D.L.V.D. Vivir como un mandala que fluye. (4)
Los tiempos de
reconstruirnos son a veces muy rápidos y hasta parecen efímeros, habremos de
detectarlos. MJ
En el mandala de nuestra vida
no hay desperdicio alguno, todo cuenta. A veces lo único
que nos toca hacer es reforzar líneas, volver a dar color o tan solo retomar lo
olvidado.
El tiempo, mientras sea un tiempo que podamos decir que
aporta y percibimos que nos hace más fuertes en el interior, es un tiempo que
ha dado su mejor parte. La esencia de la madurez nos da mejores tiempos, es
estructura que fluye.
La temporalidad es parte del mandala vital.
Las estructuras de nuestro ser se están recomponiendo con
constancia, algunas veces de una manera consciente, otras tan solo por el flujo
de la vida misma. El arte de conversar no solo está situado en la información
del contenido de temas, sino en la actitud al compartir.
Hoy día, ya se habla mucho de que las conciencias se
abren y eso mismo trae a veces desconcierto. Los intercambios armónicos nos
aportan a la parte consciente.
-Será necesario, sin embargo, saber de una vez cuales son
las preferencias, lo que creemos más cierto, lo que nos parece más exacto y
mejor. – nos recuerda Amiel. (paraf.)
Es un hecho que en los espacios que percibimos como si no
hubiera nada, existe mucho. El cuidado más bien es dentro de la propia mente,
no perdernos en nosotros mismos. Así como los científicos hoy día están
interesados en conocer más de la materia interestelar, esos espacios del
universo que parecen totalmente vacíos y están formados por materia que en
mucho nos es desconocida, en nosotros siempre existen aspectos que habremos de
reforzar.
Aunque los mandalas no sean propiamente de nuestra
cultura latinoamericana, se pueden considerar universales, de todos los sitios y
todos los momentos.
En ellos se reflejan los tiempos circulares concéntricos (que
se cierran) y cuando se abren, estas mismas líneas o tiempos le dan una fuerza
particular.
Lo que queda claro es que los tiempos puedan ser
percibidos o representados, a veces cortos, a veces largos, a veces más claros
y otras tantas más oscuros.
En la naturaleza está muy presente la figura de los
mandalas. Proponernos y encontrarlos al paso, sería una buena acción de
creatividad.
Muchas personas se han dedicado a fotografiarlos, es una
bonita actividad. Esto requiere de un tiempo extra dispuesto para darnos esos
respiros de contemplación.
Existen hoy día en el mercado cuadernos con variedad muy
propositiva de mandalas para colorear. Darnos tiempo de revisarlos cuando los
vemos al paso, elegir con calma alguno y no adquirir por adquirir, encontrar lo
que en verdad nos motive. Colorear. Elegir los colores libremente. Tal vez más
adelante averiguar el significado de esos coloridos. ¡Toda una tarea pendiente!
El primer cuaderno de mandalas que adquirí fue uno
pequeño. Era del tema de vitrales arquitectónicos tomados de edificios y
representados en sus variados estilos: Art Nouveau, modernos o clásicos. Lo fui
haciendo con mucha calma y solo a sentimiento, me anime con varios materiales: lápices
de color, grafito, tintas y hasta bolígrafos de color. Algunos los recibí de
regalo. Tengo uno muy singular de hojas redondas de temática centrada en los
ángeles que diseñó Gaudí, el arquitecto.
Una de mis amigas de CDMX muy querida y apreciada, que ahora va y viene
a Mérida, me lo regaló, creo lo compró en Barcelona. Cuando viene a la ciudad, pasa
varios días y cuando nos vemos nos pasamos buenos ratos de conversación que
valoro y aprecio mucho. La buena platica cada día es más escasa. Con las prisas
se aprecia menos ese conversar propositivo, porque las personas son absorbidas
por las demandas sociales. Aun con personas que antes creí valoraban una buena
conversación, me siento con pesar al comprobar que no es así.
Al conversar, ponemos color a un momento que puede hacerse
eterno en nuestro interior y nos reconstruye.
¿Existe una mejor hora para colorear un mandala? En los
tiempos de meditación. Puede ser antes de ésta o después, los mandalas son como
complemento de esta actividad.
Los primeros libros que compré para colorear, los perdí.
Fue una lección de vida muy especial relativa al agua, uno de los recintos del
espacio en donde pinto, se inundó y todo se fue. Había una toma de agua con
filtro que se dejó de utilizar por un tiempo, el plástico se secó y se rompió
de pronto, haciendo una inundación que se llevó muchas cosas a mejor vida. Esos
cuadernos (unas cuantos, pero suficientes para mi) se fueron a la danza de la
eternidad, todas las figuras se empaparon. La consideré la primera de mis
experiencias con mandalas: habían llegado para irse. Con un respiro profundo me
dije: -Si todo se ha ido, habrase de dar una nueva etapa de colorear-. Con paciencia
y sin prisas esperé. En eso estaba, cuando mi marido y mi hija me propusieron
irnos al Reino Unido a festejar la llegada de mis seis décadas de vida y cuál
fue mi sorpresa que en una de las estaciones del metro mientras ellos dos,
amantes de las revistas hojeaban algunas, yo me topé con un bello libro de
figuras de la naturaleza para colorear. No eran propiamente mandalas, mas me quedó
claro: era como un signo de recomenzar. Poco a poco me fueron llegando otros de
temas diversos como jardines zen (regalo de mi hijo), mandalas sencillos y
anímicos (regalo de una amiga muy querida de infancia). Observar cómo las
nuevas oportunidades llegan, afirma nuestra esperanza.
Hablando de las etapas
intermedias de todo proceso, en particular las que componen internamente un
mandala o a la vida misma, son partes que a veces sentimos sin mayores aportes y
en realidad sostienen todo.
¿Quién no se ha preguntado qué sentido tiene lavar los
trastes caseros sin permitir que se amontonen? pues digamos de que es posible
sentir mucha entereza interior cuando en esas tareas intermedias de casa
ponemos más atención. Las tareas que postergamos y que a veces nadie quiere
hacer, son en verdad asuntos que, resueltos a su tiempo, pueden darnos mucha
armonía.
En el caso de
colorear el mandala, algunas figuras son más atractivas por sus formas y a
veces nos tienta brincarnos etapas, lo recomendable es elegir un orden y poner
los colores en ese sentido.
Poder visualizar
que colores quedaran más armoniosos unos con otros, no es poca cosa. La armonía
es privilegio de cada ser. ¿Vamos hacia afuera? ¿o más bien nos toca ser
introspectivos?
Elías Canetti formaba parte de mis lecturas de esta época
que releo. Hablaba de ¿qué era eso de escribir para uno mismo? Yo también por
ratos tendía a dejar por acabada esta tarea de los escritos de vida.
A veces sentimos
que hay actividades que no a aportan más que a uno mismo, y si así es ¿Cuál es
el problema? Tendemos a ponernos en segundo término, mucho más las que somos
del género femenino. No sabía que más adelante esos escritos me darían este
gozo de compartir.
Leyendo a Canetti me encuentro que dice: -Nunca me
contaré en el número de quienes se avergüenzan de las insuficiencias de un diario-.
Canetti lo tenía clarísimo, y me ayudó a tenerlo a mí
también. Los diarios personales no son documentos totalmente completos, serán
larguísimos a veces, pero quienes los escribimos (aunque de pronto los sintamos
insuficientes) tienen una estructura elegida. Como en un buen mandala, las
temáticas o figuras del diario personal se eligen, de esta manera responden a
lo que somos. No tienen que estar ni todos los temas ni todas las etapas. En lo
personal aprendí a seleccionar qué quería escribir y porqué hacerlo. Así pasa
cuando decidimos diseñar nuestros propios mandalas. Amo la figura del cuadrado
y pretendo que siempre este presente en mis diseños y hoy día pongo algunas
hojas por aquí y por ahí, logrando en algunas asimetrías que me encantan. A
veces los he diseñado simétricos, dependiendo de lo que estoy viviendo.
La realidad, esa que a veces nos toma por el cuello no lo hace
precisamente para ahorcarnos, es para despertar nuestra calidad de observación.
No existe ningún plan vital que sea intacto, y no es
porque seamos limitados (como lo somos en realidad) sino porque es muy difícil
seguir los planes como si fueran relojitos. La planeación se da con cierto
orden y medida.
Me encanta cuando Canetti nos habla de la autoconciencia,
mientras más comprendemos, menos ansiedades traemos a nuestra propia vida. Un
ejercicio muy positivo es sentirnos rodeados del color que preferimos, cerrando
los ojos y visualizando. Sentir que nos baña ese color. Dejarlo ser. El mío ha
variado, en la infancia era el verde, luego un tiempo el azul y hoy día la
combinación de ambos: el aguamarina.
Teniendo pendientes las circularidades vitales que se nos
olvida disfrutar, estaremos más atentos, como con esos ruidos diferentes que no
percibimos por estar viendo que hace el vecino. Ese vivir de cada día cuando
vemos como la luz que estamos mirando de pronto se apaga porque ha pasado una
nube… o por otro lado los cambios en las sombras de los objetos que nos rodean,
son observaciones que nos serenan.
A quienes nos gusta hacer acuarela, la luz nos resulta vital.
Los colores nunca son los mismos a las diferentes horas del día y la
observación se vuelve una manía. Un placer inigualable. Una obsesión. En cuanto
el sol cambia todo se vuelve de otros colores y la vida misma vibra diferente.
En estas épocas que releo, me encantaba ver documentarles
de la naturaleza. Todavía me gustan mucho, pero no se me dan con la frecuencia
deseada. No me preocupo porque sé que los tiempos los estoy destinando a lo que
prefiero. Cuando me adentro en esos enormes panoramas naturales, mi ser se
estremece, es una pena que nos los estemos acabando. Una de las cosas que por
esos días escuche viendo un documental sobre cocodrilos, fue que el sexo del
recién nacido se determina por el grado de calor que la madre le aporte al incubar
el huevo.
Tan sencillo como eso. La naturaleza nos sorprende para
que nos abramos más y más a ella. Así también para comprender mejor a nuestra
especie.
Recordé que en casa de una de las hermanas de mi padre
había un cenote en el fondo del jardín. Uno de sus hermanos le trajo de regalo
un cocodrilo, al que se llamó Cirilo.
Ya crecido se tuvo que cambiar el nombre a Cirila porque
fue madre. Su cría fue devuelta a la naturaleza a su debido tiempo. Cirilo para
unos, Cirila para otros, se quedó a vivir ahí por años. Un día, no se le volvió
a ver. Se cree que encontró un resquicio acuático y se fue por ahí. Los niños
solíamos llevarle pedazos de pan para que saliera de los entornos del cenote,
esta práctica también les tocó a mis hijos que gozaban con carcajadas
inolvidables, verle nadar. (Continuará).
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