De
la vida diaria.
De
natura (2)
Cazar,
implica mucho más que tomar una presa, hay un aprendizaje de comunión con la
naturaleza. MJ
Cuando
íbamos de cacería de patos había un cumulo de actividades complementarias que daban
mucha diversidad al evento, un aprecio de la natura fluido y extenso, así como aprendizajes varios, estoy segura que los
adultos iban más por el gozo de compartir con sus amigos y la naturaleza, y un
necesario cambio de rutina. El regreso al cocal era muy activo y aleccionador.
Todos ayudábamos a subir los enceres de vuelta, los jeeps que nos recogían a la
orilla del camino de la ciénaga iban bien cargados y los patos en las neveras dispuestas.
Cada pieza cazada tenía un valor realmente estimado. Aprendíamos a colaborar en
todo y a recordar que la disciplina es una gran aliada para hacer de la vida
algo más disfrutable. Llegábamos al
cocal cerca del mediodía, observábamos como los expertos hacían muy hábilmente
el desplume y acicale de esos ejemplares que se cocinarían unos días después
por las madres, que esperando en la ciudad de Mérida los pondrían en las mesas,
en guisos a la naranja agria, a la naranja dulce o lo más yucateco, con
achiote. El pato es un manjar al paladar.
Ahí
mismo en el Rancho había otra manera de pasar las horas con el adiestramiento
que provenía de nuestros padres y tíos que a fin de cuentas eran todos de todos, les decíamos tíos a los amigos
de nuestro padre, era una convivencia
muy sana. Nos enseñaban a remar en canoas que entre todos sacábamos al mar, así
como a tirar al blanco (mi padre había hecho un rifle calibre 22 muy pequeño y
bonito) llevaban rifles de munición, se afinaba la puntería con latas viejas,
botellas de vidrio o cocos secos que se situaban en los bordes del cocal. Todo
con extrema supervisión y cuidado.
Solo
hemos venido a percibir lo mejor que se nos presente en este mundo. Antes bien,
habremos de tener claro qué significa ese mejor, que no
es lo mismo para todos, el limo vital que nos va transformando está
presente siempre, aun en la adultez.
El
baño de mar era ineludible, volvíamos con ilusión a gozar de las canoas, el
Golfo de México que al medio día con los vientos forma olas que dan la impresión como de que sonríen, el
roce de la brisa las levanta y van apareciendo como crestas blancas en ese
extenso mar, límpido y transparente.
Después
de un buen baño de mar y bastante ejercicio, nos esperaba una comida hecha con dedicación por los encargados del
Rancho y servida en una mesa rustica y
ordenada, las más de las veces en este primer día se comían conejo en achiote, arroz
blanco con plátanos fritos y frijol negro. Se gozaba mucho compartiendo, para
luego pasar los adultos a las hamacas a la consabida siesta, mismo tiempo que
los niños utilizábamos para ir en busca de alguna sorpresa, como animales
pegados a los troncos de las palmeras (carapachos de cigarras) o conchas
especiales en la playa, las conchitas rosadas
eran mis preferidas y pedía a los primos me las dieran, bivalvas muy frágiles y
no muy abundantes que aparecen ya despegadas. Por la tarde iríamos a la visita
al Faro, quedaba a unas cuantas cuadras de ahí y se podía ir a pie, algunas
veces se podía coincidir con el farero y ver como se encendía. Aprendimos todos
los niños que participamos en estas aventuras que a los insectos más que
temerles hay que aprender a conocerles y respetarles y así saber que tanto se
puede o no interactuar con ellos. En esos lares playeros y tan cercanos a los
esteros de la costa siempre hay mucho que aprender de bichos. Las tarántulas,
los ejemplares de Toloc (iguana yucateca) en sus diversos tamaños y ni que
decir de aves marinas a tutti plen. En
lo personal siempre fui muy miedosa, así que estaba muy alerta de los alacranes
que no faltaban, fueran rubios o morenos daba igual.
La
vegetación siempre llamó mucho mi atención, baja o alta siempre he disfrutado
de sus coloridos.
La
vida no está comprada, y como niños vamos aprendiendo a entenderlo poco a poco
con la muerte presente en la naturaleza.
En
una ocasión nos tocó ver a una enorme serpiente enroscada en una poceta de
palmera, digería completo uno de los pavos del encargado, él mismo nos llevó a
ver el espectáculo aterrador y de inmovilidad, tanto para el reptil (se pasa
varios días sin moverse hasta que digiere todo) y para nosotros ya que
quedábamos paralizados entre miedo y asombro, ese encuentro que en verdad es un
enfrentamiento con una realidad especial. El dueño del pavo parecía asumir con conocimiento el asunto, daba la impresión de
aceptar el hecho como un proceso de supervivencia. Era un espectáculo muy
impresionante ya que la protuberancia del ave enorme aún se podía percibir
completa bajo la piel del reptil y casi se apreciaba la forma dentro de ese
cuerpo largo y enroscado y que para nosotros los niños resultaban inverosímil
que algo así hubiera sucedido. Nunca estamos preparados para la muerte, mas
estos episodios nos van familiarizando con ella.
Ya
adultos mis hijos, vivimos un episodio que nos marcó a todos. Era sábado temprano
y mi marido que regaba en el jardín noto que el perro Golden jugaba con algo
dando saltitos, decidió acercarse y se dio cuenta que era un enorme sapo que le
resulto al perro atractivo, nunca lo hubiera hecho, este ejemplar nada pequeño
le había rociado con un veneno mortal, en veinte minutos el animal convulsionó
y murió. Llamamos al veterinario que llego bastante rápido para decirnos que la
letalidad de ese sapo había sido contundente. Todos quedamos muy afectados
aceptándolo. No tenía el perro ni una herida ni nada, solo un líquido que nadie
vio. Mi esposo se negó a tener otro perro por mucho tiempo, tuvo que esperarse
para aceptar a un nuevo ejemplar, porque la muerte, aunque la sabemos parte, es
un gran dolor y tiene su propio proceso.
Elizabeth Kubler Ross que ha hablado mucho de los procesos de duelo y de que el
alma después de dejar el cuerpo sigue su propio camino, tenía un marido
incrédulo. Manny no creía que hubiese nada después de dejar el cuerpo, un día,
hablando con su hija Bárbara le dijo, - créeme que si me voy y hay algo mas
allá, verás rosas en la nieve- Y, cual fue la sorpresa tanto de la madre como
de la hija, que después de la muerte de Manny ¡vieron rosas en la nieve! ¿Coincidencia?
En
nuestros entornos cercanos siempre tendremos mucho que apreciar y gozar de la naturaleza.
Solo es cuestión de estar más atentos. Cerca de casa hay unos grandes Ficus que
tiran al suelo infinidad de frutitos que secos quedan duros, al pisarlos hacen
un ruido que los niños disfrutan y han denominado carach, ya que al caminar sobre ellos así es el sonido bajo los
pies. Es muy divertido.
En
la ventana del cuarto pequeño que nos da cobijo la mayor parte del día en casa,
habitan varias lagartijas. Nos encanta observarlas en sus ires y venires sobre
el hierro de la ventana. Una es negra azabache y por el contraste se distingue
la luz de sus pequeños ojos, otra parece un dinosaurio, a ratos balancea una
protuberancia rojo/naranja a lo largo de su garganta, que cuando está a
contraluz se ve brillosa y transparente. Mi nieto me ha preguntado si es un
dinosaurio bebé, y claro que le dije que algo parecido. Aunque no se perciba
del todo, este pequeño animal está pendiente de los ruidos y movimientos a su
alrededor y he observado que la presencia de pájaros en las piletas cercanas le
perturba, si las aves cantan y beben, ella permanece en resguardo. Ese pequeño
monstruo de la natura que habita hoy en el siglo XXI tiene muy claros sus
resguardos y sus salidas.
¿Será
que nosotros tenemos claros los
nuestros?
Las
grandes iguanas también tienen sus casas debajo de algunos pisos de cemento o
piedras, salen más bien a las horas más tranquilas de buen sol, a tomar un rato
de calor. Un Toloc enorme tuvo un
encuentro cercano con la gata de casa, no paso a más, el rasguño sanó con
buenas indicaciones de la veterinaria y aprendieron a mantener sus distancias,
pasean a sus anchas bien marcados los
límites. En la terraza por donde corretean las ardillas también se asolea uno
de estos que en estado adulto hasta parecen dragones, a veces me desafía acercándose
muchísimo al ventanal, esplendido y muy horondo con la cresta levantada se
queda muy fijo mirándome a través del cristal, entornando la gran cabeza de
lado a lado parece preguntar qué hago ahí, y lo mismo le pregunto yo, lo único que va y viene son los silencios.
Arrastra su enorme cola con parsimonia, una vez que me ha observado bien,
regresa a sus aposentos bajo tierra. Ya tiene nombre, se lo ha puesto mi nieto
que goza viéndole por el jardín, según nos ha dicho se llama: Tac. (Continuará) MJ