De
la vida diaria.
De
natura.(1)
El
orden es el molde del que depende la belleza. Pearl S. Buck.
Cuando
somos niños es el momento perfecto para percibir y sentir al viento sobre la
piel. Es ahí mismo en nuestros primeros años de vida en donde se fijan todos
los aires de natura en nuestro ser y así se crea en nosotros la sensibilidad
necesaria, esa misma que preserva la paz y ayuda a la comprensión de cómo nos
significa lo natural. No creo que ningún niño al que se le promueva el amor a
la naturaleza llegue a sentir jamás desvinculación social (asunto que es una de
las premisas que propicia la violencia) así como que la actividad al aire libre nos vacuna
contra la insensibilidad respecto al cuidado del medio ambiente. El sol nos
pega diferente durante la infancia y deja buenas huellas en el alma. En esos
momentos de nuestros primeros años no sabemos aún de los estragos que puede
hacer si se abusa de su calor. Sentir a la naturaleza y percibirla con más
atención permite tener claridad con lo que nos resuena como belleza y el
horizonte y amplitud de disfrutar coloridos y formas se expande. La naturaleza
ante todo es orden, un orden que parece por momentos desordenado por su
movilidad y como que sin mayor simetría evidente en algunos casos, hasta hemos
creído (más en las últimas épocas) que somos dueños de esos ámbitos y que nos
han de servir. Nos hemos servido con
la cuchara grande, y aunque es sabia la vida natural y se auto cura siempre, ya
es momento de ser más respetuosos. El mundo no necesita de nosotros y hoy día
ya nos avisa: somos nosotros quienes sí necesitamos del orbe entero. Lo natural se ordena de maneras insólitas y bien definidas, sus sistemas siempre propician vida. De niños notamos como se repiten
las formas, al observar la abundancia y
vastedad creemos que todo será eterno. Ese orden que se da en las hojas de los
árboles con su singular ovalo y otras formaciones cuando lo comprendemos mejor,
podemos saber que la naturaleza se
presenta en lo físico en forma fractal
o lo que es lo mismo: formas geométricas que contienen estructuras detalladas
en escalas arbitrariamente pequeñas en una simetría expansiva que se encuentra
en la base de todo. Cuando descubrimos una hojuela de nieve (snowflake) vemos
esas estructuras como de flores o pequeños mandalas parecidas siempre, nunca iguales.
Hay mucha similitud, más nunca repetición exacta.
Al
ser parte nosotros mismos de la naturaleza se nos puede pasar por alto la
visión de asombro constante, hay que
estar presentes, porque la vida del entorno solo requiere de nuestra buena
mirada, esa que se ejercita.
Algunas
mañanas tengo cerca de mí a una ardilla. No por su constante aparición deja de
asombrarme, ya que conozco sus movimientos, mas nunca son los mismos. Este
animalito no formó parte de mi niñez en ningún entorno, ya de adulta en el
fraccionamiento en donde vivo de pronto se volvió parte del paisaje. Todos
disfrutamos hoy día de su cercanía en las caminatas, mas no sé cuántos se
detienen a observarla. Presurosa esta pequeña de cola ondulada se precipita a
lo largo del tronco del árbol que ha escogido para hacer sus peripecias
matutinas, yo detengo mi caminar porque siento que lo vale y le observo
llenándome de ese grácil y rápido movimiento con el que agita su curvada cola, gris y
peluda, es una protuberancia bellísima
que se acentúa en la parte alta como con gracia única y con destellos de
luz, ese movimiento le permite el equilibrio y subir con garbo hasta las alturas de un
almendro que le da frutos a montón para su alimento. Una mañana muy lluviosa de
sábado, mis hijos y yo tuvimos que guarecernos de pronto ante el chaparrón que
llego casi sin avisar y cual fue nuestra sorpresa que una gris ardilla hizo lo
mismo, le habíamos estado viendo corretear y ante la lluvia no supimos mas, de
pronto le encontramos bajo un cumulo de grandes hojas que habían formado un
pequeño recinto natural con el viento y ella lo tomó de prisa, hecha bolita
paso todo el aguacero con los ojos como pequeñas canicas negras bien abiertos,
y uno de mis hijos pregunto ¿Esa es su casa? -de momento sí lo es, - le
respondí- - ella tiene su casa en toda la naturaleza que le rodea- Los niños
aprenden mucho de sus observaciones y hay que propiciarlas. En otros momentos observamos a otras ardillas
que deciden pasearse sobre muros y pretiles. En alguna ocasión le he dejado
almendras mismas que se desaparecen sin
que yo vea quien se las comió. La ardilla no sabe lo fijos que hay que tener
los ojos para poder verla con precisión, es rápida aunque de momento como que
se detiene y sabe que es observada. Sus movimientos son precisos y al mismo tiempo como nerviosos,
llenos de vida. Todo este asunto podrá durar unos segundos nada más, pero
puede cambiarnos el humor para todo el día.
La
mente tiene una parte que se nutre de este asunto de observar la naturaleza.
Hacerlo nos regenera y nos asienta.
En
la primera década de mi vida cuando tenía yo unos ocho años de edad, comencé a
participar de las aventuras de cacerías en las que acompañaba a mi padre. Me
queda clarísimo que esto de cazar es algo que ya no se practica mayormente como
deporte, sino solo ha quedado como parte de los entornos rurales en donde la
cacería sí es un sustento de vida. El monte yucateco cercano fue en primera
instancia el destino en el que aprendí los olores a hierba y nos aventurábamos
por entre los henequenales aun dentro de lo agreste del suelo con sus piedras
enormes y sus matorrales divinos. En estas ocasiones en busca de codornices, un
perro pointer nos acompañaba siempre y muy diligente nos mostraba con su firme
cola en donde se encontraban las preciadas aves que serían blanco de la caza.
Así, muchas mañanas muy temprano fui con mi padre y aprendí de forma natural a
amar el entorno. Nunca sentí que estuviéramos depredando o haciendo algo
indebido, por lo que mi mente iba abierta a todo bien. Otras veces hacíamos
caminatas para ir a algún lugar más lejano y entrar a la maleza baja sin temor
y pisando fuerte, era para conocer algunos arboles típicos escuchando sus nombres en maya
de boca de la persona que nos acompañaba. La fractalidad no formaba parte de
mis concepciones consientes, mas la sentía. Alguna vez nos tocó ver grandes
víboras, el acompañante nos aclaraba su
tipo y peligrosidad y los cuidados al respecto. A veces nos tocaba ver algún
ejemplar de zorro colorado dando saltitos entre las piedras y algunas otras especies de menor tamaño.
Los
días del diario vivir pueden hacerse tequiosos y abrumar con rutinas
repetitivas, por lo que es bueno romper la inercia y salir, porque aunque creamos
que lo hemos visto todo, ahí afuera hay mucho que nos permite apreciar y gozar
de manera singular.
Además
de las salidas a montes cercanos a la ciudad, también comencé a participar de
las cacerías de patos al norte de la península, adentrándonos en la ciénaga.
Había que ir por varios días, nos quedábamos en un rancho pequeño formado por
casas de paja frente al mar. Muy temprano partíamos, a las cuatro de la mañana
sonaba el despertador de pulsera de uno de los amigos de mi padre y partíamos
con las chalanas ya cargadas en la pick
up. El roce de los pequeños barcos con la flora del fondo de la ciénaga
baja, era un canto en sí mismo, íbamos apiñados unos con otros por ser época de
frescos vientos en la península, arropados y atentos. En estas entradas a la
ciénaga aprendí casi todas las constelaciones del cielo nocturno, ya que la
hora de entrada era a las cinco de la mañana aun oscuro, las Osas mayor y
menor, El cinturón de Orión y todas las demás. Los niños éramos cuidados
atentísimamente por los adultos, nos pedían no sacar los brazos fuera de la chalana por
las ramas espinosas. Nunca se olvidan
esos sonidos que uno escucha en la enormidad del monte, en los años de
infancia. Con movimientos lentos el chalanero maneja el bastón que con diligencia
y habilidad siembra en el fango y con fuerza hace avanzar el bote. Ya en el claro del monte
de pronto aparece una laguna en donde se arma el resguardo para camuflaje, nos
divertíamos situando a los patos de madera que son señuelos muy bien logrados
para tal función. Se pide a todos silencio total, solo se escucha a los
pequeños búhos y otras aves. Los patos
van llegando en parvadas pequeñas o a veces más nutridas. Se admira mucho a los
más grandes llamados Sacales. Los niños solíamos subirnos a las ramas
cercanas y disfrutar de una vista desde lo alto. El olor a salinidad aunado a
los primeros rayos solares naranja/rosado reflejados en el agua, hacían de este
entorno un pequeño paraíso. Es ámbito ideal para los mosquitos que se daban
gusto si no hacíamos aparecer el repelente. Toda la primera parte de la mañana uno permanece lo mas quieto posible, para que
los cazadores concentren su atención en la llegada de estos bellos patos canadienses.
Se tiene un número determinado de ejemplares a tirar, ni uno más, tras los cuales
cumplida la cuota se emprende el regreso.
La sabiduría intuitiva se va haciendo vivencia, se asienta. La naturaleza
nos comunica su ser y aprendemos a tenerle respeto y admiración.
(Continuará.) MJ
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