D.L.V.D. Creatividad, es actitud. (14)
Las cosas, esas cosas materiales que a veces
creemos insignificantes, si comprendemos sus derroteros creativos, se
convierten en verdaderos tesoros. MJ
Eso mismo pasó
con el abrigo personal de Marcel Proust.
Cierro este último texto de la serie creatividad y actitud,
con algunos comentarios que nos permitirán comprender como es que actúa la
sensibilidad en las vidas humanas.
Fue necesario que
un ser sensible, lleno de curiosidad por el entorno del autor y más que nada un
coleccionista de los manuscritos que iban a ser desechados sin piedad y bajo
las premisas de una ignorancia increíble, se diera cuenta de que estaba ante la
posibilidad de rescatar una pieza muy emblemática de la vida de Marcel Proust:
su abrigo personal.
Jaques Guerín lo logró, y vale mucho la pena saber un
poco al respecto.
La historia vuela ante nuestros ojos de una manera
vertiginosa, los acontecimientos más valiosos se dan a partir de 1935, cuando el
perfumista parisino, casi con la misma premisa de la obra, fue en busca del
abrigo perdido. Deseaba yo poder leer ese pequeño libro. Sabía yo misma y me lo presentía que ese era
un buen texto. Antes que nada, respecto a la autora hay que decir que es muy
perspicaz, Lorenza Foschini, aclara que todo, absolutamente todo lo que relata
en el libro es verdad. La ficción es fascinante, mas en lo personal, me puede causar la emoción más
grande saber que lo que leo es todo cierto y la vida de creatividad se nos
presenta tal cual. Mis lentes los tuve
que limpiar varias veces, porque el texto me apresó varias horas de la noche y
madrugada.
No es un texto largo, Se puede leer en una tarde con un
buen café.
Y, es así como se rescató el abrigo.
Un magnate de la perfumería francesa, recordó que, en un momento de su
vida pasada, ahí por el año 1929 había sido atendido por el hermano de Proust,
un médico prominente de su época. En esa ocasión el médico le había enseñado
parte de los manuscritos que él mismo guardaba, del hermano escritor. Los
compartió con él cuando este joven volvió a su casa a darle un agradecimiento
personal por haber sanado. Las percepciones de sabuesos humanos, que van
tras cosas trascendentes (pero muy insignificantes para otros seres humanos en
el área de las antigüedades) huelen el valor de las cosas del pasado, de
todo eso que a veces creemos objetos sin sentido y que, así como para algunas
personas deben irse directo al bote de la basura, otros seres suelen considerarlas
cosas que pueden representar una vida entera.
Y dice la autora: -Las cosas más comunes, de hecho,
pueden revelar escenarios de inusitada pasión-. Y continua, -La belleza siempre
es rara- frase de Charles Baudelaire, y que cala todo el texto de Foschini.
El abrigo de Proust, es un abrigo que decidió
vivir.
De un color extraño y a la vez elegante, como lo es el
color gris tórtola, de doble abotonadura al frente, fila de tres botones por
lado, forro y solapas de nutria en negro.
¿Cuántas veces durante la enorme obra del autor este
abrigo está presente, muy presente y no sabemos nada más que era parte
inevitable de todas sus salidas y todas sus llegadas? Porque se dice claramente
que, al llegar a su cama, desde la que escribía apoyado en una mesita lateral,
o a veces sosteniendo el cuaderno con una mano y escribiendo con la otra, el
abrigo había sido tendido en el centro para mitigar los fríos parisinos.
Jaques Guerin, el
perfumista, quien pudo haber sido un psicópata y haberse suicidado tras la
infancia difícil qué llevó, supo transformar los reveces de su propia vida en
aciertos.
Logra superar todas las inconveniencias. A decir verdad,
en su vida material llevo un estilo más que acomodado, más bien de lujos escogidos.
Vivió casi hasta los cien años.
Al morir su madre, a quien no vio ni trató con
frecuencia, sino tan solo por visitas o salidas esporádicas (un caso de
mujer con una vida muy singular) le hereda todo.
Todo lo de la casa
de perfumes lo continúa y lo lleva al éxito, mas sus pasiones estaban en otros
lados, él seguía con fruición los caminos de los legados de Proust, y así es
como se va haciendo de todo lo inimaginable para que mucho pudiera conservarse.
En su casa de las afueras de Paris, tenía una muy
especial colección de libros raros, originales preciosos, cartas manuscritas,
así como objetos encontrados en los mercados de tiliches que él
frecuentaba.
Un día cualquiera, al salir de sus hermosos almacenes en
Paris, se da cuenta de que enfrente había un pequeño negocio de libros antiguos
y otras cosas, al que nunca había entrado, y decide hacerlo. Ahí el dueño le
relata que apenas hacía unos días había recibido un montón de papeles, cartas
etc. de Proust y que se las podría vender, pero no sin antes ordenarlas. Entre
tanto, acomodándose los lentes con nerviosismo (tic que le caracteriza) escucha
que está por llegar el hombre que le ha traído todo al dueño de la tienda. Es
así, como conoce a Werner, una especie de ropavejero y anticuario, pescador y
vendedor. Este personaje clave, le lleva hasta la casa de Madame Proust, cuñada
del escritor, viuda del doctor. Cuando entra recuerda su primera visita de años
atrás y queda embelesado con todo, por segunda vez. El piso todo desordenado y
en movimiento, listo para cerrar todo un capítulo de vida, y ahí mismo pide al
vendedor que haga el trato con la mismísima Madame, para que ella pusiera los
precios. No sabía la calaña de mujer, que ya la semana anterior había quemado más
de la mitad de los papeles del escritor y lo que se había salvado había sido
porque el Dr. Proust le había dado tal importancia, por lo que la mujer decide
tomar un respiro de consideración, antes de hacer otra pira, y la hija de ambos
ya había llevado parte a buen recaudo. Así, con una especie de desolación
aunada a sorpresa y angustia se dirige Guerin a su casa, en espera.
No tenía ni idea de lo que en concreto le iban a traer.
Ya había escuchado que pilas de libros que habían pertenecido a Marcel, habían
sido despojados de la primera hoja, por contener dedicatorias que la cuñada
consideraba inconvenientes y no quería que anduviesen por ahí causando
mala impresión. La homosexualidad era aun en Paris, un pesar en las familias.
Un día Werner, llega con una caja redonda que había
alojado un sombrero, de un sombrerero famoso de Paris y ésta se convierte en el
cofre del tesoro de Jaques. Contenía fotografías varias, un ejemplar de
uno de los libros del autor todo despedazado, otros papeles y dibujos del mismo
escritor. Jaques, apenas y puede dar crédito de lo que ve, de lo que siente de
lo que tiene entre manos, hasta las fotografías de los hermanos Proust de
pequeños, habían sido desechadas.
Y por fin, tal vez por designios del mismo Proust, o como
cada quien quiera nombrar a esos momentos clave de la vida que uno no sabe ni
porque se nos dan, conversando de las aficiones del vendedor este de momento le
dice: - ¡ah! y quiero contarle que cuando voy a pescar al rio, como soy muy
friolento, Madame Proust me ha regalado el abrigo del escritor, es un buen
abrigo y me lo pongo alrededor de las piernas mientras estoy en mi bote. -
Atónito, Jaques se queda sin habla. Se toma un momento y
le pregunta:
- ¿Y, en donde se encuentra ese abrigo? -
-en el cobertizo de madera que tengo para poner todo lo
que está en camino de ser desechado, mas como ahora hay mucho frio, aun me
sirve para ir de pesca-.
De su boca solo pudo salir: -quiero ese abrigo aquí
mismo, lo más pronto. -
Le pide ir al cobertizo y un día bajan hasta el sótano de
su bodega y ahí mismo se encuentra con los muebles, y otros objetos de Proust. Lo
compra todo.
Mucho antes de mandar a hacer una caja especial para poner
el abrigo, Jaques mando refrescar, limpiar en lo posible y restaurar esa pieza.
Le dijeron que era muy difícil de conservar y, aun así, pagó lo que fuera para
lograr esa restauración.
En una caja de Teca, lo empacó, lo guardo entre papeles
de seda y con letras grandes escribió: Manteau de Proust.
Es una verdad innegable,
que cada persona llevamos un mundo completo dentro de nosotros mismos. Rescatar
ese mundo ya en sí mismo es tarea obligada, pero rescatar los mundos de otros
seres es algo que alude al genio de poder observar las cosas más
insignificantes, con buena percepción, con el sentido creativo que contienen.
Mas adelante y ya con el paso de los años, fue que Jaques
dona todo el conjunto de cosas de Marcel Proust al Musée Cernavalet. Existe
toda un área dedicada a las habitaciones de Proust.
En lo personal, antes de este siglo, tuve una experiencia muy especial.
Un día llegó hasta la puerta de nuestra casa una cajita blanca de tamaño
mediano, y solo me dijo un muchacho (mozo de una de las hermanas de mi madre
que vivía cerca de nosotros) -se lo manda su tía, que si lo quiere guardar o si
no le interesa que lo tire-.
Cual fue nuestra sorpresa que entre otras cosas contenía
cartas antiguas y recortes de algunos datos periodísticos, mas también se
encontraban las tarjetas postales que mi abuela había recibido de familia y
amigos, cuando vivió de niña y jovencita muchos años en Inglaterra. Enviada
desde sus primeros años, estuvo varios sin venir a Mérida. Guardé con mucho
cariño todo eso, leía las tarjetas con nostalgia de mi abuela, a quien solo traté
hasta los 7 (siete) años de edad y le tenía con buenos recuerdos en mi mente y
corazón. Al leer, se percibe cierta soledad de una niña, que solo regresó a la
ciudad para casarse con un marido asignado a quien nunca había visto. Fue un
buen hombre mi abuelo, por gracia de Dios.
Pasan algunos años de esto, y un día, un buen amigo de
nosotros que también aprecia las cosas antiguas y que llevan esa valía de los
años, llega a nuestra casa y me dice: -mira, me encontré estas tarjetas de X-tel
(apodo de mi abuela en maya), en un anticuario del centro, y te las compré-, y
me las da de regaló. Yo, un tanto azorada por no recordar el apodo de la mujer,
le pregunto, y me dice -es tu abuela-
No se imaginaba nuestro amigo como me estaba dando tanta
felicidad, el cierre de un círculo de la historia de nuestra familia. Estas tarjetas eran el complemento de las que
había yo recibido antes. Al comparar fechas todo fue cuadrando y eran
correspondientes a un intercambio que duró varios años.
Saber conservar lo
valioso, es un acto de buena voluntad aunado a sensibilidad. La escritora
Paloma Bello, en su libro titulado: -Apuntes desde mi casa- ésta nos relata con
amenidad y tino algo muy emotivo, de cómo un amigo suyo en Nuevo Laredo hizo un
enorme rescate. Resulta que cierra el periódico -El Ciudadano- de esa ciudad, y
su amigo Raymundo Ríos Mayo descubre que miles de fotografías y papeles
valiosos iban a ser parte de una pira. Este señor, ni tardo ni perezoso las
toma prácticamente de la basura y las resguarda para siempre. Paloma, tuvo
oportunidad no solo de hacer una entrevista al amigo, sino de visitar el
archivo de éste, y observar como lo había ordenado en su propia casa. Y, nos
pregunta la autora: - ¿En dónde guardamos los recuerdos más queridos? - ¿En la
memoria? ¿O en el corazón? – yo creo que, en los dos sitios, pero hay algunos a
los que habrá que hacerles espacio en resguardos más terrenales. MJ
-Libro: El abrigo de Proust.
Lorenza Foschini. (Traducción y prefacio de: Hugo
Beccacece.) Ed. Impedimenta.
-YouTube: Pequeña pieza de interpretación teatral del
libro de Lorenza:
Gerard Pesson: Trois contes: Le manteau de Proust.
-Libro: Apuntes desde mi casa.
Paloma Bello. Cía. Editora de la Península. S.A.de C.V.