jueves, 31 de agosto de 2023

 

D.L.V.D. Creatividad, es actitud. (14)

 

                                                  Las cosas, esas cosas materiales                                que a veces creemos insignificantes, si comprendemos sus derroteros creativos, se convierten en verdaderos tesoros. MJ

 

                                                                   Eso mismo pasó con el abrigo personal de Marcel Proust.

Cierro este último texto de la serie creatividad y actitud, con algunos comentarios que nos permitirán comprender como es que actúa la sensibilidad en las vidas humanas.

 Fue necesario que un ser sensible, lleno de curiosidad por el entorno del autor y más que nada un coleccionista de los manuscritos que iban a ser desechados sin piedad y bajo las premisas de una ignorancia increíble, se diera cuenta de que estaba ante la posibilidad de rescatar una pieza muy emblemática de la vida de Marcel Proust: su abrigo personal.

Jaques Guerín lo logró, y vale mucho la pena saber un poco al respecto.

La historia vuela ante nuestros ojos de una manera vertiginosa, los acontecimientos más valiosos se dan a partir de 1935, cuando el perfumista parisino, casi con la misma premisa de la obra, fue en busca del abrigo perdido. Deseaba yo poder leer ese pequeño libro.   Sabía yo misma y me lo presentía que ese era un buen texto. Antes que nada, respecto a la autora hay que decir que es muy perspicaz, Lorenza Foschini, aclara que todo, absolutamente todo lo que relata en el libro es verdad. La ficción es fascinante, mas  en lo personal, me puede causar la emoción más grande saber que lo que leo es todo cierto y la vida de creatividad se nos presenta tal cual.  Mis lentes los tuve que limpiar varias veces, porque el texto me apresó varias horas de la noche y madrugada.

No es un texto largo, Se puede leer en una tarde con un buen café.

Y, es así como se rescató el abrigo.

                                                                     Un magnate de la perfumería francesa, recordó que, en un momento de su vida pasada, ahí por el año 1929 había sido atendido por el hermano de Proust, un médico prominente de su época. En esa ocasión el médico le había enseñado parte de los manuscritos que él mismo guardaba, del hermano escritor. Los compartió con él cuando este joven volvió a su casa a darle un agradecimiento personal por haber sanado. Las percepciones de sabuesos humanos, que van tras cosas trascendentes (pero muy insignificantes para otros seres humanos en el área de las antigüedades) huelen el valor de las cosas del pasado, de todo eso que a veces creemos objetos sin sentido y que, así como para algunas personas deben irse directo al bote de la basura, otros seres suelen considerarlas cosas que pueden representar una vida entera.

Y dice la autora: -Las cosas más comunes, de hecho, pueden revelar escenarios de inusitada pasión-. Y continua, -La belleza siempre es rara- frase de Charles Baudelaire, y que cala todo el texto de Foschini.

El abrigo de Proust, es un abrigo que decidió vivir.

De un color extraño y a la vez elegante, como lo es el color gris tórtola, de doble abotonadura al frente, fila de tres botones por lado, forro y solapas de nutria en negro.

¿Cuántas veces durante la enorme obra del autor este abrigo está presente, muy presente y no sabemos nada más que era parte inevitable de todas sus salidas y todas sus llegadas? Porque se dice claramente que, al llegar a su cama, desde la que escribía apoyado en una mesita lateral, o a veces sosteniendo el cuaderno con una mano y escribiendo con la otra, el abrigo había sido tendido en el centro para mitigar los fríos parisinos.

                                                                             Jaques Guerin, el perfumista, quien pudo haber sido un psicópata y haberse suicidado tras la infancia difícil qué llevó, supo transformar los reveces de su propia vida en aciertos.

Logra superar todas las inconveniencias. A decir verdad, en su vida material llevo un estilo más que acomodado, más bien de lujos escogidos. Vivió casi hasta los cien años.

Al morir su madre, a quien no vio ni trató con frecuencia, sino tan solo por visitas o salidas esporádicas (un caso de mujer con una vida muy singular) le hereda todo.

 Todo lo de la casa de perfumes lo continúa y lo lleva al éxito, mas sus pasiones estaban en otros lados, él seguía con fruición los caminos de los legados de Proust, y así es como se va haciendo de todo lo inimaginable para que mucho pudiera conservarse.

En su casa de las afueras de Paris, tenía una muy especial colección de libros raros, originales preciosos, cartas manuscritas, así como objetos encontrados en los mercados de tiliches que él frecuentaba.

Un día cualquiera, al salir de sus hermosos almacenes en Paris, se da cuenta de que enfrente había un pequeño negocio de libros antiguos y otras cosas, al que nunca había entrado, y decide hacerlo. Ahí el dueño le relata que apenas hacía unos días había recibido un montón de papeles, cartas etc. de Proust y que se las podría vender, pero no sin antes ordenarlas. Entre tanto, acomodándose los lentes con nerviosismo (tic que le caracteriza) escucha que está por llegar el hombre que le ha traído todo al dueño de la tienda. Es así, como conoce a Werner, una especie de ropavejero y anticuario, pescador y vendedor. Este personaje clave, le lleva hasta la casa de Madame Proust, cuñada del escritor, viuda del doctor. Cuando entra recuerda su primera visita de años atrás y queda embelesado con todo, por segunda vez. El piso todo desordenado y en movimiento, listo para cerrar todo un capítulo de vida, y ahí mismo pide al vendedor que haga el trato con la mismísima Madame, para que ella pusiera los precios. No sabía la calaña de mujer, que ya la semana anterior había quemado más de la mitad de los papeles del escritor y lo que se había salvado había sido porque el Dr. Proust le había dado tal importancia, por lo que la mujer decide tomar un respiro de consideración, antes de hacer otra pira, y la hija de ambos ya había llevado parte a buen recaudo. Así, con una especie de desolación aunada a sorpresa y angustia se dirige Guerin a su casa, en espera.

No tenía ni idea de lo que en concreto le iban a traer. Ya había escuchado que pilas de libros que habían pertenecido a Marcel, habían sido despojados de la primera hoja, por contener dedicatorias que la cuñada consideraba inconvenientes y no quería que anduviesen por ahí causando mala impresión. La homosexualidad era aun  en Paris, un pesar en las familias.

Un día Werner, llega con una caja redonda que había alojado un sombrero, de un sombrerero famoso de Paris y ésta se convierte en el cofre del tesoro de Jaques.  Contenía fotografías varias, un ejemplar de uno de los libros del autor todo despedazado, otros papeles y dibujos del mismo escritor. Jaques, apenas y puede dar crédito de lo que ve, de lo que siente de lo que tiene entre manos, hasta las fotografías de los hermanos Proust de pequeños, habían sido desechadas.

Y por fin, tal vez por designios del mismo Proust, o como cada quien quiera nombrar a esos momentos clave de la vida que uno no sabe ni porque se nos dan, conversando de las aficiones del vendedor este de momento le dice: - ¡ah! y quiero contarle que cuando voy a pescar al rio, como soy muy friolento, Madame Proust me ha regalado el abrigo del escritor, es un buen abrigo y me lo pongo alrededor de las piernas mientras estoy en mi bote. -

Atónito, Jaques se queda sin habla. Se toma un momento y le pregunta:

- ¿Y, en donde se encuentra ese abrigo? -

-en el cobertizo de madera que tengo para poner todo lo que está en camino de ser desechado, mas como ahora hay mucho frio, aun me sirve para ir de pesca-.

De su boca solo pudo salir: -quiero ese abrigo aquí mismo, lo más pronto. -

Le pide ir al cobertizo y un día bajan hasta el sótano de su bodega y ahí mismo se encuentra con los muebles, y otros objetos de Proust. Lo compra todo.

Mucho antes de mandar a hacer una caja especial para poner el abrigo, Jaques mando refrescar, limpiar en lo posible y restaurar esa pieza. Le dijeron que era muy difícil de conservar y, aun así, pagó lo que fuera para lograr esa restauración.

En una caja de Teca, lo empacó, lo guardo entre papeles de seda y con letras grandes escribió: Manteau de Proust.

                                                       Es una verdad innegable, que cada persona llevamos un mundo completo dentro de nosotros mismos. Rescatar ese mundo ya en sí mismo es tarea obligada, pero rescatar los mundos de otros seres es algo que alude al genio de poder observar las cosas más insignificantes, con buena percepción, con el sentido creativo que contienen.

Mas adelante y ya con el paso de los años, fue que Jaques dona todo el conjunto de cosas de Marcel Proust al Musée Cernavalet. Existe toda un área dedicada a las habitaciones de Proust.

                                                                En lo personal, antes de este siglo, tuve una experiencia muy especial. Un día llegó hasta la puerta de nuestra casa una cajita blanca de tamaño mediano, y solo me dijo un muchacho (mozo de una de las hermanas de mi madre que vivía cerca de nosotros) -se lo manda su tía, que si lo quiere guardar o si no le interesa que lo tire-.

Cual fue nuestra sorpresa que entre otras cosas contenía cartas antiguas y recortes de algunos datos periodísticos, mas también se encontraban las tarjetas postales que mi abuela había recibido de familia y amigos, cuando vivió de niña y jovencita muchos años en Inglaterra. Enviada desde sus primeros años, estuvo varios sin venir a Mérida. Guardé con mucho cariño todo eso, leía las tarjetas con nostalgia de mi abuela, a quien solo traté hasta los 7 (siete) años de edad y le tenía con buenos recuerdos en mi mente y corazón. Al leer, se percibe cierta soledad de una niña, que solo regresó a la ciudad para casarse con un marido asignado a quien nunca había visto. Fue un buen hombre mi abuelo, por gracia de Dios.

Pasan algunos años de esto, y un día, un buen amigo de nosotros que también aprecia las cosas antiguas y que llevan esa valía de los años, llega a nuestra casa y me dice: -mira, me encontré estas tarjetas de X-tel (apodo de mi abuela en maya), en un anticuario del centro, y te las compré-, y me las da de regaló. Yo, un tanto azorada por no recordar el apodo de la mujer, le pregunto, y me dice -es tu abuela-

No se imaginaba nuestro amigo como me estaba dando tanta felicidad, el cierre de un círculo de la historia de nuestra familia.  Estas tarjetas eran el complemento de las que había yo recibido antes. Al comparar fechas todo fue cuadrando y eran correspondientes a un intercambio que duró varios años.

  Saber conservar lo valioso, es un acto de buena voluntad aunado a sensibilidad. La escritora Paloma Bello, en su libro titulado: -Apuntes desde mi casa- ésta nos relata con amenidad y tino algo muy emotivo, de cómo un amigo suyo en Nuevo Laredo hizo un enorme rescate. Resulta que cierra el periódico -El Ciudadano- de esa ciudad, y su amigo Raymundo Ríos Mayo descubre que miles de fotografías y papeles valiosos iban a ser parte de una pira. Este señor, ni tardo ni perezoso las toma prácticamente de la basura y las resguarda para siempre. Paloma, tuvo oportunidad no solo de hacer una entrevista al amigo, sino de visitar el archivo de éste, y observar como lo había ordenado en su propia casa. Y, nos pregunta la autora: - ¿En dónde guardamos los recuerdos más queridos? - ¿En la memoria? ¿O en el corazón? – yo creo que, en los dos sitios, pero hay algunos a los que habrá que hacerles espacio en resguardos más terrenales. MJ

-Libro: El abrigo de Proust.

Lorenza Foschini. (Traducción y prefacio de: Hugo Beccacece.) Ed. Impedimenta.

-YouTube: Pequeña pieza de interpretación teatral del libro de Lorenza:

Gerard Pesson: Trois contes: Le manteau de Proust.

-Libro: Apuntes desde mi casa.

Paloma Bello. Cía. Editora de la Península. S.A.de C.V.

 

 

 

 

 

 

D.L.V.D. Creatividad, es actitud. (13)

                                                                                    Las mejores conversaciones, son con los libros.

Séneca.

                                                                        Cuando la lectura es parte de la vida, y más aún cuando ésta se vuelve reminiscencia en la vida diaria, todo se enriquece. Cuando los libros son amados a tales grados que ocupan un lugar especial en nuestros libreros, y mucho más cuando con el paso de los días el gozo de volver a los textos que nos han marcado se vuelve parte de una rutina esperada y gozosa, solo podemos decir cuánto los libros son importantes.

                                                                         Aquí en casa, tenemos muchos autores de la literatura universal, y muy claro quiénes son los preferidos. Mucho del acervo que veníamos guardando, ya lo hemos donado a varias bibliotecas de la ciudad, quedando solo lo elegido. Dos son los más leídos:  Marcel Proust y Virginia Woolf.

En esta ocasión me referiré al primero, que, aunque en lo personal no he leído con tanta fruición su obra (como si lo ha hecho mi esposo desde la juventud) si he llegado a profundizarla bastante y a comprender la valía de esa extensa y profunda obra sobre el ser humano y las interacciones más relevantes de la psicología, plasmada en la serie de libros llamada -En busca del tiempo perdido-. No solo disfrutamos los libros escritos por los autores, sino también tenemos sección especializada en donde están los libros que se han escrito acerca de ellos.

A principios de este siglo mi esposo me propuso hacer un viaje en busca de Proust. Es así, que diseñamos el camino y nos dirigimos a Lutecia con una serie de medidas prefijadas en tiempos y espacios, para llegar a disfrutar desde lo que pudiéramos encontrar en las calles, en los parques, en las casas y en los museos.

Así es, Lutecia como nombraron los romanos a Paris, nos ofreció también multitud de otros puntos a visitar, siempre con la mirada puesta en Proust.

El álbum que armé después de tan lograda aventura, lo titulamos 144 (ciento cuarenta y cuatro) horas en Lutecia.

La aventura parecía comenzar retorcida desde el aeropuerto de CDMX, ya que llegamos atrasados a tomar el vuelo de Air France, y éste, ya estaba cerrado. Como pudimos y con ayuda de un empleado muy amable, recorrimos de prisa los pasillos en un carrito (como los que se utilizan en los campos de golf) y una empleada nos corroboró lo sospechado: No hay manera. El empleado que amablemente nos agilizó el paso, fungió un tanto como ángel de la guarda, le explicó que no éramos los causantes del retraso sino la línea área anterior y esto pareció dar un pequeño giro para que la mujer hiciera una pausa pensante y averiguara, y dijo: -Solo se sube Otero, y sin maletas, éstas irán en otro avión-. -Roche no se puede subir-. Decidimos, ante la decisión de la mujer de dejarme en tierra, que era más sensato y mejor, quedarnos, tras semejante posibilidad de que solo uno viajara, y esperar al día siguiente. De pronto, como cuando la providencia actúa, de la nada surgió un piloto que estaba por subir, y sin más agua va, dijo: -suban los dos, aunque se sienten en asientos separados-. Claro que sí, dijimos, no pasa nada y subimos sin maletas y encontrando un par de asientos juntos, en donde caímos como sacos de piedras, para dormir buena parte del viaje. Respiramos profundo cuando vimos que lo habíamos logrado como había sido previsto. Tras un buen vuelo, llegamos a Paris en donde se nos entregó un kit de limpieza personal y la promesa de que las maletas llegarían al hotel, asunto que sucedió hasta dos días después.

Proust empezaba a manifestarse. Nuestro tiempo no estaba siendo del todo perdido, aunque tuviésemos que ir de tiendas para avituallar nuestras cero vestimentas. Compramos lo elemental para uno o dos días de supervivencia con ropa limpia, algo para el frio primaveral y esperamos pacientemente que las maletas llegasen. Aprendimos lo conveniente que es llevar algo de ropa en la maleta de mano, esa pequeña que es más fácil de acomodar, hoy día indispensable.

Parte de nuestros paseos se dio desplazándonos por el metro, otros buenos trechos fueron a pura y dura caminata. Era necesario caminar por las calles mencionadas en la obra de Proust, y así mismo lo hicimos.

Proust vivió un tiempo cerca del Parc Monceau. Este, con sus árboles y flores en un claro estilo inglés, invita a pasearse ahí por buenas horas. Era visita obligada y así lo hicimos. Llegamos hasta ahí una muy fría mañana, los retoños de primavera en sus tonos verde muy pálido me pueden extasiar, no podíamos dejar de apreciarlos con admiración y el correr y griterío de los niños jugando en las horas de recreo escolar, le daban un cierto ambiente supremo. Decidimos recorrer entre ellos algunos setos, para luego sentarnos a observar sus juegos. Un pequeño simio de tela cayó de pronto a mis pies, un niño muy risueño vino a recogerlo y volverlo a lanzar a los aires en un juego interminable entre todos.

Los maestros conversaban en las pequeñas bancas dispuestas alrededor, et mangeait un repas á la mi-matinée, disfrutando una pequeña comida de la media mañana. Los críos corrían a sus anchas a carcajadas que plagaban el aire de felicidad.  

Ahí por ese parque, también deambuló el magnate parisino Jacques Guerín, un perfumista notable y fundador junto con su madre de la casa Parfums D´ Orsay. Mas adelante llegaríamos a saber que en la casa de su madre, Jeanne-Louise Guerín, el percibió el amor por los objetos extraños, una residencia elegantísima en una de las avenidas más prominentes del parc Monceau. Este productor de  perfumes, fue quien rescató el abrigo personal de Proust, que tendrá su momento por estos lares.

¿Por qué rescatar un abrigo viejo? Uno se lo preguntaría una y mil veces, si no supiéramos lo emblemático que este objeto fue durante mucho tiempo para el autor.

Pues bien, para llegar al Monceau se puede ir por Batignoles hasta llegar al Bvd. Courcelles.

La sencilla callecita Turín, muy cerca de la Opera, es desde donde planeamos todo. Es una calle que huele a pan francés desde muy temprano, horneado como a las 5 (cinco) de la mañana, ese olor impregna todo, a tal grado que nos despertó cada día en el hotelito muy parisino. Desde Batignoles se divisa a ojo de pájaro la cúpula del Sacre Coeur. Caminando en sentido contrario esta sencilla calle, se llega a la Gare St. Lazare. Todos rumbos de Proust. Inevitable visitar las iglesias que salen al paso, como lo son St. Louis de Antin y Le Trinité.

Los conjuntos arquitectónicos Beau Arts., nos pueden robar por muchos minutos la mirada, se nos fija atenta, y así nos fuimos dirigiendo al Lycée Condorcet, escuela en la que estudió Proust, y donde cultivo las mejores amistades para toda la vida, a los 11 (once) años más o menos comenzó sus estudios en esta institución y ahí mismo conoció al hijo de Bizet, el músico. Este joven Bizet, vendría a ser mucho más que un amigo. Aquí no pudimos entrar, todo lo disfrutamos desde afuera porque el edificio estaba cerrado.

Nos llegamos con mucho entusiasmo hasta la casa que habitó en el Boulevard Haussmann, en donde creó el mítico cuarto de corcho, para dormir de día sin ruidos.  Proust, paseaba gran parte de la noche en los salones más exclusivos de Paris, luego llegaba a escribir sin tiempo límite, se dice que se levantaba como a las cuatro de la tarde.

El edificio en donde vivió es muy interesante. Es un edificio profuso y adornado, de bastante buen gusto, con dos hileras de balcones muy bien dispuestos. Todo se encuentra en dos calles, como un edificio en chaflan de los que es regular ver en la ciudad luz.                                

Al momento de llegar hasta la puerta, una señora salía y le pedimos el favor de poder entrar, explicándole nuestra pasión literaria y por conocer los recintos del autor. Con una sonrisa amable nos permitió entrar y nos dijo que podíamos subir la escalera con confianza, sin tocar a ninguna puerta. Gozamos el pequeño patio y subimos. Estuvimos frente a la puerta de Proust, y sentimos que tal vez de debajo del resquicio inferior surgía un olor especial: ¿madeleines remojadas en té?  ¿Alguien comía unas madeleines?

No lo sabemos. Quisimos imaginarlo y así se dio.

La siguiente parada se dio nada más y nada menos que en el Musée Cernavalet, uno de los más antiguos de Paris. 

Llegamos emocionadísimos. Solo entrar, es una transportación a otros mundos.  El gozo de pronto se trastocó y parecía que habría pesar, cuando vimos a un guardia parado enfrente a los aposentos de Proust, y un letrero enorme que decía: _En Remodelación_. ¡Cómoooo!, en esta ocasión lo más deseado, que era ver la habitación del escritor totalmente armada, con sus paredes de corcho y todo el grupo de muebles del mismísimo Proust, se nos negaba. Mi marido que tiende a la negatividad, todo lo vio negro, pero yo ¡ni de chiste!, así que me le plante al guardia enfrente con una amplia sonrisa y entre mi buen inglés y mi poquísimo francés le deje entender que estábamos parados ahí por motivos muy fuertes y significativos ya que veníamos de México y en unos días nos regresaríamos. Me convencí que soy capaz de convencer, asunto que no dudaba, pero nunca lo había puesto tan a prueba y en tres idiomas a la vez. Muerto de risa este joven guardián de los tesoros más sencillos y más significativos a la vez, actuó como un ser que tiene criterio y entiende situaciones pico, con su mano izquierda hizo levantar la soguita de tela que no permite pasar y nos dijo: -Pueden estar ahí tan solo por 15 (quince) minutos- Fueron los quince minutos más gloriosos y memorables. Yo no daba crédito de estar frente a la cama de latón del escritor. Vimos las mantas consabidas por sus eternos fríos y nos imaginamos a Celeste, su asidua ama de llaves, ayudante y cómplice.

Y, ¿el abrigo de Proust?

Ni de chiste se nos ocurrió preguntar. Nunca por falta de interés, mas sí por ignorancia, a veces no podemos estar atentos a lo que más apreciamos. No sabíamos que, en los sótanos de este museo es donde se resguarda hasta hoy. Imposible de ser exhibido, el abrigo, esta pieza tan emblemática, ha sido el motivo y tema de uno de los mejores libros que yo haya leído en mi vida, titulado -El Abrigo de Proust- y solo ha quedado plasmado dignísimamente en la memoria de quienes podemos imaginarlo, y lograr gracias a la escritura inigualable de la italiana Lorenza Foschini. Una pieza tan sencilla, tan de todos los días, logra albergar tanto de significancia no solo en la vida del autor, sino en el modo como fue rescatado, resguardado y que hoy como tema del libro mencionado, nos permite unas buenas reflexiones de objetos que guardan sentido en las vidas de cada día.   (Continuará).

 

 

D.L.V.D. Creatividad, es actitud. (12)

 

                                                      La muerte, es algo que no debemos temer, porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos.

Paráfrasis de Epicuro.

                         

                                 Empezaba a sentir como la muerte cada vez más y más rondaba los círculos cercanos. El ritmo vital que nos conforma en todas las actividades de hoy día, lejos de ayudarnos con los adelantos técnicos, nos propicia nuevos enfoques de vertiginoso aliento que nos desborda en ocasiones en esos asuntos que abarca lo que hemos solido nombrar como stress. Las librerías están cuajadas de libros de autoayuda, cuando en realidad, a decir verdad, todos conducen al mismo desfiladero: Tener clara la vida propositiva y dejarnos de lado todo lo que no es nuestro. Nada fácil el asunto, porque todos podríamos afirmar que las tentaciones a tener más en lo material y mejor vida en el nivel social, están a la orden del día. Más y mejores actividades es asunto que se va adentrando en nuestra piel como si fuera una necesidad de respirar.

De pronto, uno se percata de que, con mucha más facilidad de lo pensado, los seres queridos se nos adelantan, los amigos cierran el círculo vital y la vida de pronto se nos aparece en toda su fragilidad. Nos ponemos la mano en el pecho a veces con pesar y nos decimos hacia adentro que ese corazón que late es parte de un ritmo que nosotros debemos cuidar, y que pertenece a la contingencia total y no a nosotros mismos. Tal vez, la vida es muy exigente y a veces llena de controversias, esas que nos crean espejismos por las formas en las que se nos hace creer que aun lo que no nos incumbe, es parte.

De pronto, nos vamos al siguiente nivel, en un tris. Cuando escribí esto en primera instancia, nadie había muerto en estos días, y en plena escritura del texto se nos fue un ser muy importante para el periodismo local. Me quedé atónita, porque escribía en general sobre el morir, y Mike se fue sin más. La encomienda queda en manos de otros, sea que lo hayamos previsto o no, eso es lo que toca afrontar. El dolor embarga, los nuevos métodos de la tanatología no están a la mano aun para todos.  Los tiempos son de cada quien, y han de ser respetados, asumidos desde el ámbito personal y si hemos de retomar lo conveniente es que sea desde nuevos enfoques.

Cuesta muchísimo entender que la muerte, es parte de la vida. Me asombré una de estas noches cuando en una entrevista a Chabela Vargas la cantante, ya mayor, se le pregunta: - ¿Qué es lo que más amas de la vida? - y sin más dice: -La muerte-.

En verdad que parece muy siniestro y macabro el hecho de contestar así, analizando un poco más allá, miremos sus razones. Empezamos a morir desde que nos volvemos personas fuera del vientre materno, pero si lo vemos desde la perspectiva de la vida totalmente cumplida en su misión central, todos habríamos de estar felices de crear y luego cerrar la etapa terrenal con serenidad. Nada que ver cuando la muerte nos llama demasiado jóvenes, con sueños enormes que se van cuajando en las dos manos y con ilusiones por cumplir. Y, esto ¡se da! lo sabemos muy bien.

¿Por qué algunos seres humanos se desligan pronto de la vida terrenal siendo muy jóvenes? La respuesta que he escuchado (Y que aún tengo que comprender mejor, porque no me cuadra del todo) es que, a misión cumplida, cierre del círculo vital.

 La muerte nos cambia y nos hace ver nuevos rincones que tal vez se habían nublado. Todos vamos a ese singular lugar del que nadie puede dar pruebas fehacientes de lo que es, pero todos hemos escuchado algo. Que si el túnel de luz, que si el regreso a la vida, que si hemos podido vernos desde fuera de nuestro propio cuerpo, y si lo que escuchamos nos da paz, resulta que morir es abrirnos a una vida nueva.

Que si hacer ejercicio, que si el ejercicio debe hacerse sintiendo el cardio claro y el ritmo del corazón, que si es mejor caminar que correr en demasía, que si algunos piensan que el ejercicio más completo es la natación, que si esto, que si lo otro.

 De nada sirve argumentar cuando la vida ya tiene su propio ritmo y se nos cierra sin más. Asumir el ritmo personal es lo que nos toca. El mismo Marcel Proust la sintió venir y nos dice: -es una inquilina demasiado impaciente, que quiere estrechar relaciones  conmigo.-

 En casa gozan muchísimo fortalecerse en lo físico y son activos y disciplinados en ejercicio de deporte y de gimnasio. Las dietas bien planeadas van aunadas a todo esto, y voy viendo como es parte de sus vidas jóvenes. Mas, ¿Estamos siempre abiertos a comprender que el cuerpo humano por más perfecto nunca será eterno? bueno, claro que si leemos la ciencia ficción del futuro esto ya queda como del pasado, porque se pretende que la vida sea mucho más larga y hasta inmortal, pero en verdad que eso ya es harina de un costal que no a todos nos tocará ni ver y mucho menos vivir. Desear completar el ciclo de vida con los adelantos actuales es una cosa muy respetable, pero ¿Cuál es ese ciclo de vida preferencial? A fin de cuentas, habremos de asumir que cada ser tiene su tiempo en el planeta y se irá cuando ya la misión necesaria esté dada. Nos cuesta aceptarlo, creemos que habría mucho más que hacer por delante, y cuando lo miramos bien, nos damos cuenta que la vida pareciendo injusta, es justa. El ser que nos deja se va a la Gloria eterna y somos los que nos quedamos quienes tenemos que asumir esas pautas de nuevos aprendizajes, nuevas visiones para también crecer.

Si nuestro ser querido se ha marchado en lo físico, no podemos dejar de apreciar que muchísimo es lo que dejó de sus modos como persona para seguir sintiéndole cercano. Si ese ser que se fue, lo percibimos presente, ya la parte de que su muerte nos parezca injusta se atenúa, y con los legados bien dispuestos siempre habrá mucho para continuar.

                                                     Con la muerte a cuestas, los humanos estaríamos mucho más serenos sabiendo que el poder está en la mente. Estar, según nos han dicho algunos investigadores, sigue su curso, no nos vamos del todo. En los ámbitos del espíritu aún hay vida, para la vida.

                                                      Ese caleidoscopio que es el vivir, se centra y se recompone cuando vivimos una muerte que nos marca. La muerte nos puede mucho, nos puede hacer temblar de dolor y en algunos casos hasta de rabia por no poder seguir compartiendo todo con el ser que nos dejó. Los aciertos en ese enorme conglomerado de colores que nos habitan en nuestro propio mundo, deben hacerse más fuertes, más claros, mas nítidos.

Nadie se va de este mundo por un destino injustificado. Las razones cada ser que se queda las irá comprendiendo dentro de las percepciones personales y todo se hará mucho más claro con el tiempo. Cuidado con las pamplinas de la existencia, esas que nos pueden revolcar y hacernos creer que no hay manera de transformar el dolor. Quien se va, quien nos deja, estoy convencida de que quiere que asumamos una nueva visión y esa partida nos da los elementos.

¿Qué es lo que nos da la felicidad en sí misma?

Solo lo que se asume como actuante y que da vida. La vida se da, se renueva de diferentes maneras y eso la madurez nos lo va enseñando. Generalmente, la expectativa es un tanto paralizante, porque es asumir que las cosas se pueden dar tal y como las imaginamos, y es ahí donde el cuidado de la mente es necesario, nada es exacto como lo pensamos.

Generalmente en la espiritualidad, no hay fuerzas que choquen con el mundo. Si lo que vivimos sentimos que es controversial en demasía con lo mundano, habremos de rectificar el sentido que llevamos. Uno de los sentidos menos comprendidos es el sentido de la trascendencia. Creemos que trascender es un asunto de quedarse en el mundo de alguna manera con claridad actuando en lo que legamos, cuando la verdadera trascendencia ya la propusimos con nuestra propia vida, la hemos trabajado tal vez sin percibirlo en las acciones de cada día, porque no es trascender solo la parte de que seamos recordados, trascender es que la acción diaria de la misión encomendada se cumpla. Eso mismo que pensamos, exactamente lo que dijimos, así como lo que dejamos de decir y hacer y lo que hacemos en el día a día, está haciendo viva nuestra trascendencia. Trascender no solo es dejar legados físicos, también lo es lo que el ser que se fue dijo, como sonrió, cuando tuvo que hacerlo, cuando se dio completo con una mirada.

Lo que nos toca vivir es mero pretexto para abrir el espíritu y llevarlo a otros planos. Nada de lo que vivimos permanecerá y mucho menos tal cual es, por lo que quien no comprende la apelación de que solo somos energía actuando y que esas fuerzas energéticas darán las posibilidades de ser un ser único, pues no estamos entendiendo nada.

                                                                                         A la vida, nunca se le exige.

Exigir, es el desgaste más inútil del ser. Nadie está obligado a dar nada mientras no sea claro para el dador, y el que recibe si no logra abrir el corazón para recibir, está tomando más bien materia inerte. La toma y daca del mundo puede convertirse en lo más siniestro, si no logramos comprender ese tono y forma de la donación. La paz se ve trastocada cuando se espera de más, cuando se espera de menos. No es poca cosa despertarnos y poder decir: Estamos en paz.

Cuando sentimos que la materialidad, el dinero y lo que nos da sustento en la vida diaria nos ocupa de más, y peor aún, nos preocupa y nos crea pesares imperiosos, es seguro que estamos con mal talante de humor. Mas adelante hablaremos de la Libertad aunada al humor que nos habita. (Continuará).

 

 

 

                                             

 

 

 

 

 

 

D.L.V.D. Creatividad, es actitud. (11)

                                                          Encontrar los espacios y los tiempos propicios para la acción que propone, no es tarea del todo fácil, es más bien el empeño en percibir las señales adecuadas a cada momento. MJ

 

                                                      Ser creativos es algo que de pronto toma asiento. En nuestras vidas esto sucede paulatinamente cuando hemos sido perseverantes en las actitudes propicias y se vuelve un tanto como respirar. Casi como una costumbre de esas que entonan el alma y podemos decir que hasta se asienta en nuestra vida la percepción, podría decirse que hasta como un vicio.  Obviamente no es algo ni automático ni continuo y como en todo lo que vale la pena, la parte que se trabaja cuenta mucho. Hay que tener cuidado de no importunar, no solo a los demás, sino a nosotros mismos. Eso de estarnos recriminando no es buen camino. Tan solo mantener el flujo necesario para que la acción siempre se dé y como dice Mihaly Csikszentmihalyi en su libro Fluir, Una psicología de la felicidad, nos deja claro que las cosas que amamos van tomando su sitio en la vida si las reconocemos y no nos empeñamos en lo que se sale del guion.

Es muy conveniente que de pronto nos demos cuenta, los flujos de bien son más fáciles de llevar, pesan menos y están en una frecuencia energética que sin quererlo, de pronto nos hacen esbozar una sonrisa, porque nos hemos olvidado de sonreír cuando es muy empinado el devenir que nos abate. Habrá personas que podrían creer que solo lo que cuesta más trabajo es válido, cuando en realidad si estamos en el camino realmente propositivo y creativo, siempre hay flujo de dinamismo asertivo. Como en una obra plástica abstracta: Todo puede estar mas no está con la lógica que a veces se espera.

                                                                        En el mundo interior de cada ser, habita la mayor valía, es la parte que sabemos que no morirá nunca, ya está dada y es ahí en donde se dan las bases para la trascendencia. Se implementa la vida desde ahí, y las interacciones darán más asiento a lo que vale la pena.  ¿Intenciones? Mucho se dice que solo la intención no basta, algunas veces sí es suficiente como empuje, aunque lo propuesto no se dé como originalmente se pensó.

                            Vivimos con muchas dualidades a cuestas, en el mundo de hoy. Las incógnitas son un ejemplo contante y sonante de eso, lo dual enriquece cuando somos más observadores, puede ser materia para tener claro que es lo que queremos, para que lo que no es nuestro se vaya a volar.

                                                                               Todo instante de vida es sagrado.

¿A que le llamamos una rutina normal?

No hay definiciones concretas y cerradas al respecto, pero si podríamos decir que una rutina es el aspecto central de la acción, podría definirse como un seguimiento que causa gozo. Ritmos que nos pueden llevar con más agilidad.

A veces lo normal parece que es enemigo de lo bueno. Tal vez porque creemos que la normalidad es aburrida, tediosa y simple, cuando es ahí en donde estaremos más seguros y firmes.

Es conveniente ser rutinarios, al menos en la base de las acciones, el secreto está en que las rutinas se hagan divertidas, con ese sentido personal, sintiendo cada acción como importante. Los vientos huracanados de pronto se presentan exactamente cuándo creemos estar menos preparados ¿Cuándo se estaría preparado para un huracán? Yo creo que nunca, es por eso que hay que estarlo siempre. Como pasa con los mares, que producen las movilidades de sargazos. Los arribos en exceso se dan de pronto, inesperadamente, pero no por eso son negativos.  Sentimos que las playas de pronto reciben plantas en demasía como si fuera basura, cuando en realidad es tan solo el reacomodo del mismo mar, plagado de vida. Me narraba el otro día una amiga muy querida, que en su niñez la abuela con la que pasaba grandes días de mar, a ella y a sus hermanas les llenaba el cuerpo de sargazo y les decía que era la manera de tomar muchos nutrientes necesarios.

Que cómodo seria que las playas que se enchumban de plancton marino fueran las más alejadas, porque es verdad que impide el libre flujo para lo que llamamos playar, ese caminar pausado que las más de las veces nos restituye el espíritu. Nos encantaría que en las áreas menos habitadas arribase el sargazo, pero no es así, porque los movimientos vitales no están al antojo humano, somos las personas quienes habremos de aprender a comprenderlos con respeto, porque son parte de todo el movimiento.  

El ritmo para mantener la paz, como ya hemos mencionado, es personal. Lo trabajamos cada día para lograr que se vuelva parte de esa rutina tan deseada, que no es estática.

                                                                       Los sueños en la vida, van cambiando.

 Los que tuvimos en las primeras juventudes un tipo de sueños, un estilo de llevar nuestras vidas, hoy día soñamos con los sueños idos porque están presentes no solo los que se han ido cumpliendo, sino los que hemos tenido que soltar por causas fuertes como lo es una muerte repentina, un cambio de residencia, una nueva visión, o simplemente porque no eran parte de nuestro ser. Nada se da exacto como lo soñamos.  Claramente vemos como, sin notar a veces las líneas que dividen los estratos vitales (como arqueóloga aprendí que las líneas divisorias en los estratos son importantísimas) me doy cuenta que en el devenir de los hechos y acciones del día a día no son tan claros, a veces apenas y los percibimos.

                 Cuando el orden mental se estructura, fluye como viento de brisa fresca.

                                                             En estos días tuve una plática muy interesante con mi madre. Alguien había fallecido y ella quería asistir a todas y cada una de las misas que se dirían por el alma del difunto. Le dije que con mucho gusto le acompañaría, mas no a todas, porque no creía que fuera necesario. Las misas seguidas, según comprendo son para facilitar a los acompañantes de los deudos un cómodo movimiento dentro de las rutinas y que las personas encuentren los días que les quedan más propicios. Pues -que no-, me argumentó clara y segura de que ella quería asistir, al menos a la mayoría. Entonces vino la mejor parte de la plática, me dejó ver un sentimiento que a veces solía tener, que, así como el que compra más en la tierra puede ser más feliz (tenía mis dudas al respecto de su pensar, y es que ella, aunque no compraba todo, si asociaba ese actuar con cierto tipo de felicidad) y me dijo: -Quien paga más misas, está asegurando su entrada al cielo. -  Solo pude responder, -no lo creo-.  -bueno-, me concretó, -no es que sea una acción directa, es que obviamente mientras más se encomiende el alma del difunto a Dios, la entrada será segura-. ¡Oh my God! Pensé, así es como funciona el cielo. Que importante ha sido el devenir con el pensamiento dialéctico, creo que nos ha liberado de muchos tropiezos.

         Todos tenemos nuestros modos de relacionarnos con la materialidad. Sabemos que desde que se implanto la agricultura en el planeta, los modos se trastocaron, porque acumular se volvió un valor que traspasó la lógica de dicha acción, y produjo controversias innecesarias.

                                      En estas épocas aun no me desencantaba de los problemas que vienen con las herencias, qué como el lastre de un barco llegan sin mas, lo que dejan los difuntos aparte de hacer ir a los deudos a sus muchas misas que es algo que si aporta paz, es bienvenido, a veces se legan buenas herencias materiales, que me ha quedado claro suelen producir desacuerdos, mil horas con abogados y litigios. En lo personal me habían hablado de algo que yo recibiría, y que nunca llegó. Los pájaros negros del alambre se avorazaron y el alpiste, éste que una persona destina en un sentido, el humano trastocado lo desvía. Así me di cuenta de las distorsiones del pensar en pleno siglo XXI, podría hasta hablarse de actitudes malévolas, de mala leche, como se dice comúnmente. Tenía esperanza de que como más jóvenes tendrían acceso a las aportaciones de la ciencia del homo sapiens sapiens y del pensamiento de las ciencias humanas, podrían aminorar esas modalidades distorsionadas, pero en verdad, ni porque se nos ha puesto duplicado el nombre sapiens, es que nos lo merecemos. A veces uno cree que el paso por las universidades que ya es tan común, traería más sabiduría y todo el conocimiento que un joven puede adquirir le hace más humano, cuando a en algunos casos es todo lo contrario.   Cuidado con creer que el pasado fue mejor, lo que se ha ido ahí queda y que bueno que aiga sido como aiga sido, como aprendizaje todo cuenta.

                                                           Otras controversias que percibí a principios de siglo fueron como la de que mi madre jamás consideró siquiera, el pasar sus últimos días en una residencia de adultos mayores. Ese era un tema de estas épocas, que empezaba a tomar forma en el ambiente. No era parte del pensamiento, se reconocía por parte de algunas personas que esas soluciones para la tercera edad son una afrenta insostenible. Ni mencionarlo siquiera se podía entre algunas de las personas que vivieron sus últimos años con el siglo pasado y principios de este. De hecho, el que una señora muy conocida de la ciudad hubiera dejado su herencia para la construcción de una de esas casas, fue comidilla que revolvió algunos estómagos, asustó a un buen grupo de mujeres mayores.

 Algunas señoras empezaron a medio abrir la mente para entender de que se trataba el asunto. Supe de dos que fueron a probar y obviamente no duraron ni lo que al triste la alegría. Cuando no se está listo para algo, ni los mil argumentos de Dios Padre cuentan. Hoy día, las cosas se han asentado un poco más, y como a muchas personas les ha ido bien en esas residencias, se han acomodado un tanto los pensares también, porque valoran el convivir con otras personas de su edad.  Es tan claro que en esas residencias tienen buena atención médica y de rehabilitación física, que no se pueden negar los beneficios. En los lugares pequeños como la provincia, mucho arrastra el ejemplo.

Señoras solteras (como la que donó los medios para construir una residencia) así como algunas mujeres viudas, al fin comprendieron que nadie les estaba abandonando.   Si se les abría un espacio para comodidad de ellas mismas y de todos, era necesario apreciarlo como un bien. Hijas únicas, que no pudiendo tener a su madre adulta a la vera, es decir en sus recintos caseros por obvias razones de falta de tiempo y fuerza para esos menesteres, han optado por las casas de gente mayor. Tuve una tía que aun viviendo en EE. UU. y habiendo escuchado mucho de lo positivo de estos sitios, se resistía. Al fin accedió, pero con la condición de que quería un cuarto solo para ella. Todo le concedieron sus hijas, más de pronto avisaron de la casa en la que estaba: la señora tenía una petición, se había hecho tan amiga de la nueva compañera de actividades diarias con la que algunas tardes compartidas entre otras actividades como enhilar collares para ellas mismas, la cercanía la llevó a querer compartir habitación.

El católico, quiere el cielo.

El científico, ser reconocido.

El artista, motivar al alma.

Y, una señora mayor, quiere terminar lo más dignamente sus días.

(Continuará).

 

 

 

 

 

 

.L.V.D. Creatividad, es actitud. (14)

 

                                                  Las cosas, esas cosas materiales                                que a veces creemos insignificantes, si comprendemos sus derroteros creativos, se convierten en verdaderos tesoros. MJ

 

                                                                   Eso mismo pasó con el abrigo personal de Marcel Proust.

Cierro este último texto de la serie creatividad y actitud, con algunos comentarios que nos permitirán comprender como es que actúa la sensibilidad en las vidas humanas.

 Fue necesario que un ser sensible, lleno de curiosidad por el entorno del autor y más que nada un coleccionista de los manuscritos que iban a ser desechados sin piedad y bajo las premisas de una ignorancia increíble, se diera cuenta de que estaba ante la posibilidad de rescatar una pieza muy emblemática de la vida de Marcel Proust: su abrigo personal.

Jaques Guerín lo logró, y vale mucho la pena saber un poco al respecto.

La historia vuela ante nuestros ojos de una manera vertiginosa, los acontecimientos más valiosos se dan a partir de 1935, cuando el perfumista parisino, casi con la misma premisa de la obra, fue en busca del abrigo perdido. Deseaba yo poder leer ese pequeño libro.   Sabía yo misma y me lo presentía que ese era un buen texto. Antes que nada, respecto a la autora hay que decir que es muy perspicaz, Lorenza Foschini, aclara que todo, absolutamente todo lo que relata en el libro es verdad. La ficción es fascinante, mas  en lo personal, me puede causar la emoción más grande saber que lo que leo es todo cierto y la vida de creatividad se nos presenta tal cual.  Mis lentes los tuve que limpiar varias veces, porque el texto me apresó varias horas de la noche y madrugada.

No es un texto largo, Se puede leer en una tarde con un buen café.

Y, es así como se rescató el abrigo.

                                                                     Un magnate de la perfumería francesa, recordó que, en un momento de su vida pasada, ahí por el año 1929 había sido atendido por el hermano de Proust, un médico prominente de su época. En esa ocasión el médico le había enseñado parte de los manuscritos que él mismo guardaba, del hermano escritor. Los compartió con él cuando este joven volvió a su casa a darle un agradecimiento personal por haber sanado. Las percepciones de sabuesos humanos, que van tras cosas trascendentes (pero muy insignificantes para otros seres humanos en el área de las antigüedades) huelen el valor de las cosas del pasado, de todo eso que a veces creemos objetos sin sentido y que, así como para algunas personas deben irse directo al bote de la basura, otros seres suelen considerarlas cosas que pueden representar una vida entera.

Y dice la autora: -Las cosas más comunes, de hecho, pueden revelar escenarios de inusitada pasión-. Y continua, -La belleza siempre es rara- frase de Charles Baudelaire, y que cala todo el texto de Foschini.

El abrigo de Proust, es un abrigo que decidió vivir.

De un color extraño y a la vez elegante, como lo es el color gris tórtola, de doble abotonadura al frente, fila de tres botones por lado, forro y solapas de nutria en negro.

¿Cuántas veces durante la enorme obra del autor este abrigo está presente, muy presente y no sabemos nada más que era parte inevitable de todas sus salidas y todas sus llegadas? Porque se dice claramente que, al llegar a su cama, desde la que escribía apoyado en una mesita lateral, o a veces sosteniendo el cuaderno con una mano y escribiendo con la otra, el abrigo había sido tendido en el centro para mitigar los fríos parisinos.

                                                                             Jaques Guerin, el perfumista, quien pudo haber sido un psicópata y haberse suicidado tras la infancia difícil qué llevó, supo transformar los reveces de su propia vida en aciertos.

Logra superar todas las inconveniencias. A decir verdad, en su vida material llevo un estilo más que acomodado, más bien de lujos escogidos. Vivió casi hasta los cien años.

Al morir su madre, a quien no vio ni trató con frecuencia, sino tan solo por visitas o salidas esporádicas (un caso de mujer con una vida muy singular) le hereda todo.

 Todo lo de la casa de perfumes lo continúa y lo lleva al éxito, mas sus pasiones estaban en otros lados, él seguía con fruición los caminos de los legados de Proust, y así es como se va haciendo de todo lo inimaginable para que mucho pudiera conservarse.

En su casa de las afueras de Paris, tenía una muy especial colección de libros raros, originales preciosos, cartas manuscritas, así como objetos encontrados en los mercados de tiliches que él frecuentaba.

Un día cualquiera, al salir de sus hermosos almacenes en Paris, se da cuenta de que enfrente había un pequeño negocio de libros antiguos y otras cosas, al que nunca había entrado, y decide hacerlo. Ahí el dueño le relata que apenas hacía unos días había recibido un montón de papeles, cartas etc. de Proust y que se las podría vender, pero no sin antes ordenarlas. Entre tanto, acomodándose los lentes con nerviosismo (tic que le caracteriza) escucha que está por llegar el hombre que le ha traído todo al dueño de la tienda. Es así, como conoce a Werner, una especie de ropavejero y anticuario, pescador y vendedor. Este personaje clave, le lleva hasta la casa de Madame Proust, cuñada del escritor, viuda del doctor. Cuando entra recuerda su primera visita de años atrás y queda embelesado con todo, por segunda vez. El piso todo desordenado y en movimiento, listo para cerrar todo un capítulo de vida, y ahí mismo pide al vendedor que haga el trato con la mismísima Madame, para que ella pusiera los precios. No sabía la calaña de mujer, que ya la semana anterior había quemado más de la mitad de los papeles del escritor y lo que se había salvado había sido porque el Dr. Proust le había dado tal importancia, por lo que la mujer decide tomar un respiro de consideración, antes de hacer otra pira, y la hija de ambos ya había llevado parte a buen recaudo. Así, con una especie de desolación aunada a sorpresa y angustia se dirige Guerin a su casa, en espera.

No tenía ni idea de lo que en concreto le iban a traer. Ya había escuchado que pilas de libros que habían pertenecido a Marcel, habían sido despojados de la primera hoja, por contener dedicatorias que la cuñada consideraba inconvenientes y no quería que anduviesen por ahí causando mala impresión. La homosexualidad era aun  en Paris, un pesar en las familias.

Un día Werner, llega con una caja redonda que había alojado un sombrero, de un sombrerero famoso de Paris y ésta se convierte en el cofre del tesoro de Jaques.  Contenía fotografías varias, un ejemplar de uno de los libros del autor todo despedazado, otros papeles y dibujos del mismo escritor. Jaques, apenas y puede dar crédito de lo que ve, de lo que siente de lo que tiene entre manos, hasta las fotografías de los hermanos Proust de pequeños, habían sido desechadas.

Y por fin, tal vez por designios del mismo Proust, o como cada quien quiera nombrar a esos momentos clave de la vida que uno no sabe ni porque se nos dan, conversando de las aficiones del vendedor este de momento le dice: - ¡ah! y quiero contarle que cuando voy a pescar al rio, como soy muy friolento, Madame Proust me ha regalado el abrigo del escritor, es un buen abrigo y me lo pongo alrededor de las piernas mientras estoy en mi bote. -

Atónito, Jaques se queda sin habla. Se toma un momento y le pregunta:

- ¿Y, en donde se encuentra ese abrigo? -

-en el cobertizo de madera que tengo para poner todo lo que está en camino de ser desechado, mas como ahora hay mucho frio, aun me sirve para ir de pesca-.

De su boca solo pudo salir: -quiero ese abrigo aquí mismo, lo más pronto. -

Le pide ir al cobertizo y un día bajan hasta el sótano de su bodega y ahí mismo se encuentra con los muebles, y otros objetos de Proust. Lo compra todo.

Mucho antes de mandar a hacer una caja especial para poner el abrigo, Jaques mando refrescar, limpiar en lo posible y restaurar esa pieza. Le dijeron que era muy difícil de conservar y, aun así, pagó lo que fuera para lograr esa restauración.

En una caja de Teca, lo empacó, lo guardo entre papeles de seda y con letras grandes escribió: Manteau de Proust.

                                                       Es una verdad innegable, que cada persona llevamos un mundo completo dentro de nosotros mismos. Rescatar ese mundo ya en sí mismo es tarea obligada, pero rescatar los mundos de otros seres es algo que alude al genio de poder observar las cosas más insignificantes, con buena percepción, con el sentido creativo que contienen.

Mas adelante y ya con el paso de los años, fue que Jaques dona todo el conjunto de cosas de Marcel Proust al Musée Cernavalet. Existe toda un área dedicada a las habitaciones de Proust.

                                                                En lo personal, antes de este siglo, tuve una experiencia muy especial. Un día llegó hasta la puerta de nuestra casa una cajita blanca de tamaño mediano, y solo me dijo un muchacho (mozo de una de las hermanas de mi madre que vivía cerca de nosotros) -se lo manda su tía, que si lo quiere guardar o si no le interesa que lo tire-.

Cual fue nuestra sorpresa que entre otras cosas contenía cartas antiguas y recortes de algunos datos periodísticos, mas también se encontraban las tarjetas postales que mi abuela había recibido de familia y amigos, cuando vivió de niña y jovencita muchos años en Inglaterra. Enviada desde sus primeros años, estuvo varios sin venir a Mérida. Guardé con mucho cariño todo eso, leía las tarjetas con nostalgia de mi abuela, a quien solo traté hasta los 7 (siete) años de edad y le tenía con buenos recuerdos en mi mente y corazón. Al leer, se percibe cierta soledad de una niña, que solo regresó a la ciudad para casarse con un marido asignado a quien nunca había visto. Fue un buen hombre mi abuelo, por gracia de Dios.

Pasan algunos años de esto, y un día, un buen amigo de nosotros que también aprecia las cosas antiguas y que llevan esa valía de los años, llega a nuestra casa y me dice: -mira, me encontré estas tarjetas de X-tel (apodo de mi abuela en maya), en un anticuario del centro, y te las compré-, y me las da de regaló. Yo, un tanto azorada por no recordar el apodo de la mujer, le pregunto, y me dice -es tu abuela-

No se imaginaba nuestro amigo como me estaba dando tanta felicidad, el cierre de un círculo de la historia de nuestra familia.  Estas tarjetas eran el complemento de las que había yo recibido antes. Al comparar fechas todo fue cuadrando y eran correspondientes a un intercambio que duró varios años.

  Saber conservar lo valioso, es un acto de buena voluntad aunado a sensibilidad. La escritora Paloma Bello, en su libro titulado: -Apuntes desde mi casa- ésta nos relata con amenidad y tino algo muy emotivo, de cómo un amigo suyo en Nuevo Laredo hizo un enorme rescate. Resulta que cierra el periódico -El Ciudadano- de esa ciudad, y su amigo Raymundo Ríos Mayo descubre que miles de fotografías y papeles valiosos iban a ser parte de una pira. Este señor, ni tardo ni perezoso las toma prácticamente de la basura y las resguarda para siempre. Paloma, tuvo oportunidad no solo de hacer una entrevista al amigo, sino de visitar el archivo de éste, y observar como lo había ordenado en su propia casa. Y, nos pregunta la autora: - ¿En dónde guardamos los recuerdos más queridos? - ¿En la memoria? ¿O en el corazón? – yo creo que, en los dos sitios, pero hay algunos a los que habrá que hacerles espacio en resguardos más terrenales. MJ

-Libro: El abrigo de Proust.

Lorenza Foschini. (Traducción y prefacio de: Hugo Beccacece.) Ed. Impedimenta.

-YouTube: Pequeña pieza de interpretación teatral del libro de Lorenza:

Gerard Pesson: Trois contes: Le manteau de Proust.

-Libro: Apuntes desde mi casa.

Paloma Bello. Cía. Editora de la Península. S.A.de C.V.