miércoles, 4 de mayo de 2022

 

De la vida diaria.

De natura (3)

La naturaleza siempre nos puede sorprender, dejemos que su esencia viva se haga parte de nosotros .MJ

En otras épocas del año mi padre iba a cacerías  más lejanas dentro de la península. En Yucatán la variedad de hábitats y entornos tiene así mismo diferentes tipos de selva baja y ejemplares de animales bien localizados. En una ocasión se volvió a organizar que los niños acompañáramos  a la cacería y fueron invitadas las mamás, porque eran jornadas de dormir en el monte y los más chicos no íbamos monte adentro. Mi madre repeló bastante para no ir (creo que las señoras  esposas de cazadores tomaban esas salidas de sus maridos para descansar un poco de ellos) mas al fin accedió. Había que ir en jeeps por caminos de polvo muy sinuosos y bastante lejos, mi padre había adaptado un Land Rover con banca alta (para venadear) así que por el camino nosotros a veces disfrutábamos de esa vista maravillosa desde arriba. El sitio estaba plagado de corozos (palmas muy altas y delgadísimas con fronda pequeña). Por esos caminos al Norte de la península hay monos aulladores que se dejaban ver de pronto, así como sonidos muy diversos del monte. Cuando hay vientos los árboles subcaducifolios y caducifolios (que mudan parte o todas sus frondas y a veces tienen vainas con semillas) cantan parece que hicieran un sonido como de maracas al ritmo del viento. Los pavos se dejaron escuchar. Los adultos nos pedían silencio para que al apagar el motor de los vehículos disfrutáramos mejor los sonidos de natura.

Llegamos a un Rancho rustico de casitas formadas por paredes de flacos troncos de árboles de monte, por los que se podía ver a través.   Las madres se aterraron porque ahí íbamos a pernoctar varias noches y los maridos se murieron de la risa, yo creo que para darles confianza. Se colgaron las hamacas de inmediato y todos nos mecimos felices, niños al fin, no teníamos el menor reparo a una aventura tan singular.

Por ahí en el lateral del corredor terroso  de entre las casitas, un día a media tarde se escuchó el ir y venir de alguien. Nos asomamos y no vimos a nadie,  la maleza está más tupida, así que nos esperamos un rato y venidos a averiguar,  era la llegada de una enorme manada de cebúes blancos que conducidos por su dueño, pasaron muy cerca de nuestras casas rosándolas, les vimos pasar con paso bastante presuroso e irse sin más. Las enormes gibas se balanceaban casi a la altura de nuestros ojos y los cencerros hicieron tremendo escándalo. La salida a cazar (que sabíamos era solo de adultos en esta ocasión) se organizó con todo, nos encantó ver los preparativos con mas enceres ya que habrían de pernoctar en el monte y llevaban unas pequeñas hamacas muy prácticas, que al enrollarlas quedaban del tamaño de un puño. Iban básicamente por pavos de monte y venados.

Me encanta la definición de Aldous Huxley:

-Experiencia no es lo que sucede al hombre, es más bien lo que el hombre hace con lo que le sucede-. Esas pequeñas hamaquitas ya en la ciudad y en casa, las tomábamos para los juegos infantiles de mecer a las muñecas, mi padre nos pedía que se las cuidáramos, a fin de cuentas eran un tesoro para él.

Hacer que los días cobren un sentido extraordinario, una tarea que entra al rubro de las acciones impostergables y más si se trata de apreciar la naturaleza.

                         Los pájaros crean a diario una sinfonía con sus cantos, nunca es igual y en el monte mucho más. A diferencia de otros animales, los pájaros están con más presencia por la fuerza de su piar y sus cantos, son una melodía gratificante en los primeros destellos de cada día. Con un tanto de sutileza tímida, el murmullo de sus gargantas va aumentando, como que cuando el sol empieza a salir eso les anima a despertar y luego ya con toda la luz su fuerza abarca mucho más. Los pequeños pero fuertes rayos del sol van penetrando en los resquicios. A  las palomas de monte se les escucha allá en la lejanía, les define un murmullo como ahogado y tímido, apagado e intermitente por momentos, es como un avisar que ha amanecido. Hay que hacer silencio para disfrutar de ese sentimiento que emiten  como de una tristeza milenaria, muy parecido al que hace un pequeño búho. A veces podrían confundirse, mas la diferencia estriba en que el búho murmura en soledad y mucho más leve, es de menor tamaño, no es  más grande que una naranja y  se mimetiza muy bien como si fuera un tronco. Cuando los padres volvían al Rancho después de uno o dos días de ausencia, era una gran algarabía verlos llegar y nos prestaban sus largavistas para ver mejor a los pájaros. Algunas aves son más audaces, se acercan a las casas y se apropian de los espacios con gran naturalidad. También he observado que con el cambio de las estaciones los cantos son diferentes y los pájaros que las entonan  varían. El modo del canto se va dando si hay lluvia o no en puerta, si hay mucho viento y hasta si otros pájaros se presentan inesperados y son regañados por los que se han apoderado de un sitio en especial. Hoy día a veces les doy alpiste en el pretil de una terraza alta, y las palomas siempre tienen que esperar a que los piches les den oportunidad de comer.

Los pájaros tienen códigos de comunicación. Las grandes Chachalacas también visitan estos lares. En el monte se les escucha muy fuerte porque van en grupos mayores. Llegan a las ramas altas de los árboles ya entrada la mañana y despliegan sus colas que son muy amplias y bonitas, caminan por el suelo desplegando las plumas abiertas como un enorme abanico. Por aquí van en grupos pequeños y comparten con el pájaro T¨´ho, con los Xtacay y con las Yuyas. Los Carpinteros ocupados de sus guaridas de puerta circular en los troncos, están muy ocupados y se les ve de pronto de uno en uno.

Una tarde mientras leía en un pequeño espacio de casa, que da de lleno al jardín, presencie algo bellísimo, un nido de Yuyas (colgantes) había sido tejido en un árbol de monte y por alguna razón alguno de su habitantes no podía salir a comer, otro de ellos le traía los frutitos y se los colocaba en el pico abierto que apenas se veía a la entrada del nido, las vueltas a llevar el preciado alimento fueron miles, casi toda la tarde antes del anochecer. ¡Qué espectáculos nos presenta la natura cuando sabemos descubrirlos y más que nada disfrutarlos! La semana pasada tuve una de las experiencias más interesantes de la naturaleza me ha permitido presenciar en viva piel. Tengo el taller de arte fuera de casa, en un lugar cercano al que he de ir en automóvil. Con la pandemia deje de ir tan seguido, iba solo a regar el pequeño jardín que he cultivado ahí. Nada me hace más feliz que cuando abro la manguera y los piches  bajan a tomar agua del pequeño chorro cuando lo asiento sobre el césped, dando pequeños saltos disfrutan empapándose en el agua fresca. La otra tarde se quiso unir una paloma de monte al gozo del agua, -me encantan las palomas de monte porque son cultivadoras de paciencia-, tímida se iba acercando muy poco a poco y aun así  tuvo que esperar su turno, los que mandan el juego le pusieron un alto. En días pasados me quede ahí afuera un rato más de lo normal y escuche que piaban diferente, como avisándose unos a otros de algún peligro, pensé: ¿seré yo el peligro?

Me dio la impresión de que uno llevaba la voz cantante, se movía de un árbol a una palmera cercana con un graznido como amenazador como si estuvieran en comunicación entre ellos. Yo seguí impávida, aunque sí me llamó la atención que no bajaron a beber, -pensé- es porque estoy presente. Antes de soltar la manguera para entrar y dejarles espacio para beber y disfrutar a sus anchas, tuve el primer encuentro: Uno de esos pájaros se dejó caer como un meteoro en picada sobre mi cabeza, sus alas revolotearon  fuerte tocando mi coronilla y yo casi me caigo del susto, lo que me hizo entrar más rápido y preguntándome ¿a qué se debe este comportamiento? ya en resguardo pensé: ¿Estarán pensando que en realidad este  jardín es de ellos y yo soy la intrusa? No lo sé.  Me regresé a casa con la incógnita. Ya hablando el asunto con mi hijo (que tiene su oficina ahí) pensamos que estarían  cuidando del nido en un árbol cercano y mi presencia los alertó. Pasados unos días todo se normalizó.

Entre otros temas que también he narrado en mis escritos de finales del siglo, es la felicidad que permanece en mí de haber compartido con mis padres ya mayores. En su silla de ruedas mi madre dio amplios paseos por los entornos cercanos y le vi disfrutar en la terraza mientras se bañaba al perro. En esos momentos no caía en cuenta que importante es para los adultos mayores los días establecidos para compartir, a veces por cualquier pretexto uno cambia las rutinas y los adultos que están esperando las visitas se decepcionan. Observo cómo lo viví y cómo lo vivo hoy día cuando ya nosotros somos los abuelos y cómo valoramos esos momentos con los hijos que han de organizar sus rutinas a modo de vernos con regularidad. (Continuará) MJ

 

 

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