miércoles, 19 de enero de 2022

 

De rutinas (2)(Compartido)

Un mes, ese lapso de tiempo que a cada ser humano nos resuena distinto.MJ

 

El sentido de un mes está ligado al ciclo de la luna girando alrededor de la tierra. Muchas acciones en natura se rigen por este ciclo y es el período  que mejor nos organiza la vida, siendo muy personal el movimiento que logramos en él. Nos da la   posibilidad de asentar acciones con tiempo y nos permite disfrutar dentro de sus medidas, ese devenir del cambio de las estaciones del año. Es un hecho que estas estaciones nos afectan no solo como países del mundo sino como seres humanos en directo, tal vez no lo percibimos como tal por no tener en estos lares cambios muy significativos de clima, aunque sí en el cambio de actividades. A cada uno de los doce meses yo le  percibo con una coloración que le abarca íntegro y en el mismo movimiento se van añadiendo otros tonos complementarios. Creo que los colores con los que percibo cada mes tienen todo que ver con esa luz que  no solo es física, es también algo muy relativo a los ánimos.  

Enero oscila entre lilas y azules asentado en amarillos. Febrero es de tonos rosas y azules claros, también con fondo de color cálido en amarillos mas rosados. Marzo es todo de naranjas. Abril es de verdes claros y amarillos en un fondo verdoso leve. Mayo es de blancos y un tanto de verde limón que se conjuga con algunos tonos de  lila en un fondo también de levedad verdosa. Junio es de verdes azulados en fondo aqua. Julio es de varios tonos de naranja con amarillos en fondo amarillo muy claro.  Agosto contiene   varios tonos de naranja tendientes hacia los rojos en un fondo naranja claro. Fin de año entra cuando se perciben los marrones claro con toques de naranja seco en fondo azulado y hablamos de septiembre. Octubre con algunos marrones rojizos tono ladrillo, y verdes oscuros en fondo siena. Pueblan el firmamento de noviembre varios verdes desde el esmeralda hasta verde pino con fondo verde seco, y  para cerrar con el último mes, diciembre  tiene en su haber la continuidad de los verdes del mes anterior con algunos tonos de rojo que van desde el más vivo hasta el más tostado, con fondo azul. Siempre percibí todo esto, mas no fue hasta hace algunos años que lo logré concientizar para irlo plasmando.

La libreta de vida que hoy reviso me trae anécdotas de momentos que no eran los del día a día, había yo visualizado junto a mi madre (que comenzaba a cerrar sus días) el gozo de compartir con ella esos momentos que vivió con sus padres y que tenían que ver con algunos meses del año. Había mes de actividades concretas de la iglesia a la que pertenencia mi abuela (mujer de ritos y ceremonias) a las que mi madre le acompañaba ya que contrajo nupcias mucho más tarde que el común de las mujeres de su tiempo. Iban a  rosarios o rezos estipulados durante el mes. Había visita a algunos parientes, asunto que era todo un momentum, ya se podían tomar toda la mañana meciéndose en los sillones de alguna casa elegida para visitar (no precisamente  de pisa y corre o por cumplir) ya podían organizarse para dos visitas el mismo día, se tomaban su tiempo disfrutando de un buen té o café así como refrescos de frutas de la estación y a la hora del almuerzo se regresaba a casa. Siendo yo niña me tocó la visita mensual a las hermanas de mi abuelo que vivían cerca del centro de la ciudad y que me encantaba ir a verlas porque pasábamos por mi abuela para ir por helados para llevarles, disfrutaba yo   por lo minucioso de sus entornos comenzando por los pisos de pasta, en este caso eran pequeños cuadritos de colores varios que se convertían de pronto en triángulos,  me podía embelesar y perderme en sus formas por mucho rato. Ahora que lo pienso bien, creo que de ahí  se fortaleció mi amor a los gatos, porque estas viejitas del siglo pasado siempre tenían algunos felinos en sus patios traseros en los que los niños estábamos destinados a salir a jugar.

 Había mes de visita a la hacienda así como meses de playa y ni qué decir de lo que se programaba  para los meses de fin de año, esas visitas más rápidas a personas a las que se les ayudaba llevando despensas. Nunca he creído en el asunto de la caridad de dar per se, lo vi mucho de niña, mas hoy creo que es mucho mejor ayudar con un asunto concreto, lo que se da sin un sentido (para que la persona que recibe realmente haga más por sí misma) mitiga de momento cierta necesidad, pero no da pie a una creatividad actuante que todo ser humano tiene derecho a realizar por salud mental. Existe la costumbre (y creo que existirá por siempre) al hacer feliz a alguien por un instante dando cosas materiales, pero no es una solución a fin de cuentas para quienes viven en constante carencia.

El tiempo que se destinaba para la Hacienda Chacmay era de cada mes de agosto. Desde finales de julio se preparaban para el traslado, me queda clarísimo que en esos tiempos el tiempo era de otro tipo y magnitud. Era toda una parafernalia muy especial la preparación y como se transportarían las cosas. Se empacaba todo en mochilas de lona, mismas que eran trasladadas hasta la estación del tren que se tomaba para llegar a Temax, poblado más cercano a Chacmay.  Antes de bajarse en Temax y tomar el carrito de la plataforma que los llevaría hasta las cercanías de la hacienda se hacían  varias paradas. Algunas veces se bajaban a chupar chinas (naranjas) ya que es una costumbre para mitigar el calor y más en   verano. La última parada cerca de la entrada a la hacienda se logró establecer porque el abuelo de mi madre cedió terrenos de su propiedad para que se pusieran los rieles del ferrocarril. Los hermanos de mi madre que eran ocho (nueve con ella misma) todos llevaban invitados (uno o dos por cabeza) por lo que según me contó las mesas de las tres comidas eran sumamente concurridas y muy divertidas. Este asunto de tener dos casas totalmente activas se dio con mucha frecuencia en el siglo pasado.

Hoy día ya se volvió una moda de status y aunque ya no siempre se dispone de tantas personas que esperan en los recintos para ayudar, ya las tecnologías agilizan todo.

El amanecer era muy temprano en la hacienda. El silencio se escuchaba muy diferente ya que era a campo abierto y siempre aderezado por cantos de gallos, gallinas, chachalacas montaraces, borregos, palomas y demás fauna. Ni que decir del mugido de las vacas que había muchas y siempre se traía una a la ciudad para el abastecimiento de leche. Se servía el desayuno algunas veces por grupos, porque los jóvenes comenzaban actividades más temprano, como salir al campo a cabalgar y pasear por los planteles. Haciendas todas estas activas y productivas del henequén que en parte convertido en sosquil se secaba tendido en espacios dispuestos en particular para ese fin.  También se hacía viaje especial a las haciendas conocidas como anexas, eran pequeñas y se coordinaban con la principal. En el caso de Chacmay, la anexa más visitada se llamaba Kanan.

Nunca falta un momento adverso cuando las concurrencias son numerosas. La  anécdota fue de una de las hermanas de mi madre que cabalgando cayó en una zanja, al quedar a nivel del suelo intentó bajarse del caballo, pero algo de su ropa se atoró en la montura y fue arrastrada varios metros colgada del animal, por lo que tuvieron que regresar antes de tiempo,  las heridas no fueron graves mas  si de cuidado.

Algo que se disfrutaba mucho era el canto de las cigarras, era muy intenso y tal vez más fuerte que el que se escucha en la costa.

La casa principal no era de las más lujosas ni vistosas, era una sencilla construcción  con un gran corredor de arcada alta, en donde se conversaba por las tardes y despedían al sol. Mi abuela tenía todo un arsenal de medicamentos homeopáticos y después del desayuno se sentaba a esperar que algunos de los habitantes del rumbo que así lo desearan (si es que tenían alguna dolencia) vinieran a su consulta amateur. Se situaba en unos de los extremos del corredor, tuve la dicha de conocerle en esos menesteres en su casa de Mérida.

Mi madre heredó esa costumbre y afición  por la homeopatía, ha sido parte de nuestra vida entera. En casa de mi abuela en el Paseo de Montejo había todo un mueble lleno de frascos ámbar de tinturas y demás. De ahí heredamos una receta hasta hoy día activa en nuestro entorno para mitigar los malestares de la gripe, se prepara con dos enormes vasos de agua y mi madre decía que si no se hacía tal cual ella lo aprendió, no daría los mismos resultados: pasar el agua con las tinturas durante dieciséis veces de uno a otro para que quede bien revuelto el menjurje. A mis hijos les divierte mucho el asunto aún  hoy día.

Cuando mi abuela abría su gran estante repleto de frascos de varios tamaños, el olor era muy especial y puedo decir que todo el enorme hall de su casa se impregnaba de los vapores olorosos.

La tarde en la hacienda también era para caminatas y compartir anécdotas ya que eran periodos en los que había más tiempo para conversar, mientras los enormes planteles de ese oro verde crecían silenciosamente para desaparecer a fin de cuentas, asunto que a muchos les costó entender. (Continuará)

 

 

 

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