miércoles, 1 de diciembre de 2021

 

De la vida diaria

                                      Fuerzas que nos mueven (3)(Compartido)

                                             María José Roche                                                                                                                        

El cuidado de un adulto mayor requiere de mucho tiempo y esfuerzo. No es fácil, mas hoy veo con gran satisfacción que tanto de bueno nos deja cuando lo hemos vivido.

Mi madre siempre comió de todo (para mi envidia de la buena) no conoció de alergias y mucho menos intolerancias, lo que sí recuerdo es que a veces le bastaba uno o dos bocados de algo para pasar a otra cosa. Comedida y muy clara en sus gustos.

A mi madre no cualquier chinero (hombre que vende naranjas) le gustaba, tenía a uno que además de venderle las chinas era su motivo de conversación por un rato ya que se acercaba a la ventanilla del auto y se enfrascaban. A veces quería yo agilizar los derroteros de nuestro diligenciar yendo con otros marchantes más cercanos y me insistía que el vendedor de tal esquina tendría las mejores naranjas, y ahí íbamos con el de siempre. En esta época esto de los fruteros de esquina era más habitual en la ciudad. Hoy día ya ofrecen las frutas embolsadas  en los altos y siento que es hasta peligroso no solo para el hombre que ofrece su producto sino para el conductor que puede atropellarlo por un descuido.

Estoy segura que ese jugo de naranja que se hacía a mano cada mañana, le sabía a gloria  y más si las comprábamos exacto donde ella deseaba.  Me decía: -Si vamos a comprar pan, el francés que me gusta es de tal lado- Solo yo me bajaba y al regreso al auto me la encontraba en gran plática con el  cuidacoches, a quien casi casi le decía que se subiera al asiento de junto para que pudieran conversar mejor.

Un día al volver para ya irnos me dijo: -¿Qué crees? -tenía que regañarlo- -este individuo es muy puerco ya que ya vi que a otros autos, les limpia el parabrisas con su saliva, y ya se lo dije.- ¿Cómo? le pregunté, porque casi me da un soponcio al escuchar tal anécdota. Ella al observar algo nunca se quedaba callada, iba en contra de sus más básicos principios de convivencia. Había ocasiones que paraba yo en la tienda de telas o la farmacia y al llegar me decía -¿Qué era lo que tenía que comprar aquí?- ya se daban esos olvidos que parecen ingenuos y a mí me calaban con un cierto dolor debajo de la piel, del que en ese entonces apenas y me daba cuenta.

Los montones de basura estancada en algunos sitios públicos eran nuestra conduerma total. Tanto a mi madre como a mí nos parecían algo insufrible, a veces si encontrábamos al señor que barría la calle quería que yo parase y le dijera. ¡Y claro que lo hacíamos!

Un día me dijo, -¿sabes? Estoy nerviosa. Creo que estoy viendo mucha televisión.- Puede ser, le contesté,  si depuras tus programas tal vez no te afecte tanto. A esas edades nos da por ver noticias de más y eso nunca es sano. Y continuó:- La telenovela no la puedo dejar de ver y de una santa vez te lo digo, yo sé que esta terrible, he visto cosas insólitas que me dejan con la boca abierta, pero esta ¡Buenísima!  Enfrascarnos en las cosas más enredadas de la vida de otros, a veces causa una adicción y mucho se dan en este tipo de programas.

Mi madre se encontraba a veces con personas que le reclamaban que el perro de su casa les correteaba en la puerta (en esa época eran menos restrictivas las medidas contra los perros sueltos en el fraccionamiento en donde vivimos) y les decía, -¡No hombre, solo le espantas con tu mano y se va!- hasta que un día el perro mordió a un transeúnte y este llego con tremenda herida en la pantorrilla. Así que se tuvo que hacer un encierro ya regular, como lo es hoy día. Los perros que agreden lo hacen por miedo, pero los dueños deben aceptarlo, ya que no porque no sea agresivo con los de casa no lo será con las visitas.

Hubo una anécdota en la vida de mi madre que ella siempre relataba como con gracia y algo de humor, pero que si a cualquiera de nosotros le  ocurriese creo que no sería nada chistoso. Resulta que mi abuela pactó con una familia de la hacienda que irían a buscar a la hija de unos trabajadores para que viniese a ayudar en  la casa de Mérida. Mi abuela pensó que con decirlo a los padres era suficiente y llegaron por la joven y esta se resiste a ir a la ciudad. Mi madre que vio el atado de sus pertenencias asentado en la mesa decidió que si lo tomaba, todo estaría resuelto. Así, tomó la bolsita y el perro que estaba por ahí se abalanzo sobre su pierna. Se complicó la cosa porque no solo no consiguieron a la joven ayudante, sino que tuvieron que ir varios días  a la observación del perro. Esta mujer de carácter fuerte tuvo la afición de las lecturas de biografías. Sin embargo a veces citaba a Somerset Maugham, autor muy querido en tiempos de la juventud y adultez de mis padres. En la biblioteca casera había varios títulos de él  y ella a veces decía:

Si solo estás dispuesto a aceptar lo mejor muchas veces lo consigues .S.Maugham.

En verdad nos sorprendía cuanto admiraba a este autor, porque ella era de mucha palabra pero no de dichos tan concretos.

                              En los finales del siglo pasado comencé a escribir en unas libretas muy originales que disfruté mucho. Era cíclica mi adquisición de libretas porque o dejaban de existir en el mercado tal cual las había adquirido, o me parecía que de pronto había algunas mucho mejores. En la vida de todos los días, esos pequeños grandes gustos son imprescindibles, nunca debemos de pasarlos por alto.

Más allá estaría decirles el gozo tan enorme que producía en mí, comenzar una libreta nueva. Era necesario hacer un pequeño dibujo que surgía sin más y que en esta revisión me sorprenden al voltear las páginas. Reflejan lo que estaba viviendo. Es así que me queda claro que los trazos aún sencillos tienen significado.

Siempre he sido de rutinas. Otro aspecto que me encuentro al releer, es como las épocas de cambios de actividad me producían un tanto de nerviosismo. Ni que decir de las vacaciones que había que crearlas y me sobrecogía el ansia de saber que se lograrían las actividades certeras. Íbamos a la playa, eso sí. Mi marido nunca lo disfrutó. Para mí eso era un penar, porque tenía que armonizar entre lo de él y lo de los críos. Aquí veo como de pronto con los hijos pequeños o adolescentes siempre habremos de hacer malabares. Todos valen la pena así sea para lograr dar gusto a casi todos. Nunca se logra del todo, pero creo que siempre es bueno hacer el intento.

En estas épocas no había entrado a mi vida con tanto valor la palabra pactar. Los pactos en la vida de cada uno y en el correr de los días que se comparten son lo más sano que existe. Continuará.

 

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