jueves, 2 de mayo de 2024

 

D.L.V.D. Vivir como un mandala que fluye. (15)

 

                                                                                   ¿Existe un estado perfecto, que asegure un descanso profundo? MJ

                                                                       En la península de Yucatán sí existe, ese estado se localiza en una hamaca.

No tengo idea de la historia de este mueble. La hamaca, seguro que por la sencillez de su diseño ha sido utilizada desde hace muchos ayeres, desde que el ser humano se estableció en el sedentarismo.

Pienso que hay que darle la categoría de mueble, porque para muchos grupos humanos, como sin duda alguna lo es para los habitantes del sureste mexicano, es el sustituto a una cama, es ahí en los hilos sagrados donde se reposa en el sueño nocturno.

 Estoy segura de que existe desde hace muchísimo más tiempo del que podríamos imaginar, y sin la menor duda nos queda claro que ha evolucionado. De lo que no estoy tan segura, es de que represente en otros países y lugares del orbe, lo que significa una hamaca para un yucateco.

En Yucatán, a todo ser que nace y desde los primeros meses de vida, es seguro que más pronto que tarde se le mecerá y arrullará dentro de una hamaca. En casi todas las construcciones caseras existen los hamaqueros, que los hay hoy día de variados tipos (creo que ya existen espacios en las tiendas ferreteras destinados a la variedad de estos herrajes) los he oído nombrar como argollas por su redondez, se les conoce también como eses por remedar la forma de esa consonante: S.

Al niño que nace se le mece.

 Si se le arrulla en los brazos de su madre éstos se verán compartidos por los brazos de una hamaca, y lo que sí es seguro es que aprenderá a observar el mundo a través de los hilos. Creo yo, y muchos lo podrán confirmar, que tenemos el recuerdo nítido de lo que observábamos al dormir o despertar entre hilazas blancas, de color o combinadas.

 En lo personal tengo claro lo que ha sido la hamaca para mí misma, ese olor tan peculiar de la hamaca en la que crecí, es un olor como de paz, hoy día, no es mi lugar de sueño nocturno, mas si de algunos días de siesta. Con frecuencia los hilos nos marcan, dejan un sello de cuadricula en la parte en donde nos hemos apoyado mas intensamente en ese maravilloso tejido. Algunas personas a esto lo llaman el hamacazo.

Mi madre las prefería todas en color blanco. Era su idea de elegancia, y casi siempre rematadas con orillas de tejido en crochet, alguna vez hacía concesiones de alguna sencilla línea en color pastel en el diseño, a las niñas en rosa y los varones en azul.

Así es como se dan las costumbres y los modos de ser. Hay seres que solo se tranquilizan y descansan dentro de una hamaca. En la infancia cada niño termina teniendo una que es muy personal y si se le permite la elige del color preferido. No se puede quedar en casa la hamaca cuando son convidados los críos a pasar la noche en casa de abuelos o parientes. La hamaca personal es lo primero que se pone en el equipaje de quien es convidado a la playa a casa de primos o amigos. En su libro -Mar y Sal-, el escritor yucateco Pedro Peón Roche cita como se daba el uso de la hamaca cuando llegaban los invitados del hacendado, en la época de mas actividad en estos recintos campiranos y dice:

-Cada uno llevaba su hamaca, como hace todo yucateco educado-.

Y nos comenta como se les asignaban a los invitados mozos como attachés, que les apoyaban personalmente en todos estos menesteres hamacunos, y compartir en esas casonas del campo yucateco.                      

En las temporadas veraniegas de antaño en las playas, (tal vez en algunas familias eso se siga acostumbrando en los veranos actuales) las hamacas han sido protagonistas. Tienen un fin muy práctico y se cuelgan por pisos, es decir, unas más bajas que las otras y así poder poner varias no solo en la misma habitación sino en el mismo hamaquero.

 Esta modalidad permite obtener más espacio para el cupo de amigos e invitados, y aunque no todos tienen la pared al alcance del pie para mecerse con una sencilla y suave patadita, la hamaca arrulla y provee un descanso especial. El ritmo se toma de una forma u otra. Uno se mece mientras se conversa, mientras se escucha música o mientras se lee.

Uno le puede preguntar a un yucateco ¿Qué hiciste este medio día? Y de las respuestas seguras, solo hay una infalible: -Patear la pared y mecerme en mi hamaca-

¿Cuándo la hamaca cautivó tanto a los yucatecos que hay algunos que no pueden conciliar el sueño si les falta, como si fuera parte de su cuerpo mismo? Que se yo. En el sureste mexicano lo que es un hecho total, es que las hamacas son parte y hasta se mecen solas, yo creo que de la felicidad de ser tan apreciadas. Cuando una hamaca se queda colgada y uno pasa debajo de ese arco bendito, éste se mece, y se queda moviéndose un buen rato, mucho mas si está localizada frente a una ventana bien ventilada. En estos lares los movimientos de los aires son valiosos y eso lo sabe muy bien una buena hamaca.  No me di cuenta del valor de descansar en una hamaca hasta que contraje nupcias con dos a la vez: el marido y su hamaca.

 Ese mecerse, ese acostarse cual debe dentro de los hilos sacrosantos, es algo que todo (o casi todo) yucateco cultiva. No tengo duda alguna que este asunto haya desencadenado contratiempos entre parejas que se forman cuando uno de ellos es de otra cultura diferente a la del sureste, porque no es fácil comprender que haya personas que no pueden dormir cómodas en una cama. Les sucede tanto a varones como a féminas, es una cuestión de modos de ser acendrados y cultivados por los mismos que lo disfrutan.

 Todos hemos visto como uno de nuestros padres tiene esta preferencia (en mi caso fue mi padre, que amaba su hamaca de hilos sedosos en color amarillo). Él tenía dos pequeñitas que le servían cuando salía de cacería con los amigos.  

Se ponía furioso porque las niñas que armábamos casitas en el jardín para jugar con las muñecas, siempre las utilizábamos para el juego y obviamente quedaban a veces un tanto maltrechas.

Las enfermedades de la niñez siempre se atenúan con seguridad y más rápido se sanan en una hamaca, la preferida es seguro la de alguno de nuestros padres.

 Yo amaba la hamaca de mi papá, era muy suave y cómoda y además solo la habitación de mis padres tenía aire acondicionado.

En la niñez tuve unos primos que eran como hermanos. Ir a pasar fines de semana a su casa de playa era algo muy común, y lo primero que entraba a la mochila de equipaje playero era la hamaca y una colchita (ésta no es propiamente una sábana) que es más bien un sencillo cobertor ligero, porque en las costas del sureste de pronto se desata el Norte y hay que cobijarse de la humedad que trae.  De niña, con estos mismos primos pasaba parte del verano en su Rancho playero, un cocal que desapareció hace unos años por el amarillamiento letal del cocotero. Las casas techadas de huano hacían del Rancho un lugar singular. La paja bien trabajada es hermosa y olorosa, mas no por eso nos librábamos de los bichos, los había siempre y aunque no los veíamos tan seguido, sabíamos que habitaban ahí.  Por las noches las hamacas se volvían un cotz (enrollado en maya) todos bien envueltos con cubierta de tela y por fuera los hilos que nos daban sensación de estar a buen recaudo. No faltaba el día en que al amanecer nos encontráramos algún alacrán o chiwó (tarántula) porque en estos lares son frecuentes estos encuentros.

Cuando llegábamos al Rancho a la orilla del mar, lo primero era poner atención a las indicaciones de las nanas que nos ayudaban a ordenar todo. Si se colgaban las hamacas había que estirarlas un poco con técnica bien conocida y nos recordaban como se anudan las sogas para colgarlas con seguridad, de este modo el brazo queda firme, ya que de no hacerlo como manda la ley hamacuna, es seguro que al acostarse el dueño acabe en el suelo. Para un buen descanso y acomodo uno se sitúa dentro de la hamaca de una manera transversal.

 Este acomodo en diagonal dentro de los hilos, se prefiere para que éstos en verdad nos sujeten, es todo un arte. La nana mas grande de edad y pequeñita de cuerpo era Mech, ella se ocupaba de estos menesteres y gozaba enseñarnos el buen uso de una hamaca. Ni que decir de como se recoge al amanecer, aunque no propiamente lo hacíamos nosotros los niños.

 El modo como se enrolla una hamaca para que no se enrede, para que dure, para que no se revienten esos finos hilos, es todo un aprendizaje.

Así como hay una hora para cada cosa en la vida del día a día y hemos dispuesto el tiempo a la conveniencia y gusto, también el medio día es una hora para ese descanso obligado que es la siesta (la nana que cuida de mi nieta suele decir que va dormir su fiesta) es un descanso que nos aísla de los calores, que nos repone.

De niña, cuando la escuela Primaria, salíamos de clase mas o menos a las 11(once) de la mañana, para comer en casa temprano, disfrutar un rato en la hamaca debajo del ventilador de techo y volver al cole como a las 3 (tres) de la tarde. Hacíamos actividades más ligeras en ese segundo turno, como manualidades o deportes y a veces se nos permitía ir a ese segundo tiempo en bicicleta con alguna vecina o prima. Era un horario establecido hasta que comenzó el que se adaptó después llamado corrido, entrando más temprano y saliendo a las 12:30 del día para no regresar por la tarde.

Así pues, para unos la hamaca representa un rato de sosiego pasajero, para otros el centro de la vida de descanso, de un descanso que se da de noche y de día.

En febrero de 2004, escribí claramente en mis textos, algo que me había llamado mucho la atención en ese momento, iba dándome cuenta que no a todo Dios le gusta conversar. Yo, que tenía una madre conversadora hasta por los codos, me daba cuenta que yo misma había heredado eso de ella y me parecía insólito que hubiera gente que gozaba estando mas bien en los silencios. Y, así es, el conversar para muchos es como un desgaste de energía innecesario. Jamás lo podre ver así, en la juventud los momentos más plenos es cuando con las primas y amigas nos pasábamos horas en las hamacas conversando

En estos tiempos también se ajustaba mucho en mis acciones el verbo prever. Me daba cuenta cuan útil es llevar bien la agenda del día, y como podíamos tener de antemano todo claro en las acciones a realizar. Muchas cosas se iban afinado antes de llegar a esos 50 (cincuenta) años de vida, esperados y en algunos rubros hasta temidos.

Para estas épocas compartía mucho de mi tiempo con un hermoso perro labrador. Mi hija lo había traído a casa y aunque ella vivía fuera de la ciudad, ese animal nos acompañó maravillosamente por varios años. Rocco, un gran compañero como parte de largas y disfrutadas caminatas a mi lado y de profundos silencios en momentos de actividad. Se echaba junto a mí, mientras pintaba en mi estudio y solo observarle mover las cejas y sus enormes ojos marrón/rojizo me daba sosiego. Mover los ojos en buena actitud, como diciendo, aquí estoy.

 Rocco terminó dormido de manos de un buen veterinario que se compadeció de él, claramente me dijo el médico que había que dormirlo pronto para evitar sufrimientos innecesarios. Recibió la inyección final una mañana fresca en la que le llevé a mi lado en el automóvil y le hablé durante todo el trayecto de lo bueno que nos dejaba al haber sido tan buen compañero, rodaron unas lágrimas por parte de los dos, y esa despedida tuvo mucho sentido. A los pocos días le dibujé con lápices de color, logré su mirada y me siento muy orgullosa de eso porque me mira a diario y sigue entre nosotros, esa imagen que hasta hoy día nos acompaña, los nietos la miran y ya le conocen, sin haberle conocido. El corazón de Rocco había sido invadido por lombrices, mismas que proliferaron por la picadura de un mosco que transmite ese mal a los perros, no sé si a otros animales les afecte, no es algo que se transmite a los humanos. (Continuará)

 

 

 

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