De la
vida diaria
Fuerzas
que nos mueven (3)(Compartido)
María José Roche
El cuidado
de un adulto mayor requiere de mucho tiempo y esfuerzo. No es fácil, mas hoy
veo con gran satisfacción que tanto de bueno nos deja cuando lo hemos vivido.
Mi
madre siempre comió de todo (para mi envidia de la buena) no conoció de
alergias y mucho menos intolerancias, lo que sí recuerdo es que a veces le
bastaba uno o dos bocados de algo para pasar a otra cosa. Comedida y muy clara
en sus gustos.
A mi
madre no cualquier chinero (hombre que vende naranjas) le gustaba, tenía a uno
que además de venderle las chinas era su motivo de conversación por un rato ya
que se acercaba a la ventanilla del auto y se enfrascaban. A veces quería yo
agilizar los derroteros de nuestro diligenciar yendo con otros marchantes más
cercanos y me insistía que el vendedor de tal esquina tendría las mejores
naranjas, y ahí íbamos con el de siempre. En esta época esto de los fruteros de
esquina era más habitual en la ciudad. Hoy día ya ofrecen las frutas
embolsadas en los altos y siento que es
hasta peligroso no solo para el hombre que ofrece su producto sino para el
conductor que puede atropellarlo por un descuido.
Estoy
segura que ese jugo de naranja que se hacía a mano cada mañana, le sabía a
gloria y más si las comprábamos exacto
donde ella deseaba. Me decía: -Si vamos
a comprar pan, el francés que me gusta es de tal lado- Solo yo me bajaba y al
regreso al auto me la encontraba en gran plática con el cuidacoches, a quien casi casi le decía que se
subiera al asiento de junto para que pudieran conversar mejor.
Un día
al volver para ya irnos me dijo: -¿Qué crees? -tenía que regañarlo- -este
individuo es muy puerco ya que ya vi que a otros autos, les limpia el
parabrisas con su saliva, y ya se lo dije.- ¿Cómo? le pregunté, porque casi me
da un soponcio al escuchar tal anécdota. Ella al observar algo nunca se quedaba
callada, iba en contra de sus más básicos principios de convivencia. Había ocasiones
que paraba yo en la tienda de telas o la farmacia y al llegar me decía -¿Qué
era lo que tenía que comprar aquí?- ya se daban esos olvidos que parecen
ingenuos y a mí me calaban con un cierto dolor debajo de la piel, del que en
ese entonces apenas y me daba cuenta.
Los
montones de basura estancada en algunos sitios públicos eran nuestra conduerma
total. Tanto a mi madre como a mí nos parecían algo insufrible, a veces si
encontrábamos al señor que barría la calle quería que yo parase y le dijera. ¡Y
claro que lo hacíamos!
Un día
me dijo, -¿sabes? Estoy nerviosa. Creo que estoy viendo mucha televisión.-
Puede ser, le contesté, si depuras tus
programas tal vez no te afecte tanto. A esas edades nos da por ver noticias de
más y eso nunca es sano. Y continuó:- La telenovela no la puedo dejar de ver y
de una santa vez te lo digo, yo sé que esta terrible, he visto cosas insólitas
que me dejan con la boca abierta, pero esta ¡Buenísima! Enfrascarnos en las cosas más enredadas de la
vida de otros, a veces causa una adicción y mucho se dan en este tipo de
programas.
Mi
madre se encontraba a veces con personas que le reclamaban que el perro de su
casa les correteaba en la puerta (en esa época eran menos restrictivas las
medidas contra los perros sueltos en el fraccionamiento en donde vivimos) y les
decía, -¡No hombre, solo le espantas con tu mano y se va!- hasta que un día el
perro mordió a un transeúnte y este llego con tremenda herida en la pantorrilla.
Así que se tuvo que hacer un encierro ya regular, como lo es hoy día. Los
perros que agreden lo hacen por miedo, pero los dueños deben aceptarlo, ya que
no porque no sea agresivo con los de casa no lo será con las visitas.
Hubo
una anécdota en la vida de mi madre que ella siempre relataba como con gracia y
algo de humor, pero que si a cualquiera de nosotros le ocurriese creo que no sería nada chistoso.
Resulta que mi abuela pactó con una familia de la hacienda que irían a buscar a
la hija de unos trabajadores para que viniese a ayudar en la casa de Mérida. Mi abuela pensó que con
decirlo a los padres era suficiente y llegaron por la joven y esta se resiste a
ir a la ciudad. Mi madre que vio el atado de sus pertenencias asentado en la
mesa decidió que si lo tomaba, todo estaría resuelto. Así, tomó la bolsita y el
perro que estaba por ahí se abalanzo sobre su pierna. Se complicó la cosa
porque no solo no consiguieron a la joven ayudante, sino que tuvieron que ir
varios días a la observación del perro.
Esta mujer de carácter fuerte tuvo la afición de las lecturas de biografías.
Sin embargo a veces citaba a Somerset Maugham, autor muy querido en tiempos de
la juventud y adultez de mis padres. En la biblioteca casera había varios
títulos de él y ella a veces decía:
Si
solo estás dispuesto a aceptar lo mejor muchas veces lo consigues .S.Maugham.
En
verdad nos sorprendía cuanto admiraba a este autor, porque ella era de mucha
palabra pero no de dichos tan concretos.
En los finales
del siglo pasado comencé a escribir en unas libretas muy originales que
disfruté mucho. Era cíclica mi adquisición de libretas porque o dejaban de
existir en el mercado tal cual las había adquirido, o me parecía que de pronto
había algunas mucho mejores. En la vida de todos los días, esos pequeños
grandes gustos son imprescindibles, nunca debemos de pasarlos por alto.
Más
allá estaría decirles el gozo tan enorme que producía en mí, comenzar una
libreta nueva. Era necesario hacer un pequeño dibujo que surgía sin más y que
en esta revisión me sorprenden al voltear las páginas. Reflejan lo que estaba
viviendo. Es así que me queda claro que los trazos aún sencillos tienen
significado.
Siempre
he sido de rutinas. Otro aspecto que me encuentro al releer, es como las épocas
de cambios de actividad me producían un tanto de nerviosismo. Ni que decir de
las vacaciones que había que crearlas y me sobrecogía el ansia de saber que se
lograrían las actividades certeras. Íbamos a la playa, eso sí. Mi marido nunca
lo disfrutó. Para mí eso era un penar, porque tenía que armonizar entre lo de
él y lo de los críos. Aquí veo como de pronto con los hijos pequeños o
adolescentes siempre habremos de hacer malabares. Todos valen la pena así sea
para lograr dar gusto a casi todos. Nunca se logra del todo, pero creo que siempre
es bueno hacer el intento.
En
estas épocas no había entrado a mi vida con tanto valor la palabra pactar. Los
pactos en la vida de cada uno y en el correr de los días que se comparten son
lo más sano que existe. Continuará.
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