jueves, 28 de abril de 2022

 

De la vida diaria.

De natura (2)

Cazar, implica mucho más que tomar una presa, hay un aprendizaje de comunión con la naturaleza.  MJ

Cuando íbamos de cacería de patos había un cumulo de actividades complementarias que daban mucha diversidad al evento, un aprecio de la natura fluido y extenso, así como  aprendizajes varios, estoy segura que los adultos iban más por el gozo de compartir con sus amigos y la naturaleza, y un necesario cambio de rutina. El regreso al cocal era muy activo y aleccionador. Todos ayudábamos a subir los enceres de vuelta, los jeeps  que nos recogían a la orilla del camino de la ciénaga iban bien cargados y los patos en las neveras dispuestas. Cada pieza cazada tenía un valor realmente estimado. Aprendíamos a colaborar en todo y a recordar que la disciplina es una gran aliada para hacer de la vida algo más disfrutable.  Llegábamos al cocal cerca del mediodía, observábamos como los expertos hacían muy hábilmente el desplume y acicale de esos ejemplares que se cocinarían unos días después por las madres, que esperando en la ciudad de Mérida los pondrían en las mesas, en guisos a la naranja agria, a la naranja dulce o lo más yucateco, con achiote. El pato es un manjar al paladar.

Ahí mismo en el Rancho había otra manera de pasar las horas con el adiestramiento que provenía de nuestros padres y tíos que a fin de cuentas eran  todos de todos, les decíamos tíos a los amigos de nuestro padre,  era una convivencia muy sana. Nos enseñaban a remar en canoas que entre todos sacábamos al mar, así como a tirar al blanco (mi padre había hecho un rifle calibre 22 muy pequeño y bonito) llevaban rifles de munición, se afinaba la puntería con latas viejas, botellas de vidrio o cocos secos que se situaban en los bordes del cocal. Todo con extrema supervisión y cuidado.

Solo hemos venido a percibir lo mejor que se nos presente en este mundo. Antes bien, habremos de tener claro  qué significa ese mejor, que no es lo mismo para todos, el limo vital que nos va transformando está presente siempre, aun en la adultez.

El baño de mar era ineludible, volvíamos con ilusión a gozar de las canoas, el Golfo de México que al medio día con los vientos forma olas  que dan la impresión como de que sonríen, el roce de la brisa las levanta y van apareciendo como crestas blancas en ese extenso mar, límpido y transparente.

Después de un buen baño de mar y bastante ejercicio, nos esperaba una comida  hecha con dedicación por los encargados del Rancho y  servida en una mesa rustica y ordenada, las más de las veces en este primer día se comían conejo en achiote,   arroz blanco con plátanos fritos y frijol negro. Se gozaba mucho compartiendo, para luego pasar los adultos a las hamacas a la consabida siesta, mismo tiempo que los niños utilizábamos para ir en busca de alguna sorpresa, como animales pegados a los troncos de las palmeras (carapachos de cigarras) o conchas especiales en la playa, las conchitas rosadas eran mis preferidas y pedía a los primos me las dieran, bivalvas muy frágiles y no muy abundantes que aparecen ya despegadas. Por la tarde iríamos a la visita al Faro, quedaba a unas cuantas cuadras de ahí y se podía ir a pie, algunas veces se podía coincidir con el farero y ver como se encendía. Aprendimos todos los niños que participamos en estas aventuras que a los insectos más que temerles hay que aprender a conocerles y respetarles y así saber que tanto se puede o no interactuar con ellos. En esos lares playeros y tan cercanos a los esteros de la costa siempre hay mucho que aprender de bichos. Las tarántulas, los ejemplares de Toloc (iguana yucateca) en sus diversos tamaños y ni que decir de aves marinas a tutti plen. En lo personal siempre fui muy miedosa, así que estaba muy alerta de los alacranes que no faltaban, fueran rubios o morenos daba igual.

La vegetación siempre llamó mucho mi atención, baja o alta siempre he disfrutado de sus coloridos.

La vida no está comprada, y como niños vamos aprendiendo a entenderlo poco a poco con la muerte presente en la naturaleza.

En una ocasión nos tocó ver a una enorme serpiente enroscada en una poceta de palmera, digería completo uno de los pavos del encargado, él mismo nos llevó a ver el espectáculo aterrador y de inmovilidad, tanto para el reptil (se pasa varios días sin moverse hasta que digiere todo) y para nosotros ya que quedábamos paralizados entre miedo y asombro, ese encuentro que en verdad es un enfrentamiento con una realidad especial. El dueño del pavo parecía asumir con  conocimiento el asunto, daba la impresión de aceptar el hecho como un proceso de supervivencia. Era un espectáculo muy impresionante ya que la protuberancia del ave enorme aún se podía percibir completa bajo la piel del reptil y casi se apreciaba la forma dentro de ese cuerpo largo y enroscado y que para nosotros los niños resultaban inverosímil que algo así hubiera sucedido. Nunca estamos preparados para la muerte, mas estos episodios nos van familiarizando con ella.

Ya adultos mis hijos, vivimos un episodio que nos marcó a todos. Era sábado temprano y mi marido que regaba en el jardín noto que el perro Golden jugaba con algo dando saltitos, decidió acercarse y se dio cuenta que era un enorme sapo que le resulto al perro atractivo, nunca lo hubiera hecho, este ejemplar nada pequeño le había rociado con un veneno mortal, en veinte minutos el animal convulsionó y murió. Llamamos al veterinario que llego bastante rápido para decirnos que la letalidad de ese sapo había sido contundente. Todos quedamos muy afectados aceptándolo. No tenía el perro ni una herida ni nada, solo un líquido que nadie vio. Mi esposo se negó a tener otro perro por mucho tiempo, tuvo que esperarse para aceptar a un nuevo ejemplar, porque la muerte, aunque la sabemos parte, es un gran  dolor y tiene su propio proceso. Elizabeth Kubler Ross que ha hablado mucho de los procesos de duelo y de que el alma después de dejar el cuerpo sigue su propio camino, tenía un marido incrédulo. Manny no creía que hubiese nada después de dejar el cuerpo, un día, hablando con su hija Bárbara le dijo, - créeme que si me voy y hay algo mas allá, verás rosas en la nieve- Y, cual fue la sorpresa tanto de la madre como de la hija, que después de la muerte de Manny ¡vieron rosas en la nieve!  ¿Coincidencia?

En nuestros entornos cercanos siempre tendremos mucho que apreciar y gozar de la naturaleza. Solo es cuestión de estar más atentos. Cerca de casa hay unos grandes Ficus que tiran al suelo infinidad de frutitos que secos quedan duros, al pisarlos hacen un ruido que los niños disfrutan y han denominado carach, ya que al caminar sobre ellos así es el sonido bajo los pies. Es muy divertido.

En la ventana del cuarto pequeño que nos da cobijo la mayor parte del día en casa, habitan varias lagartijas. Nos encanta observarlas en sus ires y venires sobre el hierro de la ventana. Una es negra azabache y por el contraste se distingue la luz de sus pequeños ojos, otra parece un dinosaurio, a ratos balancea una protuberancia rojo/naranja a lo largo de su garganta, que cuando  está a contraluz se ve brillosa y transparente. Mi nieto me ha preguntado si es un dinosaurio bebé, y claro que le dije que algo parecido. Aunque no se perciba del todo, este pequeño animal está pendiente de los ruidos y movimientos a su alrededor y he observado que la presencia de pájaros en las piletas cercanas le perturba, si las aves cantan y beben, ella permanece en resguardo. Ese pequeño monstruo de la natura que habita hoy en el siglo XXI tiene muy claros sus resguardos y sus salidas.

¿Será que nosotros tenemos claros  los nuestros?

Las grandes iguanas también tienen sus casas debajo de algunos pisos de cemento o piedras, salen más bien a las horas más tranquilas de buen sol, a tomar un rato de calor. Un Toloc enorme tuvo un encuentro cercano con la gata de casa, no paso a más, el rasguño sanó con buenas indicaciones de la veterinaria y aprendieron a mantener sus distancias, pasean a sus anchas bien  marcados los límites. En la terraza por donde corretean las ardillas también se asolea uno de estos que en estado adulto hasta parecen dragones, a veces me desafía acercándose muchísimo al ventanal, esplendido y muy horondo con la cresta levantada se queda muy fijo mirándome a través del cristal, entornando la gran cabeza de lado a lado parece preguntar qué hago  ahí, y lo mismo le pregunto yo,  lo único que va y viene son los silencios. Arrastra su enorme cola con parsimonia, una vez que me ha observado bien, regresa a sus aposentos bajo tierra. Ya tiene nombre, se lo ha puesto mi nieto que goza viéndole por el jardín, según nos ha dicho se llama: Tac. (Continuará) MJ

         

 

jueves, 21 de abril de 2022

 

De la vida diaria.

De natura.(1)

El orden es el molde del que depende la belleza. Pearl S. Buck.

Cuando somos niños es el momento perfecto para percibir y sentir al viento sobre la piel. Es ahí mismo en nuestros primeros años de vida en donde se fijan todos los aires de natura en nuestro ser y así se crea en nosotros la sensibilidad necesaria, esa misma que preserva la paz y ayuda a la comprensión de cómo nos significa lo natural. No creo que ningún niño al que se le promueva el amor a la naturaleza llegue a sentir jamás desvinculación social (asunto que es una de las premisas que propicia la violencia) así  como que la actividad al aire libre nos vacuna contra la insensibilidad respecto al cuidado del medio ambiente. El sol nos pega diferente durante la infancia y deja buenas huellas en el alma. En esos momentos de nuestros primeros años no sabemos aún de los estragos que puede hacer si se abusa de su calor. Sentir a la naturaleza y percibirla con más atención permite tener claridad con lo que nos resuena como belleza y el horizonte y amplitud de disfrutar coloridos y formas se expande. La naturaleza ante todo es orden, un orden que parece por momentos desordenado por su movilidad y como que sin mayor simetría evidente en algunos casos, hasta hemos creído (más en las últimas épocas) que somos dueños de esos ámbitos y que nos han de servir. Nos hemos servido con la cuchara grande, y aunque es sabia la vida natural y se auto cura siempre, ya es momento de ser más respetuosos. El mundo no necesita de nosotros y hoy día ya nos avisa: somos nosotros quienes sí necesitamos del orbe entero.  Lo natural se ordena de maneras insólitas y  bien definidas, sus sistemas siempre  propician vida. De niños notamos como se repiten las formas, al observar la  abundancia y vastedad creemos que todo será eterno. Ese orden que se da en las hojas de los árboles con su singular ovalo y otras formaciones cuando lo comprendemos mejor,  podemos saber que la naturaleza se presenta en lo físico en forma fractal o lo que es lo mismo: formas geométricas que contienen estructuras detalladas en escalas arbitrariamente pequeñas en una simetría expansiva que se encuentra en la base de todo. Cuando descubrimos una hojuela de nieve (snowflake) vemos esas estructuras como de flores o pequeños mandalas parecidas siempre, nunca iguales. Hay mucha similitud, más nunca repetición exacta.

Al ser parte nosotros mismos de la naturaleza se nos puede pasar por alto la visión  de asombro constante, hay que estar presentes, porque la vida del entorno solo requiere de nuestra buena mirada, esa que se ejercita.

Algunas mañanas tengo cerca de mí a una ardilla. No por su constante aparición deja de asombrarme, ya que conozco sus movimientos, mas nunca son los mismos. Este animalito no formó parte de mi niñez en ningún entorno, ya de adulta en el fraccionamiento en donde vivo de pronto se volvió parte del paisaje. Todos disfrutamos hoy día de su cercanía en las caminatas, mas no sé cuántos se detienen a observarla. Presurosa esta pequeña de cola ondulada se precipita a lo largo del tronco del árbol que ha escogido para hacer sus peripecias matutinas, yo detengo mi caminar porque siento que lo vale y le observo llenándome de ese grácil y rápido movimiento  con el que agita su curvada cola, gris y peluda, es una protuberancia bellísima  que se acentúa en la parte alta como con gracia única y con destellos de luz, ese movimiento le permite el equilibrio y  subir con garbo hasta las alturas de un almendro que le da frutos a montón para su alimento. Una mañana muy lluviosa de sábado, mis hijos y yo tuvimos que guarecernos de pronto ante el chaparrón que llego casi sin avisar y cual fue nuestra sorpresa que una gris ardilla hizo lo mismo, le habíamos estado viendo corretear y ante la lluvia no supimos mas, de pronto le encontramos bajo un cumulo de grandes hojas que habían formado un pequeño recinto natural con el viento y ella lo tomó de prisa, hecha bolita paso todo el aguacero con los ojos como pequeñas canicas negras bien abiertos, y uno de mis hijos pregunto ¿Esa es su casa? -de momento sí lo es, - le respondí- - ella tiene su casa en toda la naturaleza que le rodea- Los niños aprenden mucho de sus observaciones y hay que propiciarlas.  En otros momentos observamos a otras ardillas que deciden pasearse sobre muros y pretiles. En alguna ocasión le he dejado almendras  mismas que se desaparecen sin que yo vea quien se las comió. La ardilla no sabe lo fijos que hay que tener los ojos para poder verla con precisión, es rápida aunque de momento como que se detiene y sabe que es observada. Sus movimientos son  precisos y al mismo tiempo como nerviosos, llenos de vida. Todo este asunto podrá durar unos segundos nada más, pero puede cambiarnos el humor para todo el día.

La mente tiene una parte que se nutre de este asunto de observar la naturaleza. Hacerlo nos regenera y nos asienta.

En la primera década de mi vida cuando tenía yo unos ocho años de edad, comencé a participar de las aventuras de cacerías en las que acompañaba a mi padre. Me queda clarísimo que esto de cazar es algo que ya no se practica mayormente como deporte, sino solo ha quedado como parte de los entornos rurales en donde la cacería sí es un sustento de vida. El monte yucateco cercano fue en primera instancia el destino en el que aprendí los olores a hierba y nos aventurábamos por entre los henequenales aun dentro de lo agreste del suelo con sus piedras enormes y sus matorrales divinos. En estas ocasiones en busca de codornices, un perro pointer nos acompañaba siempre y muy diligente nos mostraba con su firme cola en donde se encontraban las preciadas aves que serían blanco de la caza. Así, muchas mañanas muy temprano fui con mi padre y aprendí de forma natural a amar el entorno. Nunca sentí que estuviéramos depredando o haciendo algo indebido, por lo que mi mente iba abierta a todo bien. Otras veces hacíamos caminatas para ir a algún lugar más lejano y entrar a la maleza baja sin temor y pisando fuerte, era para conocer algunos  arboles típicos escuchando sus nombres en maya de boca de la persona que nos acompañaba. La fractalidad no formaba parte de mis concepciones consientes, mas la sentía. Alguna vez nos tocó ver grandes víboras, el  acompañante nos aclaraba su tipo y peligrosidad y los cuidados al respecto. A veces nos tocaba ver algún ejemplar de zorro colorado dando saltitos entre las piedras y  algunas otras especies de menor tamaño.

Los días del diario vivir pueden hacerse tequiosos y abrumar con rutinas repetitivas, por lo que es bueno romper la inercia y salir, porque aunque creamos que lo hemos visto todo, ahí afuera hay mucho que nos permite apreciar y gozar de manera singular.

Además de las salidas a montes cercanos a la ciudad, también comencé a participar de las cacerías de patos al norte de la península, adentrándonos en la ciénaga. Había que ir por varios días, nos quedábamos en un rancho pequeño formado por casas de paja frente al mar. Muy temprano partíamos, a las cuatro de la mañana sonaba el despertador de pulsera de uno de los amigos de mi padre y partíamos con las chalanas ya cargadas en la pick up. El roce de los pequeños barcos con la flora del fondo de la ciénaga baja, era un canto en sí mismo, íbamos apiñados unos con otros por ser época de frescos vientos en la península, arropados y atentos. En estas entradas a la ciénaga aprendí casi todas las constelaciones del cielo nocturno, ya que la hora de entrada era a las cinco de la mañana aun oscuro, las Osas mayor y menor, El cinturón de Orión y todas las demás. Los niños éramos cuidados atentísimamente por los adultos, nos pedían  no sacar los brazos fuera de la chalana por las  ramas espinosas. Nunca se olvidan esos sonidos que uno escucha en la enormidad del monte, en los años de infancia. Con movimientos lentos el chalanero maneja el bastón que con diligencia y habilidad siembra en el fango y con fuerza  hace avanzar el bote. Ya en el claro del monte de pronto aparece una laguna en donde se arma el resguardo para camuflaje, nos divertíamos situando a los patos de madera que son señuelos muy bien logrados para tal función. Se pide a todos silencio total, solo se escucha a los pequeños búhos y otras aves.  Los patos van llegando en parvadas pequeñas o a veces más nutridas. Se admira mucho a los más grandes llamados Sacales.  Los niños solíamos subirnos a las ramas cercanas y disfrutar de una vista desde lo alto. El olor a salinidad aunado a los primeros rayos solares naranja/rosado reflejados en el agua, hacían de este entorno un pequeño paraíso. Es ámbito ideal para los mosquitos que se daban gusto si no hacíamos aparecer el repelente. Toda la primera parte de la mañana  uno permanece lo mas quieto posible, para que los cazadores concentren su atención en la llegada de estos bellos patos canadienses. Se tiene un número determinado de ejemplares a tirar, ni uno más, tras los cuales cumplida la cuota se emprende el regreso.

                            La sabiduría intuitiva se va haciendo vivencia, se asienta. La naturaleza nos comunica su  ser  y aprendemos a tenerle respeto y admiración. (Continuará.) MJ

 

 

 

jueves, 14 de abril de 2022

 

De la vida diaria.

La temporalidad (3)

Solo se vive una vez, pero si se hace bien, con una vez basta. Joe.E.Lewis

 

Hemos podido compartir en estos anteriores textos como percibir y hacer del tiempo  un fiel acompañante, es algo que uno logra a voluntad. Mucho se piensa que se puede regresar  al mundo con un nuevo traje después de haber vivido en el cuerpo humano que se habita hoy, o lo que es lo mismo reencarnar, lo creamos o no, lo que todos tenemos claro es que esta vida sí que hay que vivirla a plenitud. La plenitud no se concibe con el mismo sentido  para todos, en lo personal, de no haber escrito todo lo que hoy día ya revisado pasa a una caja de resguardo, creo que me hubiese sentido a medias tintas, así que toda la tinta vertida con el paso del tiempo me queda más y más claro que no ha sido en vano. En los días de principios de siglo aun no lograba que la temporalidad tomase mejor asiento en mi mente como algo mucho más amigable que adverso, mas al fin lo logré. No habría podido llegar al pensamiento que me habita hoy, de no haber emprendido esta misión sin retorno. Es un hecho que la escritura nos puede entonar y hasta transformar la mirada que tenemos del mundo.  Escogidas las encomiendas y  los momentos, aun con cansancio acumulado de todo el día, sabemos que algunas actividades nos ayudan a la redondez interior para los últimos años de  vida. Nunca pienso que ya me estoy yendo de este mundo, prisa no tengo, más si sé que   el regreso a casa es natural y  mucho más si logramos sentir que lo vivido ha sido la mejor elección, nos iremos en paz. Es bueno ser conscientes de que de pronto todo esto se cierra y habremos de dejar el traje terrenal con dignidad.

Sin actitud pacífica la vida creativa se queda en sueños y nos conviene no dar demasiadas vueltas a los asuntos, más bien es   algo que mucho escuche en mi casa paterna: Tomar al toro por los cuernos y cambiar el derrotero si así se amerita.

Lo correcto no siempre es lo feliz, y es por eso que cuesta mucho aceptarlo. Tampoco lo conveniente es siempre lo deseable. En los postulados espirituales mucho se dice que hay que tener cuidado con lo que se desea, porque casi siempre se cumple y a veces nos sorprende por no ser exactamente lo que pensamos, se vuelve como una papa caliente entre las manos, hay que ejercitar el sentido de las preferencias.

¿Cómo decidir pues la acción que escogeremos? De entrada poner a raya el deseo y ejercitar mucho más  lo que preferimos.

¿De dónde nace la inquietud?

De las discrepancias mentales que trastocan el justo medio entre lo que pensamos  y lo que ocupa nuestro día a día.

Hace unos días en un documental se decía que en los seres vivos el tiempo se asienta en las células, el cerebro es capaz de percibirlo y dar al ser referencias de vida dependiendo si se vive a nivel del mar o en lo alto de una montaña. Muchos conocemos esto como adaptación y es una de las características  de nuestra especie, misma que nos ha permitido sobrevivir. La mayor parte de las veces hay que adaptarnos aunque lo que vivamos nada tenga que ver con lo que soñamos.

Los ciclos de las celebraciones también han sido preponderantes en nuestra especie, gracias a ellos se ha sabido utilizar la tierra con sus consabidos beneficios de épocas secas y épocas lluviosas. Algunas culturas que están más unidas a la vida del campo asocian las épocas de sequias con la masculinidad y las épocas de lluvias con la feminidad, por aquello de la fertilidad de las mujeres. Es algo bonito de observar, y notar como la gente del campo no se anda con rodeos, ahí sí que se aplica ese dicho de: Al pan pan y al vino vino.

El temple es un asunto de cultivo personal, tiene todo que ver con la vibración que nos habita, se dice que hay vibraciones que nos propician mejor la vida. Lo más conveniente es siempre propiciar la calma, algunos lugares del orbe lo tienen como algo cultural y así lo viven casi sin darse cuenta. En Japón existe una palabra especial para la armonía, si no me equivoco es Wa, y se aplica cuando la vida se percibe inquieta y es necesario que el ser en conjunción con buenas actitudes la propicien.

Antoine de Saint-Exupéry nos dice: No encontrarás la Paz si no cambias las cosas. Si no te conviertes tú mismo en vehículo, camino y movimiento.

Y como dice Santa Teresa de Jesús, lograr que nada nos turbe, que nada nos espante y saber de verdad que si solo Dios nos basta, habremos de percibirlo  como parte de un equilibrio pertinaz y presente de cada día. A Dios se le ha tratado muy mal, se le han achacado demasiadas figuras llevándosele y trayéndosele como un objeto, por lo que se nos ha confundido a la humanidad y a veces no sabemos en donde habita su esencia real. Llegar a ese momento vital de tener claro que nos significa la presencia de Dios en la vida personal, no solo es necesario es también algo que cada día nos ayuda a estar más entonados entre el tiempo que transcurre y lo que eso mismo nos significa. Ya adultos en verdad merecemos tener más claros nuestros tiempos, es un hecho que su paso se percibe diferente.

En épocas de mucha acción vital, esas de ir logrando la vida de cada día educando y viviendo para hacer de los hijos buenas personas, a veces uno añora que la vida muestre su justo medio. Nunca lo hace tan fácilmente. La palabra equilibrio abunda en mis escritos de principios de siglo, porque el ánimo añora el equilibrio siempre y aunque esa justeza no está ahí afuera esperando por nosotros, sabemos que nos acompaña y puede ser activado como un chip en espera. Nuestros padres sí que  libraron sus propias batallas, porque también es muy claro que las percepciones cambian con las épocas, mas la vida a partir de los últimos años del siglo pasado comenzó a cambiar, ya la visión se transformaba. Muchos pasajes he escrito cuando trataba de hacer ver a mi madre que sus angustias eran vanas, que no había porque tenerlas, salíamos a diligenciar y nos enfrascábamos en buenas pláticas. Visualizo los pasajes en los que interactué con mi padre y lo que prevalece en muchas de mis paginas son sus mutismos, con él más bien se hablaba en los silencios, las palabras salían sobrando, un ser que hizo de su tiempo libre un gozo en el ajedrez y la música clásica.  Cuando leo los pasajes me vienen a la mente los valses de Chopin con los que amanecía cada domingo, de niña recuerdo como él  iba a regañadientes a la misa de siete de la mañana a la que con frecuencia asistimos, para mi madre era como respirar, él le complacía yendo sin mucho convencimiento. Llevaba su misal y lo  compartía conmigo. No todos los humanos tenemos madera para seguir ritos y rituales demasiado específicos, mi madre era contundente en ese asunto, mientras él se sumergía en los renglones de su libro, observarle pasar con cuidado esas páginas frágiles de papel de arroz que  hojeaba con un cuidado sutilísimo  quedó plasmado en mi mente, aprendí el valor de manejar con cuidado un libro. Me defendía a capa y espada de las catequistas de la iglesia que se acercaban a llevarme con todos los niños, mi madre insistía en que yo fuera ahí con todos, mi padre entendía mejor la parte de mi ser más individual, dejando claro que si prefería sentarme junto a ellos, eso se haría. Me volvía a poner la mantilla en la coronilla y ahí me quedaba.  Al regresar de la iglesia era una fiesta, porque él preparaba los mejores french toast de la creación. Esa era una de sus  personales maneras de hacer oración.

 La temporalidad es una convención lograda  por los científicos. Se dice mucho que quien supera el concepto de tiempo de Newton (el del correr concreto de las horas inamovibles) y comprende el tiempo de  Einstein (el del correr relativo, que contiene espacios amplios y volutas) se da más propicio para mandar al apremio de paseo. Somos a fin de cuentas impermanentes nos dice el budismo y nos va quedando claro saber: estamos y al mismo tiempo  nos vamos.

En estos asuntos de la temporalidad no podemos soslayar el significado de la puntualidad, es un asunto más personal que otra cosa, mucho ya existe la costumbre de no ser puntuales ya que esto se observa como un mero convencionalismo que hasta llega a tomarse a veces como algo de buen gusto, mas cuando lo hacemos realmente viable y respetamos las horas acordadas con nuestros congéneres, nos hacemos un bien a nosotros mismos y aunque quien  espera no sea tan estricto y  a veces ni se de cuenta si fuimos puntuales  o no. MJ

 

 

 

 

jueves, 7 de abril de 2022

 

De la vida diaria.

La temporalidad (2)(Compartido)

Es la temporalidad una dimensión que necesita certidumbre de la voluntad. MJ

 

No siempre se elige pensando con claridad, las certezas están, mas el camino para que sean parte nuestra necesita elegirse a voluntad, por lo que ésta, debe estar bien dispuesta. Muchas veces nos apremia tanto la vida que preferimos darle curso a lo demandante, permitiendo que lo emotivo nos arrase  y alejarnos de ese espacio/tiempo para ver mejor. Todo lo emocional es muy necesario para ser observado y darle el curso que se merece. En mis textos en busca de un equilibrio adecuado, siempre hice enlistados de todos mis pendientes y a fin de mes solo revisaba para darme cuenta que fue más fuerte lo imperativo que lo deseado, ya que aún no me quedaba claro que el deseo es mucho más falaz que la elección. Elegir de pronto se vuelve difícil porque se confunde con lo que exige el día a día.

El tiempo no es oro, es solo tiempo. Lo más importante es no olvidar que es nuestro. Me molesta que digan que el tiempo es oro, como si fuera un objeto que tuviésemos  que atesorar, cuando en realidad ni hay que atesorar oro y mucho menos tiempo. Saber fluir dentro de los linderos temporales es todo un don, y nada más divertido que tener claro que esa dimensión convenida, no nos gana la partida.

Cuidar que lo que define y centra nuestra vida no sea puro aire. Como hemos podido comentar, la concentración es básica para no perdernos en las falaces creencias de que el tiempo nos traga, y si así lo llegásemos a sentir, tendríamos que pensar que eso en su momento es bueno, he escuchado por ahí: Tiempo que se va rápido… tiempo que se ha vivido bien.

Todo lo escrito me beneficia y ayuda a aclarar mejor como los asuntos teóricos a fin de cuentas solo son importantes cuando nos permiten hacer las diferencias en la acción, y la acción que dentro de una temporalidad fluye con sentido, ya no tiene más objetivo que ser disfrutada, compartida y se convierte en la base de la tan mentada felicidad.  Los asuntos de pareja al involucrar a los dos que la componen, a la hora del crecimiento de los hijos hacen las diferencias, con el tiempo a favor se observan estos beneficios,  mis tiempos de activa madre fueron bien compartidos.  Al final aunque el amor que une a las parejas se encuentra basado en postulados románticos, estos quedan supeditados a acciones asertivas de la vida que se ha elegido en común.

                        Así pues me ocuparé un poco de compartir como la temporalidad bien entendida hace la diferencia en nuestras vidas.

Unos años después de pisar el siglo XXI, escribí:

Cada momento es único.

Sentía el devenir tan agitado por momentos, no cumplía aun el medio siglo de vida y por instantes pensaba que había vivido ya demasiado intensamente, me urgía saber que la fuerza y sentido de cada experiencia era valiosa, y así lo empecé a disfrutar y plasmar, lo que marcaba cada día era redactado con parsimonia y felicidad, tenía que decírmelo. Con los apremios que se viven en el crecimiento de los hijos a veces uno quisiera salir volando por la ventana. Muchas cosas se comparten muy diferente de lo que se pensó o de lo que se creyó, por lo que reajustar los puntos de vista requiere de un esfuerzo adicional, mismo que a veces molesta y cansa  ya que pareciera que al no estar en lo pensado de antemano, todo se podría convertir en desdicha.  Es otra falacia de la anti madurez: creer que lo que se piensa y sueña se vivirá tal cual.

Concentrados, la acción vital se aclara.

Es algo natural desconcentrarnos, se vuelve imperativo repensar de cuando en cuando, y aunque no se disponga de mayor tiempo de meditación, a veces esta llega en lo más candente e intrincado de los hechos reales y es ahí en donde podemos aprender a parar y observar, en lo personal he logrado tomar los momentos que a veces surgen entre una acción y otra y hacerlos parte de mi meditación, puede parecer entrecortada, pero no es así, la mente puede estar bien dispuesta a concatenar lo importante después. La claridad en la vida está en estar presentes en lo elegido, solo así se propicia lo que es realmente valioso que no es tanto mental sino más bien activo. Cuando la actividad es intensa parece que la claridad se opaca, la nitidez del quehacer suele nublarse y hasta la angustia puede tocar a la puerta, mas con los años he aprendido muy bien a tener el control mental para ocuparme de lo importante fluidamente aun cuando lo demandante pareciera que nos sujeta del cuello. Aún con dudas habremos de seguir adelante.

Nunca hay esfuerzo inútil.

El control que nos esforzamos en tener pensando que con ello saldrán mejor las cosas,  no es tan necesario. Ante los miedos de no cumplir con lo elegido nos esforzamos de más y queremos tener todo en las manos y peor aún en la mente. Al  vivir los asuntos importantes y querer tener todo bajo control (que no es lo mismo que agendado y en espera) puede resultar más estresante y lejos de ayudar puede perjudicar. Si estamos haciendo lo que corresponde al momento de vida, nada tendremos que controlar, porque si hay necesidad de cambiar o soltar algo, la vida se encarga de dar las pautas. 

Cuando damos el justo valor a lo que es de nuestra incumbencia y lo que tiene que ver con la mano de Dios, todo va quedando más claro en la medida que pasa el tiempo y a fin de cuentas una dupla maravillosa nos habita: Lo que elegimos casi siempre va con la voluntad del ser supremo,  la realidad es la combinación de lo que se elige y lo  que es cierto. Lo más sagrado que hay es el lugar de nuestro tiempo perdido, porque aunque parezca que se perdió, en realidad se ganó mucho ya que la remembranza  da a todo su justo lugar. Para mí, ha sido sagrado el tiempo que he dedicado a asuntos que he elegido. Cuando por la noche cansada, antes de irme a la cama me sentaba frente a mi secreter y vertía todo lo vivido con sus pausas y con sus misterios en mis sencillas pero muy apreciadas libretas, hoy veo reflejado hasta la rapidez y cambios  en mi letra manuscrita (he sido obsesiva en lograrla lo más acorde a mí misma, he tenido varias formas de letra a lo largo de mi vida, hasta que hoy día he perfeccionado la que aprendí en los primeros años) y a veces  se me cerraban los ojos. Hoy lo estoy disfrutando y aprendiendo de eso. Lo sigo haciendo, mas ahora escribo por las mañanas temprano, me doy tiempo parsimoniosamente cuando se puede y lograr  gozar desde la forma e intensidad de cómo caen los rayos del sol mañanero en mi mesa de trabajo, hasta permitirme abstraerme en el ventanal y contemplar por algunos minutos un frondoso tulipán africano que está en la casa de mi vecino de enfrente, su fronda amplia llega con mejor posición a mi ventana y a mi vista ya que desde un segundo piso el ángulo es diferente, los rojos/naranjas de sus flores se  llenan de brillo especial.

¿Por qué me he ocupado y me ocupo de plasmar tan asiduamente  lo vivido? Nunca me han significado de más las fechas y eso de llevar con demasiado ahínco los hechos fechados no es lo mío, mas hoy me queda claro que dentro de todo estoy bordando fino en el manto de mi paz con esa estructura de los días y su tiempo marcado. En esos momentos que hoy releo, era la vida de la familia nuclear lo que nos impulsaba. No había descubierto aún que maravilloso es sentir la paz activa, esa que sabemos que no es quietud y aun en el fragor vital nos da serenidad. 

Hay momentos en los que creemos que la paz se nos pierde, se nos esconde. Como que el tiempo se la traga de pronto con su enorme negrura de los momentos idos y creemos que estamos a la deriva. Nunca es así. 

A veces se nos presenta la paz más clásica, cuando estamos quietos. En la templanza se deja ver y creemos que la hemos asido tan bien que da visos de que será nuestra por mucho tiempo, y volvemos al centro.  Cuando conocí los valores de observar un mandala, supe que es una manera de saber que aunque a veces sintamos que nos desgajamos y nos dispersamos el centro siempre está esperando.  Ayer mi nieto cumplió años, recibió de mi parte un mandala que le tejí y le puse la cara   de “Lago Tranquilo” un panda que es el personaje de unos cuentos (muy recomendables para los críos) que ya existe en dibujos animados. Al recibir al panda solo dijo: ¡Un mandala!, y se dio un instante redondo. Continuará.