De la vida Diaria.
El humor y el ánimo. (3)
Planear, no solo es asunto de aviones, hacerlo en la rutina de la
vida diaria es muy necesario. MJ
Viví la infancia y
juventud sin percatarme de lo que en realidad significaba planear, más bien los
planes propiamente no eran explícitamente compartidos como tales, en la casa paterna existía una rutina básica aunque en realidad se vivía
más bien cómo iban saliendo las cosas. Se creía hace algún tiempo que los críos
no éramos propensos a compartir lo que se pensaba hacer, simplemente se hacía y
todos felices. Al cabo me di cuenta ya en mi vida de pareja, como se dan las
cosas diferente si se dejan algunos
cabos sueltos y como los asuntos sin mayor plan, pueden convertirse en semilla
de angustia. Así y como una reacción de acomodo positivo comencé a llevar una
agenda que fue hasta varios años después de estarlo haciendo que noté como me había cambiado la vida y ni qué decir
el ánimo, ese acomodo de lo que vamos a
realizar durante el día, el mes y el año, sin darnos cuenta se ordena dentro de
uno mismo y nos da serenidad mental. Con el tiempo la palabra serenar fue
resonando mas en mis textos de vida y al cabo comprendí esa diferencia profunda
que hay entre lo sereno y lo inquieto. Suelo apuntar mucho, a veces creo que un
poco más de la cuenta y sí puedo decir que cuando se van cerrando las acciones
ya resueltas y uno las observa ya realizadas y palomeadas en el papel, se da un respiro natural de buen humor. La
angustia que traje enconada de años anteriores, se fue disipando. Mi vida de
pareja ha llevado un orden que nunca me imaginé que podría existir y se ha dado
la estabilidad que se logra al saber con más claridad lo que pretendemos de
antemano.
El paso a la siguiente dimensión, es decir morir, es un tema que
angustia a muchísimas personas. Con los debidos pensamientos y la fe que uno
practique (sea religiosa o laica) la salida de este mundo puede hacerse mucho más
ágil y con sentido. Algunas personas sienten que renacerán en otro entorno y
hay algunos congéneres que esto no lo creen y más que nada no les agrada
creerlo, no sé porque, tal vez piensan que con esta vida ha sido suficiente. No es un tema menor, mas creo que tiene mucho
que ver con lo que fuimos captando desde niños y como en los pequeños duelos se
pueden cobijar los mayores. Así, podremos al mismo tiempo aprender a afrontar
la propia muerte, porque no importa lo que cada quien crea, lo importante es
que sea genuino para el creyente y le sirva para vivir de buen ánimo. La vida,
siempre es parte de la muerte y viceversa. La mayor parte de la espiritualidad
aunada a la muerte la entendí en un principio como parte de la religión en la que
nací, mas he ido recomponiendo mi fe (tanto la religiosa como la del diario
vivir) con muchas más ideas al respecto,
que no solo tienen que ver con principios religiosos. Más claro llega a ser
todo esto cuando nos damos cuenta del valor de los ciclos, de cómo el cerrar
etapas lejos de angustiar es un asunto de satisfacción. Cuando llegó el momento
de la enfermedad terminal cerca de mí, aprendí mucho. Observé a mi padre cómo se
puso en modo fluir y dejó que todo se diera en calma y paz. Hicimos todo
lo posible porque no hubiera ni sufrimiento ni dolor, era un cáncer de riñón
que regresaba después de algunos años de remisión, así que ya se sabía un poco
a lo que se iba, mas cuando la persona está íntegra en el interior, es ella
misma quien ayuda a que todo sea más llevadero. Una mañana me llamó mi madre y
me dijo: -tu papá se va hoy a la casa, ya no hay más que hacer en el hospital- Estaba
internado y ya regresaba para que junto al bambú que el mismo sembró en el
ventanal del norte/sur, dijera adiós a la vida. Y así fue. Nunca le vi
quejarse, mi madre solicita le ayudaba a
diario en todo, apenas comía y hablaba aún menos de lo que lo hizo en vida. Le
vi por momentos cerrar los ojos como diciendo, -preferiría no volver a
abrirlos-, mas esperó con entereza hasta el momento natural de partir.
Si las plantas reaccionan como lo hacen los animales de compañía
ante partidas inminentes de quienes acompañan, tal vez ese bambú estaría un
poco triste. Había alcanzado alturas insospechadas y era digno de admiración
para propios y extraños. Situado en la esquina medular de la casa en una
posición estratégica, era movido por los vientos con un enorme garbo y serena
armonía. El remover del aire hacía que al juntarse entre sí sus troncos
espigados cantasen, y a pesar de su altura aún en sus
medianías venían pájaros a mecerse con sus cantos. Creo que hasta las ardillas
y las verdes lagartijas visitantes habían descubierto el paraíso ahí mismo y lo
compartieron con quien lo dispuso para dejárselos ya habiendo partido. Ese
bambú hoy día ya no existe, porque el devenir a veces es rapaz.
Llegamos a la casa con mi padre en estado terminal y con
inminencia se dispuso la cama exactamente enfrente de la parte más visible de
esos troncos flacos, de verdores varios. El enfermo descansaba cada día con la
mirada en su árbol preferido y durmiendo. Las hojas caían a montones y él gozaba
con su caída. Se pasó varias mañanas con la vista puesta en esos verdes secos
que tanto le gustaban. En esas efímeras hojas que pintó con el gozo del agua,
cuando en su momento las plasmó sobre el papel.
Sabía que este hombre se despediría exacto cómo vivió.
Profundo, callado y práctico.
Una mañana uno de sus mejores amigos, un cazador como él, se
presentó en casa con varios medicamentos para el dolor. Nos dijo que acababa de
fallecer su esposa y los tenía disponibles para que pudieran ser utilizados.
Afortunadamente no fueron necesarios.
Creo sin temor a equivocarme que había vivido la vida en gran
proporción como él mismo había elegido. Nadie vive exacto lo que piensa, más se
trata de que los principios interiores den el fruto esperado en los momentos
claves.
Me quedó clarísimo que cuando llega la hora de decir adiós a este
mundo, no es exacto lo que uno preparó lo que cuenta, más bien es disponer el
ánimo atento a lo que sigue, lo que nos abrirá la puerta al mar de luz blanca
que muchos congéneres que lo han visto nos han dicho es la entrada a la nueva
etapa. Desprendernos con serena voluntad. Con entera aceptación. La lámpara
encendida con el aceite necesario para renovar la luz.
Era la medianía de una mañana tranquila de septiembre cuando él se
fue. Estaba mirando hacia la ventana abierta y entre los pasos y murmullos de
las personas que caminaban afuera y los ruidos de la fronda del bambú, se soltaron
sus amarras de la vida terrenal y tras un suspiro largo le sentimos partir en
paz. Las manos de mi madre cerraron esos parpados quietos cuando la mirada ya
quedó inmóvil. Nadie se inquietó de más.
Mi madre, que todo lo solucionaba con una comida adecuada y un
buen comer, había estado insistiendo e intentando toda esa mañana darle eso
mismo que según ella le daría un poco más de ánimo. No logró mayor cosa. Al fin
comprendió que no hay alimento del mundo que valga cuando nos estamos yendo.
Dos o tres minutos después de que mi padre diera el último suspiro
pasó algo muy significativo.
El teléfono suena y yo contesto escuchado la voz de su
hermana menor desde Nueva York, -quiero hablar con mi hermano- me dijo, y me di
cuenta que aunque ya no se pudiera en lo físico ellos estaban comunicados. Estoy
segura de que hubo telepatía. Seguro se despidieron aún sin hablar. Soltando el
auricular de esa llamada, se abrió la puerta del cuarto y entró el hermano
mayor de mi padre, traía unas barras de pan francés que sabía cuánto le
gustaban. Se las tomamos nosotros de las manos y le dijimos que podía acercarse
a él. Me impactó ver el llanto profundo de este hombre que yo había conocido
como un bravucón y de voz muy fuerte. Lloró junto al cadáver de su hermano
menor a moco tendido, se despidió con algunas palabras conmovedoras que nos
causaron asombro a varios de los que estábamos ahí.
Así es la muerte. Un trámite que todos conocemos y que a veces
asusta que nos asuste. Si vamos comprendiendo su esencia no hay nada que temer
y mucho que agradecer cuando la muerte puede darse muy dulce. Simone de
Beauvoir tiene un texto pequeño y que recomiendo mucho, titulado: -Una muerte
muy dulce-. Este pequeño libro habla con el corazón, Simone se abre a
compartir como percibió la partida de su propia madre.
Mi ánimo mejora mucho cuando despierto y he soñado con mi padre. En los sueños se aplica lo que la escritora
inglesa Virginia Woolf propone en sus textos: -Decir por escrito todo lo que se
quiere, sin una palabra de más-. En la escritura no siempre se logra y en los
sueños a veces.
Si has pasado por el trance de vivir una muerte muy cercana
y quieres que la persona siga presente, puedes pedirle que te hable en sueños.
Es algo grandioso.
Cuando acababa de irse mi padre de pronto empecé a sentir como un
pesar me invadía por momentos, ya no hablamos propiamente antes de su partida.
¿Qué necesidad había de hablar si con él las palabras salían sobrando? No lo
sé. No existe tal necesidad, mas a veces es algo que solo se siente. Como si
fuera un dolor seco. Una noche vino a mis sueños y les tendré que relatar lo
que ese sueño fue: Íbamos sentados en un sofá de dos piezas de color verde
limón, gozando del paisaje porque volábamos sobre un campo enorme que parecía
eterno, de unos pastizales verdes de varios tonos. Los árboles debajo se veían
nítidos y pequeños. Así volando le pregunté, sosteniendo su enorme mano entre
las mías: ¿Estás bien? y con su amplia sonrisa y muy pocas
palabras solo me dijo: ¡Estoy muy bien! Y el sueño terminó. Me queda
claro que la tierra puede ser muy bella, pero el cielo lo es mucho más.
Cada uno podremos propiciar nuestro cielo terrenal, basta ir
detectando en que consiste y la mente pondrá su parte. Los que se nos adelantan
aún siguen entre nosotros. No debemos ni dudarlo un momento. Ellos han
conectado su alma con la nuestra y lo que tengan que compartir lo harán y estoy
segura que aceptar esas propuestas sutiles nos mejorará el ánimo, a veces con
mucho más tino que el de algunos los mortales que aún nos rodean.
En ese momento en que se fue mi padre, di las gracias más
profundas por todo lo aprendido de ese ser, supe que lo mejor de la vida uno lo
propicia a través de lo que se aprende a apreciar. Lo más profundo y real de la
relación con alguien a veces se hace nítido
en el último momento. Así también
si hemos cultivado un buen ánimo, con ese mismo partiremos a la hora que seamos
requeridos. MJ
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