho, todos corrimos a
sabiendas que en ese vehículo llegaban
muchas cosas. Ahí, llegaba la ropa limpia, los refrescos Cristal de
sabores varios que serían de nuevo la gloria de una buena comida, el dulce casero,
esa maravillosa cajeta de leche condensada cocida que hace las delicias de Alonso. Ya estacionado el auto,
el primo merodea las canastas y tenates que se van enfilando en el pretil, y una vez
que detecta la lata que contiene ese manjar, la toma, va por una buena cuchara
y se refugia en la terraza. Todo se lo quiere comer él, él solito. La gritería
no se hace esperar: ¡_Alonso se llevó la cajeta_! Inmediatamente cruza la nana
Mech, _Niño _ le dice _dame esa lata, ¿no sabes que es para todos? Con una sonrisa de poco convencimiento, la devuelve.
Ha comido unas buenas cucharadas. Eso sí.
CONCURRIDO DOMINGO
Es un
domingo, y vendrán visitas.
Ela, ha
preparado tinga.
La preparó en la casa de Mérida.
Todos queremos mucho a Ela. Es la mamá de
Silvia. Ella, casi nunca llega a los
recintos playeros, se queda cuidando la casa de Mérida. Cuando comemos las delicias
que nos manda, hechas por sus expertas manos, siempre pensamos en ella. La tinga, ha venido tapada dentro de todo lo que nos mandó
este día. Todos ayudamos a bajar algunas
de las muchas cosas que hay que refrigerar en el inmenso congelador, ese de madera blanca recubierto de metal por
dentro y con una gran marqueta de hielo. Jamás
olvidare su olor interior, de toda la comida allí refrigerada en variados
recipientes.
La reja de madera del Rancho está abierta. Estará abierta todo el día. Muchos invitados vienen y van llegando. Los automóviles se acomodan en
batería allí junto a la terraza de la capilla. El baño de mar será más concurrido, muy divertido compartiendo
con los amigos que de pronto se dejan caer.
Llegan los Mier y Terán Puerto,
los Castillo Alcocer, Los Puerto Gutiérrez,
los Espinosa Faller. Entre otros.
Por la tarde los niños vamos a
tener un salchichada.
Benito, que pasa junto al corredor llevando la pala en las manos, nos invita a ver como se excavara el espacio
para la fogata. Él, y su hijo están
excavando porque debe quedar amplio el agujero. Somos una multitud de críos los que pondremos a
asar allí salchichas y sunchos. Queda
listo en un rato y todos estamos ansiosos para que llegue la tarde. Silvia y
las otras nanas están preparando las mesas que se llevarán hasta la playa, los pinchos,
vasos y platos de cartón. Tío Víctor está muy preocupado, porque _esos
chiquitos están jugando con los alambres, esos tan puntiagudos, no se les vayan
a clavar._ Carmen por favor que les
quiten de las manos esos pinchos a los niños , no son juguete y se pueden
lastimar . _
La
tinga nos encanta a todos. Los tacos no podían estar más buenos, tanto así, que hasta repetimos varias veces.
Y, después de almorzar, la siesta
adormila a todos. El domingo tiene a veces un paseo vespertino, siempre listos
para la misa y las compras. Hoy no habrá salida, hay visitas y el jolgorio es
en casa. La reunión será en la orilla
del mar. Este será un domingo diferente,
porque hoy nos sentaremos alrededor de la fogata.
Y a las 6 pm. Se
enciende el fuego.
Han puesto el carbón,
el periódico con un poco de gasolina y ramas secas de las palmeras. Los pinchos, preocupan a la tía
Margarita también : _niños_ nos
dice _ ¡!cuidado ¡! lleven esos alambres
a la mesa. Mejor que los dejen quietos ahí, aun no llega la hora de la cena._ Así se organiza todo y las salchichas se asan. Algunos casi no comen a esta hora,
sienten un pequeño malestar, nadie sabe, nadie supo. Los sunchos nos hacen
olvidarnos un poco de los chot nakes que empiezan a aparecer. Esos
retortijones que son aviso de que algo anda mal.
Y, a
las cuatro de la madrugada, cuando el silencio reina, todos nos vamos
encontrando uno a uno camino al mismo lugar, el chorrillo está en todo su esplendor,
parte de la tinga se descompuso, nadie se percató y la mayoría estamos enfermos.
El lunes,
tempranito, ya la tía Carmencita ha
administrado varias botellas de Clorostrep.
Este
medicamento es el indicado para estos casos. Es de los laboratorios Park Davis que el tío Víctor distribuye
por varias partes de la Península.
Al
mediar la mañana, ya todos se sienten mejor y una semana nueva comienza. Todos
felices y contentos.
Así, transcurren las semanas de un verano
lleno de vida. Las vivencias de cada día
tienen un especial encanto.
Somos los más felices en esta playa. Siento
como me cala profundo.
Todo lo que estamos compartiendo, se está asentando como un limo espeso y consistente. Abraza la emotividad,
cubre al corazón para toda la vida.
El esparcimiento, es eso: Abrir las posibilidades
de recrearnos. ¡Cuánto nos estamos recreando
bajo las palmeras de este bello cocal.
OCTAVO
DIA
El
eterno recuerdo.
Y llegó el octavo día.
Ese
momento que perpetúa, y que se sale de las temporalidades establecidas para tan
solo tener presente momentos que fueron de un pasado. Los recuerdos y los mil
colores, los sitios y los tantos
movimientos, sabores y gozos de eternidad. El eterno recuerdo.
Esas
arenas blancas.
Empezaron a tener el verdadero significado en
la vida, los arenales, hasta que de plano estaba ya en la adultez. Así nos
pasa, las acciones de una infancia en la que todo se da por sentado, parecen
fluir como si nada, cuando en realidad resultan ser, un como si todo.
Lo era, para los que fuimos bendecidos con esos veranos.
Esos
dos meses se convertían en un mundo completo. En un todo.
Ese mundo cerrado del Rancho Uaymitun quedo en
nosotros para la eternidad, porque hoy día ya no hay arenales tan extensos en
los centros de población, y mucho menos ese modo de disfrutar un verano: con
solo la naturaleza de compañera.
El
amanecer regalaba sus luces.
Eran enormes reflejos rosa/naranja, los que se
movían sin cesar sobre la arena.
Muchos son los colores que recuerdo en los grandes arenales. Cuando
íbamos muy temprano a recoger conchitas ese sol leve de tierno colorido, era
como un abrazo que la naturaleza nos regalaba antes de los deliciosos cafés con
leche que Silvia nos preparaba con tanto gusto.
Esa tarde de los
últimos días del verano nos dimos cuenta que ya la lluvia era parte. Había
llovido casi en todos los atardeceres y las preocupaciones reales de los
adultos seguían siendo las mismas, que fuéramos cuidadosos con los cocos que
solían desprenderse con tanta facilidad. Cocos caían por doquier en ese enorme
cocal de maravillas, en esos terrenos de montañitas arenosas y suaves que
solíamos utilizar para corretear en los juegos y con carreras entre nosotros morirnos de risa,
cuando alguien daba un mal paso y terminaba dentro de una poceta.
_Cuidado_ nos decía Benito, _puede haber
culebras ahí dentro_. Y aunque nunca vimos ninguna, salíamos despavoridos a
otras partes del rancho. Los juegos siempre interminables.
Tía Carmencita nos llamó.
Fuimos las niñas a la casita Azul, quería
decirnos que ya era hora de recoger y guardar todo en su santísimo lugar,
porque los días de playa ya se veían terminar.
Así, como si la lluvia en realidad ya hubiera pasado.
Salimos
de la pequeña casita de paja. No la veíamos tan chica como en realidad era,
porque es algo que sucede con la percepción de los niños: todo parece más
grande de lo que es en la realidad. El doble color azul de sus paredes de
fachada y todo alrededor, siempre había
llamado mi atención, una parte en azul más claro y la otra parte con todo el
vigor de ese color frío y fuerte, en las latas de pintura tal cual vienen del
mercado. Yo sabía que ese colorido denotaba que ese recinto era el de los tíos
y que a veces lo compartían con algunos otros amigos mientras las señoras
jugaban canasta y los señores tomaban un café viendo la puesta del sol.
El sol ya estaba por ocultarse.
Como había llovido, aun había un poco de agua
en el entorno. La magna y especial ventura de ver cada día como se oculta el
sol, en este momento no tuvo la menor importancia.
Había momentos en los que
extrañaba a mis papas.
En mis
pensamientos de pronto se formó la gran sonrisa de mi madre, mientras caminaba
tratando de ajustar mis pasos y viendo hacia el suelo para no pisar nada
indebido. Hacia muchas semanas que no sabía nada de ella y me hacía mucha falta
verle sonreír y escuchar todos sus parlamentos infinitos. Mas, esa misma noche
supe que ya sería pronto que vendría, y aunque estaba muy lejos, ya llegaba
para que nos regresáramos todos. Ya vendría el día de volver a casa. Así
convivíamos, porque los primos eran en realidad como hermanos y sus padres unos
padres sustitutos.
Ubicarnos
en esos espacios lejanos a lo conocido no era fácil para un niño, porque no se
sabe muy bien que es tan lejos o tan cerca.
Este Rancho Uaymitun, en realidad estaba mucho
más cerca del pueblo de Chicxulub, aunque nosotros como niños, creíamos que
estábamos mucho más allá.
Los tiempos
y las distancias en un momento dado en la vida son como eternos.
Como
que de pronto los momentos fluyen muy rápido o se hacen más lentos como si la
vida fuese algo que nunca terminara. Así se sentían a veces estos veranos, como
interminables.
Cuando
nos veíamos ya en las preparaciones para abandonar por un tiempo este recinto,
entonces si soñábamos con los inicios de los días de clases y volver a ver a
las compañeras, aunque sabíamos cuánto íbamos a extrañar todo esto de la costa
bendita. Y brillaba la llegada del próximo verano en nuestras mentes. Nosotros
fuimos más o menos durante diez años a pasar las temporadas veraniegas con los
primos. Fue una gloria.
Esa
lejanía, era como estar en una burbuja que nos permitía tan solo pensar en los
amaneceres playeros y llenos de juegos en el arenal infinito y blanco de estas
playas tan privilegiadas de la Península de Yucatán.
La lluvia arrecio de momento.
Con las sayonaras mal puestas todos arrancamos
a correr hacia la terraza de la casa verde, exactamente enfrente de la puerta
de la casa de los tíos. En esos momentos
más que un asunto de no mojarnos con las gotas que restaban y volvían a caer
fuerte en nuestras espaldas, lo más importante era estar a buen recaudo. Ya se
sentía el atardecer nublado, ya pronto
caería la noche de golpe, y si los
quinqués no estaban preparados pasábamos a sentarnos a las sillas de extensión
de tela y a escuchar con un poco de susto los ruidos de la naturaleza. Ahí, se
podía escuchar el ulular de pájaros que regresaban a sus nidos, así como en la
lejanía los maullidos tal vez de tigrillos que en montes no muy lejanos
habitaban. Silvia nos advertía que mejor nos quedásemos quietos en esas cómodas
sillas.
Uno de
los primos volvió a empezar con las historias de sustos y aparecidos.
Les
encantaban, cada que se podía volvían a ser parte del convivir, para mi desgracia total, por lo tan miedosa
que yo era.
Como un
ovillo me acurruque entre la tela de rallas azules y naranja de mi silla.
Uay…
que miedo no me gustaba escuchar esas cosas.
Así, ya
hecha bolita me sentí más protegida y comencé a escuchar.
_Acuérdense
que a esta hora es cuando Mamagrande pasa de la casa azul a la casa Amarilla_.
Dijo en voz llena de carcajadas Víctor. Esas risas nerviosas siempre me
parecieron de estar diciendo mentiras, pero lo de la Mamagrande ya lo había
escuchado mucho. _ ¡No_! Dijo Alonso, _no pasa por ahí, ella se va a la capilla_.
_Si la quieren ver esperen a que este más oscurito y verán como un bulto blanco
y suspendido del suelo sale de la puerta azul y pasa bajo los cipreses_… ¡Qué miedo!
Pensé.
A
Chente le vi muy intrigado.
No, yo no quería ver a esa señora.
Nadie
se percató, pero cerré fuertísimo los ojos y solo pude ver los colores que
tanto amaba dentro de mi mente.
A Doña Benita, la dueña de Uaymitun y la Mamagrande,
le había conocido en su casa del malecón. Había sido en muchos momentos como
una abuela para todos, hasta los que no éramos nietos consanguíneos. Pasaba Cajita, el eterno y conocido dulcero que
era amigo de todos los niños, y nos
compraba las natillas más ricas y dulces, y aunque lo mío era limón-sal-chile (lo
dulce no era de mi preferencia) no podré olvidar esos dulces marrones, así como los pirulís de
figuras lindas y coloridas.
Era una
matrona esa señora, en toda la extensión de la palabra.
Su pelo
siempre recogido en un chongo suelto y blanco, muy blanco.
Tenía
un bigote que nos pinchaba cada que nos mandaban a saludarla con un beso.
Nos
abrazaba y se sentía todo su cuerpo debajo como si fuera un enorme colchón muy
suave.
Era un cuerpo tan grande y voluminoso que me
costaba trabajo pensar que en los lares del rancho pudiese ahora deambular sin
pisar el suelo.
Qué bonita era esa terraza enorme.
Sus
losetas en verde como marmoleadas, jamás se borran de mi mente. Parecía como si
los ladrillos tuviesen agua eternamente.
Ya si
la Mamagrande pasaba o no flotando, dejo de importar, porque sin más aviso
Silvia nos llamó porque ya estaría la cena servida.
Me
gustaba muchísimo el olor de la paja mojada.
En su
estilo rustico nos cobijaba con olores muy especiales.
El
colorido de los maderos que atravesaban de lado a lado me llenaba de asombro.
Ya por la tarde casi noche, dejaba de verse en sus varios tonos desde el
natural hasta el atabacado oscuro para tomar un tono más neutro. Eran veteados
y con las entrecruzadas formas de la madera del campo me encantaba observar los
nudos fuertes y bien hechos de soga gruesa y muy nuestra. El cultivo del
henequén permitió la existencia de todas estas propiedades y mucho más.
Me
angustiaba un poco pensar que tan bien
estarían sosteniendo eso enormes tendidos de paja, que aunque no era muy
peinada, (como se vino a estilar en lo futuro) era una paja gruesa, y tenía un
tono amarillento cuando apenas tenía unos meses de haber sido colocada. Luego
la humedad que guardaba le daba tonos de verdes secos muy peculiares.
Tía Carmencita a
veces durante el año, venia fuera de temporada.
La tía,
hacia las revisiones de los techos y le decía a Benito: _Todo este lado de la
esquina hay que cambiarlo antes de junio, porque estoy viendo que ya
cedió_. Rustica, muy rustica era la
construcción, pero más que nada llena de
aire y luz con la facilidad de que la arena entrase sin ningún problema. De
flujos inolvidables.
La paja
seca huele diferente a la paja mojada. Esta última se combina con un hedor
húmedo y acuoso.
El
techo se veía de varios tonos y texturas combinadas, porque con constancia lo
arreglaban y volvían a amarrar. Las sogas mohosas se entrecruzaban con las de
color natural dando así un toque bicolor y especial a todo.
A los más chicos hubo que ayudarles.
Siempre
estábamos pendientes de ellos, aunque nanas nunca faltaban.
Volver al arenal, a buscar las chanclas que en
las carreras se soltaban. Eran cómodas esas sandalias, pero se salían a la
primera carrera mal dada y con lluvia, ni que decir.
Cuantos
de nosotros soñábamos con un nuevo par de color o blancas, eran las chanclas de
la temporada. Los niños siempre con los colores y los adultos siempre en
colores neutros: blancas las señoras y negras o marrón los varones. Esas que en
la tienda de la esquina obteníamos por unos cuantos pesos y que nos hacían tan
felices. Yo, siempre tan fijada en los colores, solía escoger las de mi
preferencia: las verdes. Todas tenían una base blanca y eran estupendas porque
siempre se lavaban casi solas con toda la arena que pasaba por ellas. Los pies
de los niños y de los adultos estaban así resguardados de pisar algún alacrán,
o también de los múltiples xainsnukes que con mucha profusión corrían en forma
de lianas y florecitas amarillas por el suelo de los arenales que circundaban
en todas partes.
Los pies, parte del cuerpo humano
que siempre me ha intrigado.
En
especial, los pies de las personas que
trabajan exponiéndolos a las inclemencias del ambiente o algún material terroso
o acuoso. En estos recintos me asombraban los pies de Gras el pescador. Muy
especiales eran los de este hombre de mar.
Al día siguiente,
después de comer como cada día, pude constatarlo una vez más.
Nos
pasábamos un rato conversando con el pescador después del almuerzo, ahí en el
atrio de la pequeña capilla de la Virgen de Guadalupe, que tan solo estaba
cruzando el arenal del comedor. Silvia
nos vigilaba desde ese comedor abierto mientras preparaba la mesa para los grandes.
A las puertas de la Capilla desenredaba sus redes Gras.
A veces
había otros pescadores, más este mediodía estaba solo Gras, creo que era el de
edad más avanzada.
Alguien
le pregunto _ ¿Y, como ha estado la
pesca del mero, ha habido buena temporada?_
_Pues más o menos_. Contesto. Y yo, más que menos me quede pasmada
viendo sus enormes pies. Eran como unos lanchones que se habían extendido hacia
los lados de sus alpargatas hechas de hule negro, de llanta. Por el empeine
todo corrugado y resquebrajado por la sal marina, corría transversal, un pedazo
de mecate de henequén que daba la impresión que debía producirle escozor. Uno
como niña se lo imagina así, pero cuando Gras se levantaba y caminaba parecía
que esos pies estaban a buen recaudo y que nada le preocupaba.
Que
maravilloso es estar acorde y armónico con el medio que nos toca vivir.
Gras se levantó.
Además
de pescador, el sabia estupendamente el manejo del cocal, como se bajaban los
cocos, donde se ponían a buen recaudo y como se abrían ahí mismo para que le
fuera entregada esa pulpa a la cocinera y con eso nosotros pudiéramos algunas
veces disfrutar de ese manjar blanco.
Y el
dulce que se hacía con eso así mismo se llama por estas tierras: Manjar Blanco.
Una
deliciosa gelatina que se hace cremosa y se come con un toque de canela.
La indumentaria de Gras
era muy especial.
El,
siempre tenía en la cintura de sus pantalones raídos, otro pedazo de mecate. En
esta ocasión no lo había atado todo, y pudimos constatar que lo traía muy bien
anudado de un lado. Con el torso descubierto, añoso y un sombrero de chit muy
desvencijado por el sol, se dirigió a
los escalones de la terracita que era como un pequeño atrio de la capilla y nos
dijo: _ ¿Quieren un pedazo de coco?_ _Acabo de bajarlos y voy a sacar la
pulpa_. Todos gritamos felices a tal ofrecimiento: _¡Siii!_ y el, muy diligente tomo su coa, y con total
destreza de la herramienta tan filosa, empezó a cortar los enormes cocos. Verdes,
amarillos, marrones.
Silvia desde la lejanía se percató de que estábamos embelesados.
Sabía que el coco entre nuestras manos podría
volverse un desastre, por lo mucho que mancha esa resina cuando le cae a uno
encima. Sin pensar agua va… nos dijo: _Chiquitos cuiden que no les gotee en la
ropa, porque esas manchas no se quitan_. Y así era, mucha ropa ya se había
echado a perder con esas resinas tan fuertes.
Poco
nos importaba la ropa en ese momento, con las delicias de comer un pedazo de
ese coco fresco.
Esos cocales produjeron a mediados del siglo
pasado muchísimo de estos frutos. De hecho, se instalaron todos esos ranchos
lejos de la civilización con la idea de que se pudieran sembrar muchas de esas
altas y garbosas palmeras, esos sembradíos
se conocieron como cocales.
El
cocal Uaymitun dio pie a todas estas maravillosas temporadas de esparcimiento
veraniego, prácticamente en medio de la nada.
Las cosas tomaron su curso al amanecer.
Durante
el desayuno Chente dijo que el si había visto pasar a la abuela en la penumbra.
Yo ya sabía que él algo había observado y fue
en este momento que nos lo dijo:
_Estaba vestida de blanco_, dijo._ A mí no me asusta, me gusta ver que se va a
la capillita y seguro reza a la virgen por todos nosotros_. Que buena
interpretación, pensé, si esa abuela en sus deambulaciones por el rancho se paseaba y no estaba su alma en pena, pues que más
podría pasar.
Silvia nos sirvió un espléndido desayuno.
Vimos
las canastitas de pan, coloridas y repletas sobre la mesa. Las tazas ya listas
y el olor del pan francés tostado y untado con mantequilla azul (por el color de la lata en la que venía) nos hizo correr a
sentarnos de una santa vez. _ ¡Me caigo al mar!_ Dijo el tío Víctor que paseaba
por ahí, _creo que ya no quedara ninguna
pata para mí_.
Nos
advirtió Silvia, que ya seria de los últimos desayunos y que comiéramos bien,
porque ya las clases estaban en la
puerta.
Le recuerdo
saliendo de la oscura cocina situada al
fondo de ese comedor, con los dos picheles llenos de ese humeante café con
leche, uno en cada mano. Creo que lo hacía con leche Nido y algunos con leche evaporada. Nadie sabía ni supo hasta mucho
tiempo después, de los asuntos de intolerancias a la lactosa y esas cosas.
Todos, con unas carcajadas bien puestas hacíamos chuc el delicioso pan de horno de leña.
Ya las historias de
miedo pasarían.
Un lapso de descanso de esos asuntos de terror
y los niños podríamos darnos los increíbles baños de mar que por horas nos
dieron el sentido de la vida. Ahí, lo más importante era el juego, el mar nos
acogía para gozar llegar hasta las rocas cercanas, nadar haciendo el muertito y disfrutar la competencia
de quien podría mirar más agujas y sardinas que nadaban a montones, muy cerca.
Estos alargados y casi transparentes pececillos hacían las delicias de los
baños. Siempre se acercan a los humanos como inquietas y preguntándose qué
hacemos ahí, en esas aguas que son su casa. No hacen nada más que circundar los
cuerpos nadando y mirar con grandes ojos plateados y negros que fijan la mirada
de una forma muy especial, como fría.
Horas
bajo un fuerte sol.
Seria
seguro que las ardidas espaldas estarían haciéndonos llorar por la tarde, pero
todo se mitigaba cuando tía Carmencita decía: _ ¿Quién quiere dar un paseo en
la carreta?_ Y, al unísono todos ya estábamos encaramados tratando de encontrar
el mejor lugar sobre esos tablones ensamblados que eran una alfombra mágica,
sin lugar a dudas. El griterío se podría escuchar hasta Telchac.
Yo, muy
miedosa en esos paseos, porque íbamos bastante lejos adentrándonos en los manglares, prefería sentarme junto a
Beni (como le decíamos con cariño al encargado, que nos conducía por estos
largos paseos) porque aunque junto a él, el olor profundo y fuerte de los
caballos a veces era en realidad insoportable, uno se sentía segura.
Por la
tarde a veces la felicidad se redondeaba al regresar del paseo: tío Ado había
llegado en su pick up blanca y había
traído el preciado pan del Resbalón. Que delicias eran esos panes. Horneados a
la leña, inmejorables. Resbalón era para los adultos, porque los niños ni
imaginábamos que esas harinas unos años después estarían proscritas y serian
consideradas como el peor alimento habido y por haber. Nos las comimos como los
mejores manjares de la vida, las conchas con su cubierta de azucares en
cuadricula, que se antojaban solo de verlas. Los tutis llenos de queso daysy en su interior, que nos hacía
recordar el naranja fuerte del interior de los hueches, esos animalitos que eran la fascinación de todos, que tan
solo sacábamos de la arena para contemplar su concha y forma de cuerpo casi
prehistórico. Se sacaba un puño de arena profunda, se esparcía por entre los
pies y estos bichitos salían a montones.
Así, gozando del pan y de la caída de la tarde todos nos reuníamos un
rato a jugar lotería antes de la cena.
Iba llegando
la noche.
A horas
entre el anochecer y la oscuridad plena, los ruidos se hacían mucho más
evidentes.
Parte
del asunto para no escucharlos de más, (porque seguro nos darían una especie de
miedo emocionado que no sabíamos manejar muy bien) era necesario hacer caso a la nana Mech que nos
llamaba para la lavada de pies. Decía: _chiquitos, vengan rápido aquí junto al
tubo, que hay que lavarse los pies antes de ir cenar_. En cola íbamos esperando
turno para posar esos arenosos y empolvados pies de todo el día. Por favor,
decía nana, _no estén jugando el agua, que no es para eso, el agua hay que
cuidarla y lávate por favor rápido_. Nos enseñaba que había que frotar uno
contra el otro y así seguro se limpiaba muy bien el empeine que a veces era la
parte más sucia. No había realmente suciedad ahí en el entorno, pero estar en
el playón seguro nos los dejaba muy opacos. Además, ella, la nana, sufría mucho
de ver que las impolutas hamacas que nos esperaban para una placida noche, se
llenaran de suciedad y arena.
Una noche.
Por
alguna razón mis sayonaras se quedaron muy lejos de la hamaca. Me levante al
baño que estaba al fondo del pasillo, sin zapatos. Nana Mech desde su hamaca me
diviso con su ojo avizor y cuidadoso, y con su ronca y asertiva voz me dijo: _
¿A dónde vas sin chanclas, Marucha?_ _ baño_ le conteste. _Pues vas ver que susto te vas a
dar cuando pises un chiwo por andar descalza_. Con rapidez volví al cuarto, me
las puse para volver y encontrarme al dichoso bicho (de estos rumbos muy común)
plantado en la puerta del baño. Miedosa como era, tuve que ir a buscarla para
que con su ayuda, se le diera a la
tremenda araña como era esa, un escobazo para sacarla del recinto. Lógicamente
uno después de ver semejante animal, tendrá que tardarse en conciliar el sueño.
La
hamaca es una maravilla en estos lares, porque cubre todo con su red infinita,
y uno cree que es una cúpula como de cristal que hace las veces de protectora.
Así de ilusos podemos ser, pero más en las épocas de esta sagrada niñez entre
los primos más queridos que la vida me hubiera podido dar.
Y,
qué decir de los tíos.
Personas estupendas, los tíos que nos dieron cobijo por varios veranos y a
quienes podre recordar eternamente. Ellos, con sus silencios solo nos daban la
posibilidad de estar rodeados de la mejor naturaleza del mundo y ser unos niños
(que estoy segura hasta el día de hoy) llevamos todos bajo la piel esos aires y
brisas de un majestuoso y natural paraíso terrenal.
Uaymitun. Sigue siendo un paraíso.
Mas, lo
que se vivió en sus orígenes como Rancho, (y que ya se ha ido) solo quedara en
las mentes de unos cuantos.
Eran los últimos días del verano.
Estábamos
emocionados de cerrar un ciclo más, se
sentía en el estómago el devenir ya limitado del tiempo que estaríamos ahí. El
regreso a clases era inminente.
La tarde nos regaló sus tesoros.
Ofrendas que saca el mar, y que como niños que
éramos, nos hicieron las delicias de la vida.
Las
frágiles olas del mar se veían correr sobre el enorme manto de agua que se
divisaba más allá de las rocas. Estaba calmo el ir y venir de las olas, a la
caída de la tarde.
Por
alguna razón se había formado en el playón una especie de bahía que nos invitó
a pasar sobre su cristalina y muy leve agua. Ahí, caminamos todas las niñas
acompañadas de Silvia que nos pedía que por favor, quien encontrase una
conchita rosada se la diera. De
pronto frente a mí no hubo una conchita… hubo miles de conchitas rosadas que
por alguna razón que no podíamos entender el mar las había traído hasta esa
sencilla laguna de mar, formada sobre la
playa. Sin zapatos y gozando mucho ese caminar sobre el arenal cubierto de
agua, viendo correr a los pequeños
cangrejos que asustados se alejaban de nosotros, nos acercamos a los sencillos
montículos que albergaban estos tesoros que nos hacían tan felices y dije: _¡Hay
muchas! Hay conchitas rosadas para
todas_. La emoción puede ser indescriptible, pero tratare de contarla: Todas a
una, nos fuimos a tomar algunas de esas maravillas que serían parte de nuestra
vida siempre. Así, con algún cuidado extremo, porque estas conchitas son muy
frágiles, las fuimos tomando y poniendo en lugar seguro. Recuerdo que cada una
tomamos varias y nos sentimos felices de verlas todas juntas en nuestra manos.
Silvia, más feliz que nadie nos dijo: _Cuídenlas, que esto ha sido un regalo
inesperado, las conchitas rosadas es
verdad que son parte de este entorno, pero no siempre están por aquí_. Como
verdaderos tesoros nos las llevamos. Las lavamos y las contemplamos sobre el
enorme pretil del corredor. Cada una las tomo después y nos fuimos a dormir,
porque los días se habían terminado, pero en nuestros corazones tan solo
comenzaba la aventura de valorar los tiempos idos, que con o sin lo que nos
hizo felices aún pueden hacernos la vida muy agradable con tan solo rememorar.
MJ
En
Marzo de 2016 termine la primera parte de estos textos. Uaymitun 7 días.
En Julio
de 2020 añadí: Octavo día. El Eterno Recuerdo.
Texto de: Maria Jose Roche.
Glosario
Nortes.
Vientos que provienen de ese punto cardinal. Muy conocido en estos rumbos.
Sayonaras.
Chanclas de hule que tenían ese nombre de marca, y así se les conoció.
Jackses.
Pequeños objetos de metal en forma de flor que sirven para un juego infantil
que se realiza con una pequeña pelota
y se van recogiendo con una secuencia preestablecida.
Chiwo.
Tarántula negra y a veces con un toque rojo.
Chemes.
Lagañas.
¡Uay!.
Expresión del maya que denota sorpresa. Tanto positiva como negativa.
Chiltomate.
Salsa de tomate que se licua con cilantro y chile habanero.
Sopluc.
Parte del suelo que es suave. Típico de la ciénaga.
Mielasa.
Tipo de planta suculenta de la costa, que tiene como una miel que le escurre.
Mecha.
Pedazo de algodón tejido que sirve para la flama de los quinqués.
Sidra.
Refresco de gasificado.
Fósforos.
Cerillos
Sunchos.
Malvaviscos.
Poceta.
Agujero hondo que se hace para la plantación de las palmeras de coco.
Xainsnuck.
Tipo de planta de la playa que tiene flores amarillas y espinos muy escondidos.
Se extiende por el suelo.
Chit.
Tipo de palma que sirve para tejer sombreros.
Pata.
Tipo de pan dulce.
Chuc.
Acción de remojar el pan en el líquido caliente o frio que se bebe.
.