D.L.V.D. Vivir como un mandala que fluye. (5)
Imaginemos pues, el cuidado del alma como una aplicación de lo poético a
la vida cotidiana.
Thomas Moore.
Con la poesía entramos a un mundo en donde la explicación es lo de menos
y si ese principio artístico lo aplicamos a la vida de cada día, pues podríamos
decir que nos estaríamos agilizando al no explicarnos tanto y darle más entrada
a un buen sentimiento. Cuando nuestro mandala personal es claro, estamos en
mejor camino. El contenido de las figuras que nos componen, es muy importante. No
siempre es fácil visualizarlo como una representación física colorida, mas ir
percibiendo con color las acciones y sentirlas totalmente completas en el curso
de la temporalidad, (aunque parezca de pronto nos traga vivos el tiempo)
estaríamos dando entrada a esa manera creativa de observar lo que vivimos a diario,
con mejor flujo. El color bien utilizado es poesía.
De pronto, como que se percibe que no es sencilla la vida
cotidiana. Enredarnos y perder la sencillez, pareciera de lo más normal. Pienso
que lo que se vive cada día es la parte de la vida más interesante y a la que
menos atención se le pone. Nos entercamos en creer que es fastidiosa, solo
escuchar la palabra rutina nos descompone y nos da la impresión de que
son muy nimias esas acciones que sustentan todo el entramado del día.
Cambiar una regadera que se la ha acabado el sarro,
reparar la lavadora de casa o tan solo acicalar el sofá para sentirnos más
cómodos, es como si fueran esas líneas intermedias que están inevitablemente
presentes. Mantener los espacios en los que convivimos limpios, poner unas
flores aun a sabiendas de que son efímeras, prepararnos un té. Cuando vemos las
acciones diarias como una parte sustentante, dejamos el camino libre a la
expansión de la conciencia.
Swami Sivanada piensa así: -Pon tu corazón mente y alma,
en los pequeños actos. Ese es el secreto-.
Los amaneceres dan entrada al día y pueden ser vistos
como centrales desde ese pequeño punto de inicio, en el que se va a desplegar
toda la acción. Son el centro del mandala.
Observar cómo nace el día junto a nosotros, esa pequeña
luz que hasta con vergüenza se asoma, como diciéndonos al oído, a la vista, a
la percepción: soy silenciosa, otorgo
vigor al día. Un pequeño rayo de luz en un resquicio, es la mismísima
belleza haciéndose presente.
Las líneas de actividad nos cuestan más, dependiendo de
la motivación. Puedo poner como ejemplo el ejercicio físico, ese actuar
saludable cada vez más propuesto por los médicos. Si vemos el inicio de un día
con todo ese potencial de la circularidad que comienza desde un pequeño punto
lumínico, para desplegarse luego en una circularidad total activa que sustenta,
pues podemos ir adentrándonos en la acción. A veces no todo lo que nos
corresponde hacer es lo que más nos gusta y aunque no sea la acción que más nos
agrade, sabemos que es necesaria. De lo que es cotidiano no todo responde al
deseo o gusto total, a veces hay que optar por lo que mejor nos pueda hacer.
Si sentimos que
cada etapa vivida del día nos acerca a la periferia de cierre (como la línea
externa del mandala) este es el punto último que podemos comparar con el
momento en que cerramos los ojos por las noches y nos preparamos para un nuevo
comienzo. Con esto nos damos cuenta que
es el privilegio de cada ser, vivir la cotidianidad con las formas y los
coloridos que se eligen y que aporten gozo. En el fondo siempre estará lo anímico,
que, aunque no se perciba fácilmente, fortalece con sentimiento, es el ánimo que
sustenta a todo el colorido que decidamos proponer.
Santo Tomás de Aquino nos lanza una frase muy contundente
por los caminos de la fe, para dejarnos claro qué tanto es importante
mantenerla en alto, y dice: -A quien tiene fe, ninguna explicación es
necesaria. A quien no tiene fe no hay explicación posible-.
Cada uno de nosotros nos podemos situar en el justo medio
de una fe en principio a uno mismo, que se refrenda en los buenos momentos,
tenemos fe porque sabemos que el día se desarrolla con las propuestas agendadas.
Confiamos.
Mantenernos en pie
de acción, aun a sabiendas en el ánimo y en el alma que, no todo está asegurado
tan solo porque se agende, pero de antemano ya mucho del camino está marcado.
Yo me declaro una
mujer de agenda, de papel. A veces me sugieren que ponga todo mi plan del día
en el celular, ¡imposible para mí! el celular tiene mil opciones, esa en
concreto no es la mía.
Es por eso mismo, que, si nos sabemos con estructura
propia, y los trazos de nuestro mandala vital interno ya están dibujados en
nuestra mente, poner los coloridos se volverá algo entretenido y gozoso.
Una de las situaciones de la vida cotidiana que más nos
nublan la posibilidad de disfrutar hasta lo más nimio, es cuando creemos que
esas nimiedades que tenemos entre manos son de poca valía. Muchas personas
desde el amanecer necesitan dejar los recintos caseros como para recargar
energía y salir de casa, a veces es una especie de huida graciosa. Cada ser
ponemos acción a nuestras demandas y habremos de tener más claro cuál es el
sentido de estas acciones. Quienes salen a trabajar como una rutina diaria
tienen mucho ganado en el ámbito de su propia paz. La rutina no es algo
tequioso y desdeñable. Claro que todo depende de la personalidad de cada quien
y lo que hayamos elegido en la vida. El trabajo, creo yo, es lo que más
dignifica al ser. Hoy día, que ya es una realidad el trabajo desde casa, las
computadoras tienen toda nuestra atención, estamos viendo que otro gallo nos
canta.
Muchos de nosotros habremos de salir a lo que llamamos diligenciar,
es decir cumplir algunos de los pendientes que solo se pueden dar fuera de casa.
En lo personal tengo una estrategia con este mandala del diligente día,
lo realizo yendo de la periferia lejana de la ciudad hacia el centro cercano,
opto por los lugares que están más lejanos para ir regresando y gozar más el
volver a casa.
Hoy día el punto de mis diligencias termina en las
compras faltantes del supermercado, que se encuentra ya cerca de donde vivo.
Bien lo saben los comerciantes, mientras más cerca de casa esté, más feliz
pueden hacernos.
Se dice mucho que en la ciudad del futuro todo estará en
las cercanías de los centros de vivienda, con transporte interno y más que nada
lo peatonal accesible y disfrutable entre las áreas verdes. Tal vez pensemos
que esto es un sueño de pescadores que arrulla la mar, pero esto ya se
vive hoy día en ciudades como Singapur. En estas urbes pequeñas, la opción de
tener un automóvil para cada miembro de la familia ya es algo que no todos desean
como un bien, mucho menos cuando se propicia lo peatonal con seguridad o
utilizar la bicicleta.
Hablo de todo esto, porque el recinto que nos cobija es
un área que puede aportarnos mucha felicidad si sabemos cómo disfrutarlo,
estando más tiempo en casa. Tener actividad dentro del espacio casero es algo
que se propicia.
Una de las
actividades que pueden disfrutarse en nuestro ambiente personal, es revisar los
libreros. Cuando nos damos la opción de descubrir qué libros nos gustaría
volver a leer y cuales pueden ya tomar caminos para que otras personas los
disfruten, estamos dándonos y dando vida.
El amor bien entendido comienza desde que nos respetamos
y ordenamos. No podríamos alcanzar la
redondez activa, si estamos viviendo con desorden.
Darnos amor a nosotros mismos es lo mismo que con
constancia reordenarnos por fuera y por dentro. Dos de los místicos de todos
los tiempos nos hablan de esa palabra que tanto se ha manoseado y que seguro
nos es muy necesario volver a comprender con nuevos sentidos. El amor, también
es orden, el amor también es donación y es equilibrio y ni quien objete que el
amor es creatividad. Un texto que nos da Santa Teresa de Jesús al respecto del
actuar amoroso, dice así:
-Usé siempre hacer muchos actos de amor, porque encienden
y enternecen el alma-
Respetarnos con nuestros propios tiempos y con nuestras
propias propuestas nos ayuda a comprender mejor que significa respeto hacia los
demás.
En el caso de San Juan de la Cruz me encanta como solo
hablando de lo que para él es el amor, nos define como la acción puede estar en
ámbitos de este sentimiento cuando hay equilibrio y nos dice:
-El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa-.
Es cierto. El cansancio a veces responde a desorden o a
como nos organizamos. Estar rumiando de
más lo que tal vez ya hay que soltar, es un ejemplo. La energía se resguarda
mucho mejor cuando, como decía mi madre: -Por favor, eviten ir dos veces el
camino-. Es decir, tener que repetir acciones porque se hicieron a destiempo.
Saber que en nosotros mismos está el encuentro con los
equilibrios y como organizamos ese mandala vital, cuales colores disponemos
para que el día sea fluido, sin importar si no se logra todo y sabiendo que la
vida con su continuo devenir nos dará tiempos nuevos. Todo mandala se descuadra
cuando queremos abarcar de más, como si le quisiéramos robar tiempo al tiempo.
Quien se esfuerza sin sentido, es más seguro que se agote, teniendo que volver
a empezar. Alguna vez he escuchado que es de sabios volver a empezar. Volver el
camino no es lo más deseable, mas si así se da, habremos de hacerlo con gusto.
Cuando cultivamos el orden, nos damos cuenta cuanto los
tiempos están a nuestro favor, de pronto nos queda más que claro que esos
espejismos de creer que no tenemos tiempo para nada, no son tan reales, así
aparecen momentos que se abren grandiosos para que apliquemos un nuevo color,
un nuevo sentido a lo que estamos viviendo.
C.S. Lewis, refiriéndose a lo que podríamos sentir quienes
ya peinamos canas, cuando creemos que la vida se nos cierra, nos dice:
-Nunca eres demasiado viejo para ponerte otra meta o tener
un nuevo sueño-.
Los sueños propiamente, esos que queremos realizar en la
vida, no se inventan. Es claro que para un matemático su sueño más profundo no
será cocinar (tal vez lo haga como un pasatiempo) así como un chef no podrá
centrar su sueño más profundo en cruzar el Canal de la Mancha a nado, mas si es
algo que se propone de fondo y lo propicia, es seguro que lo logre.
Es posible y
recomendable tener actividades totalmente divergentes a lo que soñamos de
fondo, mas ir cumpliendo el sueño del centro del mandala vital que nos
define, podríamos decir que es primordial. Tener la disciplina necesaria.
En la observación del valor de lo cotidiano, uno aprende
a sentir que en el encuentro con lo que más apreciamos, está presente lo que
nos da vida.
Así, en estos momentos que escribo me voy encontrando en
la revisión del cuaderno número 61. Con ese mismo daremos inicio a lo próximo.
(Continuará)
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