jueves, 25 de abril de 2024

 

D.L.V.D. Vivir como un mandala que fluye. (13)

                                                                                                                                                       La serenidad,

tendría que ser el Sino. MJ    

                                                Cuántas veces sentimos al observar la vida pasada, que, si pudiéramos regresar el tiempo, lo que más nos gustaría tener claro, es haber vivido con más serenidad. Son tantos los acontecimientos que contravienen los tiempos fluidos y que nos mueven y provocan emociones negativas, que, si nos pudiéramos revestir de algo, tanto en lo interno como en lo externo, asumo que todos escogeríamos el ropaje del Ser Sereno. Esa vestimenta de la serenidad no se vende en la farmacia de la esquina. Ante los asuntos anímicos tan de moda hoy día, todo se cree resolver con químicos añadidos al cerebro. Es verdad que mucho se necesita comprender cuando existen enfermedades mentales que requieren tratamientos de los especialistas, sin duda alguna, mas casi todos nos percatamos que la automedicación y el abuso de éstos está a la orden del día. Píldoras para dormir, píldoras para despertar, píldoras para estar más tranquilos, a todos los niveles y edades.

A todo lo largo de los textos que he escrito por muchos años, la necesaria serenidad pide ser considerada, alza la mano en cada párrafo, y de pronto la expresión la requiere y precisa, ser tomada en cuenta como si fuera a quien le toca estar presente en primera instancia permeando todo, una y otra vez se pone en la palestra de las escenas cotidianas y también en las que no lo son tanto.

Serenarnos, es un camino que cada uno de nosotros ha de emprender tarde o temprano, si no a largo del día si a lo largo de la vida, más que nada en los momentos de cambios. Las demandas de acciones a cumplir como si fueran mandas, nos roban la serenidad, pareciera que todos tendríamos que estar haciendo de todo como si fuera una obligación. Si se dice pintar, todo mundo quiere pintar, si se dice viajar, todo mundo quiere salir.  No dudo que haya gente que tenga un talento escondido que en la medianía de la edad aflore y al fin tenga el tiempo disponible, sin embargo, realizar asuntos creativos no solo es desearlo, sino más bien es necesario tener el modo para saber que queremos decir y cómo. No olvidemos que el arte es un lenguaje y si no es personal, se contamina. Observo que de pronto tan solo puede ser una moda.

Como lo vemos en las redes sociales, no solo es una necesidad de estar en todo, sino hay que estar con fruición ¡no vaya a ser que nos perdamos de algo! el fomo, (fear of missing out) en muchos casos ya es protagonista. ¿Qué es esto? me pregunto, ¿Qué queda en el alma de la persona que elige los ritmos tan acentuados y demandantes? ¿será acaso tan importante el hacer de todo?  En el caso de los críos vale la pena estar atentos para ayudarles a discernir ¿Qué es todo para un niño? Si no lo averiguamos de la mano de él, sea uh hijo o un nieto, podríamos atenuar que un crio de este siglo viva con el dogal en el cuello de creer que, si no responde a todo lo que parece demandar el mundo pueda sentirse fuera de él.

Si nos ponemos atentos, el primer gusto franco que podríamos cultivar sin más, es eso mismo: el estar atentos. El gusto de observar se pule y se refina. Los abuelos somos los que debemos hacer los altos en el camino y en sereno comentario hacer hincapié en las acciones importantes para los críos: Escuchar a los pájaros cantar, observar como ronronea el gato de casa o simplemente enseñarles a masticar con ritmo calmo, para gozar el sabor especial de cada alimento.

Aquí en casa tengo un dicho: -No te vayas a convertir en un saco de papas-.  Expreso esto exactamente, cuando veo que se apuran de mas con los bocados de las viandas y prácticamente se las comen como si un monstruo se las hubiera de arrebatar, les digo: - ¡Cuidado!  

Para nuestro beneficio, las motivaciones están asentadas en un sustrato que no cambia, es algo que forma parte de la esencia de cada ser. Solo habremos de estar atentos a que no nos enrede, la red. Lo que ha de ser será a pesar de que a veces sintamos que el tiempo nos come vivos.

El concepto de Dios no solo está en caída libre, sino que es motivo de estudio de muchos pensadores, y es una maravilla que esto sea así, quien cree por naturaleza esta bendecido porque se propicia una serenidad cautiva y trabajada, aunque para el no creyente parecería que ésta se asiente en la nada, tampoco es así, cada uno crea las bases del pensamiento personal, se trabaja la emoción a voluntad.

Disfrutar de los insomnios no es poca cosa.

Parte de mi serenidad lograda fue asentándose hacia las 03:00am. Comenzaba con alguna frecuencia a tener esos despertares madrugadores y tenía claro que el ciclo de sueño se había cerrado. Sabía que eran horas valiosas, así que decidí aprovecharlas para lo que podría hacer, sin molestar a nadie en casa, leer en silencio, pintar con más tiempo y mientras me pudiera activar bien animada al llegar las horas ordinarias de la mañana, las cuentas de lo que se da en la madrugada son personales.

Escribí:

-Ahora sí, ahora sí que puedo observar a mis casi cincuenta años como se va concretando en mí la serenidad-.

Los vaivenes anímicos iban tomando asiento y se iban a pasear. Mi espíritu se percibía más claro y mucho más en mis manos, tomar las lecturas escogidas sin mayor problema, nunca con el apremio de las que de pronto se dan como una moda.  El sueño se iba solito a pasear, porque todos sabemos que con la edad dormimos menos, y no pasa nada. Lo que, si pasa, es que la vida nos regala silencios valiosos para la reflexión y el hacer lo que se asienta como una creatividad genuina. La mesa de trabajo cercana a mi cama, podría estar disponible a cualquier hora antes de la luz temprana.  Aprendí también que, si regresa el sueño, bienvenido sea, los que dormimos a veces ese segundo sueño matinal estoy segura que compartirán conmigo los beneficios, son enormes.

                                                            Teníamos mi esposo y yo la costumbre de ir algunos fines de semana a Campeche. La ciudad de Campeche es una urbanización junto al mar, que no propicia playa en el entorno de la ciudad, sino solo la contemplación de una inmensidad de agua que sobrecoge y aporta una visión de enormidad que hace mucho bien. El malecón de este lugar, es un espacio que han creado los campechanos con mucho acierto, porque permite el esparcimiento de personas que gozan del deporte, tiene ciclo pista y caminador de jogging, tiene pretiles de contención hacia las rocas cercanas al mar, para una buena contemplación del atardecer. Llegar a Campeche me significaba serenidad asegurada, ya fuera en el hotel elegido (los hay de cadenas establecidas, así como antiguas casas adaptadas en bellos recintos bien cuidados) o en los paseos por el centro histórico que es singular y lleno de encanto. Mi esposo venía haciendo investigaciones bibliográficas de asuntos históricos para textos que estaba escribiendo y en la bien puesta y organizada Biblioteca Campeche el encontraba todos los documentos antiguos.

 En la biblioteca me situaba en los ventanales hacia la plaza a cierta altura, desde ahí se puede contemplar los enormes árboles, las copas frondosas que roban la mirada me daban el solaz mientras escribía las percepciones del día, también se volvía muy grato contemplar a las palomas que los disfrutan como su propia casa. Ese gentío que goza de caminar en la placita con quiosco, e ires y venires que hablan por sí mismos. Algunos días aprovechaba caminar en el centro histórico temprano por la mañana, llevaba un poco de arroz para las palomas, antes de que el sol se desplegase inclemente y pegase muy fuerte. En la Biblioteca Campeche, esa ventana era mi ventana, misma que me permitía observaciones variadas como la de las torres de la Catedral casi al alcance de la mano y me animaba a escribir sin presiones de tiempos y horas.  Gozar la algarabía matinal de las personas es grandioso, he tenido la costumbre de ser observadora del paso de las gentes en recintos públicos, y de estas observaciones me deleito en aprendizajes de nuestro asombroso género humano. Escribía, escribía mucho y gozaba con ese deslizar mi pluma preferida, en busca de redactar lo que se ve, lo que se siente.

Por estos años decidimos conocer un hotel que se había establecido en una casona antigua, cerca del centro y así poder llegar a todo sin necesidad del automóvil. Caminar en las horas de menos calor y poder observar fachadas y percibir sus encantos.

 La mayoría de las casas han sido restauradas para mantener ese sabor de antaño. Una mañana que caminábamos a paso lento vimos un zaguán abierto, mi marido curioseando entró y la señora dueña de un hermoso corredor nos descubrió husmeando y nos convido a pasar, apenados por estar donde no nos habían invitado, nos resistimos, pero la amable dama continúo pidiéndonos que pasáramos. Nos sentamos con ella por unos minutos en sus cómodas mecedoras Art-Deco. y ¡que buen rato pasamos! Ya cuando pretendió invitarnos a beber algo, de plano se lo agradecimos y continuamos la caminata.

Ya habíamos estado en los hoteles que dan al mar, esos de cadenas establecidas.  Construcciones modernas que tienen comodidad y cero sabor en los espacios.  El nuevo recinto que conocimos (para volver muchas veces mas) es un hotelito de casa restaurada con todas las de la ley, conservando el encanto de otra época.   

La ciudad de Campeche tiene una luz especial. Por las tardes, después de una deliciosa siesta, el malecón es lo obligado. Las personas dan vigor a las ciudades y más cuando caminan o se ejercitan, los campechanos salen con los niños, los perros y los adultos mayores a gozar la puesta de sol. Es un mar azul grisáceo el que acompaña a diario, y aunque no es ni cercano en parecido al mar del norte de la península yucateca en el que se puede nadar (y la mayoría de los yucatecos estamos tan acostumbrados a disfrutar con baños que pueden durar horas) solo la vista del mar produce una serena visión. Ese visitar el estado vecino, se volvió en nosotros costumbre que con el paso del tiempo y otras actividades que nos demandan los días, dejamos de realizar. Estar ahí, representa comer los guisos de la región, asunto que remata la estadía y permite en verdad una renovación espiritual. Somos de buen diente.

La última vez que estuvimos en Campeche fue para el fin de año en plena pandemia. Rentar una casa de Airbnb fue el asunto más apropiado y cómodo, ya es parte de la vida actual y nos permitió estar con el aislamiento necesario y poder disfrutar con el nieto más a gusto. Estuvimos paseando todos con el consabido tapabocas (hasta el crio de dos años) y le llevamos a conocer todo lo que a un niño puede interesar en Campeche, como lo son las murallas con las historias de piratas, la escultura del pirata que está sentado en una banca viendo pasar y más que nada los cañones y vistas desde los fuertes. Somos todos en este grupo familiar amantes de los museos y Campeche tiene muy buenos, existe uno que tiene toda la construcción de un barco al que se puede acceder y se disfruta mucho. Un fin de año diferente y casero en el sentido de que pudimos percibir la atmosfera de una casa campechana adaptada para visitantes.

El campechano es un ser humano con cierta ingenuidad que le reviste de amabilidad. En cualquier parte de la ciudad de Campeche siempre se encontrará a una persona que se interesa en lo que se le pregunta, crea platica fácil y amena, en lo personal me encanta conversar (quienes me conocen no podrán negarlo) por lo que siempre encuentro interlocutores con los cuales compartir, infalible resultante de un buen rato para mí, ¡no sé qué tanto lo sea para los demás! (Continuará)

 

 

 

 

 

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