jueves, 11 de enero de 2024

 

D.L.V.D. Libertad, es decisión. (19)

 

                                                              A cada paso una certeza.

                                                              A cada certeza, una actitud.

                                                              A cada actitud, un hecho.

                                                              A cada hecho, camino. MJ

                                                                                  No es la última parada del vivir, el andar conciliando mentes que son pensantes. En la adultez ya nos tocan otras encomiendas diferentes que en realidad son producto del camino elegido, convivir con la claridad de lo entendido y hacerlo con los críos que van aprendiendo a desplegar sus herramientas pensantes.

 El discernimiento como propone Ignacio de Loyola, es una modalidad de organizar la mente y de ahí surgirá el saber elegir con más seguridad. Confiar en lo que ya entendimos es sabiduría, y de ahí soltar y solo quedarnos con la mies.

Me encanta cuando escuchamos que la vida propone, porque es una realidad que bien comprendida nos hace más humildes, y practicar la sencillez da paz.  Habremos de recordar que el pensamiento no siempre es conciliatorio ya que lleva sus propios procesos personales, toma matices propios.

                          Nuestro hijo menor se caracteriza por tener un espíritu conciliatorio. Desde que tengo memoria de sus actos humanos como niño, le percibimos así, tratando de que los flujos vitales fueran siempre tranquilos y bien llevados.  Un día, llego lastimado. Le había yo propuesto no pelear nunca, pero en el jardín de niños eso no es algo que se ajuste a la realidad, el que muerde lo hace como parte de una condición de niño que se está adaptando. La maestra que hizo el favor de traerlo a casa ya curado, me lo aclaró: -A veces los niños no responden con la acción esperada, y los otros compañeros toman esos reductos para hacerse presentes-. Al fin hubimos de enseñarle que tenía que hacer acto de presencia con fuerza vital, que no es lo mismo que agresión. Un, aquí estoy, a tiempo. 

Que confundida andaba yo, la conciliación no quiere decir dejar de hacernos presentes. Tuve una larga plática con la psicóloga del Instituto. Nunca más le volvieron a morder.

                                         Morder es un verbo que puede tener varias acepciones. Nos puede morder un dolor, nos puede morder la vida misma. En la acción de ingerir y alimentarnos, mordemos. La nieta de dos años y medio, muerde cuando lo considera necesario y hay que estarle diciendo que no lo haga, es también una acción de llamar la atención de otros. La gatita de casa de plano utiliza los dos caminos, y cuando más tranquila está conviviendo, de pronto muerde, como para decirnos: Aquí estoy. No es una mordida agresiva, es una mordida aleatoria de comunicación.

                                                                                   Al retomar los ciclos vitales, esos que percibimos cuando algo se cierra y se nos dan nuevas oportunidades, puede que nos sintamos mordidos por la vida misma. Es normal, estamos en procesos que todo el tiempo nos están dando la posibilidad de renovarnos.

                                                                         En lo personal, la escritura de años, la expresión de la vida misma que percibo a través de mis escritos, me ha permitido un sentimiento de que los aprendizajes son necesarios conociéndonos a nosotros mismos. Decía mi madre: -Nadie experimenta, en pellejo ajeno. -

                                                             Con el paso de los años, uno comienza a detectar las trampas de la vida. Sentimos que porque hemos vivido reveces, es que la vida nos ha sido injusta, pero nada más ajeno a la realidad. Los reveces no son injusticias necesariamente. ¿Qué persona no ha tenido que enfrentar cosas muy fuertes, mordidas que da el destino y que tenemos que reconciliar y retomar? Todo ser humano se curte con el paso del tiempo.

                                                                                        Crear armonía es un arte. La transparencia de la vida a veces se vuelve turbia, porque nos desarmonizamos con las cosas más insólitas, pero he ahí el detalle de aprender a ver esos momentos como positivos. Ese mandala que es la vida, siempre activa.

           Después de la pandemia de Covid-19, empezamos a salir menos de casa. Las pláticas ya son más bien acordadas cuando nos podemos encontrar con las personas y podemos hacer esos maravillosos intercambios de ideas. En lo personal me encantaba hasta por momentos conversar en el supermercado con conocidos encontrados, con desconocidos afables. Ya no. A veces hasta noto que estamos más de prisa todos, cuando vamos a esas grandes tiendas es por cosas concretas. A decir verdad, en lo personal ya trato de evitarlas.

                                                      Hoy día, las compras en línea son el pan nuestro.

                                Conciliar, es un verbo que está enraizado con la vida misma.  No solo se concilia con los congéneres, también habremos de aprender a hacerlo con los modos, con las situaciones. Con nosotros mismos. Ser más flexibles.

                                         Para la serenidad, así como para la locura no hay límites.

                                         Una tarde, unas primas de mi madre estuvieron de visita por varias horas en su casa. Ese tipo de visitas que se hacían antaño, y que hoy día ya son mucho menos frecuentes. Cuando se iba a las casas expresamente a conversar, era un tiempo valiosos de intercambio de cariño, de ideas.  Mi madre, aun no caía en cama y salía a departir con mucho ánimo. Los temas que tocaron fueron muy interesantes, al grado que redacte todo con bastante detalle. Uno de varios temas fue en relación a cómo ellas fueron educadas para que en su juventud y sin chistar tuvieran siempre presente a un enamorado en capilla. Era como un reto de toda joven, como que un logro de su condición de casaderas. Estas señoras a quienes obviamente trate ya maduras, tenían mucho que contar, conversaban de cómo a las reuniones sociales a eso mismo iban, a ver a los jóvenes partidos que debían prometer una vida digna a mujeres que no se habían preparado más que para llevar una casa.

 La mayoría de estas damas producto de una etapa de esplendor henequenero, tenían un concepto del trabajo como si fuera para otros, nunca para ellas mismas.

Ninguna fue realmente motivada a estudiar nada. Intrigada les pregunté: - ¿Y no tenían otros intereses? - - ¿No pensaban que podrían desarrollarse como en algún ámbito preferencial? -, me veían como bicho raro. Algunas de ellas eran muy buenas en labores manuales (fue el caso de mi madre) tejer, bordar… ¡Todo es empezar! De ellas aprendí muchísimo. En tiempos actuales, muchos de los momentos que me dan paz llegan porque        me ocupo de hacer alguna manualidad, es como una parte complementaria y central a la vez.

               La flexibilidad en la vida es muy necesaria, para poder decidir con acierto.

                                          Una de esas tías nos narró una anécdota muy simpática.

       Resulta que el enamorado en turno, no era para nada del agrado de su madre.

En esas épocas de mediados del siglo pasado, que solemos denominar como antiguas, las madres de las jóvenes estaban presentes en las tertulias sociales de sus hijas, hacían como un redil observatorio y así vigilar por los cuatro costados. A esta joven le sucedió que el enamorado muy decidido se animó a plantarle un beso de una manera muy audaz, mismo que algunas de ellas observaron, ¡oh lala!... pobre muchacho, había cavado su tumba, esto basto para terminar el evento. Despacharon a todos a sus casas. ¿Acabar la fiesta así? Pues así terminó.

Aquí se rompió una taza y cada quien para su casa. o más bien aquí se han roto las reglas y a tomar las de Villadiego. En nuestra generación, muchas de las que hoy ya peinamos canas, no podríamos negar nunca como recordamos ese primer beso plantado tan a destiempo a veces, y que siendo a la vez tan oportuno nos marcaba para bien. La vida misma nos iba mostrando esos caminos de las manifestaciones físicas de ser pareja, en nuestro momento se dio como algo natural y que muchas teníamos un tanto desconocido. Esta tía, terminó casada con el susodicho. Tristemente llevó una vida de penurias, nada más escuchar como las conversaba, el cuerpo se estremecía. No había preparación emocional para entender que es en realidad la vida de pareja. A veces me parece que aún no hemos avanzado lo suficiente en estos rubros.

 ¡Qué cosas! en verdad los tiempos pasados eran de una insolidaridad tremenda. Aunque la tía besada a destiempo hacia los cuentos con una sonrisa en los labios… creo que ese beso dejó más amargura que felicidad.

Mi madre callada escuchó aquella tarde. Ella vivió algo diferente. De carácter fuerte y siendo la mayor de sus hermanas, al regresar después de varios años en el extranjero como parte de su educación, se dedicó a su padre cuando este enfermó. No tenía planes de emparejarse con nadie, tenía su propio negocio de hechura de vestidos para niñas hechos a mano, con mucho éxito. Ante una treintena de años y un poco más, a ella no le corría prisa de nada, aunque esa edad de la medianía aceptada para contraer nupcias ya la había rebasado.  Al fin, acepto lo que le tocó. A fin de cuentas, la vida propuso mediante los amigos mutuos que dieron pie a que se emparejaran mi padre y ella, creo que fue suertuda, porque mi padre fue un buen hombre en todo.  Ella, no tenía la maravillosa opción actual de la soltería gozada y decidida, bien llevada. Ni pensarlo. Así es que saltó al ruedo, la faena fue positiva, sin mayores lidias a sortear.  

La vida de pareja de muchos momentos históricos está encaminada a reproducir a la especie. No es que seamos incubadoras propiamente las mujeres, aunque a veces, si se da algo parecido. Los valores del asunto romántico no se dan en todos los ámbitos y esto es aceptado claramente. Quien quiera vivir del romance, tendrá que propiciarlo y tener el carácter para ello, lo demás, luego resulta lo de menos.

Parte de lo que se conversó esa tarde del siglo pasado, también llamó mucho mi atención: el tema de la jubilación de los maridos. Algunas de esas mujeres la veían como un mal, preferían que sus parejas nunca dejasen de salir de casa. Los había tan solo administrando lo que había quedado de la bonanza henequenera, otros profesionistas y otros empleados en diversas actividades como ventas etc. No importaba tanto la actividad, ellas los preferían afuera, más en las horas de las actividades caseras. Esto se propicia porque en realidad esas uniones no tenían de fondo temas en común, era un convencionalismo pactado de subsistencia.

Los tiempos idos siempre son maestros invaluables, nos permiten ver no solo modos de pensar y ser que también son cultura, sino cómo van cambiando las mentes y nunca hay que tener temor de que estas lleven el pandero de las nuevas propuestas.  (Continuará).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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