miércoles, 16 de febrero de 2022

 

De la vida diaria.

Un museo vital. (1) (Compartido)

                       Vivir es como avanzar por un museo: es luego cuando empiezas a entender lo que has visto. Audrey Hepburn.

 

Esta frase me gusta mucho porque encierra una realidad: Muchas situaciones solo las comprendemos una vez que hemos salido de la escena del fragor diario. No quiere decir que la intensidad nos nuble el entendimiento, mas a veces hay que centrar mas la atención en lo presente y la verdadera razón de la vivencia y el hecho en el que estamos terminará dándonos mas conocimiento después. No quiere decir tampoco que los seres humanos seamos de efectos retardados, mas sí se refiere a aquello que una vez vivido toma su tiempo en volverse actuante en el ser. Bien claro lo tenía la Hepburn, es así que pensar que la vida es como un museo tiene mucho sentido. Retrata muy bien lo que  todos vivimos, este paseo que es la vida se vuelve más grato  para comprender de qué forma damos pie a la intención y ponemos de nuestra parte en el modo de visualizar un andar con toque personal. Todos vemos, pero no todos observamos lo mismo. Cada fragmento de vida, así como cada pieza de un museo tiene un dialogo diferente para cada persona.

La observación que vamos haciendo de las acciones importantes no deja de estar acompañada y acompasada de los pormenores complementarios, mas no hay que confundir una cosa con otra, lo valioso es saber qué distingue a esa centralidad, lo que nos permite saber mejor qué hemos vivido y como eso mismo nos hará bien. La frase: No hay mal que por bien no venga es muy propicia en este pensar, porque aun dentro de algo que no nos agrade podríamos aprender a ver los puntos de luz.

Amar los museos es algo que se practica y se vuelve un quehacer lleno de gozo. A veces se cree que hay que verlo todo, no dejar nada sin un vistazo en la visita, pero no es así, si algo nos interesa más habremos de detener el paso y obtener un ritmo,  y si se va en compañía tal vez se puedan compartir descubrimientos sin perder de vista que un museo es un gozo muy personal. Tiene todo que ver con ese afán que proviene desde la infancia de descubrir, que se implanta de a poco y se parece mucho al amor a leer, y aunque algunas veces no se comprenda todo el beneficio desde temprano, seguro será una actividad que jamás dejaremos de practicar. Tuve la buenaventura de que las dos acciones las conocí desde niña como si fueran parte del respirar y se quedaron bajo mi piel como un signo de lo que mis padres con naturalidad fomentaron, con la adultez a uno se le reaparecen esas acciones con renovado interés. Todos llegamos al momento vital de volvernos a ver, y encontrarnos en ese museo vital que es nuestra vida personal.

En lo personal los colores han sido trascendentes en mi vida desde que tengo recuerdo. Tanto en mis visitas a museos como en el gozo de las páginas de un libro, eran los coloridos los que me calaban hondo. Más tarde que temprano he comprendido y añadido a mis percepciones los colores emocionales y tener claro que son parte y dan mucho para disfrutar, en el mundo de hoy van más ligados a la inteligencia emocional, son tonos nuevos de formas de ser y están ligados al devenir de la conciencia transformándose.

Absolutamente el sentido de la conciencia ha cambiado. Ser conscientes en parte se ha convertido en tener la información necesaria (ni más ni menos) para lograr una misión consustancial de Ser Humano en interacción e intención especifica con el mundo. La concepción de que somos uno con el orbe y con nuestros entornos va siendo cada vez más necesaria. Aunque comprendamos la dimensión espiritual como tal y nos sea tan importante para lograr los niveles de conciencia, en primera instancia la vida real se desarrolla en los ámbitos de lo  terrenal y esto es a veces muy demandante y absorbente y es por eso mismo que hay que aprender a dar tiempo a los tiempos. Si no depuramos lo que determina la psiquis, que es: - la armoniosa relación entre lo que sabemos y lo que creemos que es la verdad-  no lograremos el equilibrio, que no es un ideal, es más bien una  consustancialidad de nuestro percibir y como lo procesamos en la vida de cada día.

Antiguamente se hacía referencia a este concepto de conciencia, como un gusanito que nos hablaba en la mente y nos hacía ver nuestros errores. Y ¿Los aciertos, donde quedarían? Parecía que era más importante responder a la generalidad social y estar armoniosos con los entornos, que con nosotros mismos. La vida personal muy cultivada hasta se pensaba que era un modo de egoísmo. Se dice mucho que una vez que comprendimos qué tanto nos incumbe nuestra salud mental, es que el mundo se va asumiendo más consciente. Nos parecía (al menos así me pareció en parte de mi infancia) que esa voz de la conciencia era un tanto represiva. Como que debíamos ser nuestros propios jueces, pero de una manera muy severa y tajante. En realidad esa voz existe y no es más que la voz del yo profundo que es estupenda y debe dejarnos claro lo que somos para ser fieles a eso mismo y nada más. Todo el problema actual de la conducta distorsionada tiene que ver con habernos soltado de la mano de nosotros mismos y haber escogido caminos que no nos pertenecen. Escoger no es lo mismo que elegir, esto último conlleva una certeza de que con lo que hemos optado habrá crecimiento.

Hoy día que las agresiones entre nuestros congéneres han tomado visos insospechados, es cuando más nos viene bien pensar que es lo que estamos haciendo para transformar la conciencia. Ante todo no olvidar que la agresión surge del miedo y no es de la naturaleza del homo sapiens,  la desarrolla por desbalance hormonal a veces o por mera acción de creer que será el mas fuerte en un momento dado, cuando la sola agresión es fuente de debilidad. También la conciencia nos permite ver que el feminismo no lo será con su intención original mientras no entendamos nosotras mismas (las propias féminas)  que los cambios  están en la mente y en el entendimiento de nuestra evolución y no solo en conductas externas. Vivimos bajo paradigmas establecidos por la civilización y a la mayoría nos viene de maravilla seguirlos porque es lo que nos agiliza y facilita  la vida, mas nunca la vida más fácil ha sido la más feliz. Somos imitadores por naturaleza, nos encanta hacer lo que hace el otro, más si esa acción no nos vincula con lo que somos nos hará daño. Así también  el estupendo concepto de inconsciente colectivo forjado por Carl Jung nos deja claro que todos somos parte de muchas cosas de nuestra especie y que las hacemos por inercia, esto resulta muy bueno pero a la vez nos desliga de un  esfuerzo, ese mismo que ha costado el llegar hasta donde estamos. Nada ha sido gratis y no debemos olvidarlo. Todo ser que empieza a dirigir su vida con parámetros únicamente basados en los de otros seres, corre el riesgo de perderse. Las féminas imitando a los varones no llegaremos lejos, porque no esa es la esencia del feminismo. Cuando mi nieto de casi cuatro años llega del otro lado de la puerta  en la cocina de la casa, el miriñaque no nos permite vernos con claridad y nos vemos borrosamente, aun así nos dice: -les veo, están en su casa- solo está afirmando lo que él mismo ve y nos lo hace saber verbalizando su verdad. Y así se gestan todas las verdades, lo que se vuelve mentira es cuando se afirma algo a través de la mente de otro. Nada descabellado resulta  el hecho de hablar con nosotros mismos. Hoy día los jóvenes ya se están dando cuenta de esto y los toros ya no se ven siempre desde la barrera sino en el ruedo personal.

Dejar que las palabras tomen asiento en uno mismo es un arte. Recibir y dejar asentarse lo vivido para luego dar camino a un entender mas fino y que los conceptos entren  con su propio ritmo  a nuestro ser, a nuestra mente y nuestras acciones. Contarnos el mundo que vivimos y no solo actuar por imitación.

Ya lo dijo Virginia Woolf: -Cuidar la palabra yo-. Esta escritora llega a afirmar que:- el yo, es algo que designa a alguien que en realidad no existe-. Y he ahí el problema: Podemos estar teniendo argumentos que en realidad no ponen en riesgo nuestra existencia en general, nuestro yo más básico, más si ponen en riesgo nuestra verdad personal y hacernos inexistentes.  ¿De qué nos sirve vivir mimetizados? Cuando la verdad personal se pierde, corremos el riesgo de llegar a límites que pueden causar dolor. Cuando el yo se manifiesta tan solo en la tónica muy general, la vida sigue existiendo pero es una pobre vida, aunque este cuajada de materialidad. A veces el esfuerzo de volver a mirar lo vivido cuesta, pero es el único camino para crecer.

Caroline Myss nos dice: - en las afinidades somos raras avis.- (Continuará).

 

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