jueves, 21 de abril de 2022

 

De la vida diaria.

De natura.(1)

El orden es el molde del que depende la belleza. Pearl S. Buck.

Cuando somos niños es el momento perfecto para percibir y sentir al viento sobre la piel. Es ahí mismo en nuestros primeros años de vida en donde se fijan todos los aires de natura en nuestro ser y así se crea en nosotros la sensibilidad necesaria, esa misma que preserva la paz y ayuda a la comprensión de cómo nos significa lo natural. No creo que ningún niño al que se le promueva el amor a la naturaleza llegue a sentir jamás desvinculación social (asunto que es una de las premisas que propicia la violencia) así  como que la actividad al aire libre nos vacuna contra la insensibilidad respecto al cuidado del medio ambiente. El sol nos pega diferente durante la infancia y deja buenas huellas en el alma. En esos momentos de nuestros primeros años no sabemos aún de los estragos que puede hacer si se abusa de su calor. Sentir a la naturaleza y percibirla con más atención permite tener claridad con lo que nos resuena como belleza y el horizonte y amplitud de disfrutar coloridos y formas se expande. La naturaleza ante todo es orden, un orden que parece por momentos desordenado por su movilidad y como que sin mayor simetría evidente en algunos casos, hasta hemos creído (más en las últimas épocas) que somos dueños de esos ámbitos y que nos han de servir. Nos hemos servido con la cuchara grande, y aunque es sabia la vida natural y se auto cura siempre, ya es momento de ser más respetuosos. El mundo no necesita de nosotros y hoy día ya nos avisa: somos nosotros quienes sí necesitamos del orbe entero.  Lo natural se ordena de maneras insólitas y  bien definidas, sus sistemas siempre  propician vida. De niños notamos como se repiten las formas, al observar la  abundancia y vastedad creemos que todo será eterno. Ese orden que se da en las hojas de los árboles con su singular ovalo y otras formaciones cuando lo comprendemos mejor,  podemos saber que la naturaleza se presenta en lo físico en forma fractal o lo que es lo mismo: formas geométricas que contienen estructuras detalladas en escalas arbitrariamente pequeñas en una simetría expansiva que se encuentra en la base de todo. Cuando descubrimos una hojuela de nieve (snowflake) vemos esas estructuras como de flores o pequeños mandalas parecidas siempre, nunca iguales. Hay mucha similitud, más nunca repetición exacta.

Al ser parte nosotros mismos de la naturaleza se nos puede pasar por alto la visión  de asombro constante, hay que estar presentes, porque la vida del entorno solo requiere de nuestra buena mirada, esa que se ejercita.

Algunas mañanas tengo cerca de mí a una ardilla. No por su constante aparición deja de asombrarme, ya que conozco sus movimientos, mas nunca son los mismos. Este animalito no formó parte de mi niñez en ningún entorno, ya de adulta en el fraccionamiento en donde vivo de pronto se volvió parte del paisaje. Todos disfrutamos hoy día de su cercanía en las caminatas, mas no sé cuántos se detienen a observarla. Presurosa esta pequeña de cola ondulada se precipita a lo largo del tronco del árbol que ha escogido para hacer sus peripecias matutinas, yo detengo mi caminar porque siento que lo vale y le observo llenándome de ese grácil y rápido movimiento  con el que agita su curvada cola, gris y peluda, es una protuberancia bellísima  que se acentúa en la parte alta como con gracia única y con destellos de luz, ese movimiento le permite el equilibrio y  subir con garbo hasta las alturas de un almendro que le da frutos a montón para su alimento. Una mañana muy lluviosa de sábado, mis hijos y yo tuvimos que guarecernos de pronto ante el chaparrón que llego casi sin avisar y cual fue nuestra sorpresa que una gris ardilla hizo lo mismo, le habíamos estado viendo corretear y ante la lluvia no supimos mas, de pronto le encontramos bajo un cumulo de grandes hojas que habían formado un pequeño recinto natural con el viento y ella lo tomó de prisa, hecha bolita paso todo el aguacero con los ojos como pequeñas canicas negras bien abiertos, y uno de mis hijos pregunto ¿Esa es su casa? -de momento sí lo es, - le respondí- - ella tiene su casa en toda la naturaleza que le rodea- Los niños aprenden mucho de sus observaciones y hay que propiciarlas.  En otros momentos observamos a otras ardillas que deciden pasearse sobre muros y pretiles. En alguna ocasión le he dejado almendras  mismas que se desaparecen sin que yo vea quien se las comió. La ardilla no sabe lo fijos que hay que tener los ojos para poder verla con precisión, es rápida aunque de momento como que se detiene y sabe que es observada. Sus movimientos son  precisos y al mismo tiempo como nerviosos, llenos de vida. Todo este asunto podrá durar unos segundos nada más, pero puede cambiarnos el humor para todo el día.

La mente tiene una parte que se nutre de este asunto de observar la naturaleza. Hacerlo nos regenera y nos asienta.

En la primera década de mi vida cuando tenía yo unos ocho años de edad, comencé a participar de las aventuras de cacerías en las que acompañaba a mi padre. Me queda clarísimo que esto de cazar es algo que ya no se practica mayormente como deporte, sino solo ha quedado como parte de los entornos rurales en donde la cacería sí es un sustento de vida. El monte yucateco cercano fue en primera instancia el destino en el que aprendí los olores a hierba y nos aventurábamos por entre los henequenales aun dentro de lo agreste del suelo con sus piedras enormes y sus matorrales divinos. En estas ocasiones en busca de codornices, un perro pointer nos acompañaba siempre y muy diligente nos mostraba con su firme cola en donde se encontraban las preciadas aves que serían blanco de la caza. Así, muchas mañanas muy temprano fui con mi padre y aprendí de forma natural a amar el entorno. Nunca sentí que estuviéramos depredando o haciendo algo indebido, por lo que mi mente iba abierta a todo bien. Otras veces hacíamos caminatas para ir a algún lugar más lejano y entrar a la maleza baja sin temor y pisando fuerte, era para conocer algunos  arboles típicos escuchando sus nombres en maya de boca de la persona que nos acompañaba. La fractalidad no formaba parte de mis concepciones consientes, mas la sentía. Alguna vez nos tocó ver grandes víboras, el  acompañante nos aclaraba su tipo y peligrosidad y los cuidados al respecto. A veces nos tocaba ver algún ejemplar de zorro colorado dando saltitos entre las piedras y  algunas otras especies de menor tamaño.

Los días del diario vivir pueden hacerse tequiosos y abrumar con rutinas repetitivas, por lo que es bueno romper la inercia y salir, porque aunque creamos que lo hemos visto todo, ahí afuera hay mucho que nos permite apreciar y gozar de manera singular.

Además de las salidas a montes cercanos a la ciudad, también comencé a participar de las cacerías de patos al norte de la península, adentrándonos en la ciénaga. Había que ir por varios días, nos quedábamos en un rancho pequeño formado por casas de paja frente al mar. Muy temprano partíamos, a las cuatro de la mañana sonaba el despertador de pulsera de uno de los amigos de mi padre y partíamos con las chalanas ya cargadas en la pick up. El roce de los pequeños barcos con la flora del fondo de la ciénaga baja, era un canto en sí mismo, íbamos apiñados unos con otros por ser época de frescos vientos en la península, arropados y atentos. En estas entradas a la ciénaga aprendí casi todas las constelaciones del cielo nocturno, ya que la hora de entrada era a las cinco de la mañana aun oscuro, las Osas mayor y menor, El cinturón de Orión y todas las demás. Los niños éramos cuidados atentísimamente por los adultos, nos pedían  no sacar los brazos fuera de la chalana por las  ramas espinosas. Nunca se olvidan esos sonidos que uno escucha en la enormidad del monte, en los años de infancia. Con movimientos lentos el chalanero maneja el bastón que con diligencia y habilidad siembra en el fango y con fuerza  hace avanzar el bote. Ya en el claro del monte de pronto aparece una laguna en donde se arma el resguardo para camuflaje, nos divertíamos situando a los patos de madera que son señuelos muy bien logrados para tal función. Se pide a todos silencio total, solo se escucha a los pequeños búhos y otras aves.  Los patos van llegando en parvadas pequeñas o a veces más nutridas. Se admira mucho a los más grandes llamados Sacales.  Los niños solíamos subirnos a las ramas cercanas y disfrutar de una vista desde lo alto. El olor a salinidad aunado a los primeros rayos solares naranja/rosado reflejados en el agua, hacían de este entorno un pequeño paraíso. Es ámbito ideal para los mosquitos que se daban gusto si no hacíamos aparecer el repelente. Toda la primera parte de la mañana  uno permanece lo mas quieto posible, para que los cazadores concentren su atención en la llegada de estos bellos patos canadienses. Se tiene un número determinado de ejemplares a tirar, ni uno más, tras los cuales cumplida la cuota se emprende el regreso.

                            La sabiduría intuitiva se va haciendo vivencia, se asienta. La naturaleza nos comunica su  ser  y aprendemos a tenerle respeto y admiración. (Continuará.) MJ

 

 

 

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