jueves, 8 de febrero de 2024

 

D.L.V.D. Vivir como un mandala que fluye. (3)

                                                                              La Fe, es el atrevimiento del alma

de ir más lejos de lo que puedes ver.

William Newton.

                                                                Cada que nos adentramos en los caminos espirituales de cualquier tipo, estamos en parte apostando a ese conocimiento que no se puede ver, a esa parte que percibimos y que va forjándose a través de las experiencias que dejan huella. No creo que exista experiencia que no deje conocimiento, lo importante es ser consciente de que es lo que nos enseña. Hay de pronto experiencias que percibimos como huecas, a fin de cuentas, no lo son, de todo se aprende.

                                                                La primerísima fe que habremos de cultivar sin duda alguna, es la que nos tenemos a nosotros mismos. Atrevernos a tener acciones con la preponderancia de lo que no podemos ver, nos deja claro que no todo es tangible en lo material y que debemos apostar a nuestra imaginación y más que nada a que la inteligencia se manifieste. A veces creemos que no podremos hacer algo, lograr lo que nos proponemos, porque no nos hemos atrevido a probarnos que mucho se logra con determinación.

En el ámbito de lo religioso, la fe que se propone también está basada en este principio. Hoy día muchas personas ya no están tan interesadas en ese camino en concreto, porque la vida avanza y los cambios se manifiestan de diferentes maneras, los caminos ya cada vez se presentan más diversos. No por ser individuos vamos a apostar tan solo por lo que nos incumbe como personas, porque tenemos muy claro que somos parte del grupo, pero los modos de resolver, siempre serán con un tono individual. Ningún individuo que en primera instancia no se tenga a sí mismo, tendrá proposiciones para el grupo, y que éstas, puedan hacer diferencias.

Estructurados internamente como un buen mandala, las situaciones de la vida actual nos irán dejando muchas cosas claras. Las consecuencias de lo que estamos viviendo hoy en el mundo, se dan porque nos perdimos de nosotros mismos.

Todos somos merecedores de una centralidad estructurada que es parte de la especie a la que pertenecemos, más no es gratis. Desde un principio, cuando éramos tribu se desfiguró. La inteligencia es algo que se cultiva a partir de las habilidades que están en el cerebro, mucho tiene que ver el sentido de las intenciones. Nos fuimos por reductos de separación y perdimos el rumbo. Aparecieron los abusos, falta de equilibrio en los intercambios, motivados por miedos, se trastocaron los sentidos de evolución y nos desarmonizamos.

Amiel, cuando habla de lo que piensa que es la fe, nos dice:

-es menester tener fe en la verdad, y hacerse un deber en mostrar esta fe por la acción. Es preciso buscar lo verdadero y extenderlo: amar a los hombres y servirlos sin esperar gratitud-.

La gratitud viene inmersa en el acto mismo de servir. Estamos en un mundo en donde estamos apostando por todos, aunque los destellos del individualismo se hayan extendido a tales grados que a veces nos desconocemos como congéneres que hemos empezado esta caminata humana juntos, millones de años atrás. Podríamos comunicarles claramente a los críos que en este planeta todos somos los mismos, aunque nos expresemos de diferentes maneras y formas. Todos comenzamos con los mismos ancestros aun cuando los grupos por situaciones de lugar y supervivencia tuvieran que alejarse o distanciarse. Los colores de la piel solo se dieron por adaptación al medio ambiente, nunca por superioridades o inferioridades. La misma antropología ya está reconsiderando sus categorías, que en principio se dieron para estudio y método de observación, como lo fue en América dividir por criollos y mestizos que hoy día prácticamente ya no se habla así.

Si toda religión propone un ideal del mundo, un modelo a seguir, es porque ese camino se pensó para unificar, y aunque los tirones sociales nos jalen y nos lleven por rumbos divergentes, quien apuesta por un camino de crecimiento propicia la evolución.

No todos sabemos lo que hacemos, y mucho menos la motivación de ese hacer, las inercias están a la orden del día. Muchos tal vez nos guiamos por postulados que ya son obsoletos o que no resuelven. Reestructurar al ser, reinventarse. Hacer un mandala de vida fluido, vivificante.

De entre los que practican una religión es normal que piensen que a fin de cuentas serán perdonados por su Dios, por eso mismo de que Dios perdona todo, aun viviendo sin que se sepa lo que se hace. Esa misericordia es aceptable, es buena, mas sería mucho mejor si vamos encontrando el saber lo que hacemos y porque lo hacemos.  La pregunta… ¿Qué nos mueve? Es una pregunta que se hace uno mismo una y otra vez, porque todo cambia y las intenciones se renuevan. Los colores de un mandala, de tu mandala, de mi mandala, cuentan.

Nos recuerda Amiel:

-La gran diferencia de hombre a hombre estaría entonces en el arte de extraer de sí mismo, la mayor fuerza mental disponible para la vida superior. Transformar su vitalidad en espiritualidad, su potencia latente en energía útil-.

La fuerza de la fe, que instalamos en nosotros es a fin de cuentas la fe en Dios que tiene el creyente, también la fortaleza de quien, sin creer, la tiene en su ética vital y en sus convicciones. No se necesita tener un mismo Dios para poder proponer lo que es positivo para uno mismo y para el grupo, lo que da color a la existencia es tener constancia en el dinamismo creativo que nos convence y nos mueve.

Y, continua Amiel:

-La vida puede hacerse religiosa en el orden, cuando comprendemos como estamos vinculados con el universo. El día completo puede ser de buen trabajo, cuando comprendemos éste accionar siendo alegres en su realización y serios cuando se requiere-.

(paraf.).

La plegaria, nos dice Amiel, -es una forma de pasión, es una manifestación fidedigna de un espíritu que elige la religiosidad para crecer-. Así mismo no necesaria para el crecimiento de otros que eligen otros caminos-. -Todo lo que nos transporta fuera de nosotros mismos, tiene algo de sublime-.

Entrando y saliendo de nosotros mismos damos armonía a nuestros propios colores. Ante todo, es menester sentir que crecemos, que vamos cumpliendo con nosotros mismos. El mandala de nuestro interior tiene subestaciones, que se completan en un tiempo y otras que se hacen más amplias con sus compases de espera. El mandala mayor se cierra cuando hemos concluido la misión central.

A veces nos cuesta mucho aceptar esa partida. Pasados los años y mientras vamos siendo mayores vamos percibiendo como parte de vivir es morir. Los seres cercanos y queridos se marchan de este mundo. Nos cuesta a veces comprender que las misiones se cumplen y nos toca irnos. Los niños que se van tempranamente también han cumplido, han dado lo que han venido a dar y seguirán su camino eterno, porque las acciones a fin de cuentas son atemporales. En lo terreno no son necesariamente valoradas por la cantidad de tiempo trabajado o invertido sino por la dimensión de lo logrado, y más que nada es un asunto de calidad anímica. Un pequeño niño o un joven que vive poco, puede aportar mucho si ha sido genuino su paso y ese aporte es algo que perdura y permite crecimiento y nuevos enfoques a quienes se quedan. La acción de cada ser es redonda, queriendo decir con esto que es completa, mientras sea original.

                                                             La esencia o presencia de Dios en las vidas humanas es como un mandala de especial colorido, es asunto de cada quien o tal vez con mayores tiempos reflexivos este aspecto personal tomará las formas de los sentidos de vida.  Aprender a conciliar es algo muy civilizado.

Desde la niñez, sin imponer conceptos haremos que los niños descubran sus conceptualizaciones desde el centro de su mismo ser, sin imponer, con actitud de apertura, dando pie a que den sus propios coloridos. Mucho se habla de los niños índigo, seres que llegan a la tierra con herramientas especiales que hay que aprender a detectar. Si comenzamos proponiendo de más a los críos, es posible que podamos crear confusiones y demeritar o hacer de menos buenas propuestas, que luego no tendrían que ser debatidas en los centros de ayuda psicológica.

La atonía vital, es ese desconcertante modo de elegir sin convencimiento, y peor aun copiando lo que hace el otro. El tono se limita, y los colores que un ser podría estar eligiendo se le vuelven borrosos por una tónica trastocada.

En una ocasión muy venturosa y en platica reflexiva con un amigo escritor muy querido, estuvimos disertando sobre el concepto de la nadidad, (ojo: no he dicho navidad) hasta hoy día resuena en mi ese momentum.

Que importante es reflexionar sobre la nada, ese lugar en donde se dan los espacios ínter sostenibles. En el Japón se tiene muy presente esa espacialidad vacía, como concepto importante, eso que (parece) no contiene materia, esos intersticios que dan cabida a que las formas actúen armoniosamente. Si observamos que es lo que compone al jardín Zen, veremos como en algunos espacios el movimiento y formas de la grava que sostiene, da movimiento a su vez a las formas vivas.  En particular en la acuarela China (que he estudiado por algunos periodos de mi vida) la figura que se pinta como la formalidad de la composición siempre está sostenida por un fondo vacío, es decir el mismo lienzo sin nada de pintura, los diseños se sostienen a sí mismos en una armonía asimétrica que solo se da cuando el artista contempla un equilibrio visual para él mismo, eso es lo que aporta y eso mismo es lo que se valora en los que van a apreciar esos trazos.

 La vida que se apremia nunca premia los logros. Lograr es una categoría que va implícita en las acciones que se originan desde el centro, y es muy relativo a cada ser y su interacción con el todo. No se aporta porque se realicen tareas cuantitativas, si el logro es real, vino con la calidad desde la motivación del ser. Media mucho la calidad de los asuntos, es necesaria. La vida de calidad no es correteada, ni micho menos atormentada o amontonada. Si vemos un mandala demasiado cuajado de figuras, ¿Qué nos viene a la mente? Seguro que ante todo confusión.

La esencia de las plenitudes es una suma de buenos logros concretos y bien encausados. Las propuestas no se vuelven unas conduermas demandantes mientras sean genuinas. Quien permite la desesperación en su actuar, está mermando la mitad o más de el influjo positivo. Esos trastocamientos que de pronto nos muestra la vida y que proponen detener, parar, y borrar en nuestro mandala vital, soltar lo que sobra, hay que escucharlos, observarlos, el borrador correctivo del mandala vital es la meditación.  En los madalas que se pintan del centro de la figura hacia afuera, el llegar a la última línea exterior simboliza que hemos logrado expansión de espíritu. Cuando por el contrario los coloreamos partiendo de la línea exterior hacia el centro, ese último punto central que concluye, nos estará hablando de que la estructura está dada y tan solo nos toca disfrutarla. Las fases de figuras intermedias son muy importantes, son esas acciones que sin ser concluyentes, sostienen todo.  (Continuará)

 

 

 

 

                                                                      

 

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