jueves, 15 de febrero de 2024

 

D.L.V.D. Vivir como un mandala que fluye. (4)

                                                                               Los tiempos de reconstruirnos son a veces muy rápidos y hasta parecen efímeros, habremos de detectarlos. MJ

 

                                                                                     En el mandala de nuestra vida

no hay desperdicio alguno, todo cuenta. A veces lo único que nos toca hacer es reforzar líneas, volver a dar color o tan solo retomar lo olvidado.

El tiempo, mientras sea un tiempo que podamos decir que aporta y percibimos que nos hace más fuertes en el interior, es un tiempo que ha dado su mejor parte. La esencia de la madurez nos da mejores tiempos, es estructura que fluye.

La temporalidad es parte del mandala vital.

Las estructuras de nuestro ser se están recomponiendo con constancia, algunas veces de una manera consciente, otras tan solo por el flujo de la vida misma. El arte de conversar no solo está situado en la información del contenido de temas, sino en la actitud al compartir.

Hoy día, ya se habla mucho de que las conciencias se abren y eso mismo trae a veces desconcierto. Los intercambios armónicos nos aportan a la parte consciente.

-Será necesario, sin embargo, saber de una vez cuales son las preferencias, lo que creemos más cierto, lo que nos parece más exacto y mejor. – nos recuerda Amiel. (paraf.)

Es un hecho que en los espacios que percibimos como si no hubiera nada, existe mucho. El cuidado más bien es dentro de la propia mente, no perdernos en nosotros mismos. Así como los científicos hoy día están interesados en conocer más de la materia interestelar, esos espacios del universo que parecen totalmente vacíos y están formados por materia que en mucho nos es desconocida, en nosotros siempre existen aspectos que habremos de reforzar.

Aunque los mandalas no sean propiamente de nuestra cultura latinoamericana, se pueden considerar universales, de todos los sitios y todos los momentos.

En ellos se reflejan los tiempos circulares concéntricos (que se cierran) y cuando se abren, estas mismas líneas o tiempos le dan una fuerza particular.

Lo que queda claro es que los tiempos puedan ser percibidos o representados, a veces cortos, a veces largos, a veces más claros y otras tantas más oscuros.

En la naturaleza está muy presente la figura de los mandalas. Proponernos y encontrarlos al paso, sería una buena acción de creatividad.

Muchas personas se han dedicado a fotografiarlos, es una bonita actividad. Esto requiere de un tiempo extra dispuesto para darnos esos respiros de contemplación.

Existen hoy día en el mercado cuadernos con variedad muy propositiva de mandalas para colorear. Darnos tiempo de revisarlos cuando los vemos al paso, elegir con calma alguno y no adquirir por adquirir, encontrar lo que en verdad nos motive. Colorear. Elegir los colores libremente. Tal vez más adelante averiguar el significado de esos coloridos. ¡Toda una tarea pendiente!

El primer cuaderno de mandalas que adquirí fue uno pequeño. Era del tema de vitrales arquitectónicos tomados de edificios y representados en sus variados estilos: Art Nouveau, modernos o clásicos. Lo fui haciendo con mucha calma y solo a sentimiento, me anime con varios materiales: lápices de color, grafito, tintas y hasta bolígrafos de color. Algunos los recibí de regalo. Tengo uno muy singular de hojas redondas de temática centrada en los ángeles que diseñó Gaudí, el arquitecto.  Una de mis amigas de CDMX muy querida y apreciada, que ahora va y viene a Mérida, me lo regaló, creo lo compró en Barcelona. Cuando viene a la ciudad, pasa varios días y cuando nos vemos nos pasamos buenos ratos de conversación que valoro y aprecio mucho. La buena platica cada día es más escasa. Con las prisas se aprecia menos ese conversar propositivo, porque las personas son absorbidas por las demandas sociales. Aun con personas que antes creí valoraban una buena conversación, me siento con pesar al comprobar que no es así.

Al conversar, ponemos color a un momento que puede hacerse eterno en nuestro interior y nos reconstruye.  

¿Existe una mejor hora para colorear un mandala? En los tiempos de meditación. Puede ser antes de ésta o después, los mandalas son como complemento de esta actividad.

Los primeros libros que compré para colorear, los perdí. Fue una lección de vida muy especial relativa al agua, uno de los recintos del espacio en donde pinto, se inundó y todo se fue. Había una toma de agua con filtro que se dejó de utilizar por un tiempo, el plástico se secó y se rompió de pronto, haciendo una inundación que se llevó muchas cosas a mejor vida. Esos cuadernos (unas cuantos, pero suficientes para mi) se fueron a la danza de la eternidad, todas las figuras se empaparon. La consideré la primera de mis experiencias con mandalas: habían llegado para irse. Con un respiro profundo me dije: -Si todo se ha ido, habrase de dar una nueva etapa de colorear-. Con paciencia y sin prisas esperé. En eso estaba, cuando mi marido y mi hija me propusieron irnos al Reino Unido a festejar la llegada de mis seis décadas de vida y cuál fue mi sorpresa que en una de las estaciones del metro mientras ellos dos, amantes de las revistas hojeaban algunas, yo me topé con un bello libro de figuras de la naturaleza para colorear. No eran propiamente mandalas, mas me quedó claro: era como un signo de recomenzar. Poco a poco me fueron llegando otros de temas diversos como jardines zen (regalo de mi hijo), mandalas sencillos y anímicos (regalo de una amiga muy querida de infancia). Observar cómo las nuevas oportunidades llegan, afirma nuestra esperanza.

                                                 Hablando de las etapas intermedias de todo proceso, en particular las que componen internamente un mandala o a la vida misma, son partes que a veces sentimos sin mayores aportes y en realidad sostienen todo.

¿Quién no se ha preguntado qué sentido tiene lavar los trastes caseros sin permitir que se amontonen? pues digamos de que es posible sentir mucha entereza interior cuando en esas tareas intermedias de casa ponemos más atención. Las tareas que postergamos y que a veces nadie quiere hacer, son en verdad asuntos que, resueltos a su tiempo, pueden darnos mucha armonía.

 En el caso de colorear el mandala, algunas figuras son más atractivas por sus formas y a veces nos tienta brincarnos etapas, lo recomendable es elegir un orden y poner los colores en ese sentido.

 Poder visualizar que colores quedaran más armoniosos unos con otros, no es poca cosa. La armonía es privilegio de cada ser. ¿Vamos hacia afuera? ¿o más bien nos toca ser introspectivos?

Elías Canetti formaba parte de mis lecturas de esta época que releo. Hablaba de ¿qué era eso de escribir para uno mismo? Yo también por ratos tendía a dejar por acabada esta tarea de los escritos de vida.

 A veces sentimos que hay actividades que no a aportan más que a uno mismo, y si así es ¿Cuál es el problema? Tendemos a ponernos en segundo término, mucho más las que somos del género femenino. No sabía que más adelante esos escritos me darían este gozo de compartir.

Leyendo a Canetti me encuentro que dice: -Nunca me contaré en el número de quienes se avergüenzan de las insuficiencias de un diario-.  

Canetti lo tenía clarísimo, y me ayudó a tenerlo a mí también. Los diarios personales no son documentos totalmente completos, serán larguísimos a veces, pero quienes los escribimos (aunque de pronto los sintamos insuficientes) tienen una estructura elegida. Como en un buen mandala, las temáticas o figuras del diario personal se eligen, de esta manera responden a lo que somos. No tienen que estar ni todos los temas ni todas las etapas. En lo personal aprendí a seleccionar qué quería escribir y porqué hacerlo. Así pasa cuando decidimos diseñar nuestros propios mandalas. Amo la figura del cuadrado y pretendo que siempre este presente en mis diseños y hoy día pongo algunas hojas por aquí y por ahí, logrando en algunas asimetrías que me encantan. A veces los he diseñado simétricos, dependiendo de lo que estoy viviendo.

                                                                     La realidad, esa que a veces nos toma por el cuello no lo hace precisamente para ahorcarnos, es para despertar nuestra calidad de observación.

No existe ningún plan vital que sea intacto, y no es porque seamos limitados (como lo somos en realidad) sino porque es muy difícil seguir los planes como si fueran relojitos. La planeación se da con cierto orden y medida.

Me encanta cuando Canetti nos habla de la autoconciencia, mientras más comprendemos, menos ansiedades traemos a nuestra propia vida. Un ejercicio muy positivo es sentirnos rodeados del color que preferimos, cerrando los ojos y visualizando. Sentir que nos baña ese color. Dejarlo ser. El mío ha variado, en la infancia era el verde, luego un tiempo el azul y hoy día la combinación de ambos: el aguamarina.

Teniendo pendientes las circularidades vitales que se nos olvida disfrutar, estaremos más atentos, como con esos ruidos diferentes que no percibimos por estar viendo que hace el vecino. Ese vivir de cada día cuando vemos como la luz que estamos mirando de pronto se apaga porque ha pasado una nube… o por otro lado los cambios en las sombras de los objetos que nos rodean, son observaciones que nos serenan.

A quienes nos gusta hacer acuarela, la luz nos resulta vital. Los colores nunca son los mismos a las diferentes horas del día y la observación se vuelve una manía. Un placer inigualable. Una obsesión. En cuanto el sol cambia todo se vuelve de otros colores y la vida misma vibra diferente.

En estas épocas que releo, me encantaba ver documentarles de la naturaleza. Todavía me gustan mucho, pero no se me dan con la frecuencia deseada. No me preocupo porque sé que los tiempos los estoy destinando a lo que prefiero. Cuando me adentro en esos enormes panoramas naturales, mi ser se estremece, es una pena que nos los estemos acabando. Una de las cosas que por esos días escuche viendo un documental sobre cocodrilos, fue que el sexo del recién nacido se determina por el grado de calor que la madre le aporte al incubar el huevo.

Tan sencillo como eso. La naturaleza nos sorprende para que nos abramos más y más a ella. Así también para comprender mejor a nuestra especie.

Recordé que en casa de una de las hermanas de mi padre había un cenote en el fondo del jardín. Uno de sus hermanos le trajo de regalo un cocodrilo, al que se llamó Cirilo.

Ya crecido se tuvo que cambiar el nombre a Cirila porque fue madre. Su cría fue devuelta a la naturaleza a su debido tiempo. Cirilo para unos, Cirila para otros, se quedó a vivir ahí por años. Un día, no se le volvió a ver. Se cree que encontró un resquicio acuático y se fue por ahí. Los niños solíamos llevarle pedazos de pan para que saliera de los entornos del cenote, esta práctica también les tocó a mis hijos que gozaban con carcajadas inolvidables, verle nadar. (Continuará).

 

 

                                                                  

                                                                                                   

 

 

 

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