D.L.V.D. Creatividad, es actitud. (13)
Las mejores conversaciones, son con los libros.
Séneca.
Cuando la lectura es parte de la vida, y más aún cuando ésta se vuelve
reminiscencia en la vida diaria, todo se enriquece. Cuando los libros son
amados a tales grados que ocupan un lugar especial en nuestros libreros, y
mucho más cuando con el paso de los días el gozo de volver a los textos que nos
han marcado se vuelve parte de una rutina esperada y gozosa, solo podemos decir
cuánto los libros son importantes.
Aquí en casa, tenemos muchos autores de la literatura universal, y muy
claro quiénes son los preferidos. Mucho del acervo que veníamos guardando, ya
lo hemos donado a varias bibliotecas de la ciudad, quedando solo lo elegido. Dos
son los más leídos: Marcel Proust y
Virginia Woolf.
En esta ocasión me referiré al primero, que, aunque en lo
personal no he leído con tanta fruición su obra (como si lo ha hecho mi esposo
desde la juventud) si he llegado a profundizarla bastante y a comprender la
valía de esa extensa y profunda obra sobre el ser humano y las interacciones más
relevantes de la psicología, plasmada en la serie de libros llamada -En busca
del tiempo perdido-. No solo disfrutamos los libros escritos por los autores,
sino también tenemos sección especializada en donde están los libros que se han
escrito acerca de ellos.
A principios de este siglo mi esposo me propuso hacer un
viaje en busca de Proust. Es así, que diseñamos el camino y nos dirigimos a Lutecia
con una serie de medidas prefijadas en tiempos y espacios, para llegar a
disfrutar desde lo que pudiéramos encontrar en las calles, en los parques, en
las casas y en los museos.
Así es, Lutecia como nombraron los romanos a
Paris, nos ofreció también multitud de otros puntos a visitar, siempre con la
mirada puesta en Proust.
El álbum que armé después de tan lograda aventura, lo
titulamos 144 (ciento cuarenta y cuatro) horas en Lutecia.
La aventura parecía comenzar retorcida desde el
aeropuerto de CDMX, ya que llegamos atrasados a tomar el vuelo de Air France, y
éste, ya estaba cerrado. Como pudimos y con ayuda de un empleado muy amable,
recorrimos de prisa los pasillos en un carrito (como los que se utilizan en los
campos de golf) y una empleada nos corroboró lo sospechado: No hay manera. El
empleado que amablemente nos agilizó el paso, fungió un tanto como ángel de la
guarda, le explicó que no éramos los causantes del retraso sino la línea área
anterior y esto pareció dar un pequeño giro para que la mujer hiciera una pausa
pensante y averiguara, y dijo: -Solo se sube Otero, y sin maletas, éstas irán
en otro avión-. -Roche no se puede subir-. Decidimos, ante la decisión de la mujer
de dejarme en tierra, que era más sensato y mejor, quedarnos, tras semejante
posibilidad de que solo uno viajara, y esperar al día siguiente. De pronto,
como cuando la providencia actúa, de la nada surgió un piloto que estaba por
subir, y sin más agua va, dijo: -suban los dos, aunque se sienten en asientos
separados-. Claro que sí, dijimos, no pasa nada y subimos sin maletas y
encontrando un par de asientos juntos, en donde caímos como sacos de piedras,
para dormir buena parte del viaje. Respiramos profundo cuando vimos que lo
habíamos logrado como había sido previsto. Tras un buen vuelo, llegamos a Paris
en donde se nos entregó un kit de limpieza personal y la promesa de que
las maletas llegarían al hotel, asunto que sucedió hasta dos días después.
Proust empezaba a manifestarse. Nuestro tiempo no
estaba siendo del todo perdido, aunque tuviésemos que ir de tiendas para
avituallar nuestras cero vestimentas. Compramos lo elemental para uno o dos
días de supervivencia con ropa limpia, algo para el frio primaveral y esperamos
pacientemente que las maletas llegasen. Aprendimos lo conveniente que es llevar
algo de ropa en la maleta de mano, esa pequeña que es más fácil de acomodar,
hoy día indispensable.
Parte de nuestros paseos se dio desplazándonos por el
metro, otros buenos trechos fueron a pura y dura caminata. Era necesario
caminar por las calles mencionadas en la obra de Proust, y así mismo lo
hicimos.
Proust vivió un tiempo cerca del Parc Monceau. Este, con
sus árboles y flores en un claro estilo inglés, invita a pasearse ahí por
buenas horas. Era visita obligada y así lo hicimos. Llegamos hasta ahí una muy fría
mañana, los retoños de primavera en sus tonos verde muy pálido me pueden
extasiar, no podíamos dejar de apreciarlos con admiración y el correr y
griterío de los niños jugando en las horas de recreo escolar, le daban un cierto
ambiente supremo. Decidimos recorrer entre ellos algunos setos, para luego
sentarnos a observar sus juegos. Un pequeño simio de tela cayó de pronto a mis
pies, un niño muy risueño vino a recogerlo y volverlo a lanzar a los aires en un
juego interminable entre todos.
Los maestros conversaban en las pequeñas bancas
dispuestas alrededor, et mangeait un repas á la mi-matinée, disfrutando
una pequeña comida de la media mañana. Los críos corrían a sus anchas a
carcajadas que plagaban el aire de felicidad.
Ahí por ese parque, también deambuló el magnate parisino
Jacques Guerín, un perfumista notable y fundador junto con su madre de la casa
Parfums D´ Orsay. Mas adelante llegaríamos a saber que en la casa de su madre, Jeanne-Louise
Guerín, el percibió el amor por los objetos extraños, una residencia elegantísima
en una de las avenidas más prominentes del parc Monceau. Este productor de perfumes, fue quien rescató el abrigo
personal de Proust, que tendrá su momento por estos lares.
¿Por qué rescatar un abrigo viejo? Uno se lo
preguntaría una y mil veces, si no supiéramos lo emblemático que este objeto
fue durante mucho tiempo para el autor.
Pues bien, para llegar al Monceau se puede ir por
Batignoles hasta llegar al Bvd. Courcelles.
La sencilla callecita Turín, muy cerca de la Opera, es
desde donde planeamos todo. Es una calle que huele a pan francés desde
muy temprano, horneado como a las 5 (cinco) de la mañana, ese olor impregna
todo, a tal grado que nos despertó cada día en el hotelito muy parisino. Desde
Batignoles se divisa a ojo de pájaro la cúpula del Sacre Coeur. Caminando en
sentido contrario esta sencilla calle, se llega a la Gare St. Lazare. Todos
rumbos de Proust. Inevitable visitar las iglesias que salen al paso, como lo
son St. Louis de Antin y Le Trinité.
Los conjuntos arquitectónicos Beau Arts., nos pueden
robar por muchos minutos la mirada, se nos fija atenta, y así nos fuimos
dirigiendo al Lycée Condorcet, escuela en la que estudió Proust, y donde
cultivo las mejores amistades para toda la vida, a los 11 (once) años más o
menos comenzó sus estudios en esta institución y ahí mismo conoció al hijo de Bizet,
el músico. Este joven Bizet, vendría a ser mucho más que un amigo. Aquí no
pudimos entrar, todo lo disfrutamos desde afuera porque el edificio estaba
cerrado.
Nos llegamos con mucho entusiasmo hasta la casa que
habitó en el Boulevard Haussmann, en donde creó el mítico cuarto de corcho,
para dormir de día sin ruidos. Proust,
paseaba gran parte de la noche en los salones más exclusivos de Paris, luego
llegaba a escribir sin tiempo límite, se dice que se levantaba como a las
cuatro de la tarde.
El edificio en donde vivió es muy interesante. Es un
edificio profuso y adornado, de bastante buen gusto, con dos hileras de
balcones muy bien dispuestos. Todo se encuentra en dos calles, como un edificio
en chaflan de los que es regular ver en la ciudad luz.
Al momento de llegar hasta la puerta, una señora salía y
le pedimos el favor de poder entrar, explicándole nuestra pasión literaria y
por conocer los recintos del autor. Con una sonrisa amable nos permitió entrar
y nos dijo que podíamos subir la escalera con confianza, sin tocar a ninguna
puerta. Gozamos el pequeño patio y subimos. Estuvimos frente a la puerta de
Proust, y sentimos que tal vez de debajo del resquicio inferior surgía un olor
especial: ¿madeleines remojadas en té? ¿Alguien comía unas madeleines?
No lo sabemos. Quisimos imaginarlo y así se dio.
La siguiente parada se dio nada más y nada menos que en
el Musée Cernavalet, uno de los más antiguos de Paris.
Llegamos emocionadísimos. Solo entrar, es una
transportación a otros mundos. El gozo
de pronto se trastocó y parecía que habría pesar, cuando vimos a un guardia
parado enfrente a los aposentos de Proust, y un letrero enorme que decía: _En
Remodelación_. ¡Cómoooo!, en esta ocasión lo más deseado, que era ver la
habitación del escritor totalmente armada, con sus paredes de corcho y todo el grupo
de muebles del mismísimo Proust, se nos negaba. Mi marido que tiende a la
negatividad, todo lo vio negro, pero yo ¡ni de chiste!, así que me le plante al
guardia enfrente con una amplia sonrisa y entre mi buen inglés y mi poquísimo
francés le deje entender que estábamos parados ahí por motivos muy fuertes y
significativos ya que veníamos de México y en unos días nos regresaríamos. Me convencí
que soy capaz de convencer, asunto que no dudaba, pero nunca lo había puesto
tan a prueba y en tres idiomas a la vez. Muerto de risa este joven
guardián de los tesoros más sencillos y más significativos a la vez, actuó como
un ser que tiene criterio y entiende situaciones pico, con su mano izquierda
hizo levantar la soguita de tela que no permite pasar y nos dijo: -Pueden estar
ahí tan solo por 15 (quince) minutos- Fueron los quince minutos más gloriosos y
memorables. Yo no daba crédito de estar frente a la cama de latón del escritor.
Vimos las mantas consabidas por sus eternos fríos y nos imaginamos a Celeste,
su asidua ama de llaves, ayudante y cómplice.
Y, ¿el abrigo de Proust?
Ni de chiste se nos ocurrió preguntar. Nunca por falta de
interés, mas sí por ignorancia, a veces no podemos estar atentos a lo que más
apreciamos. No sabíamos que, en los sótanos de este museo es donde se resguarda
hasta hoy. Imposible de ser exhibido, el abrigo, esta pieza tan emblemática, ha
sido el motivo y tema de uno de los mejores libros que yo haya leído en mi
vida, titulado -El Abrigo de Proust- y solo ha quedado plasmado dignísimamente
en la memoria de quienes podemos imaginarlo, y lograr gracias a la escritura
inigualable de la italiana Lorenza Foschini. Una pieza tan sencilla, tan de
todos los días, logra albergar tanto de significancia no solo en la vida del
autor, sino en el modo como fue rescatado, resguardado y que hoy como tema del
libro mencionado, nos permite unas buenas reflexiones de objetos que guardan
sentido en las vidas de cada día. (Continuará).
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